jueves, 26 de septiembre de 2024

Entrevista de Antonio Fernández Molina a Juan-Eduardo Cirlot (Baleares, 5 Noviembre 1967 - Pág. 28)

 


JUAN-EDUARDO CIRLOT

CON SUS MISMAS PALABRAS

«Sólo los simples pueden creer que, para ser social, la literatura ha de tener tema social»

«Kafka es un escritor social inmenso»

En la calle Herzegovina, 33 de Barcelona, donde reside, visito al poeta y crítico de arte Juan-Eduardo Cirlot. Es la primera vez que me pongo delante de este hombre del que he leído cuantos libros han caído en mis manos. Le visito con la certeza de que voy a ver a un hombre distinto. Cada hombre es un hombre distinto pero este, además, lo es por naturaleza de sus preocupaciones. Cirlot parece como si viviendo en este mundo tuviera puesto sus ojos uno ante un paisaje del Egipto faraónico, otro ante un paisaje lunar. Entro por un pasillo y sale a recibirme a mitad de camino de despacho. Estoy ante un poeta. Y trato de descubrir en sus facciones, en su mirada, la correspondencia con sus versos. Y poco después sentado frente a frente contesta a mis preguntas.

—¿Los viajes, han supuesto para usted una experiencia aprovechable?

—Los viajes, en general, no me han servido. Pero algún viaje sí. En especial uno que realicé, hacia 1960, a Carcassonne, solo, como llamado por algo o alguien (que luego no encontré allí, en la ciudad murada). Al regreso, en el tren, me hice una profunda herida en la mano derecha. ¿Auto-castigo por haber querido penetrar o llegar a donde yo no debo?

—¿Cuándo empezó a escribir y que le movió a ello?

—Empecé a escribir en la guerra. Me movieron a ello dos razones, mejor dicho, dos causas: la necesidad de expresión construida (en imposibilidad de manifestarme en música, que estudiaba en 1936 y era entonces, creía, mi vocación) y el amor. Antes, de todos modos, había hecho ensayos, versos ocasionales, relatos de sueños. Escribí un Diario entre 1937 y la actualidad, que destruí, por fracciones en diversas épocas.

—¿Qué lugar cree que ocupa la literatura en la sociedad, y en su vida.

—La literatura, en la vida, ocupa el lugar del confesionario. En la sociedad el del sismógrafo. Sólo los simples, en todos los sentidos, pueden creer que, para ser social, la literatura ha de tener tema social. Kafka, profeta, es un escritor social inmenso. Y nadie más ausente de toda sociedad, de todo mundo.

—¿Cuál cree que debería ocupar?

—El que ocupa.

—¿Qué opinión le merece la literatura española contemporánea? ¿Cree que hay un avance respecto a la que se hacía treinta y cinco o cuarenta años atrás? ¿Qué lugar ocupa la literatura española actualmente respecto a la mundial y respecto a la hispanoamericana?

—Creo que la literatura española es más triste que la extranjera; menos valerosa metafísicamente. La actual todavía acentúa estas condiciones negativas. La fuga es hacia lo místico o hacia lo retorcido. Puede ser hacia lo hermético, como en mi caso.

—En caso de que se viera en la precisión de salvar cinco o seis libros únicamente, ¿cuáles elegiría? ¿Cuáles sentiría especialmente no salvar?

—De salvar los consabidos libres que “deben” ser salvados, elegiría un tratado de matemáticas muy completo, los Evangelios, el Zohar, los poemas de Edgar Poe y mi Diccionario de Símbolos.

—Además de en la literatura, ¿en qué otra cosa le gustaría destacar?

—Me gustaría destacar en la guerra. Es decir, en la guerra anterior a Hiroshima. Más que ser Horacio hubiera querido ser un jefe de legión, romano. Más que ser Dante, el rey San Luis en las cruzadas. Ya más cerca, me hubiera conformado con ser general de la Wehrmacht, con la cruz de hierro con brillantes y espadas, a pesar de la derrota alemana.

—¿Trabaja despacio o deprisa? ¿Cuál es su método?

—Escribo deprisa. Maduro muy despacio los libros, en especial los de poesía. Con frecuencia sin saber que esto sucede. A veces, los libros de prosa (ensayos, crítica, historia del arte) los proyecto años antes de hacerlos. Se van estratificando, casi diría petrificando antes de cristalizar.

—¿Piensa dejar de escribir algún día? ¿Por qué? ¿Cuándo?

—Pienso dejar de escribir antes de darme cuenta de que la muerte se acerca. Por dignidad.

—¿Le interesa la literatura de vanguardia?

—Sólo me interesa la literatura de vanguardia. Pero procuro insertarla en la tradición. O hacer que reaparezca lo tradicional en lo vanguardista.

—¿Cree que la literatura está en decadencia y que cederá el puesto a cualquier otro medio de expresión?

—La literatura no está en decadencia. Si es substituida por otro medio de expresión, ella no le habrá cedido su puesto. Ese puesto es único, central entre la plástica y la música, entre la ciencia y la pasión de vivir.

—¿Qué piensa de su propia obra? ¿Dónde la sitúa?

—Mi propia obra es sólo un “resto” de lo que creo hubiera podido hacer. No me identifico con mi cerebro. Mi alma es superior: hubiera querido disponer de más inteligencia, de más pureza, de más locura además. Por ejemplo, el Nerval de Aurelia es superior al de Las Quimeras. Mis obras se mueven al nivel de estas, no de aquélla. En presa, es importante (me figuro) con el Diccionario de Símbolos haber dado nueva vida a un género, los tratados, alfabetizados por lo común, de simbolismo, emblemática, etc., que cuenta con más de 3.000 títulos entre 1500 y 1750, y que luego se perdió, hasta que yo lo reencontré presionando por la necesidad de explicarme hechos -como el que antes cito de Carcassonne, o sueños (muy corrientes en mí, extraordinarios) o imágenes poéticas o pictóricas.

—¿Qué opinión le merece la literatura autobiográfica?

—Puede ser buena. No para mí. Por eso destruí el Diario. No hay que dar explicaciones.

—¿Cuál es el escritor de cualquier país y de cualquier época, que más le interesa?

—Me interesan: Novalis, Poe, Hölderlin, Chrétien de Troyes, Wolfram de Eschenbach, William Blake.

—¿Si no pudiera escribir, que haría?

—Escribiría aunque no pudiera.

Al despedirme de este poeta tengo la sensación de que he estado por algún tiempo al lado de un hombre que habita otros pensamientos y piensa otros lugares. Desciendo a la superficie y deambulo, un poco al azar, por las calles laterales hacia el centro de Barcelona.

ANTONIO MOLINA, Baleares, 5 Noviembre 1967 - Pág. 28.

"Los viajes quiméricos" (Cristóbal Serra, Baleares, 10 de febrero de 1966.)


 Michaux ese gran desconocido

Los viajes quiméricos

Por CRISTOBAL SERRA

LA ciencia de la literatura pretende reducir a géneros la vertiginosa producción literaria de las edades. Por su misma naturaleza, el intento peca de ingenuo. Pues, por si fuera poco, nos quedamos con unos motes clasificadores y luego no sabemos qué hacer con los poemas en prosa y esos libros raros que no caben dentro de la clasificación tradicional. No es esta la única, ni la más grave limitación que entraña la retórica. La otra, es la abusiva aplicación de estas nomenclaturas tradicionales por parte de los críticos.

La literatura se alimenta de formas nuevas y de otras remozadas. Y la única nota común de esas formas es que son obras, productos humanos, como esa silla del carpintero o esa fábrica de sillares levantada por el albañil. Ahora bien, hay obras que proceden de un mismo suelo y que fueron construidas con esas piedras con que se construyen los edificios que la historia denomina modelos artísticos.

Convenía puntualizar así las cosas, para explicarnos un poco porque los “viajes inverosímiles” no pasan por un género definido, cuando son el más definido de todos. Hasta tal punto que las obras más famosas de la literatura fantástica europea —La Odisea, La Comedia, El Quijote y luego Gulliver— son, sin discusión de ninguna clase, viajes inverosímiles. Esto por lo que hace a los libros más famosos, que, de bajar a libros de segunda fila, íbamos a llenar páginas enteras de relaciones fantásticas. Las muchas utopías que se han sucedido, desde la Nueva Atlántida de Bacon hasta el Mundo Feliz de Huxley, son viajes críticos que delatan la historia del creciente descontento del hombre europeo respecto a su civilización. Todas ellas nos brindan una conclusión práctica; o desandamos parte de lo andado, o ya sabemos lo que nos aguarda.

El realismo dominante no halla credenciales para los libres que se salen de sus casillas. Pero, no sabe, o hace como quien ignora, que el viaje inverosímil cuenta en su haber logros literarios, no por lejanos, inferiores a las mejores novelas. La novela moderna, por otra parte, se apoya en su época mientras que los viajes inverosímiles, al ser intemporales, y, al proceder de la imaginación pura, están siempre en condición de serles adjudicados sus propios méritos. No es un azar que los libros más profundos y a la vez más populares sean libros de viaje, pues el viaje, sobre entrañar posibilidad y diversidad, hace posible todo un procedimiento literario que colma la naturaleza de jóvenes y de viejos. Ese procedimiento —afirmación pura y simple lógica interna en el relato, acumulación de detalles— logra que no se nos borren de la memoria ni las peripecias ni las imaginaciones en que suelen ser fértiles viajes fantásticos. Algunas naciones han segregado más viajes inverosímiles que otras. Inglaterra sobre todo nos ha regalado con sus estupendas variantes de países imaginarios. El humorista inglés, inquieto por naturaleza, viaja por países quinientos, en los que se asienta tranquilamente, sin perder por ello contacto con la realidad que le circunda. El inglés, que nació turista, necesita descubrir países extraordinarios, y por eso mismo, al lado de descubridores como Cook, de países reales, nos ofrece exploradores de Liliputs, Erewhons, y otras tierras de sueño.

Las obras maestras de la fantasía británica, han despertado asimismo el interés de los surrealistas franceses, quienes les han hecho justicia. Sobre todo a la obra de Swift, original como la que más, y a los cuentos de Carroll que, en varias ocasiones, han sido traducidos y comentados por los más destacados surrealistas. Así es como el surrealismo, capaz de alumbrar viejos valores, al revalorizar al escritor-explorador, se ha soldado con la corriente fantástica europea, y he aquí por donde Michaux, salido del seno del surrealismo, ha acreditado. en lo que va de siglo, el viaje imaginario.

El secreto de Michaux —autor de la trilogía viajera agrupada bajo el título Ailleurs— consiste en haber remozado el viejo género del viaje inverosímil, prestándole una condición fuliginosa, muy propia, y poblándolo de sus propios fantasmas. Esa trilogía compuesta de Viaje a la Gran Garabana, En el país de la magia y Aquí Podema, pone una vez más de manifiesto que el vanguardismo respeta los cánones que no son caducos.

Lo que distingue a Michaux y hace de sus viajes una apartación considerable a lo Imaginario y a la Poesía es precisamente el encadenamiento riguroso de sus visiones, su intensidad critica, y la continuidad, sin titubeos, de su mundo extraño y, sin embargo, sobremanera real. Además, el tono extremadamente natural y la tranquilidad perfecta con que nos brinda su relato, contribuyen a dar aire verosímil a lo que, de otro modo, pudiera pasar por puro disparate poético.

Michaux acaba de conseguir, a sus sesenta y siete años, el Premio de Literatura de su país, coronándose así una vida entregada a la poesía, y demostrándose a un tiempo que la obra sólida es de impacto retardado. Y ahí lo tenemos, aureolado por su trilogía viajera, iniciada hace más de treinta años, y hoy viva como nunca: y su polen poético que fertiliza toda una generación.

No obstante estos valores y otros, la obra de Michaux sigue siendo prácticamente inédita, entre nosotros. Aunque hay que imaginar que —toda vez que el lauro acompaña a su obra— algún editor le eche el ojo encima. Pero es también posible que ese inquieto editor se retraiga de editar autor tan excéntrico como demoledor. Puede que tema el fracaso editorial y que acabe por preferir frutos de casa a tan exótico como amargo fruto.

Baleares. El diario de más circulación en el Archipiélago, 10 de febrero de 1966. p. 7.