miércoles, 19 de septiembre de 2018

"Marcel Bataillon. Cincuenta años de amor a España" de José Jiménez Lozano (Triunfo, 25-06-1977)



MARCEL BATAILLON
cincuenta años de amor a España
EN plena guerra civil (1937) apareció un libro en Francia que don Antonio Machado tuvo por algo tan importante, por lo menos como el terrible combate que entonces se mantenía y que en el ánimo de miles de españoles, era el combate por una posible España nueva. “Con las postrimerías de una España —hubiera dicho Juan de Mairena— y el posible resurgir de otra, aparece en Francia una obra titulada 'Erasme et l'Espagne', cuyo autor es Marcel Bataillon. Tiene el libro una importancia capitalísima para el estudio de la cultura española del siglo XVI” y “yo quiero hacer constar que cualquiera que sea la filiación política —si alguna tiene de Marcel Bataillon, y que yo me complazco en ignorar, Marcel Bataillon es un egregio amigo de España, y de la España nuestra”, escribía Machado, contraponiendo esa España a la España de “¡Muera la inteligencia!”, de Salamanca, o la de “Lejos de nosotros la funesta manía de pensar”, de la Universidad de Cervera, durante la época fernandina. Y ni que decir tiene que acertaba plenamente.
Por encima de los colores políticos, en efecto, Marcel Bataillon, al hacer opción por historiar la espiritualidad española y concretamente el erasmismo, optaba por revelar al mundo y a los mismos españoles el hondón real de su historia y esa otra España —la España erasmista o influenciada par la teología paulina de la primacía del amor— a la que siempre habla tocado perder, exiliarse o llevar una vida subterránea frente a la España de los hidalgos y las glorias imperiales o las teologías seguras. Él mismo había hecho alusión en las últimas líneas de “Erasmo y España” al drama de los que, en ese 1936, Fernando de los Ríos llamaba “erasmistas modernos”, y, en una ya famosa carta pública dirigida a Américo Castro en 1950, aceptarla la dolorida fórmula de Castro respecto a aquel vivir desviviéndose de los españoles que habían tenido que abandonar su patria al igual que otrora los erasmistas: “Hoy se llaman emigrados”.
Incluso por razones de amistad y parentesco —un Azcárate, don Luis, es el esposo de una hija de Marcel Bataillon— Bataillon fue un hispanista y quizá el único o, desde luego, el que de manera más íntima se ha encontrado imbricado en nuestra historia y en nuestra espiritualidad. Nadie como él, que era un agnóstico, aunque bien consciente del valor de lo religioso, incluso como catalizador y tensor de las luchas históricas —era nieto de un rabino y de un pastor calvinista—, ha sabido acercarse, en efecto, a esos problemas religiosos y teológicos con tanta finura y delicadeza y moverse con absoluta imparcialidad histórica, que no impide, sin embargo, el “pathos” ni el compromiso con lo que se historia, poner su propia carne en el asador, que es lo que hace todo historiador digno de este nombre.
Desde hace una docena de años —escribiría también en 1950— he tomado cada vez mayor conciencia de que mi visión del pasado estaba determinada por nuestro presente y por mi posición en el presente. Sería necesario quizá que cada historiador superase a la vez el pudor y amor propio para confesar cómo ha llegado a su tema. ‘Non ets hic locus'. Pero entre otras cosas, me resulta claro que yo no hubiera tenido ojos para ver la importancia del paulinismo erasmista en España si, educado como lo he sido al margen del catolicismo, no hubiera descubierto a San Pablo a los veinte años gracias a un profesor de griego lleno de ensoñaciones sobre el paso del helenismo al cristianismo y sobre el porvenir de la religión. Por otro lado, ¿hubiera podido interpretar al erasmismo como una modalidad del iluminismo español emparentado con la espiritualidad de Luis de Granada y del doctor Constantino si hubiera nacido cien años o incluso treinta años antes?... Pero mis investigaciones maduraron en una época en que el multisecular conflicto del catolicismo y del protestantismo llegaban a su agotamiento y en que, por otra parte, frente a un 'librepensamiento' más bien alicorto, el cristianismo se afirmaba como enteramente vivo y no únicamente como fuerza de tradición y de policía. Y luego el judaísmo pasó por una terrible tormenta en la que el cristianismo más bien se ha aproximado a él en vez de combatirlo. Tal es 'grosso modo' el presente religioso desde donde yo veo la crisis religiosa del siglo XVI español y europeo... Trabajamos según nuestro tiempo y por nuestro tiempo”.
Por esto mismo, la nueva edición que estaba preparando ahora de “Erasmo y España” no sólo significaba para él una revisión de los documentos ya consultados en el tiempo de su redacción y la lectura de otros nuevos, sino un nuevo planteamiento de las cuestiones desde estas nuevas circunstancias de nuestro mundo y desde su propia experiencia personal, y todos estos años mientras ha estado iluminando continuamente aspectos de nuestra historia o de nuestra literatura clásica, no ha cesado de replantearse su documentación y la hermenéutica de los textos hallados, como lo muestra su expediente de investigador en Simancas, por ejemplo, adonde llegó por primera vez en julio de 1921. Ni ha dejado un solo momento de mostrar la exigencia de seriedad y documentación científica ante ciertas revisiones de nuestro pasado que se están haciendo con cierta frivolidad y que naturalmente tenía que espantarle, a él, un hombre pronto, sin embargo, a acoger cualquier modesta observación de su interlocutor o de un crítico, y a mostrar la debilidad de las propias afirmaciones, o a ceder en una discusión. ¿Acaso no le escandalizaban la absolutez, la terquedad y la acritud de una polémica como la de Castro y Sánchez Albornoz, tan inane en el fondo?
Una vieja enfermedad, cuyo nombre sabía, había hecho que sus amigos y discípulos —porque los libros de Bataillon exceden la mera historiografía y son libros de pensamiento y de un acuciante encanto literario que creaban lectores y apasionados acogedores de sus ideas al igual que los libros de los grandes escritores— trataran de ser más breves en sus contactos y pláticas, y eso, para él, que era un gran conversador, no debió de ser el menor de sus sufrimientos. Quizá haya sido el otro el haberse quedado algo así como en el umbral de la tierra prometida, porque si su “Erasmo y España” se publicó en plena contienda civil y luego él se ha enfrentado muchas veces con la problemática inquisitorial y, por lo tanto, con el aplastamiento tiránico del pensamiento y de los anhelos íntimos de tantos hombres en nuestra Historia, ahora no era indiferente ni mucho menos a las esperanzas que se abren para España en un porvenir democrático. Su último texto publicado en nuestro país ha sido un prólogo al libro de José Ignacio Tellechea, “Tiempos recios”; en él recordaba la vieja queja de Luis Vives: “Tiempos difíciles los nuestros en que no podemos ni hablar ni callar sin peligro”; y para que cambiasen, él había luchado como hispanista asimilado como ninguno a la carne y sangre de España. Pero si no se le ha concedido ver los tiempos nuevos, quienes los vivamos no podremos jamás olvidarle ni tampoco dejar de seguirle en su ejemplar epopeya de maestro de historiadores y de sentidor de España.
Georges Bernanos solía decir que el verdadero escritor se configura y distingue porque termina siendo el hombre de sus libros; y si esto es así, obvio es también que esa vida de Marcel Bataillon entregada a los problemas españoles más hondos y singulares —los de su espiritualidad— y su propia muerte en nuestro suelo son todo un símbolo y una piedra de toque de un verdadero hispanista, es decir, de alguien tocado del “mal de España”: un viejo y obstinado amor por ella.
José Jiménez Lozano, Triunfo, nº 752 pp. 42-43 (25-06-1977)

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