Francis
Fukuyama: «En el futuro es posible una vuelta al fascismo»
El
apóstol del fin de la historia habla del ocaso comunista
Para
el apóstol del fin de la historia, Francis Fukuyama, «en el futuro es posible
una vuelta al fascismo. Podemos verlo -añade- en los problemas que se están
ocasionando con los emigrantes. Este fenómeno se está produciendo en EE.UU,
Francia e incluso Japón... Ninguna sociedad liberal tiene una justificación
moral para no dejar entrar a los emigrantes. Mientras tanto, serán inevitables
las reacciones de rechazo en los países anfitriones.»
Washington. F. Hauter
-No es el primero en
predecir el fin de, la historia. Pero ¿por qué repetirlo ahora?
-Yo no dije que la
historia terminara hoy. Estoy de acuerdo, sin embargo, con las ideas de Kojève:
él sostenía que la historia había concluido en 1776, en 1789 o en 1806. Es
decir, si consideramos los principios fundamentales de la organización social,
veremos que no hemos progresado verdaderamente desde las revoluciones francesa
y americana. Y estamos asistiendo, ahora, en la escena política mundial, a la
extinción de todas las alternativas al liberalismo.
-Entonces, el comunismo
está acabado?
-Nunca se puede decir que
algo está acabado del todo, que está enterrado para siempre. Jean-François
Revel, contestando a mi artículo, dijo que él no descartaba una reacción de la
retaguardia del comunismo que podría consumir a una generación entera y que, en
términos humanos, podría costar muy cara. Yo eso no lo discuto. Sin embargo, me
parece que es preciso buscar otras alternativas y reflexionar sobre los
peligros potenciales que amenazan el liberalismo, y que no podemos prever en
estos momentos.
El
porvenir del marxismo
-En China el comunismo
aún existe y parece armonizar bien con una visión confuciana de la realidad.
-Vamos a ver, el
marxismo-leninismo, en tanto que sistema político coherente, está muerto en
China. La esencia del marxismo es el centralismo económico, la colectivización
de los medios de producción. En China esto no se ha respetado. Ni siquiera la
reacción política tras Tiananmen ha cuestionado numerosas reformas económicas.
Los dirigentes chinos, incluso los más reaccionarios, han visto que el sistema
económico estalinista no funciona. Lo que sí me parece posible es el desarrollo
de una fórmula asiática específica, que combine un cierto liberalismo económico
y un cierto autoritarismo político. Esto está basado en unos modelos
confucianos muy jerarquizados. Los chinos podrían tantear en esta dirección. No
son los únicos en Asia.
-¿Tiene el comunismo
algún porvenir en el Tercer Mundo?
-Todavía hay marxistas en
la India, en Sudáfrica, en el seno del Congreso Nacional Africano de Nelson
Mándela. Los marxistas del Tercer Mundo pueden argumentar que una economía
estalinista puede ser un poderoso motor para el desarrollo en el punto de
partida, porque la autoridad central es capaz de sacar con rapidez a los
campesinos de las tierras, de concentrar capital, de montar industrias pesadas,
etc. Éste era el atractivo principal del sistema económico marxista hace
veinte, treinta o cuarenta años. Pero hoy cabe preguntarse a qué precio. Los
que estudian los destrozos económicos y sociales perpetrados en virtud de este
desarrollo forzado pueden plantearse algunas preguntas: ¿hay que reforzar este
sistema, como lo hacen numerosos dictadores del Tercer Mundo?, ¿pagando el
precio de gulags. de matanzas de campesinos, de estragos ecológicos. de
aparatos policiales, de obreros que han perdido toda ética de trabajo y de la
instauración de sistemas de precios incoherentes?
-¿Qué herencia nos queda
de Marx?
-Desde un punto de vista
intelectual, una determinada manera de enfocar la evolución social. Desde un
punto de vista político, casi nada.
-¿Los ataques de
Gorbachov a los principios estalinistas pueden desembocar en un liberalismo
puro y duro?
-No puedo predecirlo. Es
una posibilidad. Hace cinco años nadie hubiera apostado por un cambio, nadie
hubiera podido prever que la Unión Soviética se liberalizaría un poco,
manteniéndose, sin embargo, como una nación muy autoritaria y poderosa. ¿Cuál
ha sido la revelación de estos últimos años? La URSS es un país mucho más
moderno, más europeo de lo que esperábamos. Estuve en Moscú hace un mes y
repetía a mis amigos soviéticos que les veía muy pesimistas acerca de las
perspectivas de progreso democrático. Ellos me respondieron: «Nosotros vivimos
aquí, nosotros comprendemos este país. Usted no».
-Pasemos revista las
inquietudes de nuestras sociedades liberales. Los nacionalismos y los
movimientos integristas religiosos...
-El nacionalismo no
alcanzará el lugar de las grandes ideologías porque no es, por naturaleza, de
índole universal. Con el fin del comunismo, nos lo hemos encontrado, por
ejemplo, en los conflictos entre Hungría y Rumania. Esto afectará a los
ciudadanos de ambos países, pero difícilmente al resto del mundo. Nadie ha
inventado una doctrina nacionalista capaz de encontrar eco más allá de los
grupos afectados. Pasa lo mismo que con el nacionalismo ruso. Disminuye, lejos
de aumentar: Los propios rusos han decidido no asumir la misión imperial.
Quieren sencillamente vivir en una Rusia más pequeña. En lo que se refiere a
las batallas ideológicas, se sobreestima el poder de los nacionalismos. En
cuanto al integrismo, su problema es que muy pocas de estas religiones fundamentalistas
consiguen asegurar el progreso económico. Pienso que verdaderamente lo que
determinará el futuro de estas doctrinas es el éxito económico. Los iraníes se
han salvado de las consecuencias de su irracionalidad porque están asentados en
el petróleo. Pueden, pues, valerse de tecnologías modernas como si ellos mismos
fueran modernos. No lo son. Hay en ello una contradicción profunda. Fuera del
mundo musulmán, este tipo de sociedad no ejerce ningún tipo de seducen. De
hecho, la mayor parte de los países desarrollados la contemplan con un cierto
horror.
La
vuelta del fascismo
-Queda el fascismo...
-En el futuro es posible
una vuelta al fascismo. Podemos verlo en todos los problemas que se están ocasionando
con los emigrantes en muchos países, con este movimiento continuo de personas
que se desplazan desde los países más pobres a los más ricos. Este fenómeno se
está produciendo en Estados Unidos, Francia e incluso Japón y otros países de
Asia. Ninguna sociedad liberal ha podido desarrollar una justificación práctica
o moral para no dejar entrar a los emigrantes. Mientras tanto, serán
inevitables las reacciones de rechazo en los países anfitriones. Por eso han
surgido fenómenos como el de Jean-Marie Le Pen en Francia. Estos partidos de
extrema derecha no amenazan, hoy por hoy, a los sistemas políticos alemán o
norteamericano. Pero no haya que bajar la guardia.
-¿Qué le queda al Japón
moderno del fascismo de la época imperial?
-Yo creo que la verdadera
cuestión que debe plantearse Japón es si realmente cree en el principio liberal
de la igualdad universal
-¿Tiene dudas?
-Bueno, los japoneses han aceptado las instituciones democráticas y de una manera muy explícita. Pero culturalmente, la idea de la especificidad japonesa está profundamente arraigada. El universalismo liberal, tan común en Francia ó en Estados Unidos, donde la gente activa apoya inmediatamente toda causa qué afecte a la justicia social, los derechos del hombre, etc., es muy difícil de entender en Japón. Porque este concepto no ha formado parte siempre de sus ideas.
-Y, aparte de este
concepto, ¿qué es lo que puede aportar el Japón Moderno al liberalismo?
-La sociedad japonesa
está estructurada más sobre una base corporativista que sobre un modelo
liberal. Es decir, que los grupos ejercen una gran presión y una gran
influencia sobre el individuo. Es posible que, en términos de eficacia
económica, este sistema sea más efectivo qtíe la especie de anarquía individual
a la que estamos habituados.
-¿Ése es el futuro?
-Es ya el porvenir en los
Estados Unidos. Veamos las empresas japonesas que trabajan aquí. Intentan
organizar y tratar a sus empleados de la manera en que lo hacen con los obreros
japoneses en su país. Y los americanos se adaptan muy bien. Insisto: esta adaptación
está condicionada por los éxitos económicos. Mientras tengan éxito, ejercerán
un atractivo considerable.
-Definamos entonces las
contribuciones de Japón.
-La primera es la
creación de riqueza, y esto no es nada desdeñable. Piense en las riquezas
encerradas en los diez primeros bancos mundiales: todas provienen de Japón.
Contribuirán a transformar a Hungría y Polonia en economías de mercado. Otro
tanto para la Unión Soviética. Es cosa notable.
-¿Modernizará el Japón la
«ética protestante y el espíritu del capitalismo» de Max Weber?
-Sólo puede poner un
ejemplo. Se refiere a la conciencia de grupo inherente a la cultura japonesa.
En Estados Unidos se han acostumbrado a las confrontaciones generalizadas. La
competición es universal entre los cuadros y los obreros, entre los empleados de
una misma compañía. Cada uno vive con los ojos fijos en su interés egoísta, a
corto plazo. Los japoneses motivan a los individuos de modo distinto. La gente
no busca su beneficio a corto plazo. Tienen en cuenta el del grupo al que
pertenecen. El resultado es un esfuerzo de otra amplitud.
-¿Una especie de
micronacionalismo?
-Exactamente. A cierto
nivel, es un nacionalismo puro y simple. Los japoneses trabajan mucho porque
quieren imponer los productos japoneses en el mundo. Pero es también una
lealtad a una empresa determinada, una relación de clientela entre personas de
edad y más jóvenes. Es muy eficaz. No veo por qué no se podrían exportar
algunas de estas ideas.
-¿Cree usted
verdaderamente que seguiremos su ejemplo?
-Es posible. Es posible.
-Entonces, este debate
sobre el fin del comunismo apenas tiene ya interés...
-Bueno, si se produjera
una acción de retaguardia en China o en la Unión Soviética, habría que volver a
hablar. Pero yo he adoptado un punto de vista más alejado de estas cuestiones.
Intento imaginar el porvenir a veinticinco, cincuenta o cien años de distancia.
Desde esta perspectiva, el fin del comunismo ya no es una cuestión que tenga
interés.
ABC, 12 de septiembre de 1990, pp. 53-54