Valores
de mi tiempo
MIGUEL
MIHURA: LA NUEVA MANERA DE HUMOR, EN LOS LINDES DE POESÍA Y REALIDAD
—...Y es que en esta casa, como viven de ilusiones,
nada es lo que parece…
Carlos Arniches
...Una greguería nueva es el santo y seña del último
día; consigna breve para saber los tópicos que se llevan matados, y lo lejos
que se está del último lugar común.
Ramón Gómez de la Serna
Thérèse: Tu es riche, c’est pire. Un vainqueur qui n’a
pas combattu.
Jean Anouilh
Detrás —pero muy cerca,
patente, clara— del aparente desenfado de Miguel Mihura, hay una bondad, y la
sencillez: y la más noble claridad; y una incontenible ternura para con las
cosas y los personajes del mundo.
Pocas veces, en la
difícil tarea del diálogo, creo haber obtenido, como con el sostenido con
Miguel Mihura (a las pruebas me remito) tan completa, elíptica visión de una
persona, sobre todo de una actitud, gracias al noble, pausado, adicto tono de las
palabras de su confidencia.
De sus palabras sencillas,
diarias, surge, diáfanamente, con su filiación literaria, el extraordinario
vigor de su nombre en el teatro español de posguerra, por los caminos de una
nueva especie de humor que él proclama en “Tres sombreros de copa”
(Premio Nacional de Teatro. 1952-53; representada en Washington, Bruselas, Amberes,
Londres, París...); teatro de evasión, de encarnizada lucha contra las manidas
convenciones, las palabras tópicas, muertas; teatro excéntrico, fuera de los
cauces de la lógica tradicional, agudísimo, basado en inusitadas asociaciones,
y atravesado por la ternura: con cielos, a lo lejos, sin senda para llegar a
ellos, de nostalgia por las pequeñas, blancas, libres cosas del mundo,
inadvertidas por los nombres repitiendo lugares comunes; los seres que andan
por la vida, en la esclavitud de las apariencias. “¡A las personas
honorables les tienen que gustar los huevos fritos, señor mío! Toda mi familia
ha tomado siempre huevos fritos para desayunar. Sólo los bohemios toman café
con leche...”. Teatro de minorías, que el gran público no acepta, elude, y
hostiga. De esa combativa indiferencia del gran público parte la lógica, humana
derivación de Miguel Mihura hacia un tipo de teatro —comedia—, para
entendernos, realista, (después de “Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario”,
en colaboración con «Tono», y «El caso de la mujer asesinadita»,
con Álvaro de Laíglesia, perdurable un mágico mundo insospechado de palabras en
libertad, y disparatados objetos traídos a colación, extraídos de los bolsillos
de urgentes, poéticos personajes en clima de «hermanos Marx»), vertiente
que cuenta con obras de la categoría de ‘'Melocotón en almíbar”, “A
media luz los tres" o “Maribel y la extraña familia", con
aquella última escena de también mágica —magistral— conversión del ensueño en
realidad, por la que cruzan los más altos ángeles de la bondad, etc., etc...
Oigamos a Miguel Mihura;
tiene el piso invadido por carpinteros y albañiles; requieren su opinión; va,
vuelve, se excusa; al volver enhebramos el hilo del diálogo, como quien no hace
la cosa.
Dudo; no sé cómo comenzar
el asedio, después de las primeras, corteses, vagas palabras. Opto por la
primera de las generales de la ley:
—¿Nace?
—¿Hay que decirlo?
—Como quiera...
—1905; con las mujeres me
quito años; a un periódico serio como LA VANGUARDIA se le puede decir; a otro,
le hubiera dicho 1910, y me hubiera quedado tan fresco. En las entrevistas, a
veces, “no salgo” bien; unas veces, depende de mí, otras del
fotógrafo...
—En 1936, ¿qué había
hecho usted?
—Hasta esa época, yo era
dibujante —mi primera profesión— de historietas en "Buen Humor", "Gutiérrez", "El Sol", "La Voz"; al mismo tiempo, escribía artículos que firmaba con mi
segundo apellido, Miguel Santos; y también diálogos para doblajes de películas,
me especialicé en ello; y había escrito mi primera comedia “Tres sombreros de
copa”.
—¿Dónde, ¿cómo se hizo
usted humorista?
—Yo empecé con
caricaturas de teatro, de los estrenos, en "Informaciones" (tendría 16
años...); Artemio Precioso, el novelista, me contrató para aquel periódico
galante que se llamó "Muchas Gracias"; hice dibujos para "La novela
de hoy"; entré en "Buen Humor", cuando su última época, donde
colaboraban Jardiel Poncela, "Tono", López Rubio, Ernesto Polo...; en
ese período, fundaba "K-Hito" "Gutiérrez", y allí vamos todos,
con un puesto destacado: un artículo y una historieta semanal; allí conocí a
Edgar Neville; allí comenzó nuestra formación.
—¿Le costó abrirse paso?
—Hay que decir que yo, al
principio, era mal dibujante, pero tenía influencias de más de cuarenta
personas; todos teníamos muchas influencias; el que menos de todos Edgar
Neville. Como dibujante, yo tenía más gracia en los pies, el chiste, el texto:
más que en el dibujo. Por entonces (1932), escribí “Tres sombreros de copa”,
y me di cuenta de que lo hacía sin esfuerzo.
—Era el camino…
—Camino que abandoné
porque no estrené, y eso que mi padre era hombre de teatro; “Tres sombreros
de copa” no se estrenaría hasta treinta años después; lo que demuestra que
las influencias, a pesar de lo que se dice, no dan el resultado que la gente cree.
—¿En qué circunstancias
escribió usted esa obra que, andando el tiempo, le revelaría como un autor de
talla internacional en el teatro de humor?
—En la cama; estuve tres
años en la cama, y en mala edad, a los 27 años. Verá usted... la pierna
resentida de un mal golpe…; yo quería ser de lodo, acróbata, gimnasta. estudié
música… tuve un accidente haciendo ejercicios acrobáticos en bicicleta... Poco
antes de caer enfermo, en plena vida bohemia, salí de gira con “Alady”—lo
recuerda él en sus memorias—. Sé interrumpieron muchas cosas: Edgar Neville se
iba a Hollywood; no pude ir con él…
(Contemplamos unos
cuadros al óleo que Mihura tiene de Edgar Neville: uno abstracto, con un
extraño movimiento; otro, con figuras, más bien ensimismado, estático; un
paisaje del Sena tiene como un viento, una velocidad...).
—Hábleme de Neville...
—Fue el primero de quien
recibí más elogios; me recomendó el "New Yorker" para mandar historietas; no
era egoísta; tenía muchos amigos, pero pocos buenos; era todo vitalidad, guapo,
joven, alto, buena figura; siento por él cariño, admiración y gratitud.
—¿El teatro de aquella
época? (Me refiero al que interesaba a ustedes).
—Muñoz Seca, Arniches;
García Álvarez, que no podía trabajar solo por perezoso; colaboró con Muñoz
Seca, con Paso, con Arniches...
—¿A quién admiraban
ustedes más?
—A Arniches, el de "Es
mi hombre", la tragedia grotesca que él inventó; para todos, era el mejor
sainetero de aquella época,
—Y Muñoz Seca...
— En lo cómico, inventor
de un género, el astracán; todo lo inventado es cosa buena; nuestra generación
siente admiración por los valores, no cómo algunos jóvenes actuales que creen
que lo hace quince años ya no vale, está fuera de uso. Muñoz Seca no les
gustaba a los señores mayores, lo cual quiere decir que era un innovador, un
anticipado.
—Hablemos ahora del
humor; en España ¿en quién empieza?
—En Ramón Gómez de la
Serna, Julio Camba y Wenceslao Fernández Flórez.
—¿Por este orden?
—Sí; el humor como la
risa que ha ido al colegio...
—-¿Recibieron ustedes
influencias extranjeras?
—Sí: [Pierre Henri] Cami; importante
humorista en Francia, autor de cuentos dialogados al que hemos imitado todos;
sorprendía; tenía un mecanismo, una mecánica que se le veía; en humor, como en
todo, hay modas, épocas... pasa, se diluye... pero queda la obra.
—Vuelvo a los españoles
que usted nombró: ¿qué ven ustedes en ellos, entonces?
—Son tres maestros; en
ellos comprendemos que lo "cómico" está desfasado, y vamos a ese «humor» más
inteligente.
—Jardiel Poncela es de su
generación ¿verdad?
—Muchos le tienen por
anterior; destaca antes que nosotros porque hace teatro y novela grande;
empezamos una colaboración que quedó en nada; “Una noche de primavera sin
sueño” planteó su personalidad de humorista.
—¿Algún precedente más?
—Esa época es la de
nuestro conocimiento de Pitigrilli (“Cocaína”, “Los vegetarianos del amor”
...) que revolucionó el humorismo no sólo en España, sino en todo el mundo; era
el suyo un humor desvergonzado, cínico, pesimista; su no creer en nada nos
influyó, nos revolucionó a todos. (Se queda pensando; una pausa). Era distinto
a Ramón, humor intelectual; Fernández Flórez, humanidad, poesía, ternura;
Camba, humorismo científico, químicamente puro, sin desperdicio, escribe lo
preciso, justo, es un filósofo.
—¿Cuáles son sus
preferencias en el teatro universal?
—Nunca he creído en
autores, sólo en sus obras; el crédito de un autor teatral existe en cuanto
está en el cartel; cuando no está, está por los suelos, sobre todo en España;
es un crédito eventual, pasajero; en teatro no hay amigos, todo es pasajero,
ingrato. A uno le gusta lo que está en su cuerda; no me puede gustar Williams;
sí, en cambio, Marcel Achard, Pagnol, Anouilh —teatro humano, ligero— porque
están dentro de mi manera. Conozco poco el teatro norteamericano; es
desagradable, no me gusta.
—Hay en usted dos
vertientes, dos épocas: primero teatro de vanguardia después comedia
realista...
—El autor que insiste en
un estilo, cansa al público. Llego a ver que el teatro no me da dinero... No
escribo por placer; no tengo vocación a nada. No me gusta nada más que leer,
ahora, novelas policiacas, ir a tiendas, comprar tonterías... no escribo sino
para tener una vida cómoda y tranquila... Escribo “La bella Dorotea”
para la crítica; sé que no me durará, que voy a lo comercial, que me paso, pero
que puedo hacer otra clase de teatro... El teatro del absurdo está pasado del
todo; el teatro de vanguardia, de vuelta; no puedo escribir teatro de denuncia
o de compromiso; no entiendo el idioma político ni el de la crítica; me mandan
cuestionarios que no comprendo; lo que no dice nada tiene que pasar; Cervantes
no pasará; el teatro debe ser para que lo entienda el público de domingo que es
distinto al del sábado, al del resto de la semana; el de tarde distinto al de
la noche...
Le corto:
—Hay ternura, poesía en
sus obras...
—Y es lo que empiezo a
tener que ocultar, que es lo triste.
(Se me olvidó decir que "Melocotón
en almíbar", por ejemplo, se ha traducido, y representado en quince idiomas,
incluidos el polaco y el ruso).
José CRUSET
La Vanguardia Española,
22 de junio de 1967, p.58.
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