JULIÁN MARÍAS, MAESTRO DE LA
IMAGINACIÓN
por
JOSÉ M.ª ESPINÁS
AL
entrar Julián Marías en el vestíbulo del Ritz, brilló el flash de los
fotógrafos. Por una vez no trataba de un artista de cine, sino de un filósofo.
En
«Conferencia
Club» Julián Marías ha pronunciado sus
primeras palabras para los barceloneses. Y ya no le han dejado callar. Porque el
joven filósofo ha ocupado sucesiva y apresuradamente diversas tarimas de la
ciudad, y aun entre conferencia y conferencia se ha visto obligado a resistir
el acoso privado. Este acoso privado le pedía a veces algo tan desatinado como
que resumiera en una frase lo que había escrito en un libro de centenares de
páginas. Marías es un hombre de una gran paciencia pero yo me he propuesto pedirle
síntesis ni resúmenes. Un atleta puede definirse diciendo que ha corrido los
cien metros en once segundos. Pero, ¿cómo medir en una frase, en una
entrevista, la dimensión de un filósofo? Podemos aspirar, eso sí, a que el
filósofo nos hable y quede algo de él en nosotros.
—El
profesor de filosofía, ¿cómo influye en sus alumnos?
—Ya
sabe usted que no se enseña filosofía, sino a filosofar. Pues bien, el profesor
debe proporcionar al alumno un punto de vista desde el cual pueda ver perfectamente
lo que tiene ante sí. Algo parecido a abrirle una ventana e invitarle a mirar.
Podríamos decir que el maestro influye por contagio. Yo tuve la enorme suerte
de tener como maestros a los primeros filósofos de España, entre ellos a Ortega
y a Zubiri. Esto me ha ahorrado muchos años de esfuerzo.
—¿Cuál
es su opinión sobre la filosofía en España?
—En
España los filósofos son pocos pero buenos, no lo dude usted. Que sean pocos no
debe extrañarnos puesto que en todas partes y en todas las épocas los filósofos
han sido figuras escasas. Ahora bien, lo cierto es que España produce filósofos
de extraordinaria importancia. ¿Acaso hay alguien como Ortega? Quizá lo que
falta en nuestro país es espíritu de equipo, tan típico en otros países. Pero
los temas que preocupan actualmente a la filosofía son los mismos en todo el mundo,
quizá porque se ha penetrado, hasta el fondo de los problemas, y allí nos
encontramos todos.
—El
filósofo ¿nace o se hace?
Julián
Marías no se deja arrastrar por planteamientos equívocos. Busca rápidamente las
palabras adecuadas:
—Yo
diría que a la filosofía se acude por vocación. Como a todas las actividades
humanas. Los animales consumen su vida sometiéndose a sus instintos, es decir
se les ha impuesto el argumento de su existencia. Los hombres, antes de vivir,
podemos y debemos imaginar nuestra vida. No sólo realizamos nuestro plan, sino
que antes lo inventamos Esta invención previa. este impulsa es lo que llamamos
vocación. La imaginación, pues, desempeña en cada momento de la vida del hombre
un papel fundamental, y de ahí que se haya considerado la vida como una «tarea poética».
—Parece
ser que no cree usted demasiado en la tan comentada angustia de nuestra época.
—Yo
creo que se ha exagerado mucho en este aspecto. La angustia la exponía
Heidegger sólo como un ejemplo, y si ha tenido tanta aceptación será quizá
porque todo lo patético gusta.
Marías
sonríe y acaricia el estuche de su moderna máquina fotográfica. Me parece un
hombre optimista, y le pregunto:
—¿Existe
una filosofía pesimista y una filosofía optimista?
—Mire
usted: hay hombres pesimistas y hombres optimistas. Al examinar la realidad se
advierte que hay en ella aspectos negativos, pero también que en su conjunto
posee una gran riqueza. Cada hombre filará su posición según su peculiar modo
de ser.
Mira
a través del ventanal del café y exclama sin transición: «—¡Oh,
un tranvía de dos pisos! Son típicos de Barcelona; en Madrid no ha habido nunca
tranvías de esta clase»
Y
vuelve sus ojos hacia mí, insinuando amablemente «¿Decía
usted?»
—En
su primera conferencia hizo notar que había aumentado el repertorio de
actividades comunes al hombre y a la mujer
—Si;
desde luego.
—¿Cómo
valora usted este hecho?
—Ah,
pues me parece bien. Tenga en cuenta que la gente incurre en cierta confusión al
considerar este fenómeno. Se suele decir que el realizar actos que basta hoy correspondían
exclusivamente al hombre, la mujer se masculiniza. Yo creo que en realidad la
mujer se humaniza, puesto que se enriquece con aquellas actitudes que no son
especificas del hombre, sino comunes a los dos sexos, es decir, humanas.
Sobre
el problema de la obsesión sexual ha expuesto el doctor Julián Marías unas
opiniones interesantísimas en «Conferencia Club». Nunca se ha hablado tanto del
sexo como ahora, ha dicho, y sin embargo cree que en nuestra época lo sexual se
siente con menor fuerza que en otras. Esta insistencia literaria y morbosa
sobre el tema responde, en opinión de Marías, al hecho de que el hombre de hoy
siente precisamente difuminarse la clara condición sexual en que ha estado
sólidamente instalado durante siglos.
—Profesor:
usted que reivindica el papel de la imaginación en la vida del hombre. ¿qué
puede decirnos del arte actual?
—Todo
lo que está en un cuadro es, naturalmente, imaginario. Ahora bien, admitido
esto, me parece que los pintores que huyen de la realidad en sus obras revelan
una absoluta falta de imaginación Son incapaces de añadir algo propio a la
realidad Tengo, en cambio, a grandes pintores a Picasso, a Matisse, a Renault,
poderosos imaginativos que han sabido crear «otra realidad». ¿Qué duda cabe de que la manzana de Cézanne es más
manzana que una cualquiera del mercado?
A
través del ventanal del café vemos la gente que pasa por la calle. Me doy
cuenta de que el filósofo no es hoy un hombre aislado; en los ojos de Marías hay
una vigilante y apasionada atención por cuanto sucede a su alrededor. Para
saber si el interés es reciproco, pregunto:
—¿Cómo
acoge el público los libros de filosofía?
—Se
venden extraordinariamente bien. De mi «Historia
de la Filosofía» se han hecho ya siete ediciones. De América me anuncian
que la primera edición de otra obra constará de siete mil ejemplares. La
experiencia me dice que en España hay una afición por la filosofía desconocida
en otras naciones. He dado un curso, en Madrid con doscientos oyentes que, fíjese
bien pagaban su matrícula. Ortega llegó a tener mil trescientos en 1949.
Recuerdo
también el extraordinario éxito del «Diccionario de la
Filosofía», de Ferrater Mora para quien
Julián Marías tiene palabras de admiración y amistad. «Nos conocimos en
París, luego nos encontramos en los Estados Unidos Por fin — sonríe — hemos coincidido en España». Aludo a las generaciones, y Marías expone:
—Cada
quince años, aproximadamente aparece lo que llamamos una nueva generación,
debido a que con esta periodicidad se producen ciertas modificaciones en la
situación del mundo. Me he entretenido mucho en este problema. Después de la
llamada generación del 98 viene la de Ortega, Ors, Juan Ramón Jiménez, Marañón,
Miró, nacido en 1883. La siguiente está integrada por Zubiri (1898), Lorca (1899) y otras figuras hasta Laín, que
la cierra en 1908. quince años después. Me parece evidente que Guillermo
Diaz-Plaja, nacido en 1909 pertenece ya a una generación posterior. Junto a él,
Cela, Tovar, Rosales, yo mismo y cuantos nacen hasta 1924. De hecho pues, hay
siempre tres generaciones activas. De todos modos, la creciente longevidad de
la vida humana acabará modificando esta norma, ya dilatando los periodos en que
se fragua una generación ya dando entrada a una generación cuarta en el juego
de cada momento histórico
Queda
un minuto de charla. Y lo pido para la poesía, que preocupa a Julián Marías y
de la que habla con ironía evidente:
—Sí
la poesía actual me tiene intranquilo. Sobre todo esta poesía social, en la que
el poeta habla del duro trabajo de las minas sin haber visto nunca ninguna A los
mineros no les interesa en absoluto. A los mineros se les puede ayudar de
cualquier manera mucho más eficaz, y en todo raso yo creo que lo que verdaderamente
ayudará a mejorar a los mineros será que algún poeta de verdad les hable del
amor y de los temas de siempre, de modo que sepa interesarles y emocionarles,
como ocurrió con Rubén Darío, con Bécquer y, aunque no nos guste, con Campoamor.
Lo otro me parece que no es poesía, e incluso algo peligroso Y donde digo
mineros…
La
mañana es radiante. El sol calienta todavía en este noviembre. Julián Marías se
va hacia la Universidad. donde le espera el doctor Pericot para acompañarle por
el barrio gótico. En la mano lleva la máquina para hacer fotografías en color.
«Me
aficioné a esto en América», explica.
Marías
es sin duda una de las inteligencias más lúcidas y comprensivas del país. Pero,
además, produce la impresión de ser, como hombre, curioso, alegre y cordial, el
hombre que ha imaginado para sí mismo una vida completísima y la está
realizando.
Destino,
Año XVIII, Núm. 904 (4 dic. 1954), p. 29
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