viernes, 24 de agosto de 2018

Entrevista a Juan Perucho (ABC Cultural, 10 de noviembre de 1995)


JUAN PERUCHO: «El PÚBLICO HA DESBARATADO EL ARTE»
No es posible embotellar en una entrevista los mundos prodigiosos de Juan Perucho. Perucho es un raro. Se escapa con el primer fantasma que pasa. Se pierde por los siglos de los siglos de sus incunables. Se relame como un niño con «esas patatitas recién cogidas del huerto con un chorrito de aceite de oliva».
Descubre en los baúles cadáveres exquisitos. Es poeta. Escribe historias inverosímiles. Su mirada sobre el arte sobrecoge. Luego está el énfasis, el entusiasmo y el asombro con los que habla de sus pasiones, y el sosiego de sus melancolías.
Juan Perucho publica estos días «Presencias secretas. Historia gráfica de lo invisible», y al mismo tiempo ve reconocida, hoy mismo, su trayectoria de escritor disparatado y culto. De ejemplar libre único que afirma, por ejemplo, que descubrió a Tápies en el levantamiento de un cadáver o que antes, en arte, el público no existía. Son las historias naturales de Perucho, que esta semana ha cumplido setenta y cinco años.
HUBO siempre dos peruchos en Perucho. Dos peruchos radicalmente distintos: estudiaba Derecho para agradar a su padre mientras escribía versos. Ejercía de abogado sin vocación mientras ganaba el Premio de poesía Ciudad de Barcelona Vivió durante un tiempo pendiente de la ley Hipotecaria, aborreciéndola. mientras se ensimismaba entre fantasmas y artilugios mecánicos.
Juan Perucho ha sido juez cuarenta y cuatro años, siempre en pequeños pueblos catalanes, y escuchándole y leyéndole, la verdad es que nadie lo diría. Lo fue, en parte, por consejo de don Eugenio d’Ors. «No sé si le gustara esto que le voy a decir», me dice que le dijo, «pero para hacer esta literatura que usted hace es necesario que tenga un segundo oficio». Vio d'Ors claramente, añade ahora Perucho, que nunca iba a poder vivir de la literatura, y acertó. «Me hice juez y gracias a esto he tenido libertad. Libertad para escribir lo que me daba la gana. He sido todo el tiempo el dueño de mí mismo». Y asesta. «Soy mucho más humano que un juez. El juez tiene que ser equitativo La equidad es fundamental, cosa que está casi olvidada».
Salvado por las lecturas
(No cree, por cierto, Perucho en los jurados, quizá por deformación profesional y, seguro, por su certeza de que siempre será mejor que juzguen tos jueces asistidos por la virtud de la equidad).
Así que, por la mañana, en el juzgado y por la tarde... ¿cómo se salta desde el juzgado, o el casino, de Gandesa a Lovecraft?
-Por las lecturas a mí me han salvado las lecturas. Mi literatura nunca ha salido de la vida. Sale de las lecturas. Por eso dicen que mi literatura es culturalista Efectivamente lo es. En uno de sus cuentos dice Azorín que le más misterioso de Ja vida es la realidad de la que formarnos parte. Bueno, pues a mí lo que me interesa es saber qué hay detrás de esa realidad. qué hay detrás de los espejos. A mí me impulsa lo maravilloso, lo misterioso, lo fantástico, las cosas imposibles busco la verdad revelada, las verdades inducidas por la razón no me interesan.
-Los racionalistas rara vez ven fantasmas, ¿no?
-Nunca, no los ven nunca. Es cuestión de causa-efecto. Hay que estar predispuesto. Las normas, las convenciones, los hombres sujetos a reglas... no me dicen nada literariamente. ¿Para qué voy a contar yo la historia de Pepito que se enamora de Pepita y se quieren mucho y ahorran para comprarse un piso en Tarrasa, si esto sucede todos los días a todo el mundo? Yo busco los personajes ingrávidos, que rompen moldes, que hablan de cosas maravillosas en cien idiomas. que vienen del más allá...
-Pero supongo que la historia de Pepita se puede contar de muy diversas formas...
-Pues que las cuenten otros. A mí Pepita no me interesa cuando me pongo a escribir.
Para apuntalar sus razones. Perucho recurre a Platón que también habló lo suyo de fantasmas, a San Pablo, a Juan Ramón. Todo menos quedarse en lo cotidiano, lo chato, lo obvio. Perucho nació en una biblioteca que ahora tiene treinta mil volúmenes. Es hijo de un comerciante catalán y de una castellana y creció en un ambiente bilingüe y convencional, nada propicio para que naciera en él su pasión por la literatura fantástica poblada de monstruos, fantasmas e ingenios mecánicos con vida propia. Muy pronto, sintiéndose ya poeta -«no soy más que eso, un poeta»— Perucho hace toda una reflexión filosófica sobre los monstruos. Desde entonces hay dos peruchos en Perucho que conviven como un matrimonio estable y asombrosamente bien avenido. Una vida muy normalita. muy ordenada, muy conservadora, y una literatura disparatada y prodigiosa.
-Hábleme de esas primeras lecturas, tan decisivas
-Desde el principio simultaneé clásicos con modernos. Heródoto y Píndaro con, por ejemplo, las revistas francesas más vanguardistas. Sentía una curiosidad enorme por todo lo nuevo. La del surrealismo, de la mano de aquella fantástica antología de Gerardo Diego, fue la primera puerta que abrí y. de ahí, salí disparado a Eluard, Bretón... Era una máquina devoradora de toda letra impresa. Luego, poco tiempo después, paseando por París di con un libro de Lovecraft. «El color caído del cielo», traducido, me acuerdo, por un hijo de François Mauriac, que me fascinó. Ha sido una de las lecturas más maravillosas de mi vida, por ella entró en el mundo onírico. Lovecraft pudiera parecer un escritor barato, facilón. . peto no. Era un hombre que no vivía en la realidad, y eso me fascinaba.
Literatura escapista
-No le gusta que le comparen con Tolkien, verdad?
-No. no me gusta. Tolkien es demasiado un autor de dibujos animados. Me interesa muy poco.
-¿Y con Cunqueiro?
-Sí, me siento más próximo al mágico Cunqueiro, aunque sé que nunca llegaré a escribir como él. Nuestros mundos, de todos modos, no son los mismos. Yo soy mediterráneo y él céltico, sus sueños son más brumosos y desdibujados que los míos. Mi misterio es más corpóreo.
Los temas de Perucho han resultado ser, con los años, los temas de muchos escritores europeos de vanguardia. Pero nacieron en los años cuarenta y cincuenta en Barcelona, cuando la llamada literatura social se enseñoreaba de la mayor parte de las cuartillas de los escritores de entonces.
-Entonces, efectivamente, imperaba la literatura de combate, que a mí me ha aburrido siempre. También aburrían a los demás mis fantasmas y mis historias fantásticas, no creas. No me leía nadie. Es más. me acusaban de hacer una literatura escapista. Y tal vez. Pero yo creo que toda literatura es escapista. Toda gran literatura. El caso es que estábamos arrinconados. ¿Quiénes? Pues Luján, Néstor Luján. por ejemplo, y yo. y otros muchos escritores entonces jóvenes que comenzamos a escribir en «Alerta». Nunca nos consideramos diletantes, sino auténticos trabajadores. Todos los días escribíamos, paso a paso, nada espectacularmente, pero sin desmayo. Siempre supimos que no iba a tener gran resonancia lo que escribiéramos, estábamos bien seguros de que seguiríamos en la sombra por los siglos de los siglos, o, al menos, hasta esta edad bíblica que ya tengo...
Español siendo catalán
Hace dos años Juan Perucho escribió sus memorias, que tituló «Los jardines de la melancolía» y que para sus más fieles resultaron decepcionantes. Decepcionantes por cortas y estrechas, por no contener ni mucho menos el caldo peculiar y prodigioso que empapa y destila su mundo. Perucho dice que, efectivamente, apenas habla de él porque son memorias intelectuales. «Y por pudor, claro». En «Los jardines...» se detiene Perucho en su infancia, en su familia, en su formación, en esa manera suya de ser esparto) que es siendo catalán, de viajes, de autómatas, de gastronomía, bibliofilia... Y de tos otros. Ni un retazo de su formación jurídica, ni un sentimiento, apenas alguna creencia... «Al final, dice, destilan desencanto, porque el tiempo ha ido ensuciando y marchitando todos los valores en los que creíamos».
-Esa mirada trascendente, incluso religiosa, sigue presente en casi toda su obra, ¿no?
-Nunca he abandonado el sentido de la sacralidad de la vida. Siempre he tenido instinto religioso. Me he distanciado muchas veces, pero siempre vuelvo. Después de tanto leer, he sabido que lo más importante del mundo es la bondad. Hay que ser bueno. Luego, la belleza, que también es buena, y lo último, es decir, lo tercero, la inteligencia. Pero la inteligencia puede ser diabólica. Ahora lo que más me emociona es la lectura de los primitivos religiosos: San Procopio, San Macario... Te voy a contar una historia bellísima de San Macario…
Navega Perucho entusiasmado por las historias más viejas e inverosímiles que uno puede imaginar. Son historias que solo conoce él, rarísimas, que le hacen subir y bajar de la butaca impetuosamente, correr a la biblioteca, acertar con el libro exacto y regodearse en el asombro que produce a su interlocutor el relato. Pero no hace falta llegar hasta los primitivos religiosos. Juan Perucho es crítico de arte desde hace cuarenta artos. Sus opiniones y descubrimientos en la revista Destino han hecho escuela: Gaudí, Ponç, Cuixart. Tápies... Sabe mucho de arte, porque ha visto mucho, porque siempre le ha interesado lo visual, le ha intrigado lo que no entendía. ha buscado el secreto y el porqué de cada trazo. Habla Perucho de arte y comienza por la superficie de las cosas, pero luego baja y baja tanto, que sobrecoge.
-Desde que era chico compraba revistas de arte para saber, para entender. Me las traían de Francia, de Inglaterra, estudiaba, leía... hasta que paulatinamente me fui adentrando al otro lado del espejo e instalándome en la esencia.
-En la esencia del arte abstracto
-Sí. La esencia de la abstracción es, a mi modo de ver, la renuncia de lo aparente para ir a la interioridad de las cosas, a sus esquemas, a la esencia geométrica de la realidad, a lo permanente. Cada tiempo tiene su arte, desde luego, pero yo siempre he admirado más el arte del pasado. El arte moderno no busca la belleza. busca el carácter, la expresión y no es, en contra de lo que yo creía en un principio, imperecedero. Muchas obras de arte modernas no van a resistir ese implacable cedazo que es el tiempo.
-Usted fue el descubridor de Tápies, su gran valedor durante años
-Descubrí a Tápies haciendo una exhumación de cadáveres.
-¿...?
-Si, en mis tiempos de juez tenía que presenciar junto al forense el levantamiento de cadáveres y un día me dí cuenta de que la tapa de la caja que salía era un Tápies. Una tapa desconectada de la realidad de la muerte con unos bermellones rarísimos como sartales de zarpa que han arañado la superficie, una tapa castigada por el tiempo de la que penden unas cenefas... una tapa que, en definitiva, si la cuelgas de la pared es un Tápies.
-Que no te sorprenda tanto lo que te digo, continúa Perucho, porque Tápies descubrió el misterio de la muerte a través de la materia degradada. Puede ser un féretro. una pared castigada por la lluvia o un cubo de materiales de desecho. Tápies ha sido el primer pintor que ha hecho de la materia degradada una obra de arte.
Un arte demasiado fácil
-¿Qué dice Tapies de esta teoría?
-La rechaza un poco, claro. Le cuesta creerme. Pero para mí es la verdad. Es mi revelación de la obra de Tápies.
Perucho fue también el descubridor del arte más joven de los años de posguerra, se ha interesado por el cómic, ha escrito de cartelismo, de técnicas de reproducción masiva, de las tendencias más vanguardistas. Pero ahora cree que el arte ha tomado el sendero de la facilidad y que eso es malo.
-El arte de hoy es demasiado fácil. Gran parte del arte que se hace ahora es pura gratuidad, es un producto que no es humano, en el que además se ha impuesto el criterio de la mayoría. Ahora todo se hace en función de la masa, lo mismo en arte que en literatura. Y antes el público no existía. El gran público ha desbaratado la función del arte y de la literatura. Y el comercio los ha herido de muerte. Ya sé que esto no lo debiera decir, pero es la verdad. Y la crítica se limita a hacer elucubraciones con un lenguaje expresivo profesional. Pero no hay un «quid divinum». Sin misterio no hay gran arte. Por eso los mejores críticos de arte son los poetas. Desde Baudelaire a Juan Manuel Bonet. Son los poetas los que mejor captan la verdad revelada en el arte, los que intuyen, que es lo más que se puede hacer. El gran arte no se puede explicar.
Blanca BERASÁTEGUI, ABC Cultural, 10 de noviembre de 1995, pp.16 y 18

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