NACIÓ ampurdanés. Del Bajo
Ampurdán. En Palafrugell. el 8 de marzo de 1897. Estudió Derecho, carrera que
nunca ha ejercido. Ha viajado, ha escrito obras muy importantes en lengua
catalana y castellana, la gran serie de «Homenots», «La
Historia de la Segunda República». «Els Pagesos», «Cambó», «Viaje
en autobús», «Guía de la Costa Brava» y un etcétera interminable.
Pero, sobre todo, José Pla ha sido un periodista, un extraordinario periodista,
labor que aún ejerce después de más de cincuenta años, con estilo incisivo,
sutil, ameno, de finísimo observador y con el marchamo de su personalidad indiscutida
e indiscutible. Y Pla sigue trabajando a sus setenta y ocho años en una masía aislada
y solitaria de Llofriu. Un caserón de auténtica arquitectura catalana, recio,
sólido, enorme, al que cobijan sendas hileras de cipreses que ya desde la
carretera se avistan enhiestos, densos y de un verde tan oscuro que con la luz
del atardecer parecen casi negros. Extraño y sugestivo paisaje el del Ampurdán.
Tierra firme y agreste que germina suavemente bajo el abrazo del Montgrí y de
los Pirineos. Hasta llegar a la masía de Josep Pla se van dejando atrás
pueblecitos de honda raigambre catalana. Flassá, La Bisbal, Pals..., con
casitas desperdigadas a ambos lados del camino. Cinco siglos de existencia
tiene el caserío donde él habita y donde vivieron sus antepasados. Su aspecto
es un tanto abandonado. pero impresionante. Un zaguán con olor a establo:
corrales. portalón grande, una especie de cochera con ruedas de carro, aparejos
y sacos. En esta parte baja de la casa viven los «masoveros», una familia
humilde que cuida de la masía y atiende al escritor.
Porque Josep Pla vive
absolutamente solo. Su hermano Pedro, menor que él y que reside a pocos
kilómetros, va a verle casi a diario. De vez en vez sus amigos de toda España
acuden a visitar al escritor, que ya sale muy poco de esa pequeña fortaleza
entre rústica y conventual donde tiene miles de libros. Lee durante horas y
horas metido en la cama, abrigado con una manta eléctrica, y escribe con esa
letra suya menudísima, ordenada y característica sentado ante una mesilla y
junto a una chimenea negra y grande que siempre tiene el fuego encendido, siempre
con su boina a medio calar, las gafas pendiendo sobre la nariz, botella de buen
vino y alguna que otra de whisky sobre la mesa, paquetes de «picadura» (Pla es
un empedernido fumador) y una luz tenue y mortecina que deja en penumbra el
resto de la estancia y da un aire lúgubre, pero imponente y cálido al entorno.
Algún día va a Palafrugell a comprar tabaco y a charlar con la gentes sencillas
de su tierra natal, esas gentes «sin apenas cultura», que, como él dice, son
las mejores.
PLA ESCRIBE PARA
GANARSE LA VIDA
Cuando entro en la pieza
principal, una gran sala, cubierta con alfombra de esparto y muebles antiguos y
recios diseminados con un orden frío y armónico, la gruesa puerta de madera
chirría. Desde su rincón del fondo. José Pla levanta la cabeza, me mira por
encima de las gafas y al mismo tiempo menea la cabeza y sostiene la pluma en
alto, me dice como siempre, a guisa de saludo:
—¡Bueno!, ¿qué quiere?,
pero si yo no tengo nada que decir, si yo no hago nada, ni valgo nada. Pero si
a nadie interesa lo que yo hago.
No puedo por menos de
sonreírme. Josep Pla es inefable cuando se enfada. Su cuerpo algo encorvado ya,
sus ojillos penetrantes y acerados, su mirada maliciosa y profunda, sus gestos
expresivos, su acento, su inconfundible y «chocante" manera de hablar,
porque lo bueno de Josep Pla es oírle hablar, expeditivo y tímido, genio fuerte
y sonrisa socarrona, dubitativo y terminante. Resulta entrañable contemplar
cómo este hombre de setenta y ocho años sonríe todavía como un niño. Quizá se,
aprecie ya en él el inicio de una decadencia física, peno el vigor intelectual
lo conserva intacto.
—¡Ay!, señor Pla. Siempre
me dice usted lo mismo. Vengo porque me gusta hablar con usted y porque, a
pesar de lo que usted dice, a la gente le interesa todo lo suyo.
—¡Cá! ¡Cá!, y encima con
ese aparato policial... (se refiere a mi magnetófono).
Me rio abiertamente; él
me mira de soslayo y al final sonríe también, como diciendo: ¡No hay nada que
hacer, ya ha ganado!
—¿Por qué escribe y que
pretende con lo que escribe, señor Pla?
—Ganarme la vida, nada
más.
—Pero si usted es rico,
¿por qué se empeña en vivir como si fuese pobre?
—¿Yo rico? No sé de qué.
Yo no tengo más que esta casa que mantengo y la pequeña tierra que la rodea. Si
a los 78 años sigo trabajando para ganarme la vida, cómo voy a ser rico. Los
libros en catalán se venden poco, los que se venden es porque están editados
con cubiertas rojas y así llaman más la atención.
—¿Qué es lo mejor que ha
escrito a su juicio, dejando aparte el de los críticos?
—Yo a los críticos nunca
los hice caso. Yo no he escrito nada importante, nada de lo que he hecho tiene
el menor valor. Pero ¡cómo lo he hecho toda mi vida...!
—Usted no da valor a la
cultura ¿verdad señor Pla?
—Nada, nada. Para mí la
cultura es nefasta. No sirve para nada. Yo he visto cosas terribles entre la
gente que se llama culta. Prefiero el analfabetismo. Entre la gente analfabeta
y sin cultura hay muchas más personas bondadosas, hospitalarias, generosas, sinceras.
«QUIEN ESCRIBE
UNA CARTA ES CAPAZ DE ESCRIBIR UN LIBRO»
—Para un escritor, ¿qué
importa más: las vivencias, la imaginación o la técnica?
—La experiencia es
importante. Uno ve lo que sucede a su alrededor, ve como se mueven las gentes,
aunque también la imaginación juega un papel importante a la hora de escribir.
—¿Es difícil escribir
bien? ¿O hacer cualquier cosa bien es lo difícil?
—La gente no escribe más
porque cree que es más difícil de lo que es. ¿Usted no es capaz de escribir una
carta? Pues si es capaz de escribir una carta también lo será de escribir un
libro. Hay que escribir con naturalidad, describir lo que se está viendo. Lo
importante es saber colocar adecuadamente las partes gramaticales en cada
frase. Luego, claro, está el genio del lenguaje.
—Entonces debe ser que
ahora se escriben pocas cartas y mal...
—¡Ah! Está claro.
—¿Le ha compensado el
trabajo que ha hecho y el esfuerzo que ha realizado?
—¡Cá! en absoluto. El
esfuerzo es mucho mayor que lo que se obtiene.
—¿Por qué es tan escéptico,
señor Pla? ¿acaso ha tenido muchas decepciones?
—¿Qué otra cosa es la
vida que decepción?
—¿Nunca ha tenido
ilusiones ni siquiera en su juventud?
—Jamás. Nunca he tenido
ilusión por nada, pero tampoco la he necesitado.
—¿Tampoco ha sido feliz?
—¡Ah! no. Tampoco, aunque
eso no me ha preocupado lo más mínimo. He vivido, vivo aún y es suficiente.
—¿No cree que toda la
inquietud de la gente está en ir en pos de la felicidad que no logran
conseguir?
—Eso lo harán los demás,
yo no. A mí no me interesa nada, porque nada considero trascendental ni
importante. Creo que los seres humanos, mujeres y hombres, somos como insectos
en la inmensidad del Cosmos.
—¡Ay! señor Pla. Me
parece que le he encontrado hoy en «una hora baja» ... ¿Cómo es posible que no
le interese nada? Algo tendrá importancia para usted en la vida algo le gustará
hacer...
—Si... contemplar el
paisaje. Observar la naturaleza, andar, leer, escribir.
—Alguna vez habrá ansiado
algo más...
—Si, entender a los hombres
y las mujeres que me han rodeado. pero no lo he conseguido nunca. No he
entendido ni entiendo nada
—¿Por qué no se ha
casado, señor Pla?
—Porque no he tenido
tiempo —contesta tajante—. Yo nunca he tenido tiempo de nada, no he
hecho más que trabajar. Además a mí siempre me han gustado las mujeres un poco
escandalosas y eso del matrimonio parece una cosa muy seria ¿no? ¿Usted que
cree?
—Que sí señor, que muy
seria. ¿Y no se ha enamorado nunca?
—Nunca, nunca.
—¿Y no ha echado de menos
una mujer y unos hijos?
—No, jamás. Eso no está
hecho para mí. Prefiero estar solo. Todo eso es demasiado complejo y a mí me
causa mucho respeto.
LOS ESCRITORES
CATALANES SUELEN SER PEREZOSOS
Sin embargo Josep Pla,
cuando habla así se remueve en su silla y su semblante se tiñe de una cierta
melancolía. Quizá ahora, en el ocaso de su vida, piensa que no es buena la
soledad, y, no obstante, se aferra a ella como algo ideal. Es posible que se
haya acostumbrado de una manera amable a la nostalgia, o es posible que no la haya
sentido nunca ¡quién sabe! Lo que es evidente es que Pla no ha perdido ni un
ápice de su honda timidez, seguramente por eso sigue sonriendo como un niño a
sus setenta y ocho años
—¿Por qué ese afán por la
soledad?
—Porque la soledad
equivalí a la libertad. Yo siempre hí procurado ser y estar libre, he sido lo
único que he deseado Y porque me gusta la soledad He sido sociable, pero sin embargo,
la vida social me parecí que no tiene ningún sentido que está vacía. ¿Usted me en
tiende?
—Si señor, ya lo creo que
le entiendo... Y ahora dígame, señor Pla ¿Qué obra de las que ha leído le ha
impresionado o le ha influido más?
Sin pensarlo ni un
instante me espeta tajante: «Las Guerras del
Peloponeso».
—¿Qué escritor de lengua
castellana prefiere?
—Varios, pero especialmente
siento admiración por Pío Baroja
—¿Y de lengua catalana?
—Digamos que Salvador Espríu.
Hay otros, pero si no los nombro a todos, los demás se enfadan.
—¿En qué proporción ha
escrito y ha leído usted en su vida?
—He leído muchísimo más.
Como duermo muy poco, el tiempo del sueño lo dedico a leer y, cuando me canso
de trabajar, también.
—¿Cuánto debiera leer
cada persona?
—Si cada persona leyese
200 libros y asimilase el contenido, tendría conocimiento no para una vida, sino
para diez.
—¿Qué le falta a la
literatura catalana?
—Que los hombres que la
cultivan expriman más sus ideas. El catalán tiene fama de trabajador, pero eso
ocurre cuando tiene una empresa o un comercio, pero el escritor catalán suele
ser gandul.
—¿Le interesa la
política?
—Muy poco —dice con
aire despectivo.
—Pues el año pasado me
dijo usted que era lo único que le interesaba.
—Sí. mire, pues ahora
cada vez me va interesando menos. Yo aquí metido apenas me entero de nada de lo
que sucede por ahí fuera. Y estoy más tranquilo.
—¿Cuál es su ideología?
—Soy un burgués
conservador y prefiero una política pragmática.
—¿Por qué conservador?
—Porque en un país que se
ha perdido lo mejor, no se puede ser otra cosa.
—¿Cómo ve nuestro futuro
político?
—Pienso que el que crea
que el capitalismo es capaz de comprar el socialismo, está completamente
equivocado.
—¿Cree que las cosas se
resolverán?
—No sé, no sé, la gente
parece que está muy disgustada.
—¿Usted es partidario de
la violencia?
—Nunca. Soy totalmente
enemigo de la violencia. No conduce a ninguna parte.
—¿Qué opina de la
evolución y el progreso?
—¿Qué progreso? Si no
hemos progresado nada, nada... sólo hemos hecho que «regresar».
—Hasta incluso ahora se
escribe peor que antes ¿no?
—¡Ahí claro,
naturalmente, mucho peor. Hoy no se escribe nada importante: Hoy todo se
complica, y es por aquello que le decía antes de la cultura, que no ha hecho
más que estropearlo todo.
—¿El escritor nace o se
hace?
—Yo creo que nace. No hay
mejores escritores porque la gente no lo intenta. Eh, que me entiende.
(¡Qué gracioso es don
Josep Pla, con su latiguillo constante del «eh, que me entiende», traducción
inconsciente del «he! que m'entend» catalán).
«SI A DIOS NOS
LO IMAGINAMOS ES PORQUE EXISTE»
—¿Tiene usted creencias
religiosas señor Pla?
—Hasta ahora no, pero
quizás después las tenga.
—¿Piensa en Dios alguna
vez?
—Según San Anselmo,
existe todo lo imaginable. Si a Dios nos lo imaginamos es que existe. Y yo pienso
en todo lo que existe.
—¿Cómo es usted, de
verdad?
—Muy tímido; por lo menos
lo fui. Con un miedo tremendo al ridículo, débil de carácter, lento, nada
práctico, no sé si algo idealista. Y me he pasado la vida haciendo favores a
los demás. Pero sobre todo soy muy serio.
—¿Pesimista?
—Pesimista u optimista
según la climatología. Eso siempre se es en función del di a que hace...—
contesta sonriendo maliciosamente.
—¿Tiene usted un espíritu
muy localista verdad?
—A pesar de haber nacido
en el Ampurdán, me siento muy europeo. Me gustaría trasladar esta casa a Europa
y vivir allí. Italia, el Sur de Francia...
—¿Por qué?
—Probablemente porque
allí las cosas están más consolidadas.
—¿Cree en la bondad de la
gente?
—Según de que gente. De
la sencilla, de la que apenas sabe nada, sí; de la otra no, porque es hipócrita
y poco sincera.
—¿Cuál cree que es el
mayor pecado de los españoles?
—Quizá la crueldad.
—¿Existe la inteligencia?
—No; no creo que haya
personas inteligentes y otras que no lo son. Eso que llaman inteligencia no es
más que una ambición. Además, la inteligencia la inventaron los griegos...
—¿Si volviese a nacer sería
también escritor?
—No, ¡«quiá»!
Seria notario porque no trabajaría y ganaría mucho dinero —contesta sonriendo
con aire de complicidad.
—¿Le gusta a usted la
música?
—La mala, sí; porque la
buena me parece demasiado erótica...
—¿Le parece injusto
envejecer?
—No, de ninguna manera.
Me parece absolutamente normal. Los jóvenes quieren gobernarlo todo y hay que
dejarles. Lo malo de ser viejo, ¿sabes qué es?, que siempre tiene uno frio...
Claro que como yo duermo siempre con una manta eléctrica...
Hay como un atisbo de
pena en sus palabras, pero en seguida surge su enorme sentido del humor.
Pla no se doblega
fácilmente. «Si lloras porque has perdido el sol...»
Uno no acabaría de hablar
con Josep Pla. Hay que verle apurar su taza de café; hay que verle liar sus
delgadísimos cigarros de hebra; hay que verle fruncir el ceño y contraer sus
labios anchos y expresivos con una respiración algo entrecortada y cansina; hay
que verle sonreír formando casi una línea oblicua con sus ojillos oscuros y
profundos; hay que oírle decir verdades «a puño» con una mezcla de sorna y
seriedad imperturbables para conocer algo de su enorme dimensión humana, Josep
Pla, uno de los mejores escritores de la lengua catalana. Quizá, el mejor
prosista. Un hombre que conoce el mundo, la vida, los seres humanos, como
nadie, y que, sin embargo, ha escogido la soledad.
Mary MERIDA
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