EN 1939 cayó la Polonia “versallesca”.
Se repite la historia de la esclavitud: arrestos en masa, ejecuciones,
deportaciones, la lucha subterránea, el exilio y la insurrección. Esa
repetición de la historia ha sido señalada de modo muy expresivo por Ksawery
Pruszyński, excelente prosista que, durante la guerra, se hallaba en el exilio.
De igual manera puso de manifiesto el renacimiento de la poesía romántica en la
conciencia polaca; como por ejemplo, cuando los soldados polacos que combatían
en Normandía, en las corporaciones blindadas de los aliados, para forzar defensas
alemanas, leen Los libros de la nación y del peregrinaje polaco de Adam
Mickiewicz, sin saber por quién y cuándo han sido escritas esas palabras que,
tan perfectamente, corresponden a su destino y a la situación de su patria, en
los años de 1939 a 1944.
Al mismo tiempo, en
Polonia, la poesía vuelve a su gran tradición romántica, desenvolviéndose
clandestinamente en condiciones muy difíciles. La vida literaria subterránea
era muy intensa. Existía un gran número de revistas literarias, que se
imprimían en mimeógrafo o en imprentas de mano y que se difundían con grandes
peligros; también se editaban libros, cuyos impresores y distribuidores eran,
casi siempre, los mismos literatos. En estas circunstancias, aparece la nueva
generación de escritores, sobre todo de poetas. La agitada vida de ocupación,
cuando cada uno de ellos dividía su tiempo entre la organización militar, la
universidad clandestina y el trabajo por el diario sustento; cuando cada uno de
ellos, diariamente se exponía a morir y se arriesgaba de una manera que es
incomprensible en condiciones de una existencia normal; era una vida insólita,
que constituía una formidable escuela de caracteres y de ingenios. Es así somo
surgen varios famosos talentos, entre lo que hay que mencionar, ante todo, a Krzysztof
Kamil Baczyński, muerto en la rebelión de Varsovia en 1944. De nuevo, como años
antes, era una poesía de grandes sentimientos patéticos; una poesía de lucha, a
veces de tonos místicos que sublima los sentidos, hasta los más remotos límites
de la conciencia. Era, por último, una poesía que engarzaba directamente los
arquetipos del estilo romántico, sobre todo el de Słowacki.
Después de la liberación
del país, en 1945, hubo un período en que se efectúa un gran resurgimiento
literario. Este consistía, por una parte, en la publicación de todo lo creado
durante la ocupación y en la expresión de las ricas experiencias de la guerra
y, por otra, iniciaba una intensa campaña de crítica por la renovación del
sentido y la forma de las bellas letras nacionales.
En la literatura que se
formó bajo la influencia de las experiencias de la ocupación, dominaba una
cuestión fundamental: ¿qué debe hacer el escritor humanista, en un mundo en el
cual hay campos de muerte?; ¿qué debe decir a la humanidad al ser testigo de un
exterminio en masa, de incinerados vivos, de la fabricación de jabón con grasa
humana? ¡Fueron hombres los que presenciaron ese destino de otros hombres! Este
grito, lleno de terror, apareció, como epígrafe en el libro de la famosa
escritora polaca Zofía Nałkowska (muerta en 1954), bajo el título de Los
medallones. Esa escritora, cuya mayor parte de su creación está comprendida
en la 3ª. y 4ª. décadas, tenía fama, en la literatura polaca, de ser la más
ilustre autora de obras con temas psicológicos. La metamorfosis de Zofia Nałkowska
en el curso de la guerra, es típica y simbólica, al mismo tiempo: Los
medallones es un libro completamente desprovisto de psicología, que hasta
entonces era el campo principal de la autora; es una colección de lacónicos
apuntes, escritos durante la encuesta de los crímenes de los hitleristas. Zofia
Nałkowska, participó en los trabajos de la comisión investigadora sobre la
existencia de fábricas de jabón con grasa humana. Este es un libro de un mudo
terror, que señala, sobre todo, la indiferencia, la insensibilidad de aquellos
que, directa o indirectamente, tomaron parte en estos crímenes monstruosos.
Este mismo tono de
impotencia y pavor se oyó en los versos de uno de los más grandes poetas
polacos, Czesław Miłosz. En su libro Salvación (1945), no obstante el
título optimista, están impresas las amargas invectivas hacia la cultura y la
filosofía de todo el orden europeo, que resultó no ser otra cosa que un sistema
de insensibilidad moral. Con un vigor particular, el poeta señala aquel trágico
momento, en la historia de Varsovia, de la masacre del “ghetto” judío, en la
Pascua de 1943, donde, en el centro de la ciudad, perecieron doscientas mil
personas que vivían su vida cotidiana.
Los campos de muerte y la
tragedia de los judíos polacos, son los dos temas principales de la literatura
nacional de aquellos años. El primero, tuvo su más vibrante manifestación en
los cuentos del joven prosista, prematuramente muerto (en 1951), Tadeusz Borowski.
En su libro de cuentos intitulado Adiós a María (editado en 1948) y que
era apenas el debut de este escritor, se dio a conocer por su tono provocativo.
El autor se personifica en el narrador cínico, quien se presenta, a sí mismo, o
como un hombre ya forjado por los sistemas de los campos de la muerte. Ya es
capaz de golpear al más débil, de saciar su hambre delante de otro que muere de
inanición; de jugar a la pelota en los muros de los hornos crematorios. Pero
ese frío cinismo del narrador, señala, con fuerza inigualable, el verdadero
sentido de esos campos de la muerte: el envilecimiento y la desaparición de las
fronteras entre el verdugo y su víctima.
La tragedia de los judíos
halló su expresión en las obras de Adolf Rudnicki. Este escritor, israelita,
logró evitar la suerte de sus correligionarios, encerrados en el “ghetto”,
muertos o quemados. En sus narraciones se entreteje el sentimiento obsesivo de
la traición. Los vivos traicionaron a los muertos. Igualmente está latente la
cuestión judía en Polonia: el problema de la joven generación de los israelitas
progresistas, a la cual perteneció Adolf Rudnicki, era salir del “ghetto” y
asimilarse. Este punto es tradicional en la literatura polaca y lo señala, de
modo excepcionalmente expresivo, Julian Stryjkowski, en su famosa novela Voces
en las tinieblas. Fue escrita inmediatamente después de la guerra, pero se
editó apenas en 1956. Su acción se desenvuelve antes de la guerra, en una
reducida población israelita, y muestra la lucha de los jóvenes judíos en
contra de la presión de los mitos fatalistas. Sin embargo, durante la
ocupación, este problema adquiere otro sentido: aquellos que salieron del “ghetto”
y, gracias a la asimilación, lograron evitar su muerte, viven el problema de la
traición. De ahí que las narraciones de Adolf Rudnicki, posean ese tono tan
profundamente trágico.
Pero, para la generación más joven de escritores, para aquellos que vivieron el tiempo de la ocupación conspirando o en los bosques como guerrilleros, su principal tema era lo que se dio en llamar “el contagio de la muerte”. El matar se había vuelto una profesión, el amor sólo un asunto biológico; la patria, por la cual se luchaba, se había vuelto un mito grotesco. Al contrario de la generación inmediatamente anterior, la que no había alcanzado las experiencias de la guerra, los poetas y prosistas como Krzysztof Kamil Baczyński, que escribieron sobre ella, después de que había terminado, expresando en sus obras su sarcasmo y su amargura. El que más destacadamente representa a esta generación, es el poeta Tadeusz Różewicz.
El fenómeno más
característico de la literatura polaca, inmediata a la terminación de la
guerra, es la expresión de lo grotesco y absurdo, en la poesía y en la prosa.
Favorecía esta atmósfera, la ruptura con los elevados mitos de la ocupación,
así como el desarrollo de la poesía muy sugestiva y de gran colorido, de Konstanty
Ildefons Gałczyński (muerto en 1954).
EN las revistas
literarias se efectuaba, simultáneamente una campaña por una literatura nueva.
El papel principal de este movimiento estaba a cargo de la revista semanal “Kuźnica”
(“La Fragua”), editada en Łodz, y que aglutinaba a los escritores
marxistas. Es menester observar que, durante la ocupación en Polonia, una gran
cantidad de intelectuales se pasaron a la izquierda. Este hecho se hace patente
en la formación de un grupo de ofensiva, alrededor del semanario de Łodz. Su
programa era amplio: comprendía la lucha por una literatura, cuyo objetivo
fuese el conocimiento de la exactitud de la historia. El postulado esencial de “La
Fragua”, era el desenvolvimiento de la novela al tipo de Balzac. La lucha
seguía adelante, en una literatura de propósitos políticos, que cumplía
funciones didácticas y de agitación. “La Fragua”, gustosamente enfocaba
también su atención, en las tradiciones de la pasada época del “renacimiento
cultural”. El punto de partida para “La Fragua” eran los conocimientos
adquiridos durante la ocupación hitleriana, que demostraron la nulidad de la
novela psicológica y de la poesía esteticista. Dentro del programa literario de
“La Fragua”, se constituyen en guías, las obras poéticas de Mieczysław Jastrum
y las de Adam Ważyk. El primero de estos poetas abandona el post-simbolismo, su
poesía de antes de la guerra, que había surgido, fundamentalmente, bajo el
encanto de R. M. Rilke. En cuanto al segundo, había pasado por la escuela del
futurismo y del surrealismo. La producción posterior a la guerra de estos dos
poetas, constituía una componenda con el mundo del “ensueño y la realidad”;
lo mismo en ensayos teóricos, que en su obra poética, estos escritos abogaban
por el retorno al verso tradicional y a la función moral de la poesía. El
programa de “La Fragua”, en el terreno de la novela, se manifiesta del modo más
completo en las obras de Kazimierz Brandys, el que, en una serie titulada “Entre
las dos guerras”, traza la ruta ideológica de la intelectualidad polaca.
Pronto se adhiere a “La Fragua” el eminente escritor católico Jerzy
Andrzejewski, quien, en su novela La ceniza y el diamante muestra la
tragedia de la joven generación de intelectuales que, en el momento de la
llegada al poder, del partido comunista en Polonia, se encuentra en un callejón
sin salida, de conspiraciones y de crimen.
Era el año de 1949. El
régimen socialista en el país se fortalece; aumentan las filas del partido
comunista y el marxismo gana cada vez más adeptos. Simultáneamente, empiezan a
efectuarse cambios inconvenientes, ligados a la complicada situación
internacional y al acrecentamiento del llamado “culto de la personalidad”.
Esos cambios repercuten gravemente en la vida literaria. Se empieza a
interpretar falsamente la actuación directriz del partido comunista en la
cultura. Los factores políticos comenzaron a influir, por medios
administrativos, en el proceso de la formación de una literatura socialista.
Por medio de un sistema de premios y de anticipos, se empezaron a favorecer los
“cambios ideológicos”, así como las obras exentas de crítica, sobre las
transformaciones económicas y políticas en Polonia. Siguió un período, de
algunos años, de descenso literario. No duró mucho. Casi simultáneamente, con
la divulgación de la “novela de producción”, y de la poesía agitadora,
como ejemplar modelo literario, comienza a trazarse, en la prosa, una nita a
las tendencias a observar la realidad de modo nías crítico y, dentro de la
poesía, se defendía el derecho del llamado “lirismo personal”. Un
momento muy importante fue en 1954, cuando aparecieron las narraciones de la
conocida escritora Maria Dąbrowska, en las que supo hacer justicia a las
grandes transformaciones sociales que se llevaron a cabo en Polonia, después de
la reforma agraria y de la nacionalización de la industria, a la vez que
señalar las manifestaciones amenazantes, que despiertan penosa inquietud por el
estado psíquico y moral de la comunidad. La autora mostró, pues, el caos dentro
de la moral y las costumbres; la incomprensión que existe entre la autoridad y
el pueblo y, sobre todo, el temor en el que viven, hasta quienes más se
aprovechan de estos cambios. Al mismo tiempo, la escritora, que en su rica
producción siempre se unía a la tradición del positivismo (Maria Dąbrowska es
autora de una gran serie de novelas intitulada “Noches y días”, que se
publicó antes de la guerra y que logró una de las más distinguidas posiciones
en la literatura de entre las dos guerras del siglo veinte), señala la
necesidad de un trabajo constructivo en cualquier terreno; del trabajo, sobre
todas las cosas.
Poco tiempo después, en
1955, se publicó el aplaudido “Poema para Adultos” de Adam Ważyk; una
obra poética de estilo periodístico, en la cual, el autor, en forma clara y
brutal, demuestra el aceleramiento artificial de los procesos sociales, tanto
en la esfera económica como en la de la conciencia.
Desde entonces, se inicia
una nueva etapa en la literatura contemporánea polaca; influye sobre la índole
de este período, principalmente, la situación general política del país. En
1956, como es sabido, se efectúa una modificación esencial en la vida del
pueblo polaco. La opinión pública tomó la palabra y condenó acremente, los
errores y las faltas del período anterior. Expresaron su criterio hombres que
estaban alejados del régimen pasado y, que no pocas veces, habían sido
encarcelados bajo falsas acusaciones. Llegó a tomar la palabra la nueva
generación de intelectuales, ya educada en las nuevas escuelas y universidades.
El renacimiento político
se hizo sentir, fundamentalmente, en los terrenos ideológico y cultural.
Desapareció la presión administrativa sobre los autores, los científicos y los
educadores. Declinaron los falsos dogmas que trababan el pensamiento y la
imaginación. Se elimino el aislamiento de la vida cultural del país y se inició
un intenso y amplio intercambio cultural.
En la literatura
nacional, de los últimos años, reina una situación bastante compleja. Aún es
demasiado temprano para poder sintetizarla. Solamente se pueden distinguir
algunos fenómenos que puedan dar una imagen de la literatura contemporánea
polaca.
El más sobresaliente de
esos fenómenos es la literatura de revisión ideológica a la experiencia de los
años pasados. Los escritores que tienen tras de sí la guerra y la ocupación
hitlerista, el período de las grandes esperanzas e ilusiones de la postguerra y
después la época de las desilusiones y amarguras, al igual que los de la
generación de antes y después de la contienda, tienden, en la actualidad, a
formular síntesis y grandes generalizaciones. De donde puede observarse, más
bien, un alejamiento de {as formas tradicionales, en las bellas letras, hacia
los ensayos, las parábolas y la sátira, así como novelas y dramas históricos,
pero situados en la época contemporánea. Después de su obra de alegorías
grotescas El zorro de oro, editada en 1955, Jerzy Andrzejewski, publicó,
en 1957, su novela intitulada Las tinieblas cubren la tierra, cuya
acción se desarrolla en España. El héroe es un joven monje que, de enemigo de
la inquisición, se convierte en su partidario más ardiente. El escritor trata,
en esta obra, de las leyes generales de la psicología del poder y de la
ideología. La novela está dirigida en contra de los sistemas del poder apoyados
en la ideología. El escritor Kazimierz Brandys publicó una obra, con el título Madre
de Reyes. Es una narración sobre una familia obrera, cuyo destino es el
reflejo sintético de la vida de la clase trabajadora polaca, con su división en
miembros pasivos, la “aristocracia” creada por la falsa propaganda y la nueva
generación que, no obstante las facilidades y privilegios de que goza, se
debate en el cinismo y en la carencia de ideología. El protagonista de la
novela es un joven comunista, que permanece fiel a la causa, aún en la prisión,
en donde se le provoca a hacer falsas declaraciones. La obra es un excelente
cuadro de las perversiones a que llegó el ambiente de los líderes políticos
profesionales, en el período pasado. Actualmente Kazimierz Brandys escribe
ensayos en forma epistolar.
Entre los escritores más
jóvenes, destaca el talentoso filósofo Leszek Kołakowski quien, en forma
semijocosa de parábolas bíblicas, examina las características variables o
permanentes de la historia, del poder y de la religión. En forma de cuentos
cortos y aforísticos, escribió Wiktor Woroszylski, conocido poeta del período
pasado. Reina entre ellos cierto tono de amargura y de relativismo moral.
Semejantes fenómenos
tienen lugar, también, en la poesía. En las obras de los grandes poetas
polacos, Mieczysław Jastrun y Adam Ważyk, se plantean las cuestiones básicas
sobre el sentido de la historia, la apreciación moral de la revolución y el
valor y la función del arte. Es menester subrayar, al mismo tiempo, que la
poesía polaca sufrió, en los últimos años, grandes pérdidas: en 1954 murió el
prominente poeta Julian Tuwim, así como el fascinante, hasta en las últimas
líneas de sus versos, el aún joven poeta, Konstanty Ildefons Gałczyński. En
1957 muere el decano de la poesía polaca, Leopold Staff, activo hasta el fin de
su vida, desarrollando y perfeccionando siempre su arte.
Mientras los poetas y los
prosistas suman sus experiencias ideológicas de las dos últimas décadas, surge
en la escena una nueva generación literaria. En 1956 aparece un libro de
cuentos de Marek Hłasko, institulado El primer puso en las nubes. Este
escritor personifica todos los defectos y las cualidades de la más joven generación
literaria. Es brutal y lírico, al mismo tiempo. Le son ajenos los problemas
generales ideológicos y filosóficos. Es sensual y ávido en la descripción de la
realidad exterior. El amor es, para él, pseudónimo de la verdad, la justicia y
la felicidad. Es por esto, que los cuentos de Hłasko están saturados de un
erotismo violento y desesperado. Se nota en este escritor una marcada
influencia de la literatura norteamericana, sobre todo de la de Hemingway.
Siguen a Hłasko numerosos imitadores, aunque menos talentosos. Se puede decir
de él que ha impuesto su estilo a su generación de literatos.
Un acontecimiento
paralelo en la poesía, es el dominio de un grotesco tipo surrealista. Aquí se
presentan dos eminentes personalidades poéticas: Miron Białoszewski y Jerzy Harasymowicz.
El primero se liga en alto grado a la vanguardia poética de la época de entre
las dos guerras, cuyo típico continuador, hasta hoy día, es el famoso poeta
Julian Przyboś. Al segundo, se le puede considerar como heredero de Gałczyński. Harasymowicz cultiva la poesía del mundo infantil, del ensueño.
Desde luego, atando se
trata de los escritores polacos más jóvenes, es necesario recordar, que son
autores a los que falla mucho para los 30 años de edad. Lo que significa que
tienen mucho por delante.
En cada época y en cada
literatura existen escritores que, independientemente de los cambios
caprichosos de la moda literaria y de los choques ideológicos, siguen con su
creación por la línea ya trazada. Tienen su propia problemática, más o menos de
acuerdo con lo contemporáneo, pero que poseen una dialéctica y una génesis
propias. Entre estos escritores está, por ejemplo, Jarosław Iwaszkiewicz, quien
publicó últimamente dos tomos de su novela Fama y Gloria. Empezó esta
obra antes de la última conflagración y en ella engloba toda la época de entre
las dos guerras. Es un amplio panorama de las costumbres, gustos e ideas de
fines del siglo diecinueve. Señala el nacimiento de la nueva época, diferente y
amenazadora. Esta obra es la suma de la rica creación de este distinguido poeta
novelista, quien ha dado pruebas de lo cerca que está de los problemas más
recientes en su novela El vuelo. En ella presenta a un muchacho, que
bien puede ser un héroe de Hłasko. El mismo cinismo y la misma sensibilidad; la
misma obsesión y la misma sensualidad pero, todo esto visto desde una más
amplia perspectiva moral y psicológica. En este relato se efectúa el encuentro
de dos generaciones de escritores. La más joven y la más vieja. El contacto se
realiza a nombre de la más grande preocupación, por el destino y la conciencia
de la juventud polaca. Es ella la que ahora paga el precio de las tempestades
históricas; ella es la verdadera víctima de los hechos pretéritos.
Siglo y medio de historia
de la literatura polaca muestra una constante lucha que ha creado en las letras
nacionales valores inapreciables: amor a la libertad, sentido de la justicia y
la preocupación de estar siempre al lado de los intereses vitales del pueblo.
Andrzej Kijowski, Cuadernos
Americanos, 5, septiembre-octubre de 1959. pp. 248-256
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