martes, 28 de abril de 2020

Con Cristóbal Serra como guía. Recorrido por las estatuas de Palma (Diario de Mallorca, 2 de octubre de 1977)



Es Palma una ciudad que sin carecer de valores arquitectónicos adolece de afortunados monumentos. La parte vieja de la ciudad posee una personalidad bien definida, los laberínticos callejones con sus farolas de tenue luz ofrecen al paseante melancólicas sensaciones. Los patios de San Jaime, siempre en penumbra, también tienen para el palmesano el sabor típico de la ciudad que en otros tiempos fue recinto de tranquilidad urbana. Desgraciadamente, la parte ornamental no está en consonancia con estos valores arquitectónicos Algunos monumentos son verdaderos atentados escultóricos y no responden ni de lejos a la significación profunda que ha de tener todo monumento.

Un monumento no tiene por qué ser realista, lo que si debe conseguir es una profundización en lo que quiere rememorar. La calidad de una escultura Tendrá dada por la penetración artística realizada en la personalidad del esculpido. Sólo son posibles dos tipos de monumentos, los afortunados y los desafortunados. Estos últimos han florecido en nuestro solar urbano siendo causa de ello un determinado fertilizante que no viene a cuento analizar.

Palma que tiene joyas arquitectónicas, no las tiene monumentales. Muchos bronces están mal emplazados. No hay ninguno que esté en el lagar que le corresponde. Ninguno que tenga una plaza de poesía.

Mallorca, que fue símbolo de paz, no goza de ningún rincón monumental que haga recordar aquella época dorada.

Cuando se ha erigido un monumento nuevo, por ejemplo el de Ramón Llull, ha habido un total desacierto en su ubicación y en el erector elegido. La elección del artista hubiera podido ser democrática y no a dedo, como era propio de los tiempos triunfalistas. Este monumento está hecho con total desconocimiento de la personalidad de Llull.

Un mínimo de conocimientos hubiese llevado al escultor a crear otras formas. Lo mismo sucede con el de Fray Junípero, que ha heredado las taras de los otros, no sé si será debido a una paternidad común que los aqueja. Su figura es estereotipada, poco original, y del lugar desdichado de su erección no hay porqué hablar ya que habla por sí solo.

La observación de todos estos monumentos, a raíz de una crítica televisada de los mismos, me ha llevado a procurarme un guía critico de la ciudad y quien mejor escogido que Cristóbal Serra, ese lapidador verbal de monumentos excesivamente pétreos y vulgares.

Cristóbal Serra fue elegido cicerone de la ciudad para el programa “Tot Art". Hoy, para nosotros, vuelve a recorrer la dudad en busca de monumentales desaguisados.

Ramón Llull, un poeta y no un dómine aburrido y doctoral

Primeramente, negamos al pie de Ramón Llull al que observamos con desolador silencio.

— ¿Qué opina Cristóbal Serra de esta beatería rancia con que ha sido concebido este Ramón Llull?

—Es ya proverbial que esta figura enhiesta nada tiene que ver con el Ramón Llull real. Pues no está claro que usara de tal vestimenta y, sobre todo, revela una gran falta de imaginación el colocarle un libro en la mano.

Podemos afirmar que este monumento no está en consonancia con el espíritu original y atrevido de Llull. Simbólico y no pedestre debiera haber sido d monumento que se le hubiera levantado. Un monumento que encarnase su esencia poética que responde como el Quijote, como Calderón, como el Barroco, como el Ultraísmo literario, a un deseo de locura, a un deseo de salir de si mismo.

Estoy seguro que el autor de la desafortunada efigie estaba en ayunas sobre la personalidad de Llull. Si hubiese leído sus obras o hubiese apurado la “leyenda” luliana no hubiese concebido una estatua - homenaje tan ajena a lo que Llull representa. Si mal no recuerdo, según me dijeron, el autor no sabiendo qué imagen de Ramón Llull trasplantar al bronce, debido a las muchas que corren, se guió por la portada ¡fíjate bien! de las obras de Ramón Llull de la BAC. Lo demás estaba hecho: el librote del sabio y las inscripciones arábigas que no podían faltar.

Sin apartarse de lo tradicional en tales bronces, mejor hubiera sido estampar una frase enigmática de las muchas de Llull, un acertijo entre poético y filosófico. Para que de una vez se supiera que aquel hombre singular era un poeta y no tu» dómine aburrido y doctoral.

Después de recorrer una porción del Paseo Sagrera, llegamos al famoso busto de Rubén Darío, que resalta por su agresivo color blanco en contraste con la vegetación que le rodea.

Para Rubén, un diamante y no un monolito

—Tú que eres bastante rubendariano por lo que Rubén tiene de visionario ¿crees que Rubén Darío está justamente representado en este busto?

—Este monolito levantado a Rubén no creo que lo singularice. Resulta una burda efigie que está muy lejos de demostrar el visionarismo de Rubén. Creo que quien concibió en Mallorca “El Canto Errante”, libro de un interés superlativo, merecía otra estatua y además situada en otro lugar. Podría haber sido el Terreno, en la placeta de S‘Aigo Dolça, lugar bastante recoleto dentro del maremágnum internacional, donde Rubén vivió entre 1906-1908. Otro lugar, no lejos del que hoy goza es el mismo corazón de la Avda. Argentina, en la desierta plaza de los Héroes de Baleares, teniendo en cuenta que una de las composiciones mayores del poeta es, sin duda, “Canto a la Argentina” a la que llega a calificar de “reglón de la aurora” en una estrofa y en otra de “aurora de América”. Ningún sitio mejor que éste por lo simbólico y representativo. El monumento que aquí se instalará a Rubén podría llevar grabado, en un enigmático diamante, forjado por nuestra tierra de orfebres judíos, algunos versos del poeta:

Concentración de los varones,
de vedas, biblias y koranes,
en el colmo de sus afanes,
en el logro de sus acciones,
tu floración de floraciones,
tendrá un perfume latino.

Por último, llegamos al peor situado de todos los monumentos. Como si estuviera desterrado de la ciudad, Fray Junípero levanta su cruz misional no se sabe bien hacia donde ni hacia quién.

Para Fray Junípero, la alegoría de la piedra

— ¿Está Fray Junípero, tu homónimo debidamente emplazado?

—A Fray Junípero Serra los ediles no le han mostrado una especial reverencia y lo han colocado en una especie de gallinero. Quien tanto se entregó a la arboricultora y quien inició a las gentes americanas en los secretos del agro mallorquín, en el lugar en que está situado recibe solo los vientos despiadados del mar.

Ya era hora de que este gran caminante, que murió bajo el cielo de Monterrey para levantar pueblos y que en tantos lugares de la América sajona tiene estatuas, porque de su vida surge una luz de irresistible respeto, tuviese monumento aquí. Ya era hora.

Pero el monumento que le han levantado no tiene lastre ni ornato exterior. Es tal su desamparo que el día menos pensado, le sembrarán una cucurbitácea en esta cruz misional o algún gitano desaprensivo le colocará una sartén enmascarada. Para velar por la integridad del monumento por otra parte, una mala interpretación del personaje, proponemos que sea colocado donde ahora está Rubén, pero eso si, transformado en otro, fundido el bronce de nuevo para que sea más alegórico y tenga una expresión más contorsionada, más excitada, más convulsiva.

Ponerle en la mano una enorme piedra contra el pecho como cuando en ademán expresionista convocaba al indio americano...

Después de la contemplación objetiva de tales monumentos, aconsejamos a nuestros ediles, que financian y se encargan de tales menesteres, paren mientes en los artistas escogidos y en los emplazamientos, pues para las burdas representaciones siempre hay ocasión y mejor es dejar que los ciudadanos libérrimamente esculpan en su imaginación la fisonomía perenne de los inmortales...

María Rosa Planas, Diario de Mallorca, 2 de octubre de 1977, p. 3

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