EL
HUMOR EN ESPAÑA
EN los últimos meses se
ha podido percibir, tanto en periódicos como en el libro o en el teatro, un
florecimiento renovado del humor español. Por una serie de razones, el humor en
España tenía planteados múltiples problemas. La confusión entre el humorista y
el gracioso de más o menos buen gusto se había generalizado. Pero la gran
tradición literaria del humor español, desde Cervantes a Fernández Flórez, no
podía desaparecer. Hoy nuestro humorismo ha comenzado un nuevo y esperanzado
camino. Para hablar de todos estos temas se sentaron en torno a una mesa, en el
despacho del fundador de ABC, un grupo de personalidades del mundo del teatro y
la literatura. Intervinieron en el coloquio los ilustres humoristas don Álvaro
de Laiglesia, director de «La Codorniz»; don Antonio de Lara, «Tono»; don
Evaristo Acevedo; don Máximo Sanjuán, «Máximo», caricaturista de «Pueblo», y
don Julio Cebrián, caricaturista de «El Alcázar»; la actriz Gracita Morales y
el actor Juanjo Menéndez. De la interesante conversación, recogida en cinta
magnetofónica, publicamos un amplio extracto.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. — La
cosa más nefasta que existe para el humor es la censura. Por eso, desde que se
promulgó la Ley de Prensa, se ha desarrollado considerablemente, en cantidad y
en calidad, el humor español. Yo recuerdo, por ejemplo, que hace muchos años la
censura nos tachó en “La Codorniz” la fotografía de un indio,
poniéndonos una nota marginal en la que se decía que se parecía a Jesucristo.
Naturalmente, llamé en seguida a la censura cara preguntar quién era el señor
que había tenido la suerte de conocer personalmente a Jesucristo. También
recuerdo, con regocijo inextinguible, la época en que no se podía emplear la
palabra hígado, porque la censura consideraba que era de mal gusto.
Entonces acostumbrábamos a hablar de páncreas, que es una palabra mucho
más graciosa, con lo que resultaba que los españoles no teníamos hígado, pero
sí teníamos páncreas. Por fortuna, esos tiempos ya pasaron y ahora, con la
nueva legislación de Prensa, el humor ha adquirido una nueva frescura, en el
buen sentido de la palabra, y un desenfado que aumenta su calidad.
GRACITA MORALES. —Yo no
creo que las cosas hayan cambiado mucho, a pesar de la nueva Ley de Prensa. Todo
sigue igual.
MÁXIMO. —Por lo menos en
lo que respecta a la crítica política de las cuestiones fundamentales.
JUANJO MENÉNDEZ. —Y al
teatro de humor.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Todo
es relativo. Se ha mejorado considerablemente y se han subido los primeros escalones.
lo cual no quiere decir que hayamos llegado al ideal. Incluso en los últimos
meses el humor político se ha desarrollado, y en “La Codorniz” hemos
podido publicar caricaturas de ministros y otros hombres públicos, cosa que era
imposible hasta ahora. Yo recuerdo que hace unos años fue tachada una portada
de Enrique Herreros, que representaba los bufones de Velázquez, porque la censura
entendió que algunos políticos españoles, de nivel medio, podían darse por
aludidos.
JULIO CEBRIÁN. —También
discrepo yo con lo que se ha dicho aquí con relación al teatro. Creo que la
libertad de expresión se ha notado considerablemente en la escena.
JUANJO MENÉNDEZ. —Se ha
notado por lo que respecta al teatro que llamamos serio, pero no por lo que
respecta al teatro cómico.
TONO. —Estoy de acuerdo.
Y no sólo eso, sino que la mayor libertad ha ido en favor de los autores
extranjeros. Los autores nacionales padecen una censura mucho más fuerte.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Repito
que todo es relativo, y me parece innegable la mejoría. Cuando un sistema
político va siendo cada vez más fuerte puede tolerar que se bromee con muchas
más cosas. Son los regímenes débiles y enfadadísimos les que no pueden aceptar
el chiste y el desenfado.
EVARISTO ACEVEDO. —A mí
también me parece claro que se está desarrollando el humor crítico. Eso sí, se
desarrolla lentamente, estimulado por una serie de suspensiones que todos
conocemos.
MÁXIMO. —Sin embargo, la
realidad es que el humorista español todavía tiene que andarse por caminos laterales.
Cuando trata de extender el brazo, con afán de crítico, se encuentra con una
pared de hierro, de cristal o de algodón, pero en cualquier caso con una pared,
que le impide desarrollar todo lo que quiere decir.
GRACITA MORALES. —Pues yo,
en teatro, digo que las cosas siguen igual. Están en el mismo punto que cuando
yo empecé. El autor sigue luchando con la censura como un gladiador, y la
actriz con el traje, con la hombrera, con la falda. Se tiene que vestir de una
forma distinta el día en que va la censura y en las representaciones. Primero
acepta lo que le dicen y después, poco a poco, se va bajando la hombrera, se va
subiendo la falda, y, si tiene éxito la función, a los dos meses se ve una
magnífica señora, como Dios manda.
TONO. —Estoy de acuerdo
con Gracita Morales, e insisto en que la mayor libertad ha ido en beneficio del
teatro extranjero, hasta e] punto de que el empresario cuando nosotros
planteamos alguna escena fuerte nos dice en seguida: “Procura situarla en el
extranjero, porque tal vez así tenga más posibilidades de pasar."
JULIO CEBRIÁN. —Sin
embargo, ahí está “El Tragaluz”, de Buero Vallejo, que es una obra
inimaginable hace diez años.
JUANJO MENÉNDEZ. —De
acuerdo. Pero, repito, que una cosa es la censura para el teatro serio y otra
para el teatro cómico; de la misma manera que una cosa es la censura para el
teatro extranjero y otra para el nacional.
JULIO CEBRIÁN. —Me parece
que exageráis un poco y que se podrían poner muchos ejemplos de la libertad
creciente en todas las manifestaciones teatrales, incluidas las cómicas.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Coincido
con lo que dice Cebrián, y quiero añadir que, por ejemplo, en la novela, esa
mejoría relativa del teatro se ha dejado sentir casi a cien por cien por la
labor personal de un hombre como Carlos Robles Piquer.
MÁXIMO. —El humor resulta
casi imposible si no existe un ambiente de tolerancia, de falta de solemnidad,
de ausencia de dogmatismos.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Por
supuesto. Y prueba de ello es que los países con un mejor sentido del humor,
son los más desarrollados.
EVARISTO ACEVEDO. —En todo
caso, a mí me parece un error considerar incapaz al pueblo español. Basta repasar
la Constitución de Cádiz de 1812 para comprender que España se anticipó en el
camino de la libertad a la mayor parte de los países europeos. Pero en lugar de
seguir en este camino se la ha “deseducado” poniéndola un chupete en la
boca y haciéndola creer que es “menor de edad”.
TONO. —Efectivamente. Las
posibilidades de expresión libre que había en España en los años 20 y
anteriormente fueron muy grandes.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Nos
estamos desviando del tema central. Hemos dicho que para que el humor pueda
desarrollarse es necesaria la libertad y que en los dos últimos años se ha
avanzado considerablemente en este sentido. No vale la pena que volvamos la
vista atrás. Son muchos los que creen que a causa del exceso de libertad se
produjo la tragedia de la guerra civil, y, naturalmente, las cautelas para
abrir la mano, después de la guerra, han sido muy grandes. Lo importante en
todo caso, repito, es que estamos avanzando y que el humor, en todos sus
aspectos, se beneficia de ello. Y prueba de ello es que a pesar de que hemos
perdido en la baraja de nuestros humoristas cuatro ases, que fueron Jardiel,
Fernández Flórez, Camba y Neville, sin embargo, podríamos citar varias docenas
de humoristas españoles, tanto en el periodismo, como en la caricatura, como en
el teatro, como en la novela, de primera fila. Es decir, que, a pesar de todo,
el humor español no sólo no ha quedado retrasado con relación a los otros
países europeos, sino que se encuentra en primerísimo lugar.
MÁXIMO. —Lamento
discrepar de esa opinión de Álvaro de Laiglesia. El humor en España está
subdesarrollado, disminuido. Tiene un nivel bajísimo.
JULIO CEBRIÁN. — Por lo
que respecta a la caricatura, las dificultades son muy grandes, debido en gran
parte a la limitación de temas. Personalmente yo, aparte de tropezar con
determinadas dificultades técnicas, creo que no he podido expresar todo lo que quiero.
EVARISTO ACEVEDO. —Me
parece que se insiste demasiado en hablar de la censura, que al menos, en lo
que respecta a los periódicos, es asunto en gran parte superado. Habría que
reconsiderar por qué en España, a diferencia de lo que ocurre en otros países,
como en Inglaterra, el humorista, tanto en el periodismo, como en la
caricatura, como en el teatro o en la novela, está arrinconado. Por qué en
España la gente no se toma en serio el humor. Esa es la cuestión.
TONO. —Yo nunca he creído
ese juicio según el cual el español prefiere llorar en lugar de reír, pero es
evidente que en España existe un entendimiento trágico de la mayor parte de las
cosas; que el español se toma la vida en serio y que le da gran solemnidad a
sus creencias, molestándole por eso el que otro las tome en broma. Eso no
ocurre, por ejemplo, en Inglaterra.
ÁLVARO DE LA IGLESIA. —Yo
también creo que los humoristas en España están arrinconados, y nada puede
haber más injusto, porque la inmensa mayoría de las grandes cosas que España ha
dado al mundo están relacionadas con el humor. Cervantes fue, antes que nada,
un gran humorista, y lo mismo. Quevedo, y lo mismo Goya, y lo mismo Dalí o
Picasso. Es decir, lo que hay de más universal en el arte y en la literatura
españoles es el humor. Y también en nuestra propia Historia. El descubrimiento
de América es un acontecimiento lleno de gracia. España, en fin, es un país en
deuda con el humor. Y es lástima que un puñado de señores sesudos traten de quitarle
importancia al humor, cuando en países como Inglaterra el humor ocupa primerísimo
lugar, en parangón con el teatro o con la novela “más serios”.
EVARISTO ACEVEDO. —Exacto.
En mi libro “Teoría e interpretación del humor español”, que publiqué en
1966, digo todo eso y mucho más. Los primeros que deben preocuparse por
revalorizar el humor son los propios humoristas. Yo, humildemente, he puesto mi
granito de arena.
JUANJO MENÉNDEZ. — Lo
mismo se puede decir con relación a los actores de teatro. En otros países un
actor cómico, a igual calidad, se le considera tanto como a un actor trágico.
En España no es así. Hay cierto arrinconamiento del actor de humor, cuando la
realidad es que éste, muchas veces, goza del máximo favor del público.
GRACITA MORALES. —Bueno,
señores, yo me voy, que es muy tarde. Pero quiero decir que estoy de acuerdo
con lo que dice Juanjo Menéndez y que la culpa es también de los empresarios y
de los autores, que sólo quieren hacer obras comerciales preocupados por el vil
metal. Yo, por ejemplo, nunca he podido dar de sí lo que llevo dentro. He hecho
siempre la misma película. Una película chabacana, graciosa en el sentido de
hacer reír a carcajadas, y, naturalmente, sin calidad y sin penetración. Es una
lástima, pero en la actualidad al humor español le queda un largo camino que
recorrer.
MÁXIMO. —En mi opinión,
el humor en España está subdesarrollado, disminuido. Hasta que el espectador español
comprenda que Ionesco es un gran humorista, nuestro humor seguirá debatiéndose
a bajo nivel.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —No
podemos considerar bajos nuestros niveles de humor teatral, puesto que tenemos
un Mihura cuyas obras han alcanzado éxitos internacionales. También en nuestro
teatro humorístico vamos alcanzando cotas más altas.
JULIO CEBRIÁN. —En
Galicia yo he escuchado mucho a los campesinos gallegos. Me parece que tienen
un sentido del humor profundísimo e instintivo. A mí me han hecho enorme gracia
muchas cosas de los campesinos gallegos. Sin embargo, cuando he hablado con amigos
gallegos sobre determinados autores que desde mi punto de vista son humoristas,
ellos los han considerado autores tremendamente serios. Eso quiere decir que el
pueblo español puede segregar humor, pero no lo asimila. Ahí está la clave del
asunto. Y de ahí. por ejemplo, viene el que el chiste en los periódicos españoles,
hasta hace muy poco tiempo, ha estado relegado a las últimas páginas, en el
sitio habitual de los pasatiempos y los crucigramas. En los últimos años, y
gracias sin duda a la genialidad de Mingote, se le ha empezado a colocar en el
lugar que por su importancia crítica le corresponde.
ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Yo
quiero poner ahora mi punto final. Un punto final lleno de optimismo. Porque si
los problemas del humor en España son muy grandes, si son muchas las metas que quedan
por alcanzar, sin embargo, insisto en que debemos felicitarnos de la
extraordinaria calidad que, a pesar de todo, y en comparación con el humorismo
europeo, tiene en estos momentos el humor español.
ABC,
13 de octubre de 1969, pp. 121- 127.
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