OPINIÓN. CONVERSACIONES EN EL ROMPEOLAS
PREMIO RAMON LLULL. 2000 EN LAS
ILLES BALEARS // ESCRITOR, TRADUCTOR. NACIO EN PALMA, BEBE VINO BLANCO Y ANDA
DESPACIO // «ESTÁN AGONIZANDO UNOS TIEMPOS EN LOS QUE PRACTICAMENTE HAN MUERTO
TODOS LOS VALORES». AFIRMA
CRISTOBAL
SERRA
“Fui
conserje en un hotel; luego leí a Blake.”
Una entrevista de EMILIO
ARNAO
PALMA.— Por teléfono he quedado con Cristóbal Serra,
escritor, para comer en el Celler Montenegro, donde sé que él acostumbra a
llenarse de arroz. Llego antes que él y pido aceitunas y Coca-Cola. Saco la
grabadora y el cuaderno. Al momento baja por las escaleras del celler,
como un trovador francés, Cristóbal, con gafas, amable, una camisa gris como el
día, a punto de la tormenta. Compartimos mesa, una jarra de vino, «¿les pongo
el arroz?» Después de la entrevista. «A ver, Arnao, qué quieres de mi» .
Botón rojo. Click. Estamos grabando. El celler está prácticamente vacío, sólo
una pareja de extranjeros, que más que comer, se dan piquitos y hacen manitas.
Enfrente de nuestra mesa, un joven solo come como un pequeño oso. Nosotros
oímos los sorbidos de la sopa. Pero el restaurante, antiguo y socialista hoy es
todo para nosotros. «Cristóbal quiero que me cuentes tu vida, tu literatura,
el humanismo, tus gafas, en fin, Palma, esta ciudad tan distinta de cuando tu
eras un muchachote borrascoso»
—¿Borrascoso? Mala información. Mi adolescencia en
Palma está plagada de palomas y con el agua del mar, la del puerto, más limpia
que cualquier cala de hoy en deja. Viví en el puerro de Andraitx. Luego estudié
Derecho en Madrid. Volví y me di cuenta que me gustaba más la literatura, las
lenguas. Fui a Valencia y a Barcelona y me licencié en Historia, en lenguas,
Francés e Inglés. Trabajé en Mallorca durante 25 años como profesor y también
me dediqué a la traducción.
—Entonces su literatura llega mucho más tarde, no
demasiado joven.
—Sobre los 30 me di cuenta que a mí lo que me
gustaba era escribir, pensar y escribir, todo en prosa, pero siempre con los
tonos líricos de lo poético. He creído fundamentalmente en lo lírico.
—La lírica, lo espiritual, un nuevo humanismo, ¿cree
usted que deben afianzarse en este mundo de las tecnologías, la diosa ciencia,
el neoliberalismo, este siglo que empezamos?
—Podrás comprender que yo tango una mirada sesgada.
A diferencia de vosotros, tengo un concepto muy apocalíptico de la historia.
Todo lo que está pasando se acomoda de manera tan real al final de unos
tiempos, no al final del mundo, ojo, yo creo que están agonizando unos tiempos
en los que prácticamente han muerto todos los valores, y no digamos los valores
de la Cristiandad, la religión.
— André
Malraux dijo que “el siglo XXI será religioso o no será”. ¿Entonces?
—Yo creo que todavía mantenemos el concepto de
religión heredado de las religiones judías y cristiana, es decir, el
judeocristianismo. En este sentido, este conflicto tan marcado entre religión y
ciencia es propio de mentalidades deliminatorias. Los conocimientos de la
ciencia tampoco son absolutos, de la misma manera que, ni mucho menos, son
absolutos los que siempre se han dado en el ámbito de la religión. Por tanto,
para mí no existe conflicto. Entiendo que los valores del espíritu tendrán
siempre que prevalecer, porque si hay algún sentido en el libro del apocalipsis
es justamente cuando habla del triunfo del espíritu De modo que así es, yo doy
gran importancia a un mundo que hable siempre de espiritualidad. humanismo,
como queramos llamarlo.
—Volvamos a la literatura usted nació en el año 22.
Ha visto e imagino que leído todo el siglo XX español. Hoy estamos en un punto
donde hay demasiado autor y excesivas publicaciones. ¿En literatura española,
se ha escrito se esté escribiendo bien?
—Escribir bien no lo dudo, pero no basta sólo
escribir bien. Seguimos concediendo demasiado valor a la forma A mí me
interesan las obras que formalmente correctas van un poco más allá, si quieres,
que están más allá de la literatura. España, en su historia literaria, ha
pecado, salvo notables excepciones, por ser excesivamente formalista, del mismo
modo que la francesa. Sin embargo, en los autores franceses, y sobre todo en la
literatura inglesa yo encuentro destellos, por ejemplo, dentro de la mística,
que a mí me siguen inquietando cada vez que los leo. Sin embargo con los
españoles, místicos incluidos, me aburro, porque están al amparo del estilo de
una maraña complicada y oscura que no deja ver lo auténtico. Yo prefiero, en
literatura, lo auténtico. Recuerdo una frase de Bergamín que decía: “En la
literatura española te sirven el menú, pero nunca la carta”. Esta es la idea,
hay poca variedad, estamos siempre en el menú. En España hay mucho menú y
demasiadas novelas. Sin embargo, en poesía…
— Un poeta.
—Claudio Rodríguez.
—¿Usted en un poema que busca?
—En primer lugar que aparezca claro el contenido
poético. La poesía tiene que ser oscura, sí, pero no un puro juego formal. Yo
busco en el poema una impresión directa, un golpe, una revelación Esto me ha
pasado con Laforgue, con Baudelaire, Rimbaud, pero también con Rubén Dario.
Oliverio Girondo sin embargo, muchos de los célebres no me llegan y como no me
llegan directamente pues no me interesan.
—De esos disparos directos ¿recuerda alguno en estos
momentos?
—Sí, como no. Tiene que ser de Blake. Ya está «Ver
un mundo en un grano de arena/un cielo en una flor silvestre/ tener el infinito
en la palma de la mano y la eternidad, en una hora». Estos versos de Blake,
junto con sus aforismos relampagueantes, me impresionan. En cuanto intuyo el
relámpago en el misterio, es cuando encuentro al hombre sensible que quizá pueda
haber en mí.
Cristóbal Serra, al que el año pasado le dieron el
Premio Ramón Llull de les Illes Balears, traductor y autor de numerosísimos
libros (toda su obra traducida al francés), cuando ha recitado esos versos de
William Blake lo ha hecho en inglés. El inglés, idioma de agua y madera, en la
voz de C.S. suena muy moderno, etéreo, de antes y ahora, como si se arrastrara
por la arena una serpiente imposible. No tengo más preguntas. Nos hemos quedado
solos en el celler, entre los toneles y las herramientas de labranza. Le
digo que si comemos ya. «Si, claro, arroz de bacalao amb pellotes. Yo
bebo vino blanco. Todos los viernes me siento en esta misma mesa. Espero que
venga alguien. Hoy has venido tú. Estoy siendo sincero contigo Palma ha
cambiado tanto. Me encuentro cómodo entre vosotros, los jóvenes. A mí, ya ves,
me quedan estas comidas y algunos libros que escribir, todavía».
—Es usted un hombre sensible.
—Bueno, eso
lo dices tú, que no me conoces. Pero si, me gustaría que se me recordara como
una persona que ha sido más sensible de lo que muchos jamás han pensado.
Con o sin sensibilidad entre William Blake y William
Blake, las cuatro de la tarde, lo que sí ha llegado es el arroz amb pelletes
y el vino blanco, sin aguja, sin una peluquería fija, el pelo de Cristóbal. Ha
ocurrido con su voz de chicarrón para adentro, el mediodía, infinito o eterno,
en una mano, en una hora, . Entre risas y un cierto contubernio (terciamos en
política y en acontecimientos de amor), llega una amiga que resulta ser de los
dos. Yo tomo café doble. Y Cristóbal,
lírico y con gafas monárquicas, pide café doble también, porque los dos ya
hemos puestos sobre la mesa los mismo naipes místicos, redondos y
desaparecidos. Nos quejamos por romanticismo, porque las metáforas ya no son
aquellos caballos blancos de un prado de nueve tardío. “Yo también fui
profesor de literatura, Cristóbal”. “Y yo, mucho antes, conserje de un
hotel, por las noches. Iba para
conserje, pero los turistas me rompían los cristales y lo dejé”. Carmen
rubia, manos pequeñas, amiga y psicóloga, pide un carajillo de coñac y nos
habla de la pintura de Menéndez Rojas. A Cristóbal Serra, aquí en Baleares, lo
han hecho premio Ramón Llull, el año pasado pero según he adivinado en su ojos
el prefiere su etapa de conserje cuando las aguas de Palma todavía estaban
limpias como una costa «Yo leía, bajo un cielo de palomas el verso de los
poetas lakistas. Tal vez es místico y atlántico, sigue esperando todos los días
a que le caiga, entre el bosque, el relámpago, vestido de azul, vivo, brutal,
invisible, en el centro mismo de la carne».
El Mundo/El Día de Baleares. Lunes 30 de abril de
2001, p.7.
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