Detalle de El Beso (1980) de Ouka Leele |
El arte pop
En
nuestra sociedad, las palabras pop, cultura popular, cultura de masas, movimientos pop, música pop, arte pop, suenan
constantemente en nuestros oídos provocando imágenes vagas y un tanto
confusas... ¿Qué quiere decir pop?
¿Significa en algún modo popular? ¿Qué vínculos unen lo pop con la sociedad de consumo? ¿Por qué el
término pop es tan común en nuestros
días? Para informarnos del contenido de este término y de sus dimensiones
estéticas y sociológicas, nadie mejor que Umberto Eco que tantos y tan
rigurosos estudios sobre el tema ha llevado a cabo. Con él, pues, mantenemos la
siguiente entrevista.
¿Qué
significa pop para Umberto Eco?
Creo
que el arte pop, entendido en su
sentido histórico elemental, tal como se ha manifestado a través de Lichtenstein,
Oldenburg y otros, ha tenido un doble significado: uno de orden lingüístico y
otro más estrictamente estético. En lo que se refiere a su aspecto lingüístico,
el arte pop ha actuado como lo que
Lévi-Strauss califica de fusión semántica, algo así como el proceso de fusión
nuclear en el que del choque entre dos átomos surge un tercero. Es decir, en el
arte pop un objeto de la sociedad de
consumo que contiene significados concretos de reclamo comercial y de
presentación funcional se reviste de un nuevo significado por el mismo hecho de
presentar el producto tanto aislado como etiquetado, pero puesto siempre en
evidencia según un procedimiento ya típico del Dadá que hace que el objeto se cargue de significados secundarios
en detrimento de los primarios, perdiendo así su contenido primario para asumir
otro más vasto y genérico en el marco de la civilización de consumo. A través
de una operación de este tipo se presume que los artistas pop han querido desarrollar una crítica irónica, tal vez amarga, de
una civilización invadida por los objetos de consumo, es decir, una crítica de
aquella sociedad fetichista analizada primero por Marx y más tarde, en nuestro
siglo, por Walter Benjamin. Así es como se ha visto en Europa la operación pop. Pero ha ocurrido algo que nos
induce a sospechar incluso de la intención inicial de los artistas pop; se ha llegado a un punto en que,
eligiendo como objeto de interés estético aquellos objetos banales que pasaban
desapercibidos en la sociedad de consumo, el arte pop nos ha permitido encontrar en ellos una cierta belleza. El arte
pop ha iniciado un proceso que me
recuerda una anécdota referida a Picasso: éste acababa de terminar el retrato
de Gertrude Stein y alguien le objetó que no se parecía a su modelo. Picasso
contestó: “Ya se le parecerá”. Con
ello no quería decir que Gertrude Stein envejecería o cambiaría para llegar a
parecerse a su cuadro; quería decir que, desde aquel momento, los demás
empezarían a ver a Gertrude Stein a través del filtro de su cuadro con lo cual
las semejanzas se habrían establecido. Es decir, lo que para Picasso habían
sido los rasgos más destacados de la fisonomía de Gertrude Stein, se
convertirían a los ojos del mundo en los únicos, los verdaderos, los
fundamentales; el resto, la realidad, carecería ya de sentido. En cierto modo,
el arte pop ha puesto en evidencia
ciertos rasgos de los objetos de la sociedad de consumo que han manifestado una
nueva armonía, una nueva gracia, logradas probablemente al dar un nuevo énfasis
a estos rasgos. Por ejemplo, el estilo de los cómics se ha convertido en una estructura de tipo geométrico, muy
agradable a la vista; ciertos grandes campos de color, debidos a la tinta
tipográfica, que ocupan amplios espacios, parecen juegos casi abstractos. Esto
se debe a que el objeto ha sido en cierta forma recortado, aislado, de modo que
elementos secundarios del cómic hayan
resultado elementos fundamentales. Esto ha hecho que hayamos empezado a
contemplar los cómics, las máquinas
de escribir, los perros calientes, las latas de sopa o los envases de ciertas
bebidas a través del filtro de las obras de arte pop, encontrándolos tan interesantes que incluso a veces decidimos
coger uno de estos objetos cotidianos y ponerlo sobre la mesa o en la librería,
no sólo por simular una exaltación del pop
lo que sería un gesto de tipo camp,
sino porque nos resulta agradable. Ha ocurrido, pues, que, con la operación pop, los artistas de esta tendencia se
han reconciliado, en parte, con la sociedad de consumo, al menos desde el punto
de vista visual. Nos encontramos, pues, con un panorama que, en el fondo, es
agradable y que contrasta plenamente con la hipótesis inicial que quería o
debía ser una crítica irónica de la sociedad de consumo.
Así,
pues, los movimientos pop, ¿apoyan o
critican la sociedad de consumo?
He
puesto ya en evidencia la contradicción del arte pop: crítica e ironía por un lado, aceptación y amor por el otro.
Debo añadir, sin embargo —y esto no se comprende hasta que se vive en Estados
Unidos—, que esta contradicción existe sólo para los europeos. Los europeos
somos incapaces de amar y criticar al mismo tiempo la sociedad de consumo. En
el fondo, para Europa, para el intelectual europeo, la sociedad de consumo es
algo que ha llegado cuando él ya había crecido. Para el americano, la sociedad
de consumo es algo así como para nosotros los árboles, los ríos, los prados o
las vacas, es decir, pura Naturaleza. Los niños de la escuela primaria de Nueva
York, según una encuesta que hizo el alcalde Lindsay, creían que la leche era
un producto artificial, como la Coca-Cola, porque no habían visto una vaca en
su vida. Consecuentemente, la actitud del artista americano respecto a estos
objetos es absolutamente distinta, puede amarlos y odiarlos al mismo tiempo.
Quien haya participado o asistido en Estados Unidos a alguna reunión de
estudiantes, de contestatarios de extrema izquierda, de militantes negros, de
grupos yippies, habrá comprobado que mientras se distribuyen octavillas contra
el capitalismo y el imperialismo americano, se destapan botellas de Coca-Cola
que los jóvenes celebran mítines políticos al son de último rock de moda y asisten a las reuniones políticas
con camisas con la imagen de Mickey Mouse. Basta leer un libro como Do it de Jerry Rubín, uno de los teóricos
del movimiento yippy, para leer como
entre sus amores figuran tanto Karl Marx como los hermanos Marx. En Europa, a
un estudiante de izquierdas le parecería una contradicción instalar en la sede
del propio partido una máquina automática de Coca-Cola, pero en Estados Unidos
esto [no] se asume como una contradicción. Creo incluso que un joven americano
típico imagina una sociedad socialista como una sociedad en la que todos podrán
tener discos de rock, botellas de
Coca-Cola, camisas con la imagen de Mickey Mouse. Creo que hay que comprender
este modo de ver la técnica como Naturaleza, aunque la vivan artificialmente en
el fondo, para comprender la actitud de los artistas americanos hacia el arte pop. No hay contradicción donde nosotros
la vemos, aunque me parece natural que nuestra interpretación del problema sea
distinta. Una obra de arte no tiene un valor absoluto, sino que cambia de significado
según el contexto histórico en que se realiza.
Si
pop, en principio, significa popular,
¿los movimientos pop son
verdaderamente populares y democráticos o son una mera comercialización del
arte y de los movimientos culturales?
Decididamente
el arte pop ha producido una
comercialización de sí mismo. Pero, ¿qué corriente no la ha producido? En los
dos o tres últimos siglos, se ha elaborado un concepto fetichista del arte. Se
puede gozar de la obra de arte exclusivamente porque es única, antigua, costosa
y tiene a su alrededor lo que Benjamín llama un “aura”, un cierto carisma de “absoluto";
prácticamente nuestra sociedad vive siempre la obra de arte como un valor kitsch. Una obra de arte es natural que
se comercialice; casi añadiría que es un justo castigo para el que paga
tantísimo dinero para obtenerla. Se vende un Rembrandt por un número elevado de
millones, se compra por otra cifra elevada un Vermeer van Delft y se encuentra
maravilloso hasta que se descubre que es de un célebre falsificador flamenco y
entonces se tira. Hay que decir, sin embargo, que el arte pop ha provocado una mayor comercialización que la de cualquier
otro movimiento porque ha sido muy fácil hacer el pop del pop, es decir,
copiar un Lichtenstein o hacer el pop
uno mismo: recortar un cómic,
ampliarlo y pegarlo en la pared, fabricando así posters pop al estilo Lichtenstein. Después de que Andy Warhol pintó las
latas de la sopa Campbell, en el Village de Nueva York empezaron a venderse
latas de Campbell’s Soup de tamaño
más grande. Esto significa que el pop
debe verse, al igual que la práctica de los happenings
y algunas otras formas de arte contemporáneo, como aquéllas que en lugar del “hacer” han propuesto el “actuar”. Sustituyen el to make por el to do y renuncian, en principio, a la validez de la obra ya
terminada entendiéndola, en cambio, como un gesto susceptible de repetición. El
hecho de que un cuadro de Lichtenstein o un objeto de Oldenburg cuesten
millones hoy en día es un problema que genera el mercado del arte. Por otra
parte, hay que tener en cuenta el hecho de que, mientras Lichtenstein sabe
copiar mejor que yo un cómic y
Oldenburg construye una máquina de escribir en materia plástica mejor que yo,
yo puedo coger una lata de sopa y decidir que es una escultura. Así, el arte pop nos ha invitado a hacer nuestro
propio pop. Este paso del to make al to do es una de las características del arte postinformal que el pop ha sido el primero en explotar.
Además
de comercializar obras de arte, el pop
hace arte dentro de los objetos de consumo, por ejemplo, el diseño de Peter
Max. ¿Debe considerarse como un diseño industrial normal o como arte
incorporado a los objetos de consumo?
El
pop ha significado también un
violento retorno al arte figurativo tras el largo período de arte abstracto, es
decir, ha sellado la reconciliación entre el arte de vanguardia y las masas; ha
presentado un arte, al menos en apariencia, comprensible, acabando con este
divorcio que impedía a grandes masas de público ir a ver ciertas exposiciones
en las que no comprendían el significado de los cuadros; el pop ha logrado la vuelta del arte
figurativo y ha conseguido también algo más: ha asimilado lo figurativo al arte
de masas, ha elevado las manifestaciones de éstas a la dignidad de arte de
vanguardia y arte de museo. Por tanto, ha desarrollado una acción positiva de
reconciliación con ciertos aspectos del arte industrial que siempre ha creado cómics de una cierta inteligencia y
gracia, y con la música que, cuando ha sido de calidad, nos ha dado ritmos como
el rock; nos he revelado aspectos
positivos de la comunicación de masas, por un lado, y, por otro con su
ambigüedad, nos ha inducido a reconocer como hermoso lo vulgar, a través precisamente,
de aquellos procesos que ha sido arbitrariamente llamados pop, camp, etc. Se crean
así peligrosas confusiones en cierto tipo de público que, incapaz de hacer este
doble juego, se siente prácticamente reconfortado en sus propios gustos. Una
vez más, el pop, nacido como un juego
sofisticado sobre la cultura de masas, ha tenido que aceptar su destino convirtiéndose en uno de los
aspectos de dicha cultura. En este sentido, no se puede ya distinguir de la
cultura de masas porque la publicidad ha aceptado las técnicas pop, con lo que deja de existir una
dialéctica entre pintura de vanguardia y pintura figurativa de masas como la
que podría existir en los tiempos del cubismo o el arte informal. Todo ello
implica que, en el interior de esta cultura de masas, podrían nacer otras
modalidades de crítica y contestación que no fueran necesariamente las pop. Cuando el pop entra en la cultura de masas, produce films como El submarino amarillo, notable e
interesante ejemplo de fenómeno de éxito artístico de las comunicaciones de
masas. Sin embargo, no creo que, hoy en día un artista pueda ponerse a hacer pop con la pretensión utópica de estar
juzgando desde arriba la cultura de masas. Está dentro de ella.
¿Implica
el pop una vulgarización del gusto y
un menor nivel de refinamiento?
Al
no tener el gusto un valor absoluto sino histórico, diría que el pop ha señalado fatalmente lo que el
gusto de ayer sentía como vulgar y lo ha convertido en refinado. Es decir, las
señoras que hace diez años vestían según ciertos cánones de la moda burguesa,
rechazando los productos de los grandes almacenes populares, hoy los aceptan
porque ahora representan el buen gusto. Un ejemplo de esto es la moda actual de
los pantalones téjanos descoloridos. El pop,
la gran boga del pop, ha impuesto
esta continua recuperación de lo vulgar como signo de distinción social.
Teniendo
en cuenta que la contemplación de un cuadro de Leonardo produce sensaciones
estéticas más elevadas que la contemplación de una lata de sopa Campbell, si
afirmamos que el arte influye sobre la manera de ser de la sociedad, ¿la
influencia del pop no es en este aspecto
negativa para nuestra sociedad?
Sí,
pero hay que distinguir varias cosas. En primer lugar no debemos comparar nunca
el efecto que nos produce una obra contemporánea con el que nos a sentir una
obra clásica; no sabemos cómo se interpretara dentro de 200 años la lata de
sopa Campbell. Es posible que se interprete tal como nosotros interpretamos a ciertas
pinturas cretenses o egipcias que quizá fueron igualmente pop en su tiempo, pero que hoy día están cargadas de connotaciones históricas
que nos las hacen ver como manifestaciones sagradas porque sabemos que
encierran un culto a los muertos, al rey o al emperador. Dentro de dos mil años
es posible que nuestros descendientes sean capaces de ver en la Campbell‘s Soup una religión —y de hecho
es una especie de religión— y puedan interpretar la sociedad de consumo como
una gran manifestación de superstición. Si los egipcios ponían utensilios y
comida en torno a sus muertos, nuestra sociedad siente la necesidad de rodear a
sus vivos de objetos de consumo con lo que la actitud religiosa no se hace tan
diferente. Por otra parte, he señalado hasta ahora la existencia de un aspecto
negativo en el pop, pero demostrando
que no se puede describir exclusivamente este aspecto ya que se trata de uno de
los polos de una dialéctica típica de esta tendencia. Por último, es
absolutamente cierto que la función de una obra de arte debe ser la de
enseñarnos a percibir y a comprender las cosas que nos rodean de una manera
distinta, pero hay obras de arte que se resisten a la asimilación y, en
consecuencia, mantienen durante más tiempo esta actitud; otras crean
inmediatamente una forma de pensar, gozar y comprender homologa a su propia
tesis. Esto es lo que ha ocurrido con el pop.
Este ahora ya no nos sirve para comprender lo que nos rodea de otra forma. Si
cuando nació era un metalenguaje que nos ayudaba a comprender el lenguaje de la
sociedad de masas, en este momento es solamente un aspecto de esta sociedad y
debemos afrontarlo con otros metalenguajes. Esta es una dialéctica fatal y
necesaria.
¿Podemos
distinguir una obra de arte de un bluff?
¿Tiene algún sentido querer distinguir lo uno de lo otro?
Creo
que hay que aceptar con valor y resolución la idea de que no existen valores
absolutos para definir una obra de arte: los valores son históricos.
Probablemente gran parte de las obras de arte del pasado que hoy admiramos
fueron un bluff en su tiempo, pésimas
imitaciones de otras desaparecidas. Es posible que la Victoria de Samotracia
fuera una imitación pop de una
estatua mucho más bonita que no hemos llegado a conocer. Evidentemente hay
algunas características estables; la primera es, precisamente, la complejidad
de las interrelaciones. Se puede sospechar que ciertos pasajes de los libros
griegos compuestos de un verso o dos fueran un bluff, se puede dudar de ellos y admirarlos por una especie de
ilusión óptico-arqueológica; en cambio es más difícil dudar de la Ilíada o de la Odisea porque la complejidad de la obra nos lleva a descubrir en su
interior tales niveles y tantas interrelaciones que una parte de la obra nos
sirve de control de la otra. La complejidad en este caso es estructural. Hay
que aceptar, pues, la idea de que hay obras de arte que, además del nivel de
valor estético, por así decirlo, tienen otro nivel de complejidad. No debemos
decir que es mejor toda la epopeya balzaquiana que un pequeño soneto romántico,
pero sin lugar a dudas, la epopeya balzaquiana es tan compleja que puede
resistir mejor el tiempo. Las obras pop
son demasiado lineales y, por tanto, serán destruidas más rápidamente,
sobreviviendo solamente bajo forma de fragmentos ambiguos.
¿Podría
decirnos cuáles son los otros componentes de los movimientos pop aparte del arte pop y de los “cómics”?
¿Deben incluirse como parte de los movimientos pop, el cine, la música, la publicidad, etc.?
Es
un error confundir arte popular y arte pop;
incluso diría que se trata de una confusión de tipo anglosajón porque en la
tradición anglosajona se ha llamado siempre popular
art a lo que nosotros hemos llamado “cultura
de masas” y se hablaba de popular art
incluso cuando se hacía una crítica aristocrática de la cultura de masas
diciendo que el popular art no era
arte. El pop art nació precisamente
como un juego inteligente e irónico sobre el popular art, pero por su capacidad de identificarse con él ha
llegado a ser lo mismo; los cómics,
por ejemplo, eran popular art,
mientras que la imitación de los cómics
de Lichtenstein era pop art. Pero cuando
los dibujantes de cómics han empezado a imitar a Lichtenstein evidentemente
estas diferencias han desaparecido y se ha vuelto a la situación anterior. El
arte pop ha llegado a ser uno de los
momentos, aunque sea el más crítico, de la cultura de masas. En cambio cuando
con la expresión “pop” se alude, por
ejemplo, a los muchachos que bailan el rock
en Woodstock se hace referencia a productos que ya existían antes del arte pop y que simplemente han evolucionado,
irónicamente o no. The Beatles o The Rolling Stones han creado productos
musicales que probablemente permanecerán como testimonios de una época y serán
preferidos quizá a ciertas composiciones de música culta contemporánea. Creo
que es pertinente distinguir entre el popular
art que existía antes del pop, el
pop art, y el nuevo popular art, posterior, que resulta de una especie de
integración dialéctica entre los dos. La naturaleza ambigua de la crítica pop es lo que dificulta la distinción;
por una parte se ha integrado el arte popular, antes totalmente despreciado,
pero que ha demostrado algunos caracteres de interés y, por otra, hasta los
años sesenta, el llamado popular art,
que nosotros denominamos cultura de masas, y que no era un producto del pueblo
sino de grandes centros de producción que lo vendían. Aproximadamente durante
el período de nacimiento del arte pop,
y en los años sucesivos de contestación, se ha vivido una especie de
democratización del arte popular con el retomo de la folk music, con lo que masas, llamado arte popular, deja de ser un producto
de élite. Evidentemente sigue pautas y modelos de la élite, pero a veces
incluso la incita a comportarse de otra manera; por ejemplo, la folk music nació de la exigencia por
parte de los jóvenes de cantar una música distinta a la que producían las casas
discográficas. Luego, según la dialéctica de que hablábamos, las grandes
empresas discográficas han producido la folk
music. El análisis del llamado arte popular también debe ser distinto del
que se hacía hace veinte años a propósito de las comunicaciones de masas, de la
cultura de masas clásica, pero quizás es todavía demasiado pronto para intentar
comprender el alcance histórico de este fenómeno y decir si significa realmente
una liberación parcial del dominio del consumo o es simplemente uno de sus
aspectos aunque más nuevo y sutil.
Sin
embargo, hay muchas cosas que aún existiendo antes, han sido transformadas por
la cultura del pop y me refiero al
cine underground, la televisión, la
publicidad, la ciencia-ficción tal vez o el cine de terror... ¿Forman estas
manifestaciones parte de la cultura pop?
No
estoy muy seguro. Tengo la impresión de que interpretar todos estos fenómenos
como un aspecto único de la nueva cultura pop
es un acto de esnobismo intelectual. En la televisión falta el aspecto de
autoironía del arte pop, falta la
capacidad de manipulación por parte del público y por eso la televisión, que es
un aspecto de la cultura de masas, no es también un aspecto de la cultura pop, sino del momento en que la
industria puede poner en circulación unos blue-jeans
con la imagen de una estrella de la televisión. Y esto es otra cosa. He
subrayado este hecho porque, por ejemplo, veo a la televisión mucho más próxima
al gran poder industrial, al gran poder político y, por tanto, hay que tomarla
muy en serio. La publicidad es algo distinto, no es un producto de la cultura pop, es otro gran poder industrial que
utiliza elementos de la cultura pop y
los desvía hacia sus propios fines, aunque también es cierto que la cultura pop puede usar elementos de la
publicidad. A pesar de todo, no veo a la publicidad como un elemento de este
juego de ironía y autoironia. El cine underground
contiene, a la vez, elementos de la cultura pop
y de la vanguardia clásica, es un producto de las minorías hippies intelectuales. No tiene la misma capacidad de ser
comprendido que cultura pop; ciertos
productos pop desde The Beatles a Peter Max pueden ser
vividos, aunque de manera distinta, tanto por un obrero como por un
intelectual. Por el contrario, el cine underground
es un producto del intelectual para el intelectual y, por tanto, mucho más
próximo al gran período que va del Dadá
al surrealismo, al abstracto, al informal, que al período pop, aunque pueda contener elementos pop. Finalmente las videocasetes y todos estos nuevos instrumentos
de registro no se relacionan directamente con la cultura pop. Hay jóvenes que graban en videocasetes con fines políticos y
están más influenciados por Brecht o Eisenstein que por la cultura pop. Las videocasetes no son un
movimiento artístico, sino un nuevo hallazgo técnico, como el automóvil o el
avión, que puede producir resultados muy dispares.
Naturalmente,
los jóvenes que utilizan estas técnicas están influidos por todo un clima y son
capaces de hacer un filme político con fondo musical de The Beatles. Esto ocurre porque existe un determinado paisaje
cultural, pero ver todo esto como una especie de fiesta general, de atracciones
de feria de la cultura pop me parece
peligroso y quisiera restringir el término a unas concretas tendencias del arte
y de la sociedad de consumo, aunque, como todas las tendencias que penetran a
fondo en la sociedad, se pueda encontrar a otros niveles.
¿Cuál
es el significado de la arquitectura de los signos? ¿Puede denominarse a Las
Vegas, ciudad pop?
Las
Vegas existía ya tal cual es antes del pop.
Luego éste copió a Las Vegas y desde entonces incluso los arquitectos de
vanguardia han empezado a interpretar a Las Vegas como un fenómeno interesante
de arquitectura pop. Este es uno de
los efectos que ha producido la óptica pop
al empezar a preguntarse si lo que en principio era despreciado como una
modalidad comercial, podía constituir uno de los elementos de la arquitectura
contemporánea. Finalmente se ha reconocido, por ejemplo, que una de las grandes
obras pop es Disneylandia, quizá la
mayor obra de arte de la cultura americana, que expresa su propia civilización
mucho mejor que Hemingway o Lichtenstein. Hay dos aspectos a considerar: el
primero consiste en ir a Las Vegas con la convicción de vivir una experiencia
estética pop, pero esto puede también
reducir mi capacidad crítica respecto a una ciudad de tipo ficticio que me paga
sólo con signos externos y que hace una publicidad de sí misma, tras la cual en
realidad no hay nada. En esto puede residir la función corruptora del pop que tiende a reconciliarme con algo
respecto de lo que debería, en cambio, mantener una tensión crítica. Una vez
más hay que especificar si se habla de Las Vegas antes de que el pop se fijase en ella o después, y, en
este caso, ¿qué significa el hecho de que haya bastado una ojeada para cambiar
todo el panorama de la civilización contemporánea? Significa o bien que esta
mirada ha sido inmensamente penetrante o bien que todo el mundo estaba
dispuesto a gozar de Las Vegas, la calle 42 de Nueva York y de Time Square,
pero no tenía el valor de confesárselo y el pop
ha sido precisamente un gesto de honestidad intelectual que ha desarrollado
prácticamente el siguiente razonamiento: “A
vosotros os gustan estas cosas, pero no tenéis el valor de decirlo porque
pensáis que no son arte y que sólo el arte es una seria; pues bien, ahora
nosotros os decirnos que todo eso es arte y así ya no estaréis avergonzados”.
Hubiese sido un hermoso acto de liberación haber perdido decididamente la
vergüenza y haber dicho: “Las Vegas, los
cómics, el jazz me gustan porque me gustan”. Sin embargo, la humanidad ha
necesitado otro engaño y no se ha liberado de esta hipocresía por la que se
asimila el arte a la religión y lo que no es arte a la técnica. Nuestra
civilización vive prósperamente asentada sobre la técnica, pero para no
avergonzarse de la misma se siente continuamente condicionada a creer que es
arte.
Finalmente,
¿cuál cree que va a ser el futuro del pop?
¿Cómo va a evolucionar?
Profetizar
sobre la evolución del gusto es un oficio de brujos o de retrasados mentales;
yo, evitando ser lo uno o lo otro, no hago profecías. Por otra parte, basta un
mínimo acontecimiento externo para cambiarlo todo. Los sociólogos de 1967
escribían libros sobre el futuro de la juventud en una sociedad de consumo en
que todos llevarían el pelo cortado a cepillo, camisa blanca, se casarían a los
16 años, etc.… Luego llegó el mayo de 1968 y los dejó en muy mal lugar. No me
gustaría hacer el mismo papel que ellos hicieron entonces. Prefiero no
profetizar.
Ragué,
Mª José, Los movimientos pop, Salvat,
1974, pp. 9-33.
Esta entrada no podría haberse hecho sin la aportación desinteresada de Fran M. Matute.
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