martes, 25 de enero de 2022

"José Pla, 78 años de soledad" (entrevista a Josep Pla por Mary Medina, Los Domingos de ABC, 6 de julio de 1975, pp. 12-15)

NACIÓ ampurdanés. Del Bajo Ampurdán. En Palafrugell. el 8 de marzo de 1897. Estudió Derecho, carrera que nunca ha ejercido. Ha viajado, ha escrito obras muy importantes en lengua catalana y castellana, la gran serie de «Homenots», «La Historia de la Segunda República». «Els Pagesos», «Cambó», «Viaje en autobús», «Guía de la Costa Brava» y un etcétera interminable. Pero, sobre todo, José Pla ha sido un periodista, un extraordinario periodista, labor que aún ejerce después de más de cincuenta años, con estilo incisivo, sutil, ameno, de finísimo observador y con el marchamo de su personalidad indiscutida e indiscutible. Y Pla sigue trabajando a sus setenta y ocho años en una masía aislada y solitaria de Llofriu. Un caserón de auténtica arquitectura catalana, recio, sólido, enorme, al que cobijan sendas hileras de cipreses que ya desde la carretera se avistan enhiestos, densos y de un verde tan oscuro que con la luz del atardecer parecen casi negros. Extraño y sugestivo paisaje el del Ampurdán. Tierra firme y agreste que germina suavemente bajo el abrazo del Montgrí y de los Pirineos. Hasta llegar a la masía de Josep Pla se van dejando atrás pueblecitos de honda raigambre catalana. Flassá, La Bisbal, Pals..., con casitas desperdigadas a ambos lados del camino. Cinco siglos de existencia tiene el caserío donde él habita y donde vivieron sus antepasados. Su aspecto es un tanto abandonado. pero impresionante. Un zaguán con olor a establo: corrales. portalón grande, una especie de cochera con ruedas de carro, aparejos y sacos. En esta parte baja de la casa viven los «masoveros», una familia humilde que cuida de la masía y atiende al escritor.

Porque Josep Pla vive absolutamente solo. Su hermano Pedro, menor que él y que reside a pocos kilómetros, va a verle casi a diario. De vez en vez sus amigos de toda España acuden a visitar al escritor, que ya sale muy poco de esa pequeña fortaleza entre rústica y conventual donde tiene miles de libros. Lee durante horas y horas metido en la cama, abrigado con una manta eléctrica, y escribe con esa letra suya menudísima, ordenada y característica sentado ante una mesilla y junto a una chimenea negra y grande que siempre tiene el fuego encendido, siempre con su boina a medio calar, las gafas pendiendo sobre la nariz, botella de buen vino y alguna que otra de whisky sobre la mesa, paquetes de «picadura» (Pla es un empedernido fumador) y una luz tenue y mortecina que deja en penumbra el resto de la estancia y da un aire lúgubre, pero imponente y cálido al entorno. Algún día va a Palafrugell a comprar tabaco y a charlar con la gentes sencillas de su tierra natal, esas gentes «sin apenas cultura», que, como él dice, son las mejores.

PLA ESCRIBE PARA GANARSE LA VIDA

Cuando entro en la pieza principal, una gran sala, cubierta con alfombra de esparto y muebles antiguos y recios diseminados con un orden frío y armónico, la gruesa puerta de madera chirría. Desde su rincón del fondo. José Pla levanta la cabeza, me mira por encima de las gafas y al mismo tiempo menea la cabeza y sostiene la pluma en alto, me dice como siempre, a guisa de saludo:

—¡Bueno!, ¿qué quiere?, pero si yo no tengo nada que decir, si yo no hago nada, ni valgo nada. Pero si a nadie interesa lo que yo hago.

No puedo por menos de sonreírme. Josep Pla es inefable cuando se enfada. Su cuerpo algo encorvado ya, sus ojillos penetrantes y acerados, su mirada maliciosa y profunda, sus gestos expresivos, su acento, su inconfundible y «chocante" manera de hablar, porque lo bueno de Josep Pla es oírle hablar, expeditivo y tímido, genio fuerte y sonrisa socarrona, dubitativo y terminante. Resulta entrañable contemplar cómo este hombre de setenta y ocho años sonríe todavía como un niño. Quizá se, aprecie ya en él el inicio de una decadencia física, peno el vigor intelectual lo conserva intacto.

—¡Ay!, señor Pla. Siempre me dice usted lo mismo. Vengo porque me gusta hablar con usted y porque, a pesar de lo que usted dice, a la gente le interesa todo lo suyo.

—¡Cá! ¡Cá!, y encima con ese aparato policial... (se refiere a mi magnetófono).

Me rio abiertamente; él me mira de soslayo y al final sonríe también, como diciendo: ¡No hay nada que hacer, ya ha ganado!

—¿Por qué escribe y que pretende con lo que escribe, señor Pla?

—Ganarme la vida, nada más.

—Pero si usted es rico, ¿por qué se empeña en vivir como si fuese pobre?

—¿Yo rico? No sé de qué. Yo no tengo más que esta casa que mantengo y la pequeña tierra que la rodea. Si a los 78 años sigo trabajando para ganarme la vida, cómo voy a ser rico. Los libros en catalán se venden poco, los que se venden es porque están editados con cubiertas rojas y así llaman más la atención.

—¿Qué es lo mejor que ha escrito a su juicio, dejando aparte el de los críticos?

—Yo a los críticos nunca los hice caso. Yo no he escrito nada importante, nada de lo que he hecho tiene el menor valor. Pero ¡cómo lo he hecho toda mi vida...!

—Usted no da valor a la cultura ¿verdad señor Pla?

—Nada, nada. Para mí la cultura es nefasta. No sirve para nada. Yo he visto cosas terribles entre la gente que se llama culta. Prefiero el analfabetismo. Entre la gente analfabeta y sin cultura hay muchas más personas bondadosas, hospitalarias, generosas, sinceras.

«QUIEN ESCRIBE UNA CARTA ES CAPAZ DE ESCRIBIR UN LIBRO»

—Para un escritor, ¿qué importa más: las vivencias, la imaginación o la técnica?

—La experiencia es importante. Uno ve lo que sucede a su alrededor, ve como se mueven las gentes, aunque también la imaginación juega un papel importante a la hora de escribir.

—¿Es difícil escribir bien? ¿O hacer cualquier cosa bien es lo difícil?

—La gente no escribe más porque cree que es más difícil de lo que es. ¿Usted no es capaz de escribir una carta? Pues si es capaz de escribir una carta también lo será de escribir un libro. Hay que escribir con naturalidad, describir lo que se está viendo. Lo importante es saber colocar adecuadamente las partes gramaticales en cada frase. Luego, claro, está el genio del lenguaje.

—Entonces debe ser que ahora se escriben pocas cartas y mal...

—¡Ah! Está claro.

—¿Le ha compensado el trabajo que ha hecho y el esfuerzo que ha realizado?

—¡Cá! en absoluto. El esfuerzo es mucho mayor que lo que se obtiene.

—¿Por qué es tan escéptico, señor Pla? ¿acaso ha tenido muchas decepciones?

—¿Qué otra cosa es la vida que decepción?

—¿Nunca ha tenido ilusiones ni siquiera en su juventud?

—Jamás. Nunca he tenido ilusión por nada, pero tampoco la he necesitado.

—¿Tampoco ha sido feliz?

—¡Ah! no. Tampoco, aunque eso no me ha preocupado lo más mínimo. He vivido, vivo aún y es suficiente.

—¿No cree que toda la inquietud de la gente está en ir en pos de la felicidad que no logran conseguir?

—Eso lo harán los demás, yo no. A mí no me interesa nada, porque nada considero trascendental ni importante. Creo que los seres humanos, mujeres y hombres, somos como insectos en la inmensidad del Cosmos.

—¡Ay! señor Pla. Me parece que le he encontrado hoy en «una hora baja» ... ¿Cómo es posible que no le interese nada? Algo tendrá importancia para usted en la vida algo le gustará hacer...

—Si... contemplar el paisaje. Observar la naturaleza, andar, leer, escribir.

—Alguna vez habrá ansiado algo más...

—Si, entender a los hombres y las mujeres que me han rodeado. pero no lo he conseguido nunca. No he entendido ni entiendo nada

—¿Por qué no se ha casado, señor Pla?

—Porque no he tenido tiempo —contesta tajante—. Yo nunca he tenido tiempo de nada, no he hecho más que trabajar. Además a mí siempre me han gustado las mujeres un poco escandalosas y eso del matrimonio parece una cosa muy seria ¿no? ¿Usted que cree?

—Que sí señor, que muy seria. ¿Y no se ha enamorado nunca?

—Nunca, nunca.

—¿Y no ha echado de menos una mujer y unos hijos?

—No, jamás. Eso no está hecho para mí. Prefiero estar solo. Todo eso es demasiado complejo y a mí me causa mucho respeto.

LOS ESCRITORES CATALANES SUELEN SER PEREZOSOS

Sin embargo Josep Pla, cuando habla así se remueve en su silla y su semblante se tiñe de una cierta melancolía. Quizá ahora, en el ocaso de su vida, piensa que no es buena la soledad, y, no obstante, se aferra a ella como algo ideal. Es posible que se haya acostumbrado de una manera amable a la nostalgia, o es posible que no la haya sentido nunca ¡quién sabe! Lo que es evidente es que Pla no ha perdido ni un ápice de su honda timidez, seguramente por eso sigue sonriendo como un niño a sus setenta y ocho años

—¿Por qué ese afán por la soledad?

—Porque la soledad equivalí a la libertad. Yo siempre hí procurado ser y estar libre, he sido lo único que he deseado Y porque me gusta la soledad He sido sociable, pero sin embargo, la vida social me parecí que no tiene ningún sentido que está vacía. ¿Usted me en tiende?

—Si señor, ya lo creo que le entiendo... Y ahora dígame, señor Pla ¿Qué obra de las que ha leído le ha impresionado o le ha influido más?

Sin pensarlo ni un instante me espeta tajante: «Las Guerras del Peloponeso».

—¿Qué escritor de lengua castellana prefiere?

—Varios, pero especialmente siento admiración por Pío Baroja

—¿Y de lengua catalana?

—Digamos que Salvador Espríu. Hay otros, pero si no los nombro a todos, los demás se enfadan.

—¿En qué proporción ha escrito y ha leído usted en su vida?

—He leído muchísimo más. Como duermo muy poco, el tiempo del sueño lo dedico a leer y, cuando me canso de trabajar, también.

—¿Cuánto debiera leer cada persona?

—Si cada persona leyese 200 libros y asimilase el contenido, tendría conocimiento no para una vida, sino para diez.

—¿Qué le falta a la literatura catalana?

—Que los hombres que la cultivan expriman más sus ideas. El catalán tiene fama de trabajador, pero eso ocurre cuando tiene una empresa o un comercio, pero el escritor catalán suele ser gandul.

—¿Le interesa la política?

—Muy poco —dice con aire despectivo.

—Pues el año pasado me dijo usted que era lo único que le interesaba.

—Sí. mire, pues ahora cada vez me va interesando menos. Yo aquí metido apenas me entero de nada de lo que sucede por ahí fuera. Y estoy más tranquilo.

—¿Cuál es su ideología?

—Soy un burgués conservador y prefiero una política pragmática.

—¿Por qué conservador?

—Porque en un país que se ha perdido lo mejor, no se puede ser otra cosa.

—¿Cómo ve nuestro futuro político?

—Pienso que el que crea que el capitalismo es capaz de comprar el socialismo, está completamente equivocado.

—¿Cree que las cosas se resolverán?

—No sé, no sé, la gente parece que está muy disgustada.

—¿Usted es partidario de la violencia?

—Nunca. Soy totalmente enemigo de la violencia. No conduce a ninguna parte.

—¿Qué opina de la evolución y el progreso?

—¿Qué progreso? Si no hemos progresado nada, nada... sólo hemos hecho que «regresar».

—Hasta incluso ahora se escribe peor que antes ¿no?

—¡Ahí claro, naturalmente, mucho peor. Hoy no se escribe nada importante: Hoy todo se complica, y es por aquello que le decía antes de la cultura, que no ha hecho más que estropearlo todo.

—¿El escritor nace o se hace?

—Yo creo que nace. No hay mejores escritores porque la gente no lo intenta. Eh, que me entiende.

(¡Qué gracioso es don Josep Pla, con su latiguillo constante del «eh, que me entiende», traducción inconsciente del «he! que m'entend» catalán).

«SI A DIOS NOS LO IMAGINAMOS ES PORQUE EXISTE»

—¿Tiene usted creencias religiosas señor Pla?

—Hasta ahora no, pero quizás después las tenga.

—¿Piensa en Dios alguna vez?

—Según San Anselmo, existe todo lo imaginable. Si a Dios nos lo imaginamos es que existe. Y yo pienso en todo lo que existe.

—¿Cómo es usted, de verdad?

—Muy tímido; por lo menos lo fui. Con un miedo tremendo al ridículo, débil de carácter, lento, nada práctico, no sé si algo idealista. Y me he pasado la vida haciendo favores a los demás. Pero sobre todo soy muy serio.

—¿Pesimista?

—Pesimista u optimista según la climatología. Eso siempre se es en función del di a que hace...— contesta sonriendo maliciosamente.

—¿Tiene usted un espíritu muy localista verdad?

—A pesar de haber nacido en el Ampurdán, me siento muy europeo. Me gustaría trasladar esta casa a Europa y vivir allí. Italia, el Sur de Francia...

—¿Por qué?

—Probablemente porque allí las cosas están más consolidadas.

—¿Cree en la bondad de la gente?

—Según de que gente. De la sencilla, de la que apenas sabe nada, sí; de la otra no, porque es hipócrita y poco sincera.

—¿Cuál cree que es el mayor pecado de los españoles?

—Quizá la crueldad.

—¿Existe la inteligencia?

—No; no creo que haya personas inteligentes y otras que no lo son. Eso que llaman inteligencia no es más que una ambición. Además, la inteligencia la inventaron los griegos...

—¿Si volviese a nacer sería también escritor?

—No, ¡«quiá»! Seria notario porque no trabajaría y ganaría mucho dinero —contesta sonriendo con aire de complicidad.

—¿Le gusta a usted la música?

—La mala, sí; porque la buena me parece demasiado erótica...

—¿Le parece injusto envejecer?

—No, de ninguna manera. Me parece absolutamente normal. Los jóvenes quieren gobernarlo todo y hay que dejarles. Lo malo de ser viejo, ¿sabes qué es?, que siempre tiene uno frio... Claro que como yo duermo siempre con una manta eléctrica...

Hay como un atisbo de pena en sus palabras, pero en seguida surge su enorme sentido del humor.

Pla no se doblega fácilmente. «Si lloras porque has perdido el sol...»

Uno no acabaría de hablar con Josep Pla. Hay que verle apurar su taza de café; hay que verle liar sus delgadísimos cigarros de hebra; hay que verle fruncir el ceño y contraer sus labios anchos y expresivos con una respiración algo entrecortada y cansina; hay que verle sonreír formando casi una línea oblicua con sus ojillos oscuros y profundos; hay que oírle decir verdades «a puño» con una mezcla de sorna y seriedad imperturbables para conocer algo de su enorme dimensión humana, Josep Pla, uno de los mejores escritores de la lengua catalana. Quizá, el mejor prosista. Un hombre que conoce el mundo, la vida, los seres humanos, como nadie, y que, sin embargo, ha escogido la soledad.

Mary MERIDA

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