«HE
ESTADO, ESTOY Y ESTARÉ CONTRA LA DICTADURA DEL PARTIDO Y CONTRA EL BRUTAL
RÉGIMEN POLICÍACO»
[Alexander
Dubček ha sido el hombre que se entregó a un esfuerzo admirable y heroico, pero
imposible: humanizar y liberalizar el comunismo. Vano intento. El comunismo es
dictadura y opresión o no es comunismo. Un país no puede ser a la vez comunista
y libre. La inmensa mayoría de los checos y eslovacos, que no son comunistas y
que anhelan como todos los hombres la libertad, vieron en Dubček la posibilidad
de independizarse de la tutela de Moscú y de construir en el "futuro un
sistema de libre convivencia". Por eso le apoyaron con fervor. No aplaudían, en
realidad, al líder comunista reformador, sino a una posibilidad de libertad en
el futuro. Pero «la primavera de Praga» fue ahogada a sangre y fuego por los
carros de combate de Rusia, que mostraba así, una vez más, su verdadera faz
imperialista. Dubček, en fin, ha hecho sus primeras declaraciones a la Prensa
occidental desde los trágicos sucesos del verano de 1968 y antes de la reciente
crisis. En rigurosa exclusiva nacional ofrecemos a las lectores del dominical
ABC este interesante y humanísimo documento periodístico. (ABC)]
ESTAMOS
sentados en el despacho de Alexander Dubček, cerca de la Torre de San Enrique,
en Praga. A solas, si se exceptúa, el intérprete que he llevado conmigo. Dubček
no había concedido nunca antes una entrevista a un periodista occidental, ni
durante los ocho meses de 1968, cuándo se desembarazó los veinte años de
opresión estalinista y conmovió al mundo, ni después de la invasión por las
naciones miembros del Pacto de Varsovia aquel mes de agosto, cuando discutió
desesperádamente para preservar lo que había logrado con su revolución.
Ahora,
derrocado del poder, sigue siendo el símbolo de la libertad y esperanza del
pueblo, con algo de santo y de profeta. Aun los que denuncian sus
equivocaciones reconocen en él una honradez, un valor, una sencillez y sobre
todo, una buena voluntad fundamentales.
Dubček
es discreto y sorpréndentemente elegante. Lleva una camisa de seda blanca, una
corbata negra y un traje negro bien hecho. Un secretario ofrece café y coñac en
tres copas francesas. El teléfono suena varias veces; a cada una de ellas Dubček
se levanta, va hasta él, responde con brevedad y vuelve. Nuestra entrevista
duró tres horas.
El
presidente de la Asamblea Federal, que ha sido reemplazado como secretarlo del
partido por Gustáv Husák, responde sin vacilar a la mayoría de mis preguntas.
Habla con rapidez, vibrántemente, saltando de una idea a otra. No es un hombre
roto. Pero se tiene la sensación de que en esta cara vulnerable, con sus
pesados párpados, sus ojos de color azul claro, su sonrisa de fauno, todo
refleja ambigüedad. Parece bien disciplinado, pero lleno de sentido común;
controlado, pero sentimental; hambriento de contacto humano, pero arrinconado
por la prudencia; idealista por naturaleza, pero precavido a través de la
experiencia.
—Dicen
que se halla usted gravemente enfermo, que sufre usted de diabetes.
—¿Yo?
¿Enfermo? Gozo de excelente salud. Cuando abandoné mí puesto de secretario del
partido me dijeron: “Tómese dos meses de vacaciones: se las merece.” Me quedé
en casa el sábado y el domingo. El lunes estaba en la Asamblea Federal. No sé
cómo descansar. Estos últimos años quise hacer muchas cosas; por ejemplo,
aprender idiomas. Empecé el inglés, pero tuve que dejarlo. Mi existencia la he
dedicado siempre a una idea: que mi partido cumpla la misión de la que es
responsable en esta nación. Era en eso en lo que yo pensaba cuando fui herido
en la guerra, cuando empecé a trabajar para el partido, cuando febrilmente
trazamos nuestro programa de acción el año pasado; y ahora, al presidir la
Asamblea Federal, es la única estrella que me guía. ¿Si todo empezase otra vez?
¡Ah! sí, lo haría de nuevo.
Dubček
es un comunista de segunda generación. A la edad en que nacen las ideas él
estaba en Asia Central leyendo a Marx.
—Mi
padre conoció a mi madre en Chicago. Él era un inmigrante, un ebanista en los
Estados Unidos; ella era una doncella. Ambos eran comunistas militantes de la
primera hora. Después de volver de los Estados Unidos, mi padre nos llevó a
Rusia para vivir en una cooperativa socialista... Allí, con comunistas de todos
los países, pasé mi niñez y mi juventud. Sí, aquellos años tuvieron una enorme
importancia para mí...
—Señor
Dubček, usted es un “aparatchik” el producto puro del partido. Desde que los
comunistas se hicieron con el poder en Praga en 1948, usted ha hecho campaña y
ha trabajado para el partido; fue ascendiendo, calladamente, primero en la
ciudad de Trenčín, luego en Bratislava, después en Praga. Usted no protestó contra
los abusos, los horrores del sistema, los juicios políticos de los años
cincuenta cuando varios de sus amigos fueron implicados, arrestados y
ejecutados.
—Eso
no es exacto. Por supuesto, yo trabajé en el partido. En el partido yo mi
sentía como en mi casa; tenía a mis amigos allí. Pero usted debe comprender mi
actitud como un comunista. Yo era muy joven. Pertenecía a una organización
regional. No era fácil resistir la presión de la Jefatura Central del partido.
Teníamos la sensación de que todo se nos ocultaba. En los años cincuenta yo
creí que los condenados eran culpables, que existían pruebas de su
culpabilidad. Después empecé a sospechar algo. Por eso nunca hablé de aquellos
juicios ni los defendí. En mil novecientos cincuenta tres, como diputado de la
Asamblea, pronuncié el discurso principal en el entierro del camarada (Karol) Šmidke,
que había sido jefe del partido comunista eslovaco y presidente del Consejo
Nación Eslovaco. Había sido muy criticado. Yo había lo conocido personalmente y
sabía que era un hombre de experiencia dedicado su partido. De pronto fue
depuesto, del mismo modo que fue condenado el camarada Husák en aquella época.
No lo digo por alarde, pero creo que supone cierto valor decir en aquella época
la verdad acerca del camarada Šmidke.
CONTRA LA DICTADURA DEL
PARTIDO Y CONTRA EL RÉGIMEN POLICÍACO
DUBČEK
se opuso relativamente pronto al estalinismo. El funcionario modelo fue
degradado y enviado a Eslovaquia en 1962.
¿Fue
entonces, señor Dubček, cuando decidió usted secretamente terminar con la
dictadura y con el régimen policiaco y derrocar la burocracia de Novotný?
—Es
difícil precisarlo. No he pensado nunca en eso. Los intereses del partido y del
país han sido dañados de un modo considerable. El partido no tuvo éxito cuando
trató de eliminar errores, de superar su aislamiento, de realizar una política
económica eficaz. Durante años supimos que algo iba mal. Los checos son una
gente maravillosa, educada, inteligente. Suponen un potencial excepcional de
sabiduría, experiencia y sentido común. Queremos poner a esta gente en
movimiento. Considero que los comunistas que ocupan los puestos clave están en
ellos para servir al pueblo. Cuando fui elegido primer secretario, el cinco de
enero de mil novecientos sesenta y ocho...
—¿Qué
dijeron su mujer y sus hijos aquella noche, señor Dubček, cuando anunció usted
que había sido elegido unánimemente?
—Lloraron,
y no de alegría. Mi mujer ha sido miembro del partido durante mucho tiempo.
Ella vivió la guerra. Quizá un cambio. “Pero, ¿en qué dirección? —preguntaba— sabía
lo que me esperaba. En cuanto a mí, hubiese preferido ser segundo secretario.
Me gusta mi trabajo; pero no me gusta sentarme en un trono. Finalmente, acepté
porque las discusiones se eternizaron. Luego, cuando me dijeron: “camarada Dubček,
acabamos de hacer una película de usted para la televisión. Venga a verla por
si hay que corregir algo...”, yo no fui. Les dije: “hagan los que quieran; no
me gustan los focos.”
—Pero,
¿no le había conmovido ver a los obreros dejarlo todo para seguirle, incluso
aceptando la idea de trabajar gratis durante los fines de semana? ¿Ver a la
gente mayor entregar su oro y sus joyas al Fondo de la República? ¿Ver a las
mujeres y a las muchachas esperándole con flores a la puerta del Comité
Central, donde nadie había esperado antes? ¿No era feliz viendo cuánto le
quería el pueblo?
—Si
yo no hubiese tenido la sensación de que el pueblo me amaba, no hubiese sido
capaz de realizar mi trabajo. Pero la gente me concedió su confianza sólo gradualmente.
En enero (de mil novecientos sesenta y ocho) muchas de mis llamadas no
encontraron eco. Si el pueblo me hubiese escuchado antes, hubiéramos podido avanzar
más rápidamente.
Dentro
del partido no todos estaban de acuerdo con las conclusiones de la sesión
plenaria de enero; esto originó dificultades. Entre el pueblo existía una
ingenua oposición a la manera de pensar del Comité Central. No se pusieron de mi
parte de un modo automático. Esperaban hechos. Sabían que habría un cambio.
“Pero, ¿en qué dirección?—preguntaba la gente—. ¿No habremos cambiado solamente
de líder?” Existía una justificada cautela, en espera de lo que yo iba a hacer.
Mi primer contacto verdadero con el pueblo tuvo lugar en abril, cuando visité
muchas fábricas, sindicatos y asambleas para discutir el programa de acción,
para responder a las críticas, para aceptar y alentar la discusión. Yo no temía
a las objeciones políticas. Me hubiese gustado que en cada sitio alguien se
hubiese puesto de pie y me hubiera dicho: “Nosotros estamos en contra de su
postura- Defiéndase.” Yo me habría defendido. Creo en la persuasión. Todo se
habría podido resolver sin la milicia, sin la Policía y sin la fuerza.
MUEVE
sus manos fuertes, de uñas muy cortadas. Mientras habla da golpes a la mesa con
su dedo índice. Se da palmadas en la rodilla, cierra su puño.
—Amo
al pueblo. Siempre he estado en contacto con él: como cerrajero en las
fábricas; luego, como obrero metalúrgico en las fábricas Škoda. Más tarde, como
organizador regional, me mezclaba con la gente y hablaba con todo el mundo. Les
preguntaba qué cosas marchaban y qué cosas iban mal. Siempre me aceptaron.
Ningún hombre de Estado puede trabajar sin contar con la inteligencia de su
pueblo, al que no puede considerar como una masa servil que obedece mecánicamente.
Son necesarios los intercambios y las consultas.
No
se puede tener una filosofía política para uso particular. Esta es la
diferencia esencial entre los comunistas. Ciertas personas no siempre
comprenden que se debe tener una filosofía política para todos, tanto para los
miembros del partido como para la masa de no pertenecientes a él. El comunista
no debe vivir mejor que los demás. Es una persona que sirve al pueblo. A esto
le llamo socialismo con semblante humano. Nada más que subrayar el aspecto
humanitario, incluido Lenin. Esencialmente yo no cambié nada. Deseábamos
reformas económicas en todos los niveles. Queríamos descentralizar, restablecer
la competencia, pedirle consejo al consumidor, y luego establecer relaciones
humanas justas entre el partido, el Gobierno y la sociedad.
—Algunas
personas dan por supuesto que usted deseaba exportar su socialismo con
semblante humano, que usted era el profeta de una nueva religión.
LO QUE OCURRIÓ AQUÍ NO SE
PUEDE BORRAR
¡ESO
es falso! Nosotros no estábamos llevando a cabo un experimento válido para
otros países. Era un trabajo específicamente checo. Es trivial imaginar que yo
habría sido capaz de proponer nuestro sistema a otras naciones. Eso negaría las
cualidades específicas de nuestro pueblo. No creo que sea posible
trabajar lo mismo en un país que en otro. Nosotros quisimos desarrollar las ideas
fundamentales de mi discurso de octubre de mil novecientos sesenta y siete ante
el Comité Central. Estas se encuentran también en nuestro programa de acción
elaborado en abril de mil novecientos sesenta y ocho con la ayuda de los institutos,
los sindicatos y las academias. Es programa tiene fuerza todavía. La línea de
conducta política esencial no ha cambiado. ¿Por qué modificarlo? Lo que ocurrió
aquí no se puede borrar. No todo se desarrollará como deseábamos. Ahora trabajamos
con arreglo a otras circunstancias, Pero el progreso se despliega siempre en
espiral, y siempre hacia arriba; el desarrollo de una sociedad humana no puede
retroceder.
—Usted
es un demócrata, señor Dubček.
Él
me mira. Desaparece la sonrisa fauno, sus facciones se endurecen.
—Sí,
pero si me fuese preciso combatir a los enemigos del socialismo, los combatiría.
Pretenden que yo practicaba el antisovietismo. Al contrario, yo nunca he pensado
que mi política se pudiese desarrollar fuera de nuestras alianzas y amistad con
los amigos socialistas. Esto no son meras palabras. Yo he estado ligado siempre
a los partidos socialistas y a la Unión Soviética. He estado y estaré siempre
en contra de las manifestaciones antisoviéticas. Pero no existe ni una sola
razón para que no prosiga mi política.
—Señor
Dubček, usted conoce a los líderes socialistas y soviéticos desde hace largo
tiempo. Usted conoció a Brézhnev en la escuela del partido en Moscú. Su casa de
campo junto a la frontera húngara casi se toca con la de Kádár (jefe del
partido húngaro). Muchos de ustedes cazan juntos y se ven con frecuencia. ;Cómo
llegó usted a pensar que sus colegas aceptarían su política?
NO QUISE SER SOLO UN
SECRETARIO QUE CAMBIA DE SILLA
—¿QUE
podía haber hecho yo? ¿Ser sólo un secretario que cambia su silla? Tales
experimentos no se intentan debajo de la mesa. En una república se ven. Yo no
deseaba hacer nada contra la U. R. S. S. ni contra los países socialistas, sino
simplemente trabajar para los checos y los eslovacos.
—Pero
cuando ellos objetaron que iba a estallar la contrarrevolución, que el partido
y el Comité Central, con usted a la cabeza, iban a ser liquidados, que las
fuerzas antisocialistas estaban actuando contra el país...
—Nosotros
nos dábamos cuenta de la existencia de fuerzas antisocialistas. Siempre las
hubo, todavía las hay, ¿dónde no? Yo no me engaño a mí mismo. Veinte años es
muy poco tiempo para hacer de nadie un socialista convencido. Ciertas cosas son
discutibles, todo el mundo lo sabe. Pero la oposición no me ha asustado nunca.
Yo he vivido la guerra. No creo que mis rodillas temblasen si hubiese necesidad
de poner las cosas en orden. He visto mi propia sangre y la de otros; sé
también cómo no sonreír. En cuanto a lo que a las fuerzas antisocialistas se
refiere, yo quería, antes que nada, consolidar el papel rector del partido.
Estaba contra toda oposición al partido, contra la restauración del partido
socialdemócrata. Tenemos cinco partidos en el Frente Nacional, muchos sindicatos,
movimientos juveniles. Estos ofrecen espacio suficiente a los no comunistas
para que expresen sus ideas políticas. Sin embargo, ¿ha sido alguna vez más
grande la popularidad del partido comunista que el año pasado? El noventa por
ciento del pueblo se ha asociado a nuestro socialismo humano.
Había
lágrimas en sus ojos en este momento.
—Creo
en la fuerza del pueblo. En los países desarrollados como éste, el pueblo sabe
cómo pensar; ellos aceptan, en suma, los objetivos socialistas sobre la base de
su propia reflexión. La gente me dice: "Esa es una idea ingenua.” Pueden decirlo;
no me dejaron acabar. Pero no tiene nada de ingenuo contar con el apoyo sincero
de las masas. Desde agosto, el pueblo me ha criticado. Dicen que he cometido
algunas equivocaciones; que no he reflexionado bastante. Pero nadie se
levantará para atacar mi política del mes de enero. No sólo fue aceptada por
los comunistas, sino por todo el mundo. Por lo tanto no era ingenua, era
realista. Donde el socialismo está comprometido, al final, el pueblo debe
reinar.
—¿Llegó
usted a temer por su vida durante la noche del 20 de agosto, cuando fueron a
arrestarle al Comité Central?
—He
sido soldado. No temo por mi vida. Si uno teme por su vida, acaba por tener que
estar pensando constantemente en sí mismo y no en lo que uno tiene que hacer.
Las lágrimas asoman a mis ojos con facilidad. Pero en aquel momento, no; yo no
sentía ningún miedo, ninguna emoción. No soy de esa clase.
Pero
una semana más tarde, al regreso de Moscú, había llorado en la radio, leyendo
el mensaje que todos los checos oyeron, llorando a su vez. Hasta el último
minuto, Dubček no creyó en la intervención de las tropas soviéticas. La ilusión
era fuerte, porque la ilusión es la compañera del amor. Y Dubček amaba a los
rusos, amaba al socialismo y quería creer que su política acabaría haciendo
atractivo al socialismo, más atractivo que la fuerza que él rechaza.
Danielle Hunebelle, ABC,
3 de octubre de 1969, pp. 138-141 (“Dubcek Talks,” Look, 29 de julio de 1969, p.23.)
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