Cuando un texto me interesa, siempre me gusta subrayarlo, sacar de él las ideas principales y, añadiendo alguna idea por ahí, aclarando algún concepto por allá, redactar, finalmente, un somero resumen (o algo totalmente diferente del original) que suelo guardar. Hace unos días, pude leer un fantástico texto de Seamus Heaney escrito a la muerte de Czeslaw Milosz, y, entusiasmado, lo imprimí y lo empecé a "trabajar". Y me ha salido "esto". En este caso, os lo voy a enseñar. No creo que tenga gran valor, pero, por lo menos a mí, me ha ayudado a aclarar ciertos aspectos de la obra del poeta polaco.
Que vivimos como por un conjuro, es algo que debería ser obvio para quien nació en la Tradición de la Palabra. El Dios del Génesis nombra y crea, y Adán hace las cosas suyas, dándolas nombre. Pero, por encima de todo, al inicio del Evangelio de San Juan, puede leerse "En el principio era la Palabra."
La palabra pronunciada, así pues, crea, da vida, combate la muerte y la nada. Es capaz de salvación. Y si deviene poética puede convertirse en "aliada de la filosofía al servicio del bien", como nos dice Milosz en uno de sus poemas.
Empero, tal pensamiento y profesión de fe en la palabra (y en el arte y el intelecto de ella derivada) debe quedar protegido por murallas construidas de conocimientos y de una experiencia, normalmente, ganada al precio de la ruptura con nuestros contemporáneos... para desde ahí contemplar y reconocer los reinos del mundo, sus tentaciones y sus tragedias, e intentar comunicar, mediante la escritura, la interiorización que esa situación permite. Una realidad, en la que se incluye todo, desde el café de la mañana hasta el genocidio, vigilada desde una mente que se quiere esclarecida, libre dentro de la soledad del propio ser.
Aun así, desde lo alto, es descorazonador sentir la insuficiencia de las palabras, lo inabarcable de la realidad que nos rodea. Pero tenemos el mandato de "glorificar las cosas simplemente porque son", y "la contemplación de la palabra es". Así, diagnosticando y comunicando la levedad del ser, rechazamos su ataque. Y avivamos, obstinados, el gran poder de la permanencia, el espesor de lo presente, el soberano valor de lo que queremos recordar.
Pero finalmente -aunque sólo ser por un rato- hay que descender. No hay avance sin contradicción. No basta con mirar. El poseído por la palabra debe estar allá abajo, sumergiéndose en el fango del que estamos hechos, oliendo el hedor de los cadáveres o viviendo donde los países estallan hechos pedazos. Es necesario ser consciente de la trivialidad y las preocupaciones de los demás para "dar cuerpo" a la palabra, hacerla capaz de nombrar. No es suficiente pasearse por los pasillos de la universidad o los salones literarios. "El dolor alecciona a la inteligencia - nos recuerda Seamus Heaney- convirtiéndola en un alma".
7 comentarios:
Muy interesante, D. Cógito. Precisamente, estoy leyendo un libro de Hannah Arendt titulado "Marx y la tradición del pensamiento político occidental" que trata en detalle el lugar de la palabra en el seno de las categorías políticas de la filosofía occidental -partiendo del discurso-razón "logos" de los griegos-. Según su perspectiva, la rebelión de Marx contra la filosofía política se resuelve en tres tesis que mantienen su pensamiento en el punto de ruptura con respecto al pensamiento político y filosófico anterior; de éstas me interesan ahora sólo dos:
1- la esencia del homnbre es su capacidad para la labor (y no el "logos").
2- La violencia es la partera de la historia y aquello que convierte a la acción en significativa.
Te transcribo un párrafo sobre el asunto de la palabra:
"La proposición "la labor creó al hombre", formulada a conciencia contra el dogma tradicional "Dios creó al hombre", está en correlación con la afirmación de que "la violencia revela", la cual se opone a la noción tradicional de que la palabra de Dios es revelación. Esta comprensión judeo-cristiana de la palabra de Dios, el "logos theou", nunca fue incompatible con la concepción griega del "logos", y a lo largo de toda nuestra tradición ha hecho posible al discurso humano mantener su capacidad de revelación, de suerte que pudiera confiarse en él como instrumento de comunicación entre los hombres y también como instrumento de pensamiento "racional", esto es, de búsqueda de la verdad. La desconfianza básica hacia el discurso (digo yo: hacia su capacidad reveladora de lo verdadero) (...) se ha probado como un asalto fundamental y vigoroso a la religión, precisamente porque es asimismo un asalto a la filosofía"
No sé si, así desgajado de su contexto, se entiende, pero a mí me parece acertadísimo con respecto a lo que tú aquí intentas decirnos.
Ummmm...
Eso de ver que la Palabra hace posible que el logos mantenga su capacidad de revelación, su confianza como instrumento de comunicación humana y racional, de búsqueda de la verdad es muy interesante. Es una interpretación en la que parece asumir cierta idea de “en-carnación” del logos griego por parte del judaismo y del cristianismo. Si esto es así, si que es verdad que tiene relación con lo que quiero decir. Mi idea era presentar la racionalidad del acto de nombrar no sólo desde el punto vista de la Creación de Dios, sino desde el punto de vista del hombre en su lucha contra la nada, y a su vez la necesidad de esta para ser tal de encarnarse en el fango humano.
Pero pensaré, pensare con más atención lo que me señalas de Arent ya que tengo la sensación que se me escapa algo (es texto muy rico)
Saludos
Respecto a lo que mencionas de Marx, está claro que su pensamiento está mucho más cerca de un "Prometeo desencadenado" que de cualquier otra cosa.
Saludos
Tal vez no tenga mucho que ver, pero dado que has mencionado esta "curación por la palabra" me parece inevitable hacer una referencia a lo que los psicoanalistas llaman "talking cure", la curación por la palabra. Y es que el psicoanálisis, desde Freud a Lacan, pasando por Jung, loq ue viene a decir, precisamente es que lo que somos y, por tanto, lo que hacemos, no es más que un armazón de palabras. La neurosis surgiría cuando esas palabras, que son siempre insuficientes, como apuntas, además, no terminan de ajustarse a nuestra propia vida; por poner un símil: es como si lleváramos una máscara que no se nos ajusta bien, al principio es soportable pero más tarde nos causa heridas dolorosas.
La curación por la palabra sería un intento de enseñar al herido a relatarse de otra forma, de una forma más saludable (por ejemplo, cuando aprendimos a hablar del sexo sin que eso nos estigmatizara por el pecado).
En este sentido la poesía tiene mucho que decir puesto que nos enseña nuevas palabras con las que describirnos nuevamente; de reinventarnos nos salvamos. ¿No fue eso lo que vino a hacer Jesucristo? ¿y si lo tomásemos como un poeta que vino a curar cierta neurosis? lo mismo hizo Homero o Holderling.
Interesante lo que dices Edu... de todas maneras voy por otro lado. Aún así creo que es bueno anotar que no creo que sea una casualidad que Freud sea judio. En un libro de Jose Maria Valverde creo que "Viena fin de Imperio", apuntaba esa especial relación y conciencia que el judaismo tiene respecto a la palabra y como esto se podía ver en su comprensión del psicoanalsis.
Muchos saludos
Publicar un comentario