CARLOS EDMUNDO DE ORY
Reencuentro con el fundador del postismo
Carlos Edmundo de Ory
(Cádiz, 1923), narrador, ensayista y, sobre todo, poeta, fue el creador, con
Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, del postismo, un movimiento literario y
vital que, allá por 1945, abrió paso a las vanguardias artísticas españolas y,
según su fundador, a la mismísima contracultura mundial. Estrafalario, hereje,
heterodoxo, poeta maldito —según el cliché— el autor de «Técnica y llanto»
y «Los poemas de 1944», al fijar su residencia en Francia, se ha visto
aún más alejado de los beneficios de las modas literarias españolas, por lo que
su obra no siempre ha contado con la debida atención.
Descalificadas con una
mueca de espanto y aversión las entrevistas, artificiales montajes a los que
prefiere responder por escrito, concentrado en su obra, aislado, solo. Anclado
el mar a cien metros, bramando indeciso entre ola y ola, conversamos en Cádiz,
tierra natal de hace cincuenta y nueve años, Cádiz de su alma y vida («Andaluz,
anda con luz»), Gades poético portado siempre como un retrato antiguo,
resonancias vivas de amor a-mar.
Desparrama sus huesos y
palabras en casas de amigos, recitales. Algo famoso a su pesar, repasamos su
aventura vital, que la vida engloba su vivir y su obra, aspectos estos que se
funden en Ory como en ningún otro poeta.
«Hay que vivir y
sentir como se escribe. Vivir es un acto de vida, como escribir. Hay que vivir
poéticamente. No comprendo cómo hay poetas que tienen secretario. Escribir un
poema, amar, es revolucionario. El poeta no es una vedette, no es un artista de
cine, la poesía es todo lo contrario a frivolidad. Es un acto social por
excelencia, porque es cotidiano, vital. El poeta tiene que ser revolucionario
en todos los momentos, salvo, quizá, en el retrete. El poeta tiene que estar en
el mundo, aquí, en nuestro tiempo. No a las fugas del pasado. Yo estoy
preocupado por todo lo que pasa en el mundo. Ya lo he dicho otras veces,
entramos en la era crucitariana, apta para la cultura integral. Sin embargo, no
estamos informados. Seguimos leyendo los periódicos y oyendo la televisión, que
nos envenena minuto a minuto. Sólo esperamos de la falsa jerarquía el anuncio
del apocalipsis.
Los verdaderos poetas,
como decía, son revolucionarios. Claro está, los poetas, no cabe duda, son el
testimonio único de la dificultad de vivir. En estos días de miseria,
inagotables son las posibilidades de expansión de la conciencia humana. Pero
aparece también, entre la esperanza, la desesperación paralizante. Dentro de
una situación dada por sentada (la época), el hombre tiene que optar por una
orientación de destino.
Hay una ecología interna
y externa, que hay que sentirlas, una explosión del mundo. Hay que sentir desde
otro punto de vista, el poeta es un cuerpo antes que nada, un cuerpo que se
mueve, que siente, que viaja. Soy un hombre cuyo máximo asombro es el
descubrimiento de qué estoy en un planeta en movimiento. Yo no entiendo cómo la
gente va a trabajar, cómo vive sin haber contemplado el medio en el que se
desenvuelve. Lo primero que hago al levantarme es abrir la ventana y saludar al
sol, al nuevo día que viene.»
Poeta maldito
Taumaturgo errante,
plateado jinete antiapocalíptico, cotidiano estandarte del ser y el estar,
Orypresente. Energeia, metanoia, paranoia andante, sedante, nunca silente,
jamás Edmundecido. Hablamos de una contradicción: el Ory-mito, «poeta
maldito» para posterior uso apologético en razón inversamente proporcional
al silencio y olvido que su obra fue reducida por la cultura oficial.
«Sueno, en mi caso
concreto, como en otros, se han producido una serie de circunstancias que han
dado lugar al mito, como la anatemización del postismo, la frustración que supuso
siempre mi vida y mi obra aquí, mutitada por la censura, el posterior
exilio..., en fin, siempre me señalaron con el dedo por mi físico y vestimenta,
no me ha preocupado mucho esa pasión enfermiza que tenían por mí y por mi
escritura, a la que también recurren. Es evidente que me retrato continuamente
en mis poemas, pero no son autorretratos muy heroicos. Mi carencia de
prejuicios saludables, la lógica de mi insumisión, molesta demasiado a la
comodidad ambiente.
El eufemismo del “poeta
maldito”, cosa en la que no creo, por otro lado, ya que me parece una
invención de la cultura oficial, del sistema, era algo cualitativo que sustituía
a una característica esencial en mí: la rebeldía. Esto, desgraciadamente, se
maneja como caricatura o iconografía, pero es un papel que me han hecho jugar a
la fuerza, bien a mi pesar, y que mi alejamiento, mi exilio voluntario, contribuye
a reforzarlo. No paseo por la acera de lo establecido, soy muy móvil, viajo, y
además resulta difícil verme vivir. Tengo a los hombres y sus calles como
asombro cotidiano, al igual que mis escritos e incluso yo mismo.
A esto hay que añadir que
se me ha clasificado, asimilado, a una etapa de mi vida, la del postismo. En
general, hasta hace poco no se había informado bien sobre mi obra, no se había
hecho nada bueno. O era postista o me señalaban con dos cruces más: el introrrealismo
del cincuenta y uno con Darío Suro o el “Atelier de Poesie
Ouverte” del sesenta y ocho en Amiens. Ahora hay estudios buenos sobre mi
obra, como el de José Polo de Bernabé.»
El postismo
No podemos evitarlo. El
postismo surge de sus cenizas, Fénix alada que rebrota del espejo y nos
alcanza. ¿Qué fue el postismo? ¿Y qué fue del postismo? Mago gris que detiene
el tiempo, Ory [mira al] reloj responde, vindicativo, claudicante:
«Una herejía en su
época, como he dicho en alguna ocasión. Era el último, el más nuevo, el mejor,
el post y el ismo, el ismo y el post. Fue en enero de mil novecientos cuarenta
y cinco, a poco de terminar la segunda guerra mundial y ocho meses antes de
Hiroshima y Nagasaki, cuando salimos a la calle a invocar un sol de una mañana
primaveral junto al "grito de un camaleón enfurecido. Proclamamos una
estética al grito de “España lanza el postismo”, una estética auroral,
enfocada desde la sombra de una decadencia: “Aquella muerta doncella de
faldas largas y cabellos caballos que la actualidad artística y académica
proclama para sí.” Diciendo mierda al Parnaso, sentamos piedra de escándalo
pisándolo todo con nuestra andadura revolucionaria. Y por eso, como dijo
Chicharro, nos echaron de la poesía. El postismo significó una avanzada de la
contracultura mundial. Fue precursor de las formas de cultura marginales, tanto
en la expresión como en el comportamiento. La palabra postismo carece en
absoluto de programática y, por consiguiente, de contenido ideológico. El
postismo fue la locura inventada. Todo empezó con mi soneto paranoico.»
Mutilada, prohibida su
obra, anatemizada, la censura se cebó en Carlos Edmundo de Ory: «Respecto a
esto, creo que los mayores problemas radican en la educación y en la
información. Hay que revisar las reglas y los códigos permisivos. Estos no
deben estar sustentados por una tradición patriarcal henchida de intolerancia.
La hipocresía no tiene derecho a autorizar. El “prohibido prohibir” de
mayo del sesenta y ocho tiene toda su vigencia.»
Ausencia de Gobierno
Animal anarquizante, Ory
abomina de todo Gobierno: «Lo mejor es la ausencia de todo Gobierno. Los
abusos autoritarios limitantes en su escrupulosidad legal, imponen reglas
suplementarias al juego propio de la dinámica grupal. Jamás se aconseja lo
inútil del capricho y la fantasía, y, en cuanto al arte y la literatura, entran
en el círculo de lo serio y respetable una vez oficializados por la ideología
imperante, única capaz de marginar lo indeseable. La sociedad moderna destierro
a los poetas, ya desde “La república”, de Platón, a menos que sean
Premio Nobel o algo parecido. Ya lo dijo Octavio Paz: El poeta moderno no tiene
lugar en la sociedad, porque, efectivamente, “no es nadie”. Esto no es
una metáfora: la poesía no existe para la burguesía ni para las masas
contemporáneas.»
Y, sin embargo, los
tiempos han cambiado. Aunque ya sea quizá un poco tarde para ese aventurero
vital, fraterno camarada de Rimbaud, a quien le preguntamos sobre la situación
española y una hipotética vuelta del tránsfuga.
«Voluntad de cambio
hay, es indudable. Pero no creo demasiado en este invento. Por otro lado,
España es un país más dentro del mundo desesperante en que vivimos. Aunque la
situación esté llena de incertidumbres, cada vez más a mí me gustaría volver,
pero la verdad es que aquí no tendría trabajo.»
Carlos Edmundo de Ory,
confeso de hechicería, dirían, dirán, dijeron los diarios, hechicero mágico
inconcluso, inconcluyente, afluente, río, agua turbulenta en movimiento, lúdico,
lúdico:
«Trabajo en el
lenguaje, investigo el lenguaje y una de las cosas que tengo es el humor. Pero
no sólo hay ludismo en mi poesía. Me interesan otros aspectos de mi obra, como
el misticismo religioso. Con el ludismo pasa un poco como las anécdotas que se
cuentan sobre mí, que se han exagerado y han engordado el mito.»
Anécdotas
Capítulo sagazmente
sonsacado con ayuda de memorias ajenas. Anécdotas como aquella del congreso de
escritores en Segovia en que, junto a otros. Caballero Bonald entre ellos,
entraron por error en un velatorio y tuvieron que seguir el mortuorio rito. O
la imitación en el mismo hotel de la actriz Joan Fontaine, que degeneró en el
mito de que descendía por las escaleras a culazos. Olas de su bohemia vida
parisiense y madrileña, donde apuntaba los teléfonos en las paredes de las
calles. «No te preocupes, cuando necesite llamarte vendré aquí.» O lo de
venir a tomar café a Cádiz. O el famoso baño vestido —él dice que en traje
de baño— en una barca en Asturias, para llegar a otro barco. Tuvo que
alcanzar la orilla y desde allí, aminorada la marcha del bote para esperarle,
logró su objetivo: «Todos los poetas congresistas que iban allí —afirma Ory—
ya estaban en la barca haciendo sus sonetos epitáficos.»
Su casa está siempre
abierta a todos, en Amiens, cerca de la Universidad donde imparte sus clases
tal y como me recuerdan Rafael de Cózar y Fernández Palacios. Allí acuden
amigos, alumnos, a recibir influenciad, en peregrinación a La Cabaña, entrañable
casa donde reposa, no se sabe si feliz, un buda enorme que tiene en su
habitación y los pasillos se llaman cosas como avenida Nosferatu... «Yo no
quiero dirigir a nadie —salta enseguida Ory—, que cada uno sea como es,
como debe ser.»
Inimitable Ory, siempre
adjetivado, mosaico siempre falto de postreros azulejos, últimos elementos de
la clave buscada, ineficaz el tratamiento de emergencia, inasibles los
corazones y las rosas. Eterno misterio.
Fuera, por la ventana, el
mar toca el piano y silba el viento su eterna melodía. Carlos Edmundo de Ory
sentencia: «Vivir es una aventura.»
Alfonso Domingo, Diario
16 [Disidencias], 21 de noviembre de 1982, p. IV.