martes, 28 de febrero de 2017

"Nietzsche y las nuevas utopías" de José Rafael Hernández Arias (II)




Ver: "Nietzsche y las nuevas utopías de José Rafael Hernández Arias (I)
El mito de Prometeo se prolongará durante toda la histo­ria experimentando distintas metamorfosis. Si quisiéramos citar alguna de ellas especialmente característica, no podría­mos eludir la mención de la novela de Mary W. Shelley Fran­kenstein o el moderno Prometeo, inspirada en el ensayo de Fran­cis Bacon Prometheus sive de statu hominis. El protagonista, Viktor Frankenstein, logra crear un ser vivo «capaz de sentir y dotado de razón». Aunque el texto es enigmático y da pie a numerosas interpretaciones, retrata con gran maestría el espíri­tu científico del siglo XIX, describiendo una sátira de la socie­dad y del racionalismo puritanos, de las tentativas ya no de mejorar el mundo, sino de «perfeccionarlo», de intentar apli­car una forma de racionalidad que raya en la demencia, puesto que sus análisis científicos no se ven compensados por consi­deraciones que prevean sus posibles consecuencias destructi­vas. En este sentido el Frankenstein de Shelley constituye una figura prototípica para las corrientes biotecnológicas actuales, en las cuales se produce una clara mecanización del ser huma­no y al mismo tiempo una antropomorfización de la máquina, y en las que se pretende, como en la novela Frankenstein, la manipulación entre lúdica (con la legitimidad de la curiosi­dad) y científica de la naturaleza humana. Otra obra que toca un tema similar es la Eva futura de Villiers de L'Îsle Adam, donde se borran las fronteras entre naturalidad y artificialidad, propagando el sentimiento difuso de que la humanidad tam­bién es un producto de la técnica. En la historia cinematográfica se puede seguir claramente esta tendencia, pero también cómo las visiones futuristas y ciencias como la cibernética y la biotecnología se van influyendo mutuamente. Desde la pelí­cula de Fritz Lang Metrópolis y la creación artificial de una mujer con el significativo nombre de María con el fin de inter­venir en la realidad social -que encuentra ahora, por cierto, numerosas imitadoras en el mundo virtual, como Lara Croft, ese icono del nuevo mundo de los hipersimulacros-, hasta las últimas décadas con películas como Blade Runner, Terminator, RoboCop, Alien, Matrix o AI, asistimos a fantasías positivas o negativas sobre la invasión tecnológica del mundo y la conmo­ción de la identidad humana por la aparición de androides, ciborgs o replicantes que aspiran o a convivir con plenos dere­chos entre los humanos o a someterlos, despertando dudas acerca de la humanidad específica de la conciencia y del alma. En cierta medida, en algunos de estos mensajes se desliza la idea de que el hombre en realidad no es más que una creación artificial producto del enojo de un Titán, una máquina a la que le ha llegado la hora de pasar el testigo a otro producto de nueva generación más perfecto y completo. Para algunos teóri­cos de la hipermodernidad hemos llegado, en fin, al periodo de una «apocatástasis histórica», pues gracias a la biotecnología se puede recrear la pluralidad pagana de la Antigüedad o forjar un nuevo mito de la creación que dé a luz un nuevo mundo.
Pero los ideales transhumanistas no sólo se basan en deseos filantrópicos o en el amor a la humanidad y a la vida, en ellos anida un fuerte componente hedonista de obtener un placer más intenso, de llegar a las fronteras del placer. No es de extrañar que Ray Kurzweil en sus pronósticos para este siglo anuncie que el hombre gracias a los programas de orde­nadores y a la realidad virtual gozará de un mejor sexo. Bajo el epígrafe titulado «The sensual machine» se encuentra el siguiente pronóstico: «El sexo virtual proporcionará sensaciones que son más intensas y placenteras que el sexo convencio­nal, así como experiencias físicas que no existen en la actuali­dad. Por tanto, el sexo virtual es lo último en sexo seguro, ya que no hay riesgo de embarazo o transmisión de enferme­dad»[1]. Como algo deseable y enriquecedor de la existencia humana, Kurzweil también pronostica la creación de robots sexuales («sexbots») que terminarán por equipararse y superar a los seres humanos. Estas ideas, que podríamos englobar en la expresión «mecanización de la sexualidad», tampoco son tan modernas como parecen, comenzaron a tomar forma en Sade y adquirieron un gran auge en la época de la «emancipa­ción» de los años sesenta y setenta, entre aquellos grupos que paradójicamente propugnaban un retorno a la vida natural y al amor libre. Se podría decir que su respuesta al mundo industrial, determinado por la máquina, no podía ser otra que el deseo de convertirse ellos mismos en máquinas. ¿Quién no recuerda letras de canciones como la de los Rolling Stones: «I can't get no satisfaction», o la de James Brown: «I wanna get into it, man, you know, like..., like a sex machine»? Como ha mostrado Josef Spiegel[2], estos movimientos que aspira­ban a romper los vínculos tradicionales de autoridad, se sometieron a la técnica con una radicalidad sin compromisos, ya fuese en el arte, con un Andy Warhol transmitiendo el mensaje «quiero ser una máquina», o en la música con la elec­trificación de los instrumentos. Pero aún se produciría un sal­to cualitativo en este ámbito. En la creación de música pop, los ordenadores y otros elementos técnicos se han convertido en elementos esenciales, hasta tal punto que la autoría queda ya a la sombra de la máquina, produciéndose una música pseudoanónima, manipulándose la voz de los cantantes y los efectos sonoros. Grupos de los años ochenta como Industrials, Miami Sound Machine o C &C Music Factory portan en sus nombres el espíritu del tiempo. Mientras tanto, ya hay programas que componen música y se realizan grandes esfuerzos para suplantar al factor humano en la producción musical y cinematográfica. Se aspira a la fusión del artista con la máqui­na y a la supresión de la identidad, al anonimato de la obra. Los mismos experimentos se emprenden en el ámbito de la poesía y de la novela con la producción artificial de obras que sustituya a la autoría humana: el autómata como artista o escritor. Como medio para obtener placer intelectual hay transhumanistas que no dudan en recurrir a las denominadas «drogas inteligentes», mientras tanto aquellos que esperan a las «sexbots» del futuro, se pueden consolar tomando «éxtasis», una de las drogas de moda que circula con profusión entre los participantes del «tecnoespectáculo» de los Love Parades, don­de los danzantes imitan a los robots con sus movimientos sin­ copados y repetitivos, sometiendo plenamente el cuerpo y la mente a la máquina. En su último estadio, como ha destacado Ute Bertrand[3], con las nuevas técnicas biológicas y de información, se transforma el ideal del ser humano como máquina en la imagen del hombre como «máquina transclásica», como modelo de información programable. En la actualidad, estas tendencias se reflejan, por una parte, n la denominada «cul­tura pop», con la proliferación en cómics y videoclips de hombres y mujeres máquina. Recordemos el videoclip de la cantante islandesa Bjork, en el que aparecen dos autómatas femeninos en contacto amoroso, así como en el nacimiento del nuevo «género» del «tecnoporno»: por otra parte, se refleja en los intereses de la ciencia por crear robots o ciborgs dota­dos de capacidades sobrehumanas o de «copiar» mecánica­mente especies naturales. No puede ser más patético ni infan­til el intento de construir «perros robot» u otros prototipos de «living artefacts» que imiten lo comportamientos de algunos animales, siendo lo peor de todo que esos proyectos, que engullen cantidades astronómicas de dinero, no se realizan en el ámbito de la juguetería, sino que se consideran esfuerzos científicos por demostrar esa teoría milenaria, radicalmente falsa, que considera a los animales y las plantas como meras máquinas o productos artificiales.
Pero lo que comenzó con el experimento del médico Gal­vani consistente en estimular con electricidad las patas de una rana encuentra en la actualidad un desarrollo más complejo y prometedor. Recordemos que en la novela de Mary Shelley Frankestein, la criatura cobraba vida gracias a la electricidad. En el Instituto de Tecnología de Massachussets se experimenta con la posibilidad de mover robots de forma natural mediante músculos estimulados electrónicamente con ayuda de micro­ procesadores. El objetivo de estos experimentos es el desarrollo de máquinas híbridas que se caractericen por su movilidad, velocidad y fuerza. En la revista New Scientist [4] se indican posibles aplicaciones de este proyecto. Una de ellas, llamémos­la filantrópica, consiste en dotar a las prótesis artificiales de músculos ganados de células madre, la otra, englobada en el proyecto de la DARP (Defense Advanced Research Projects Agency), vinculada al Pentágono, se propone posiblemente el desarrollo de exoesqueletos para soldados, así corno prótesis que les permitan cargar más armas o aumentar su capacidad de combate. El coronel del ejército estadounidense Frederick Timmerman, director del «Centre for Army Leadership», comentaba: «En un sentido fisiológico, si es necesario, los sol­dados pueden parecer tres millas de altos y veinte millas de anchos. Desde luego, en un verdadero sentido físico, nada habrá cambiado. Más bien, al cambiar la forma en que se apli­ca la tecnología, y contemplando el problema desde una pers­pectiva biológica, concentrándonos en la transformación y extensión de las capacidades fisiológicas del soldado, ¿no podremos alcanzar la solución del superhombre ?»[5]. En esto, como siempre, la realidad supera a la fantasía. Pero en definiti­va se observa cómo se produce una automatización del hom­bre y una naturalización de la máquina, cómo de aparecen las  fronteras entre la técnica y la naturaleza, el espíritu y la mate­ria, la persona y la cosa, lo orgánico y lo fabricado, y cómo aumenta el abismo existente entre saber y conciencia, fomen­tando convergencias peligrosas que erosionan no sólo la iden­tidad humana, sino la dignidad del ser humano como ser res­ponsable de sí mismo, ante sus congéneres y de las criaturas y cosas que se encuentran en su radio de acción.
Es evidente que muy pocas de estas tendencias fueron previstas por Nietzsche, pero la vulgarización de su filosofía ha servido de sustrato a las más descabelladas fantasías. En el ámbito de la ciencia, no todos los científicos se muestran parti­darios de estos desarrollos, aunque sí podemos afirmar que existe un poderoso grupo que fomenta el avance en esa direc­ción. Tampoco se puede menospreciar su tosquedad y pueri­lidad en la argumentación filosófica; como muy bien ha destacado Marc Jongen [6], en ellos se articula la vanguardia de una humanidad que está dispuesta a elevarse de «sujeto» a «proyecto», a hacer de la naturaleza humana un objeto experi­mentable. En realidad nos encontramos en los inicios de un gran enfrentamiento que divide a dos bandos, uno biológico­ científico y neodarwinista y otro que engloba varias corrientes convergentes de tradición cristiana, humanista e ilustrada (sobre todo de la escuela kantiana). Este debate no tiene una correspondencia clara en el discurso político, en este caso queda patente la «antigüedad» o carencia de contenido de los partidos tradicionales englobados en conceptos como con­servador, liberal o socialdemócrata. Más bien el mencionado enfrentamiento abrirá fosos en el seno de tendencias políticas hasta ahora homogéneas o hermanará posiciones consideradas irreconciliables como las cristiano-demócratas y las ecologis­tas. Tampoco hay que olvidar que este enfrentamiento más tarde o más temprano exigirá una decisión en un mundo que suele refugiarse en neutralidades ficticias. Ernst Jünger vatici­nó que éste sería el siglo de los Titanes, y nos tememos que el hombre se va a enfrentar a utopías titánicas equiparables a las fomentadas en el siglo XX por las utopías clásicas. Que el nom­bre de Nietzsche aparezca asociado a ellas resulta una burda tergiversación, pero no porque se retuerzan sus aforismos hasta destilar de ellos la solución deseada, lo que también ocurre con demasiada frecuencia, sino porque con Nietzsche no se puede demostrar nada: sus escritos no aportan soluciones, sino interrogaciones, quizá más importantes para el hombre que cual­quier promesa de redención. Aquí no pretendemos, ni mucho menos, someter la obra de Nietzsche a una crítica de urgencia, su obra adquiere valor como tal obra, como diagnóstico de una época y como caso psicológico, situada en un contexto preciso y en un puesto relevante de la historia de la filosofía. En el dis­curso de los nuevos predicadores de la vida eterna y del paraíso en la tierra, de los intelectuales de la «hipermodernidad», de la «desregulación» de la moral» y de la muerte del «hombre abs­tracto»; sin embargo, su nombre ocupa el mismo lugar que el de la divinidad en el de los falsos profetas. Por fin se ha con­ seguido que la mención de Nietzsche se haga susceptible de sospechas, despertando la impresión de que quien cita a Nietzsche pretende engañar y seducir, pues Nietzsche es el gran seductor, y sus argumentaciones se adaptan a cualquier molde y a cualquier finalidad. Como no compartimos del todo esta opinión, abogamos por un regreso de Nietzsche a sus cauces filosóficos, y ofrecemos resistencia a las nuevas utopías, poniendo nuestras esperanzas en un renacimiento de la filoso­fía como recuerdo de la esencia del ser humano y como la dis­ciplina ideal para ejercitar una fantasía moral que se enfrente a lo «impensable», que defienda la «conditio humana» en todas sus dimensiones.
José Rafael Hernández Arias. Nietzsche y las nuevas utopías. Valdemar. Madrid. 2002. pp 183-190.


[1] The Age of spiritual Machines, New York, 1999, p. 147.
[2] Mit Maschinen anstelle Von Menschen. Liebe und Sex in der Pop-Musik, Die Geschopfe des Prometheus, ibídem, pp. 107-1 13.
[3] Ute Berrrand (ed.), lnformationmuster Mensch. Zur Verschmelzung von Informations und Biotechnologie, Bonn, Dortmund, 1992.
[4] N° 2279, p. 22.
[5] En: Postmodern War: the New Politics of Conflicts, London, 1997, p. 210.
[6] Der Mensch ist sein eigenes Experiment, en: Die Zeit, N° 33, 2001, p. 31.En el artículo de Jongen, un pequeño manifiesto que exige la claudicación de la ética humanista ante la nueva teología política cibernética («Dios es un cibernético»), no puede faltar la continua referencia a Nietzsche. Para Jongen es precisamente ahora cuando la doctrina nietzscheana del «superhombre» puede desarrollar todo su potencial profético: la «virtualización» del ser humano.

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