miércoles, 29 de abril de 2020

Carlos Edmundo de Ory Reencuentro con el fundador del postismo (Diario 16, 21 de noviembre de 1982)


CARLOS EDMUNDO DE ORY
Reencuentro con el fundador del postismo

Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923), narrador, ensayista y, sobre todo, poeta, fue el creador, con Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, del postismo, un movimiento literario y vital que, allá por 1945, abrió paso a las vanguardias artísticas españolas y, según su fundador, a la mismísima contracultura mundial. Estrafalario, hereje, heterodoxo, poeta maldito —según el cliché— el autor de «Técnica y llanto» y «Los poemas de 1944», al fijar su residencia en Francia, se ha visto aún más alejado de los beneficios de las modas literarias españolas, por lo que su obra no siempre ha contado con la debida atención.

Descalificadas con una mueca de espanto y aversión las entrevistas, artificiales montajes a los que prefiere responder por escrito, concentrado en su obra, aislado, solo. Anclado el mar a cien metros, bramando indeciso entre ola y ola, conversamos en Cádiz, tierra natal de hace cincuenta y nueve años, Cádiz de su alma y vida («Andaluz, anda con luz»), Gades poético portado siempre como un retrato antiguo, resonancias vivas de amor a-mar.

Desparrama sus huesos y palabras en casas de amigos, recitales. Algo famoso a su pesar, repasamos su aventura vital, que la vida engloba su vivir y su obra, aspectos estos que se funden en Ory como en ningún otro poeta.

«Hay que vivir y sentir como se escribe. Vivir es un acto de vida, como escribir. Hay que vivir poéticamente. No comprendo cómo hay poetas que tienen secretario. Escribir un poema, amar, es revolucionario. El poeta no es una vedette, no es un artista de cine, la poesía es todo lo contrario a frivolidad. Es un acto social por excelencia, porque es cotidiano, vital. El poeta tiene que ser revolucionario en todos los momentos, salvo, quizá, en el retrete. El poeta tiene que estar en el mundo, aquí, en nuestro tiempo. No a las fugas del pasado. Yo estoy preocupado por todo lo que pasa en el mundo. Ya lo he dicho otras veces, entramos en la era crucitariana, apta para la cultura integral. Sin embargo, no estamos informados. Seguimos leyendo los periódicos y oyendo la televisión, que nos envenena minuto a minuto. Sólo esperamos de la falsa jerarquía el anuncio del apocalipsis.

Los verdaderos poetas, como decía, son revolucionarios. Claro está, los poetas, no cabe duda, son el testimonio único de la dificultad de vivir. En estos días de miseria, inagotables son las posibilidades de expansión de la conciencia humana. Pero aparece también, entre la esperanza, la desesperación paralizante. Dentro de una situación dada por sentada (la época), el hombre tiene que optar por una orientación de destino.

Hay una ecología interna y externa, que hay que sentirlas, una explosión del mundo. Hay que sentir desde otro punto de vista, el poeta es un cuerpo antes que nada, un cuerpo que se mueve, que siente, que viaja. Soy un hombre cuyo máximo asombro es el descubrimiento de qué estoy en un planeta en movimiento. Yo no entiendo cómo la gente va a trabajar, cómo vive sin haber contemplado el medio en el que se desenvuelve. Lo primero que hago al levantarme es abrir la ventana y saludar al sol, al nuevo día que viene

Poeta maldito
Taumaturgo errante, plateado jinete antiapocalíptico, cotidiano estandarte del ser y el estar, Orypresente. Energeia, metanoia, paranoia andante, sedante, nunca silente, jamás Edmundecido. Hablamos de una contradicción: el Ory-mito, «poeta maldito» para posterior uso apologético en razón inversamente proporcional al silencio y olvido que su obra fue reducida por la cultura oficial.

«Sueno, en mi caso concreto, como en otros, se han producido una serie de circunstancias que han dado lugar al mito, como la anatemización del postismo, la frustración que supuso siempre mi vida y mi obra aquí, mutitada por la censura, el posterior exilio..., en fin, siempre me señalaron con el dedo por mi físico y vestimenta, no me ha preocupado mucho esa pasión enfermiza que tenían por mí y por mi escritura, a la que también recurren. Es evidente que me retrato continuamente en mis poemas, pero no son autorretratos muy heroicos. Mi carencia de prejuicios saludables, la lógica de mi insumisión, molesta demasiado a la comodidad ambiente.

El eufemismo del “poeta maldito”, cosa en la que no creo, por otro lado, ya que me parece una invención de la cultura oficial, del sistema, era algo cualitativo que sustituía a una característica esencial en mí: la rebeldía. Esto, desgraciadamente, se maneja como caricatura o iconografía, pero es un papel que me han hecho jugar a la fuerza, bien a mi pesar, y que mi alejamiento, mi exilio voluntario, contribuye a reforzarlo. No paseo por la acera de lo establecido, soy muy móvil, viajo, y además resulta difícil verme vivir. Tengo a los hombres y sus calles como asombro cotidiano, al igual que mis escritos e incluso yo mismo.

A esto hay que añadir que se me ha clasificado, asimilado, a una etapa de mi vida, la del postismo. En general, hasta hace poco no se había informado bien sobre mi obra, no se había hecho nada bueno. O era postista o me señalaban con dos cruces más: el introrrealismo del cincuenta y uno con Darío Suro o el “Atelier de Poesie Ouverte” del sesenta y ocho en Amiens. Ahora hay estudios buenos sobre mi obra, como el de José Polo de Bernabé.»

El postismo
No podemos evitarlo. El postismo surge de sus cenizas, Fénix alada que rebrota del espejo y nos alcanza. ¿Qué fue el postismo? ¿Y qué fue del postismo? Mago gris que detiene el tiempo, Ory [mira al] reloj responde, vindicativo, claudicante:

«Una herejía en su época, como he dicho en alguna ocasión. Era el último, el más nuevo, el mejor, el post y el ismo, el ismo y el post. Fue en enero de mil novecientos cuarenta y cinco, a poco de terminar la segunda guerra mundial y ocho meses antes de Hiroshima y Nagasaki, cuando salimos a la calle a invocar un sol de una mañana primaveral junto al "grito de un camaleón enfurecido. Proclamamos una estética al grito de “España lanza el postismo”, una estética auroral, enfocada desde la sombra de una decadencia: “Aquella muerta doncella de faldas largas y cabellos caballos que la actualidad artística y académica proclama para sí.” Diciendo mierda al Parnaso, sentamos piedra de escándalo pisándolo todo con nuestra andadura revolucionaria. Y por eso, como dijo Chicharro, nos echaron de la poesía. El postismo significó una avanzada de la contracultura mundial. Fue precursor de las formas de cultura marginales, tanto en la expresión como en el comportamiento. La palabra postismo carece en absoluto de programática y, por consiguiente, de contenido ideológico. El postismo fue la locura inventada. Todo empezó con mi soneto paranoico.»
Mutilada, prohibida su obra, anatemizada, la censura se cebó en Carlos Edmundo de Ory: «Respecto a esto, creo que los mayores problemas radican en la educación y en la información. Hay que revisar las reglas y los códigos permisivos. Estos no deben estar sustentados por una tradición patriarcal henchida de intolerancia. La hipocresía no tiene derecho a autorizar. El “prohibido prohibir” de mayo del sesenta y ocho tiene toda su vigencia.»

Ausencia de Gobierno
Animal anarquizante, Ory abomina de todo Gobierno: «Lo mejor es la ausencia de todo Gobierno. Los abusos autoritarios limitantes en su escrupulosidad legal, imponen reglas suplementarias al juego propio de la dinámica grupal. Jamás se aconseja lo inútil del capricho y la fantasía, y, en cuanto al arte y la literatura, entran en el círculo de lo serio y respetable una vez oficializados por la ideología imperante, única capaz de marginar lo indeseable. La sociedad moderna destierro a los poetas, ya desde “La república”, de Platón, a menos que sean Premio Nobel o algo parecido. Ya lo dijo Octavio Paz: El poeta moderno no tiene lugar en la sociedad, porque, efectivamente, “no es nadie”. Esto no es una metáfora: la poesía no existe para la burguesía ni para las masas contemporáneas.»

Y, sin embargo, los tiempos han cambiado. Aunque ya sea quizá un poco tarde para ese aventurero vital, fraterno camarada de Rimbaud, a quien le preguntamos sobre la situación española y una hipotética vuelta del tránsfuga.

«Voluntad de cambio hay, es indudable. Pero no creo demasiado en este invento. Por otro lado, España es un país más dentro del mundo desesperante en que vivimos. Aunque la situación esté llena de incertidumbres, cada vez más a mí me gustaría volver, pero la verdad es que aquí no tendría trabajo

Carlos Edmundo de Ory, confeso de hechicería, dirían, dirán, dijeron los diarios, hechicero mágico inconcluso, inconcluyente, afluente, río, agua turbulenta en movimiento, lúdico, lúdico:

«Trabajo en el lenguaje, investigo el lenguaje y una de las cosas que tengo es el humor. Pero no sólo hay ludismo en mi poesía. Me interesan otros aspectos de mi obra, como el misticismo religioso. Con el ludismo pasa un poco como las anécdotas que se cuentan sobre mí, que se han exagerado y han engordado el mito

Anécdotas
Capítulo sagazmente sonsacado con ayuda de memorias ajenas. Anécdotas como aquella del congreso de escritores en Segovia en que, junto a otros. Caballero Bonald entre ellos, entraron por error en un velatorio y tuvieron que seguir el mortuorio rito. O la imitación en el mismo hotel de la actriz Joan Fontaine, que degeneró en el mito de que descendía por las escaleras a culazos. Olas de su bohemia vida parisiense y madrileña, donde apuntaba los teléfonos en las paredes de las calles. «No te preocupes, cuando necesite llamarte vendré aquí.» O lo de venir a tomar café a Cádiz. O el famoso baño vestido —él dice que en traje de baño— en una barca en Asturias, para llegar a otro barco. Tuvo que alcanzar la orilla y desde allí, aminorada la marcha del bote para esperarle, logró su objetivo: «Todos los poetas congresistas que iban allí —afirma Ory— ya estaban en la barca haciendo sus sonetos epitáficos.»

Su casa está siempre abierta a todos, en Amiens, cerca de la Universidad donde imparte sus clases tal y como me recuerdan Rafael de Cózar y Fernández Palacios. Allí acuden amigos, alumnos, a recibir influenciad, en peregrinación a La Cabaña, entrañable casa donde reposa, no se sabe si feliz, un buda enorme que tiene en su habitación y los pasillos se llaman cosas como avenida Nosferatu... «Yo no quiero dirigir a nadie —salta enseguida Ory—, que cada uno sea como es, como debe ser.»

Inimitable Ory, siempre adjetivado, mosaico siempre falto de postreros azulejos, últimos elementos de la clave buscada, ineficaz el tratamiento de emergencia, inasibles los corazones y las rosas. Eterno misterio.

Fuera, por la ventana, el mar toca el piano y silba el viento su eterna melodía. Carlos Edmundo de Ory sentencia: «Vivir es una aventura

Alfonso Domingo, Diario 16 [Disidencias], 21 de noviembre de 1982, p. IV.

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