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El mito de Prometeo se prolongará durante toda la historia
experimentando distintas metamorfosis. Si quisiéramos citar alguna de ellas
especialmente característica, no podríamos eludir la mención de la novela de
Mary W. Shelley Frankenstein o el moderno Prometeo, inspirada
en el ensayo de Francis Bacon Prometheus sive de statu
hominis. El protagonista, Viktor Frankenstein, logra crear un ser vivo «capaz de sentir y dotado de razón».
Aunque el texto es enigmático y da pie a numerosas interpretaciones, retrata
con gran maestría el espíritu científico del siglo XIX, describiendo una
sátira de la sociedad y del racionalismo puritanos, de las tentativas ya no de
mejorar el mundo, sino de «perfeccionarlo»,
de intentar aplicar una forma de racionalidad que raya en la demencia, puesto que
sus análisis científicos no se ven compensados por consideraciones que prevean
sus posibles consecuencias destructivas. En este sentido el Frankenstein de
Shelley constituye una figura prototípica para las corrientes biotecnológicas
actuales, en las cuales se produce una clara mecanización del ser humano y al
mismo tiempo una antropomorfización de la máquina, y en las que se pretende,
como en la novela Frankenstein, la manipulación entre
lúdica (con la legitimidad de la curiosidad) y científica de la naturaleza
humana. Otra obra que toca un tema similar es la Eva futura de
Villiers de L'Îsle Adam, donde se borran las fronteras entre naturalidad y
artificialidad, propagando el sentimiento difuso de que la humanidad también
es un producto de la técnica. En la historia cinematográfica se puede seguir
claramente esta tendencia, pero también cómo las visiones futuristas y ciencias
como la cibernética y la biotecnología se van influyendo mutuamente. Desde la película
de Fritz Lang Metrópolis y la creación artificial de
una mujer con el significativo nombre de María con el fin de intervenir en la
realidad social -que encuentra ahora, por cierto, numerosas imitadoras en el mundo
virtual, como Lara Croft, ese icono del nuevo mundo de los hipersimulacros-,
hasta las últimas décadas con películas como Blade Runner,
Terminator, RoboCop, Alien, Matrix o AI, asistimos
a fantasías positivas o negativas sobre la invasión tecnológica del mundo y la
conmoción de la identidad humana por la aparición de androides, ciborgs o
replicantes que aspiran o a convivir con plenos derechos entre los humanos o a
someterlos, despertando dudas acerca de la humanidad específica de la conciencia
y del alma. En cierta medida, en algunos de estos mensajes se desliza la idea
de que el hombre en realidad no es más que una creación artificial producto del
enojo de un Titán, una máquina a la que le ha llegado la hora de pasar el
testigo a otro producto de nueva generación más perfecto y completo. Para
algunos teóricos de la hipermodernidad hemos llegado, en fin, al periodo de
una «apocatástasis histórica», pues
gracias a la biotecnología se puede recrear la pluralidad pagana de la Antigüedad
o forjar un nuevo mito de la creación que dé a luz un nuevo mundo.
Pero los ideales transhumanistas no sólo se basan en deseos
filantrópicos o en el amor a la humanidad y a la vida, en ellos anida un fuerte
componente hedonista de obtener un placer más intenso, de llegar a las
fronteras del placer. No es de extrañar que Ray Kurzweil en sus pronósticos
para este siglo anuncie que el hombre gracias a los programas de ordenadores y
a la realidad virtual gozará de un mejor sexo. Bajo el epígrafe titulado «The sensual machine» se encuentra el siguiente
pronóstico: «El sexo virtual
proporcionará sensaciones que son más intensas y placenteras que el sexo
convencional, así como experiencias físicas que no existen en la actualidad.
Por tanto, el sexo virtual es lo último en sexo seguro, ya que no hay riesgo de
embarazo o transmisión de enfermedad»[1].
Como algo deseable y enriquecedor de la existencia humana, Kurzweil también pronostica
la creación de robots sexuales («sexbots»)
que terminarán por equipararse y superar a los seres humanos. Estas ideas, que
podríamos englobar en la expresión «mecanización de la sexualidad», tampoco son tan modernas como parecen,
comenzaron a tomar forma en Sade y adquirieron un gran auge en la época de la «emancipación» de los años sesenta y
setenta, entre aquellos grupos que paradójicamente propugnaban un retorno a la
vida natural y al amor libre. Se podría decir que su respuesta al mundo industrial,
determinado por la máquina, no podía ser otra que el deseo de convertirse ellos
mismos en máquinas. ¿Quién no recuerda letras de canciones como la de los
Rolling Stones: «I can't get no
satisfaction», o la de James Brown: «I wanna get into it, man, you know, like...,
like a sex machine»? Como ha mostrado Josef Spiegel[2],
estos movimientos que aspiraban a romper los vínculos tradicionales de
autoridad, se sometieron a la técnica con una radicalidad sin compromisos, ya
fuese en el arte, con un Andy Warhol transmitiendo el mensaje «quiero ser una máquina», o en la música
con la electrificación de los instrumentos. Pero aún se produciría un salto
cualitativo en este ámbito. En la creación de música pop, los ordenadores y
otros elementos técnicos se han convertido en elementos esenciales, hasta tal
punto que la autoría queda ya a la sombra de la máquina, produciéndose una música
pseudoanónima, manipulándose la voz de los cantantes y los efectos sonoros.
Grupos de los años ochenta como Industrials, Miami Sound
Machine o C &C Music Factory portan en sus nombres el espíritu del tiempo.
Mientras tanto, ya hay programas que componen música y se realizan grandes
esfuerzos para suplantar al factor humano en la producción musical y cinematográfica.
Se aspira a la fusión del artista con la máquina y a la supresión de la identidad,
al anonimato de la obra. Los mismos experimentos se emprenden en el ámbito de la
poesía y de la novela con la producción artificial de obras que sustituya a la
autoría humana: el autómata como artista o escritor. Como medio para obtener
placer intelectual hay transhumanistas que no dudan en recurrir a las
denominadas «drogas inteligentes»,
mientras tanto aquellos que esperan a las «sexbots»
del futuro, se pueden consolar tomando «éxtasis», una de las drogas de moda que
circula con profusión entre los participantes del «tecnoespectáculo» de los Love Parades, donde
los danzantes imitan a los robots con sus movimientos sin copados y repetitivos,
sometiendo plenamente el cuerpo y la mente a la máquina. En su último estadio,
como ha destacado Ute Bertrand[3],
con las nuevas técnicas biológicas y de información, se transforma el ideal del
ser humano como máquina en la imagen del hombre como «máquina transclásica», como modelo de información programable. En
la actualidad, estas tendencias se reflejan, por una parte, n la denominada «cultura pop», con la proliferación en
cómics y videoclips de hombres y mujeres máquina. Recordemos el videoclip de la
cantante islandesa Bjork, en el que aparecen dos autómatas femeninos en
contacto amoroso, así como en el nacimiento del nuevo «género» del «tecnoporno»:
por otra parte, se refleja en los intereses de la ciencia por crear robots o
ciborgs dotados de capacidades sobrehumanas o de «copiar» mecánicamente especies naturales. No puede ser más
patético ni infantil el intento de construir «perros robot» u otros prototipos de «living artefacts» que imiten lo comportamientos
de algunos animales, siendo lo peor de todo que esos proyectos, que engullen
cantidades astronómicas de dinero, no se realizan en el ámbito de la
juguetería, sino que se consideran esfuerzos científicos por demostrar esa teoría
milenaria, radicalmente falsa, que considera a los animales y las plantas como
meras máquinas o productos artificiales.
Pero lo que comenzó con el experimento del médico Galvani
consistente en estimular con electricidad las patas de una rana encuentra en la
actualidad un desarrollo más complejo y prometedor. Recordemos que en la novela
de Mary Shelley Frankestein, la criatura cobraba vida
gracias a la electricidad. En el Instituto de Tecnología de Massachussets se
experimenta con la posibilidad de mover robots de forma natural mediante músculos
estimulados electrónicamente con ayuda de micro procesadores. El objetivo de
estos experimentos es el desarrollo de máquinas híbridas que se caractericen
por su movilidad, velocidad y fuerza. En la revista New
Scientist [4] se indican posibles aplicaciones de este proyecto. Una de
ellas, llamémosla filantrópica, consiste en dotar a las prótesis artificiales
de músculos ganados de células madre, la otra, englobada en el proyecto de la
DARP (Defense Advanced Research Projects Agency), vinculada al Pentágono, se
propone posiblemente el desarrollo de exoesqueletos para soldados, así corno
prótesis que les permitan cargar más armas o aumentar su capacidad de combate.
El coronel del ejército estadounidense Frederick Timmerman, director del «Centre for Army
Leadership», comentaba: «En un
sentido fisiológico, si es necesario, los soldados pueden parecer tres millas
de altos y veinte millas de anchos. Desde luego, en un verdadero sentido
físico, nada habrá cambiado. Más bien, al cambiar la forma en que se aplica la
tecnología, y contemplando el problema desde una perspectiva biológica,
concentrándonos en la transformación y extensión de las capacidades fisiológicas del soldado, ¿no podremos alcanzar la
solución del superhombre ?»[5].
En esto, como siempre, la realidad supera a la fantasía. Pero en definitiva se
observa cómo se produce una automatización del hombre y una naturalización de
la máquina, cómo de aparecen las fronteras
entre la técnica y la naturaleza, el espíritu y la materia, la persona y la
cosa, lo orgánico y lo fabricado, y cómo aumenta el abismo existente entre saber y conciencia, fomentando convergencias
peligrosas que erosionan no sólo la identidad humana, sino la dignidad del ser
humano como ser responsable de sí mismo, ante sus congéneres y de las
criaturas y cosas que se encuentran en su radio de acción.
Es evidente que muy pocas de estas tendencias fueron previstas
por Nietzsche, pero la vulgarización de su filosofía ha servido de sustrato a
las más descabelladas fantasías. En el ámbito de la ciencia, no todos los científicos
se muestran partidarios de estos desarrollos, aunque sí podemos afirmar que existe
un poderoso grupo que fomenta el avance en esa dirección. Tampoco se puede
menospreciar su tosquedad y puerilidad en la argumentación filosófica; como
muy bien ha destacado Marc Jongen [6],
en ellos se articula la vanguardia de una humanidad que está dispuesta a
elevarse de «sujeto» a «proyecto», a hacer de la naturaleza
humana un objeto experimentable. En realidad nos encontramos en los inicios de
un gran enfrentamiento que divide a dos bandos, uno biológico científico y
neodarwinista y otro que engloba varias corrientes convergentes de tradición cristiana,
humanista e ilustrada (sobre todo de la escuela kantiana). Este debate no tiene
una correspondencia clara en el discurso político, en este caso queda patente
la «antigüedad» o carencia de
contenido de los partidos tradicionales englobados en conceptos como conservador,
liberal o socialdemócrata. Más bien el mencionado enfrentamiento abrirá fosos
en el seno de tendencias políticas hasta ahora homogéneas o hermanará
posiciones consideradas irreconciliables como las cristiano-demócratas y las
ecologistas. Tampoco hay que olvidar que este enfrentamiento más tarde o más
temprano exigirá una decisión en un mundo que suele refugiarse en neutralidades
ficticias. Ernst Jünger vaticinó que éste sería el siglo de los Titanes, y nos
tememos que el hombre se va a enfrentar a utopías titánicas equiparables a las fomentadas
en el siglo XX por las utopías clásicas. Que el nombre
de Nietzsche aparezca asociado a ellas resulta una burda tergiversación, pero
no porque se retuerzan sus aforismos hasta destilar de ellos la solución
deseada, lo que también ocurre con demasiada frecuencia, sino porque con Nietzsche
no se puede demostrar nada: sus escritos no aportan soluciones, sino interrogaciones,
quizá más importantes para el hombre que cualquier promesa de redención. Aquí
no pretendemos, ni mucho menos, someter la obra de Nietzsche a una crítica de
urgencia, su obra adquiere valor como tal obra, como diagnóstico de una época y
como caso psicológico, situada en un contexto preciso y en un puesto relevante
de la historia de la filosofía. En el discurso de los nuevos predicadores de
la vida eterna y del paraíso en la tierra, de los intelectuales de la «hipermodernidad», de la «desregulación» de la moral» y de la
muerte del «hombre abstracto»; sin
embargo, su nombre ocupa el mismo lugar que el de la divinidad en el de los
falsos profetas. Por fin se ha con seguido que la mención de Nietzsche se haga
susceptible de sospechas, despertando la impresión de que quien cita a Nietzsche
pretende engañar y seducir, pues Nietzsche es el gran seductor, y sus argumentaciones
se adaptan a cualquier molde y a cualquier finalidad. Como no compartimos del todo
esta opinión, abogamos por un regreso de Nietzsche a sus cauces filosóficos, y
ofrecemos resistencia a las nuevas utopías, poniendo nuestras esperanzas en un
renacimiento de la filosofía como recuerdo de la esencia del ser humano y como
la disciplina ideal para ejercitar una fantasía moral que se enfrente a lo «impensable», que defienda la «conditio humana» en todas sus
dimensiones.
José
Rafael Hernández Arias. Nietzsche y las
nuevas utopías. Valdemar. Madrid. 2002. pp 183-190.
[1] The Age of spiritual Machines, New York, 1999, p. 147.
[2] Mit Maschinen anstelle Von Menschen. Liebe und Sex in der Pop-Musik,
Die Geschopfe des Prometheus, ibídem, pp. 107-1 13.
[3] Ute Berrrand (ed.), lnformationmuster Mensch. Zur Verschmelzung
von Informations und Biotechnologie, Bonn, Dortmund, 1992.
[4] N° 2279, p. 22.
[5] En: Postmodern War: the New Politics of Conflicts, London, 1997, p.
210.
[6] Der Mensch ist sein eigenes
Experiment, en: Die Zeit, N° 33, 2001, p. 31.En el artículo de Jongen, un
pequeño manifiesto que exige la claudicación de la ética humanista ante la
nueva teología política cibernética («Dios es un cibernético»), no puede faltar
la continua referencia a Nietzsche. Para Jongen es precisamente ahora cuando la
doctrina nietzscheana del «superhombre» puede desarrollar todo su potencial profético:
la «virtualización» del ser humano.