Después de la asombrosa
aventura del pensamiento en nuestros días, después de las metas alcanzadas en
los dominios del arte y de la ciencia, después de la novela-río, de la
novela-catarata, del poema-estanque; después del aquarium proustiano, de la “muerte
propia” de Rilke, de la peripecia superrealista, del humanismo de Gide, del
mundo burocrático de Kafka, del monólogo interior, de la lucha de clases, de la
raza aria, del jesuitismo, del antisemitismo y del diletantismo hacía falta una
especie de revisión desde abajo del modo de ser psíquico, espiritual y cultural
del hombre de esta época. Amenazadas como están de anquilosamiento estas
actitudes, pensamientos y géneros por una exhaustiva afinación y
problematización hacía falta un “examen de conciencia”, un “análisis
espectral” que, descubriendo su mecanismo interno, pusiera de manifiesto
sus excesos y sus contradicciones. Todo esto se propone y cumple Ferdydurke, y
su medio de expresión es la sátira. Resulta curioso que el mejor instrumento
para llevar a cabo esta clase de radiografía de una crisis histórica lo sea el
de la sátira. Recordemos el Quijote: Ferdydurke no es menos una tremenda sátira
que el libro de Cervantes. Y es que la sátira resulta el género
didascálico-moral por excelencia: recubriéndose de humor y locura, de grotesco
y absurdo administra fuertes golpes aquí y allá Por otra parte, este libro es
una suerte de autobiografía. Su autor se vio ante una encrucijada: o seguía en
el “juego que se estaba jugando” o lo denunciaba. Prefirió lo segundo y
así se ha producido este “poema orgullosamente práctico”. Gombrowicz
pudo comprobar en carne propia que lo que se estimaba del hombre como maduro
era en realidad asaz inmaduro, que este mismo hombre se había dejado dominar
por la Cultura y convertídose en instrumento de la misma, que amén de nuestra
inmadurez natural nos cargábamos con otra artificial producto de nuestra
simulación, que creíamos ilusoriamente crear la Forma y que sin embargo éramos
constantemente creados por ella, que en el puro dominio del arte nos dejábamos
dominar por el problema de la altura, del nivel olvidando el
motivo real que nos forzaba a expresarnos, en suma, que estábamos metidos
peligrosamente en el demonio del automatismo.
¿Qué pasa en Ferdydurke?
Se narran allí las aventuras de Pepe, “héroe” de la novela, que arribado
a la treintena sin haber superado su inmadurez, es sorprendido una mañana en
trance de escribir un libro por “T. Pimko, profesor y culto filólogo de
Cracovia”. Éste lo ridiculiza, saca a relucir su inmadurez y acaba por
infantilizarlo. Dichas aventuras se suceden en eres escenarios bien
delimitados: escuela del director Piorkowsky, casa de los Juventones, e
incidentes finales con ciertos parientes de la nobleza rural. Todo ello da
ocasión al autor de poner en juego distintos mitos: de la colegiala, del peón,
de la tía, del maestro, del poeta, del arte, de la belleza, etc., etc., pues
Gombrowicz mismo nos aclara en el prefacio a esta edición española que “los
personajes de Ferdydurke no tienen ideales ni dioses, sino mitos inmaduros”.
El hombre no siente ni actúa según su íntima naturaleza sino que el exterior lo
moldea y lo mueve a su antojo; de aquí los eternos mitos que vienen conformando
a la humanidad desde su nacimiento. Aquí se podría introducir esa pregunta de
la psicología: “¿Lloramos porque estamos tristes o estamos tristes porque
lloramos?”.
Pero ¿cómo pone en juego
Gombrowicz estas leyes psicológicas, estos desvíos de la personalidad, esta “forma”
que constantemente cabalga sobre el hombre? No sería aclarar nada si dijésemos
sólo que por manejo del grotesco y del absurdo. El supremo acierto de
Gombrowicz ha sido el de emplear para una humanidad que se presenta como uno
mueca y hasta como un rictus, un lenguaje —comprendiendo en éste desde la
simple imagen hasta la metáfora sutil— que “opera” como caricatura, mueca y
rictus. Se sale de la lectura de Ferdydurke con la sensación del pinchazo y con
la cara retorcida. Este libro es una vara de medir y al final queda uno
enterado de que también hace muecas. ¡No sólo el resto de los hombres como
creemos con práctica ingenuidad, sino que también nosotros mismos! Claro que un
libro que nos obliga a declarar la máscara o “facha” que cubre nuestro rostro
tiene que ser de una violencia terrible; aquí se opera en frío, sin paliativos,
pero las consecuencias nunca serán mortales puesto que se propone, o al menos
intenta, sacar a luz el íntimo mecanismo de la humanidad, su real y verdadero
modo de manifestarse.
En cuanto a su nivel
artístico en sí, sólo abonaremos esto en su favor: como el Quijote, como
el Lazarillo de Tormes, como el Tristan Shandy, como Gargantúa
o Jacques le Fataliste, como los Viajes de Gulliver, como Roi Ubu y tantos otros, Ferdydurke se deja leer y penetrar sin que sus tesis
sofoquen el libre juego de la imaginación, sin que la poesía quedo ahogada por
la dialéctica. Gombrowicz mantiene milagrosamente esa difícil interacción entre
insania y cordura, entre realidad y sueño que es el plano inefable en que se
mueve y desempeña el espíritu del hombre. Finalmente, Ferdydurke produjo “escándalo”
en Polonia; pero escándalo de la naturaleza de ese que hace un pueblo cuando ve
en peligro su propia integridad. ¿Lo producirá parejamente en Hispanoamérica?
La traducción fue hecha
directamente del polaco por el propio autor y vigilada por un grupo de
traductores compuesto de más de veinticinco personas.
Virgilio Pinera. Realidad.
Revista de ideas, vol. 1, nº 3 (mayo-junio de 1947) pp. 469-471.
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