Es Palma una ciudad que
sin carecer de valores arquitectónicos adolece de afortunados monumentos. La parte
vieja de la ciudad posee una personalidad bien definida, los laberínticos
callejones con sus farolas de tenue luz ofrecen al paseante melancólicas
sensaciones. Los patios de San Jaime, siempre en penumbra, también tienen para
el palmesano el sabor típico de la ciudad que en otros tiempos fue recinto de
tranquilidad urbana. Desgraciadamente, la parte ornamental no está en
consonancia con estos valores arquitectónicos Algunos monumentos son verdaderos
atentados escultóricos y no responden ni de lejos a la significación profunda
que ha de tener todo monumento.
Un monumento no tiene por
qué ser realista, lo que si debe conseguir es una profundización en lo que
quiere rememorar. La calidad de una escultura Tendrá dada por la penetración
artística realizada en la personalidad del esculpido. Sólo son posibles dos
tipos de monumentos, los afortunados y los desafortunados. Estos últimos han
florecido en nuestro solar urbano siendo causa de ello un determinado
fertilizante que no viene a cuento analizar.
Palma que tiene joyas
arquitectónicas, no las tiene monumentales. Muchos bronces están mal
emplazados. No hay ninguno que esté en el lagar que le corresponde. Ninguno que
tenga una plaza de poesía.
Mallorca, que fue símbolo
de paz, no goza de ningún rincón monumental que haga recordar aquella época
dorada.
Cuando se ha erigido un
monumento nuevo, por ejemplo el de Ramón Llull, ha habido un total desacierto
en su ubicación y en el erector elegido. La elección del artista hubiera podido
ser democrática y no a dedo, como era propio de los tiempos triunfalistas. Este
monumento está hecho con total desconocimiento de la personalidad de Llull.
Un mínimo de
conocimientos hubiese llevado al escultor a crear otras formas. Lo mismo sucede
con el de Fray Junípero, que ha heredado las taras de los otros, no sé si será
debido a una paternidad común que los aqueja. Su figura es estereotipada, poco
original, y del lugar desdichado de su erección no hay porqué hablar ya que
habla por sí solo.
La observación de todos
estos monumentos, a raíz de una crítica televisada de los mismos, me ha llevado
a procurarme un guía critico de la ciudad y quien mejor escogido que Cristóbal
Serra, ese lapidador verbal de monumentos excesivamente pétreos y vulgares.
Cristóbal Serra fue
elegido cicerone de la ciudad para el programa “Tot Art". Hoy, para
nosotros, vuelve a recorrer la dudad en busca de monumentales desaguisados.
Ramón Llull, un poeta y
no un dómine aburrido y doctoral
Primeramente, negamos al
pie de Ramón Llull al que observamos con desolador silencio.
— ¿Qué opina Cristóbal Serra
de esta beatería rancia con que ha sido concebido este Ramón Llull?
—Es ya proverbial que
esta figura enhiesta nada tiene que ver con el Ramón Llull real. Pues no está
claro que usara de tal vestimenta y, sobre todo, revela una gran falta de
imaginación el colocarle un libro en la mano.
Podemos afirmar que este
monumento no está en consonancia con el espíritu original y atrevido de Llull.
Simbólico y no pedestre debiera haber sido d monumento que se le hubiera
levantado. Un monumento que encarnase su esencia poética que responde como el
Quijote, como Calderón, como el Barroco, como el Ultraísmo literario, a un
deseo de locura, a un deseo de salir de si mismo.
Estoy seguro que el autor
de la desafortunada efigie estaba en ayunas sobre la personalidad de Llull. Si
hubiese leído sus obras o hubiese apurado la “leyenda” luliana no hubiese
concebido una estatua - homenaje tan ajena a lo que Llull representa. Si mal no
recuerdo, según me dijeron, el autor no sabiendo qué imagen de Ramón Llull trasplantar
al bronce, debido a las muchas que corren, se guió por la portada ¡fíjate bien!
de las obras de Ramón Llull de la BAC. Lo demás estaba hecho: el librote del
sabio y las inscripciones arábigas que no podían faltar.
Sin apartarse de lo
tradicional en tales bronces, mejor hubiera sido estampar una frase enigmática
de las muchas de Llull, un acertijo entre poético y filosófico. Para que de una
vez se supiera que aquel hombre singular era un poeta y no tu» dómine aburrido
y doctoral.
Después de recorrer una
porción del Paseo Sagrera, llegamos al famoso busto de Rubén Darío, que resalta
por su agresivo color blanco en contraste con la vegetación que le rodea.
Para Rubén, un diamante y
no un monolito
—Tú que eres bastante
rubendariano por lo que Rubén tiene de visionario ¿crees que Rubén Darío está
justamente representado en este busto?
—Este monolito levantado
a Rubén no creo que lo singularice. Resulta una burda efigie que está muy lejos
de demostrar el visionarismo de Rubén. Creo que quien concibió en Mallorca “El
Canto Errante”, libro de un interés superlativo, merecía otra estatua y además
situada en otro lugar. Podría haber sido el Terreno, en la placeta de S‘Aigo
Dolça, lugar bastante recoleto dentro del maremágnum internacional, donde Rubén
vivió entre 1906-1908. Otro lugar, no lejos del que hoy goza es el mismo
corazón de la Avda. Argentina, en la desierta plaza de los Héroes de Baleares,
teniendo en cuenta que una de las composiciones mayores del poeta es, sin duda,
“Canto a la Argentina” a la que llega a calificar de “reglón de la aurora” en
una estrofa y en otra de “aurora de América”. Ningún sitio mejor que éste por
lo simbólico y representativo. El monumento que aquí se instalará a Rubén
podría llevar grabado, en un enigmático diamante, forjado por nuestra tierra de
orfebres judíos, algunos versos del poeta:
Concentración
de los varones,
de
vedas, biblias y koranes,
en
el colmo de sus afanes,
en
el logro de sus acciones,
tu
floración de floraciones,
tendrá
un perfume latino.
Por último, llegamos al
peor situado de todos los monumentos. Como si estuviera desterrado de la
ciudad, Fray Junípero levanta su cruz misional no se sabe bien hacia donde ni
hacia quién.
Para Fray Junípero, la
alegoría de la piedra
— ¿Está Fray Junípero, tu
homónimo debidamente emplazado?
—A Fray Junípero Serra
los ediles no le han mostrado una especial reverencia y lo han colocado en una
especie de gallinero. Quien tanto se entregó a la arboricultora y quien inició
a las gentes americanas en los secretos del agro mallorquín, en el lugar en que
está situado recibe solo los vientos despiadados del mar.
Ya era hora de que este
gran caminante, que murió bajo el cielo de Monterrey para levantar pueblos y
que en tantos lugares de la América sajona tiene estatuas, porque de su vida
surge una luz de irresistible respeto, tuviese monumento aquí. Ya era hora.
Pero el monumento que le
han levantado no tiene lastre ni ornato exterior. Es tal su desamparo que el
día menos pensado, le sembrarán una cucurbitácea en esta cruz misional o algún
gitano desaprensivo le colocará una sartén enmascarada. Para velar por la integridad
del monumento por otra parte, una mala interpretación del personaje, proponemos
que sea colocado donde ahora está Rubén, pero eso si, transformado en otro,
fundido el bronce de nuevo para que sea más alegórico y tenga una expresión más
contorsionada, más excitada, más convulsiva.
Ponerle en la mano una
enorme piedra contra el pecho como cuando en ademán expresionista convocaba al
indio americano...
Después de la
contemplación objetiva de tales monumentos, aconsejamos a nuestros ediles, que
financian y se encargan de tales menesteres, paren mientes en los artistas
escogidos y en los emplazamientos, pues para las burdas representaciones
siempre hay ocasión y mejor es dejar que los ciudadanos libérrimamente esculpan
en su imaginación la fisonomía perenne de los inmortales...
María
Rosa Planas, Diario de Mallorca, 2 de octubre de
1977, p. 3
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