martes, 13 de noviembre de 2018

Entrevista a Mariano Antolín Rato (Pueblo Literario, 28 de junio de 1978)


Manual de escritura psiquedélico-dantesca
Entrevista con Mariano Antolín Rato, autor de “Entre espacios intermedios: WHAAM!
Entre espacios intermedios: WHAAM!”, es la última novela de Mariano Antolín Rato. Si se dispone a leerla, apriétese el cinturón de seguridad, ármese de calma contra las asechanzas de la paranoia, y prepárese a navegar por abismos ignotos, que nunca sabrá si están dentro o fuera de usted mismo... Mariano Antolín, obsesivo y contagioso, es un alucinado continuador de los pesadillas de Huxley, Orwell, Burroughs, Zamiatin, Stanisław Lem o los hermanos Čapek. Sensible detector de las electrónicas vibraciones que se emiten desde cualquier «centro de control» contemporáneo y de las epilepsias que, como chispazos, recorten los márgenes de la sociedad. Y todo ello aderezado por el ritmo visual y rafagueante de la psicodelia.  
HABLAMOS en el madrileño paseo de Rosales, donde la calma ambiente del mediodía desmiente, por el momento, las visiones del escritor. Acaba de salir, con ocasión de la Feria del Libro, esta tercera novela de Mariano Antolín…
—Háblame de tu biografía literaria. ¿De dónde parte tu escritura?
—La verdad es que yo quería hacer cine. Incluso pasó por el IIEC (Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas). Luego lo dejé y escribí algunas novelas, de esas en las que cuentas lo que te ha pasado y que te parecen el ombligo del mundo, pero las rompí. Después, mi interés por el movimiento contracultural y por las renovadas inclinaciones orientalistas de la juventud me llevó a publicar un libro sobre el budismo zen en colaboración con F. Embid. Más tarde, durante una hepatitis, escribí « Cuando 900 mil Mach aprox.», la primera entrega de esta especie de ciclo espurio de la ciencia-ficción en que estoy metido. En el 73 me dieron el premio de la Nueva Critica. En el 75 publiqué «De vulgari Zyklon B manifestante», y ahora acaba de ver la luz este tercer libro. También he publicado un ensayo sobre Bob Dylan y colaboro en revistas como «Papeles de Son Armadans», «Plural», que lleva Octavio Paz; «El Viejo Topo»...
— ¿A qué se debe tu orientación hacia un género tan denostado como la ciencia-ficción?
—Lo de ciencia-ficción es una etiqueta que pongo y se pone a mis libros para evitar hablar de «literatura experimental», que suena a laboratorio, o de «vanguardia», que suena a militar, Además, las técnicas y el tono narrativo de la ciencia-ficción ofrece la posibilidad de superar el naturalismo de las vivencias cotidianas. Entras en un terreno fantástico y puedes metaforizar la realidad. Pero es que, además, la realidad es ya ciencia-ficción; hace poco leí en la Prensa que un hombre que yacía atropellado en la carretera fue pisoteado seis veces más por los coches antes de que se parara la circulación. Si se escribieran libros sobre muchas noticias de Prensa, la gente los miraría como de ciencia-ficción.
—En tus libros hay un continuo chorreo de intervenciones de la tecnología, de una tecnología esotérica que invado la totalidad de la existencia...
—Sí. Me interesa contar la que sucede en claves tecnológicas: nos hallamos en una situación de aislamiento individual producida no, como suele decirse, por la mecanización de la vida, sino por la supertecnologización centralizada de lo que nos acontece. Por eso en mi novela no hay ni individuos, ni protagonistas, sino «masas» de «universbales», entes a los que se programa y que sólo cuentan como cifras estadísticas. Basta borrar a 50.000 del censo que se lleva en «Centro de Implosión-Aspersión», y, automáticamente, pasan a la nada.
—Pese a lo que algunos críticos han señalado de tus novelas, «Whaam» se entiende perfectamente. Hay un Estado postnuclear, super-electrónico totalitario y gregarizante que pretende caminar hacía «Novoman, país del melocotonero en flor o ciudad celeste». Están sus jefes y vigilantes —«Capitán Video», «General Volador»—, los ejecutivos y policías —«sorbe-cerebros», «computo-policías» y «niveladores»— y, por otro lado, un proteico grupo de marginados —«metalpesados», «manfloritas» y «psique-delincuentes»— que se dedican a interferir el puente comunicativo que el Estado mantiene con sus súbditos o, mejor dicho, esclavos. Por último, «Rey Lagarto» y «Sirena Infrarroja», representan al sector mítico, andrógino y definitivamente huido de la sociedad y la historia. El esquema se asemeja al de numerosos textos y ensayos actuales acerca del poder...
—He hecho la experiencia de contar «Whaam»  tal y como los libros de texto suelen resumir las obras clásicas y he comprobado que esa lectura elemental, efectivamente, funciona. Pero hay otros lecturas. Yo escribo mis libros tras haberlos «visto» gráfica y pictóricamente. Además, se me aparecen fuera de la cronología: lo que narro está sucediendo todo a la vez, es como si en un instante se desplegara el símbolo entero de la historia. Lo que ocurre es que, para escribirlo, tengo que identificar elementos y sujetos, no en forma de personajes psicológicos, sino a la manera de talantes, energías, constelaciones. Por otro lado, todo son proyecciones de mis propias obsesiones, todo nace de la adquisición de rastros de mis manías, esperanzas, temores, luchas y fugas.
—Uno de los marginales que se refugian en «Night Club Nuclear» dice en tu novela: «La realidad es una invención del periodismo.» ¿Hasta qué cotas crees que llega el papel mixtificador y gregarizante de los medios?
—Bueno, en la novela juegan un papel crucial los «onfalosconpios», que son una especie de grandes pantallas de televisión, sólo que con capacidad para transmitir mensajes permanentes desde el «Centro de Control», de actuar a niveles subliminales, de borrar anteriores informaciones, de codificar el lenguaje que perciben los «universbales» e incluso de acelerar o anular a voluntad la conciencia de éstos. Es como si las gentes estuvieran enchufadas y vivieran los sueños que desde el «Centro de Implosión-Aspersión» les inoculan, se trata de una de las viejas pesadillas de la ciencia-ficción, que yo he utilizado a mi manera, por otro lado, lo cierto es que los medios tecnológicos de comunicación son ya claves en el proceso actual de gregarización: entorpecen la relación cara a cara, expropian lo cercano y hacen que lo lejano cuente mucho más. Con la «liberalización de las informaciones» acerca de disidentes, marginados, pervertidos u opositores, el control y la integración se acentúan, Claro que todas estas «comunicaciones» se producen siempre dentro de sus respectivos «ghettos», en el murmullo oportuno y con la debida manipulación. En definitiva, se trata, como decía Andy Warhol, de que todo el mundo salga, al menos cinco minutos, en televisión.
— La filiación dantesca de «Whaam» está explicitada en las primeras páginas. Se trata, en suma, de un «descensus ad inferos» del orbe tecnológico-totalitario-militarista. ¿Pero no crees que el pesimismo es el monopolio de una manera totalitaria de mirar la realidad?
—El totalitarismo opresivo es real, puesto que existen cárceles, manicomios, armas neutrónicas, explotación... Claro que no existe una realidad única, una Realidad con mayúscula, sino que vivimos un combate habitual en la multiplicidad de nuestras relaciones cotidianas. Sin embargo, me parece que cualquier cosa que se haga por cambiar la situación colectiva es integrable; no veo salida. Además, se observa que mucha gente está asustada, no entiende a dónde vamos, e incluso, como los avestruces, se niega a mirar las cosas. Vivimos en una especie de Babel, pero no creo en el Apocalipsis, no creo que todo vaya a acabarse. Aunque reconozco que uno de mis anhelos secretos sería asistir al fin del mundo, tema, por otro lado, tan del gusto de la literatura fíctocientífica. Mi impresión es que tanto pesimismo como optimismo están fuera de lugar. Lo que cuentan son «los hechos», lo que está pasando. Lo increíble es que el sufrimiento o el placer del individuo no tienen consecuencias en la economía terrestre ni en la del universo y de esto sacan partido los poderes establecidos. Estas vivencias del individuo fueron clave para la creación literaria en el Romanticismo, pero ahora no sirven; a mí al menos no me sirve esa «subjetividad literaria». Encontrarse a sí mismo es otra de esas fatales trampas de las que hay que huir.
—En el prólogo a tu primer libro se citaba una frase de Leopoldo María Panero, que venía a decir algo así como que no estaba dispuesto a abandonar su paranoia y que, en cambio, vería con buenos ojos que los demás ingresaran en ella. ¿Qué opinas al respecto?
—Bueno, puedo hablarse de paranoia cuando uno se cree observado y perseguido sin estarlo. Pero los «universbales», es decir las gentes que yo describo en la novela, están efectivamente vigilados, perseguidos. luego se trata de una mera constatación de la realidad y no de una paranoia,
— En las diversas descripciones de la personalidad de «Rey Lagarto» y de «Sirena Infrarroja» pareces apuntar la posibilidad más alta. Ellos parecen ser los únicos en vivir su propia vida los únicos que quedan, verdaderamente ni margen —siquiera en sus «paraísos artificiales»—, los únicos que se despreocupan del trabajo de transgredir, interferir y atacar al «Centro de Implosión-Aspersión». ¿Quiere esto decir que en la huida ves la única alternativa?
—A mí me parece que el auténtico héroe es «General Volador»: es quien toma las decisiones, el que levanta acta de lo que está ocurriendo, al tiempo que dirige el juego y, por fin, es el que dice las últimas palabras del libro. Cuál sea la posibilidad más alta no lo tengo claro. Ya he dicho que esas energías, o figuras con nombre, responden a los contradictorios movimientos de mi intimidad: a veces, me parece que las luchas o interferencias contra el «Centro de Control» son satisfactorias y entonces me siento «metalpesado» o «manflorita»; en otras ocasiones, de mi vida, y supongo que como otros muchos, estoy deprimido, quiero salirme del circulo y, como «Rey Lagarto», opte por los soluciones opiáceas. Ya Freud decía que la vida no se puede soportar sin algo de sublimación. Pues bien, que cada cual sublime como le da la gana mediante la heroína o la televisión.
—Abundantes citas (de Mao, Trotsky, autores budistas, Marlon Brando, etcétera), consideraciones acerca del libro que estás escribiendo, guiños al lector y otros mecanismos humorísticos parecen estar utilizados con la intención de provocar un distanciamiento. ¿Ha sido esa tu intención?
—En las citas hay un cierto sentido sarcástico y, por lo general. Las técnicas que señalas son bromas v mecanismos distanciadores. Me parece que una de las posturas para no agobiarse es el cinismo. Pero, además. las citas, sobre todo las de Mao y otras de corte político, son puyazos dirigidos contra mi propio «back-ground»; también eso es mi historia. Por cierto, que estas formas de distanciamiento humorístico a mí me parecen lo más positivo del libro: hay que seguir adelante paso lo que pase y hay que acordarse de que también lo pasamos bien a veces.
—Si te parece, vamos a hablar un poco de tu fórmula literaria, uno de tus temas más obsesivos es el del lenguaje. Diríamos que la oposición fundamental que enfrenta a las huestes del «Centro de Implosión-Aspersión» y al clan de los marginados estriba en la imaginación lingüística, en la libertad, en la fabulación de los mensajes comunicativos ¿Hasta qué punto es éste un asunto crucial del libro?
—No sé, de alguna manera esa dicotomía se plantea no sólo a nivel argumental, sino en la propia estructura de la novela, yo veo el libro como una «máquina productora de efectos», y escribo a borbotones, suerte de interrupciones que nacen en «espacios intermedios» y que espero que descoloquen al lector, impidiéndole seguir él hilo tradicional de la costumbre lectora, Por otro lado soy de los que pienso que a fines del siglo XX no se puede inventar nada, no se puede decir nada totalmente nuevo. Sólo se pueden hacer «collages» de las visiones y lecturas de cada uno y eso es lo que he hecho a lo largo de toda mi obra, que me parece más propia de un lector que escriba que de mi escritor que quisiera contar cosas nuevas. Creo que lo importante de la literatura es que sea capaz de provocar chispazos, de establecer relaciones entre asuntos que permanecían aislados y que, a la vez, lance llamadas de aviso acerca de lo que está pasando.
—¿Puedes hablarme de tu sistema de trabajo?
—Pienso como Flaubert: «que la inspiración te sorprenda trabajando». Escribo mucho, soy grafómano. De alguna de mis novelas he escrito hasta 500 páginas, para que luego quedarán 170 válidas. Una de las cosas que más me apasiona es el experimentalismo literario. Y te lo digo porque aquí, ahora, la crítica apenas valora estas tendencias, que suelen ser consideradas como mero síntoma de que se ha perdido el arte de narrar. Bueno, pues no estoy de acuerdo: hay gente joven que está buscando y qué está escribiendo relatos apasionantes con claves fictocientíficas. Hace poco, unos críticos norteamericanos se interesaron por esto movimiento de «nova expressión» —se le ha llamada así en recuerdo de Burroughs, naturalmente.
—Ya que volvemos a tocar el tema de la ciencia ficción, y para terminar, ¿qué te parece la evolución del género y cuáles son tus autores preferidos?
—En un estudio titulado «Ficción especulativa y realismo psiquedélico» sostuve la tesis de que el realismo de los años setenta está expresada, como en ninguna parte, en algunos relatos de ficción científica especulativa. Algunos autores como Philip K. Dick se han atrevido a reconocer que el ácido lisérgico supuso una revolución copernicana en su obra. También mi estilo cambió a partir de ciertas experiencias con el LSD, alrededor de 1965. Esto no quiere decir que me dediqué a narrar mis viajes, ni que crea que para escribir sea necesario viajar. Cada cual tiene sus fórmulas. En cuanto a mis autores predilectos te citaré a Norman Spinrad, el «Ubik». de Philip K. Dick y, recientemente, me ha interesado mucho el «Empotrados», de Ian Watson.
J. A. Ugalde, Pueblo Literario, 28 de junio de 1978.

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