YO he dicho que la poesía
polaca es fuerte y se distingue del resto de la poesía mundial por ciertas
características. Esas características se pueden encontrar en los poemas de
algunos famosos poetas polacos, incluyendo a Wisława Szymborska. Su Premio
Nobel es su triunfo personal, pero al mismo tiempo confirma el lugar que tiene
la “escuela de poesía polaca”. Tal vez no sea necesario recordar que el
lenguaje de esta poesía es el lenguaje de un país en el que se perpetró el crimen
del genocidio a un nivel masivo. Los lazos entre la palabra y la experiencia
histórica pueden ser de varios tipos y no existe una simple relación de causa y
efecto. Y. sin embargo, cierto hecho no deja de tener importancia: Szymborska,
como Tadeusz Różewicz y Zbigniew Herbert, escribe “en lugar” de la
generación de poetas que se estrenó durante la guerra y que no sobrevivieron.
¿Qué tiene que ver la poesía
de Szymborska, que se destaca por su toque liviano, por su sonrisa escéptica,
juguetona, con la historia del siglo XX o de cualquier otro siglo? En sus
comienzos, tenía mucho que ver con él, pero su fase madura se aleja de las
imágenes del tiempo lineal corriendo hacia la utopía o hacia una catástrofe
apocalíptica, como le gustaba creer al siglo que acababa de llegar a su fin. Su
dimensión es personal, de una persona que reflexiona sobre la condición humana.
Es cierto que su reflexión va de la mano con una notable “reticencia”,
como si la poetisa se encontrara sobre un escenario con el decorado para una
obra anterior, una obra que cambia al individuo en nada, en una cifra anónima,
y en tales circunstancias no es lo más indicado hablar sobre uno mismo.
Las poesías de Szymborska
exploran situaciones privadas, pero son lo suficientemente generales como para
evitar las confesiones. En su famoso poema sobre un gato en un departamento
vacío, en vez de quejarse por la pérdida del marido de una amiga, oímos: “Morir/
uno no le hace eso a un gato”. La reticencia y una distancia irónica
consigo misma pueden demostrar ciertas preferencias de la poetisa; sin embargo,
ya que en esto se asemeja a algunos de sus contemporáneos polacos, uno podría
defender con éxito la tesis de que su característica común es el intento de
exorcizar el pasado. En esta tarea practican una peculiar destilación, y los
materiales brutos que utilizan son a menudo difíciles de detectar.
Para mí, Szymborska es
antes que nada una poetisa de la conciencia. Esto significa que ella nos habla,
viviendo al mismo tiempo como uno de nosotros, guardándose sus asuntos privados
para sí misma, logrando cierta distancia, pero también refiriéndose a lo que
todos conocen a través de sus propias vidas. ¿Acaso no recordamos cuando hemos
tenido que desvestirnos antes de un examen médico, o nuestro asombro ante las
coincidencias, o leer cartas de gente que ya no está con nosotros? Por lo
tanto, como en los dibujos que capturan escenas de acontecimientos comunes de
todos los días, nos reconocemos a nosotros mismos en estos poemas como seres
que son conocidos uno del otro, entre paréntesis. También estamos relacionados
porque somos contemporáneos. y por lo tanto sometidos al mismo circuito de
información. Las palabras —las señales de orientación— significan más o menos
lo mismo para nosotros: la teoría de la evolución, las naves espaciales.
Hiroshima, pero también Homero. Vermeer, o el principio de la inseguridad, es
decir, todo un repertorio de nociones que recibimos en nuestras casas, en el
colegio o a través de los medios de comunicación masivos.
Los poemas de Szymborska están construidos como si estuviera haciendo malabarismos con pelotas de color, los componentes de nuestro conocimiento común: nos sorprenden con sus paradojas y nos muestran al mundo humano como algo tragicómico. La conciencia que encuentra en ellos su expresión es una conciencia “después de”, “después de” Darwin, “después de” Einstein, “después de” muchos otros, pues, después de todo, la civilización en la que vivimos conserva sus rastros. Enfrentados a una poesía tan inconscientemente bailarina, como si hubiera sido escrita sin esfuerzo alguno, dudamos antes de mencionar los hitos de la ciencia, pero ya que existieron, el pensamiento de Szymborska y el nuestro, lo queramos o no, es complejo y ambiguo. En ninguna parte se advierte esto con más claridad que cuando se cuestiona el lugar del hombre en la cadena de la evolución. Así, por ejemplo, el poema “Cuatro de la mañana” enfrenta a nuestra ansiedad, no permitiéndonos dormir, con la ocupación automática de las hormigas. “Nadie se siente bien a las cuatro de la mañana, Si las hormigas se sienten bien a las cuatro de la mañana —tres vivas por las hormigas. Y que sean las cinco si hemos de seguir viviendo” Otra poesía. “En alabanza de la autodesaprobación”, traza una línea entre la clara conciencia que caracteriza a toda la naturaleza viva y las torturas morales que constituyen nuestra parte: “El chacal autocrítico no existe. La langosta, el cocodrilo, la triquina, el tábano viven como quieren y están felices de hacerlo.” El poema “Autonomía” comienza: “Cuando el pepino de mar se ve en peligro se divide en dos” y el argumento que sigue reivindica el privilegio humano de crear arte, a pesar de y en contra de la muerte: “Sabemos cómo dividimos a nosotros mismos, es cierto, nosotros también. Pero sólo en un cuerpo y en un susurro interrumpido. En cuerpo y poesía.” Szymborska no habría sido una poetisa del período de las grandes dudas si no hubiera invocado la salvación a través del arte. “La venganza de una mano mortal” aparece en sus poemas bajo distintas formas, incluyendo a las bromas sobre sí misma.
Hace, unos años, leyendo
sus poemas en una traducción al inglés, descubrí que su brillo intelectual que
escondía un contenido serio era bien comprendido y aplaudido por un público en
su mayoría joven. Yo debía descubrir lo que más les gustaba. Los auditores de
ambos sexos se rieron mucho (y yo junto con ellos) oyendo el poema “Alabando
a mi hermana”: “Mi hermana no escribe poemas, y es poco probable que repentinamente
comience a escribir poemas”. Pensé que al menos la mitad de los presentes
deben haber pensado alguna vez en escribir poemas, y por eso encontraban tan
cómico el poema.
Czesław Miłosz. El
Mercurio (Santiago, Chile)- ene. 5, 1997, p. E11. Retr.
Artículo
extractado de Times Literary Suplement traducido del polaco por el autor
y por Robert Hass. Traducción del por Paula Reynal.
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