martes, 3 de diciembre de 2019

"El humor en España" [Coloquio con los humoristas Álvaro de Laiglesia, Antonio de Lara, «Tono», Evaristo Acevedo, «Máximo», Julio Cebrián, y los actores Gracita Morales y Juanjo Menéndez] (ABC, 13 de octubre de 1969)



EL HUMOR EN ESPAÑA
EN los últimos meses se ha podido percibir, tanto en periódicos como en el libro o en el teatro, un florecimiento renovado del humor español. Por una serie de razones, el humor en España tenía planteados múltiples problemas. La confusión entre el humorista y el gracioso de más o menos buen gusto se había generalizado. Pero la gran tradición literaria del humor español, desde Cervantes a Fernández Flórez, no podía desaparecer. Hoy nuestro humorismo ha comenzado un nuevo y esperanzado camino. Para hablar de todos estos temas se sentaron en torno a una mesa, en el despacho del fundador de ABC, un grupo de personalidades del mundo del teatro y la literatura. Intervinieron en el coloquio los ilustres humoristas don Álvaro de Laiglesia, director de «La Codorniz»; don Antonio de Lara, «Tono»; don Evaristo Acevedo; don Máximo Sanjuán, «Máximo», caricaturista de «Pueblo», y don Julio Cebrián, caricaturista de «El Alcázar»; la actriz Gracita Morales y el actor Juanjo Menéndez. De la interesante conversación, recogida en cinta magnetofónica, publicamos un amplio extracto.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. — La cosa más nefasta que existe para el humor es la censura. Por eso, desde que se promulgó la Ley de Prensa, se ha desarrollado considerablemente, en cantidad y en calidad, el humor español. Yo recuerdo, por ejemplo, que hace muchos años la censura nos tachó en “La Codorniz” la fotografía de un indio, poniéndonos una nota marginal en la que se decía que se parecía a Jesucristo. Naturalmente, llamé en seguida a la censura cara preguntar quién era el señor que había tenido la suerte de conocer personalmente a Jesucristo. También recuerdo, con regocijo inextinguible, la época en que no se podía emplear la palabra hígado, porque la censura consideraba que era de mal gusto. Entonces acostumbrábamos a hablar de páncreas, que es una palabra mucho más graciosa, con lo que resultaba que los españoles no teníamos hígado, pero sí teníamos páncreas. Por fortuna, esos tiempos ya pasaron y ahora, con la nueva legislación de Prensa, el humor ha adquirido una nueva frescura, en el buen sentido de la palabra, y un desenfado que aumenta su calidad.

GRACITA MORALES. —Yo no creo que las cosas hayan cambiado mucho, a pesar de la nueva Ley de Prensa. Todo sigue igual.

MÁXIMO. —Por lo menos en lo que respecta a la crítica política de las cuestiones fundamentales.

JUANJO MENÉNDEZ. —Y al teatro de humor.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Todo es relativo. Se ha mejorado considerablemente y se han subido los primeros escalones. lo cual no quiere decir que hayamos llegado al ideal. Incluso en los últimos meses el humor político se ha desarrollado, y en “La Codorniz” hemos podido publicar caricaturas de ministros y otros hombres públicos, cosa que era imposible hasta ahora. Yo recuerdo que hace unos años fue tachada una portada de Enrique Herreros, que representaba los bufones de Velázquez, porque la censura entendió que algunos políticos españoles, de nivel medio, podían darse por aludidos.

JULIO CEBRIÁN. —También discrepo yo con lo que se ha dicho aquí con relación al teatro. Creo que la libertad de expresión se ha notado considerablemente en la escena.

JUANJO MENÉNDEZ. —Se ha notado por lo que respecta al teatro que llamamos serio, pero no por lo que respecta al teatro cómico.

TONO. —Estoy de acuerdo. Y no sólo eso, sino que la mayor libertad ha ido en favor de los autores extranjeros. Los autores nacionales padecen una censura mucho más fuerte.     

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Repito que todo es relativo, y me parece innegable la mejoría. Cuando un sistema político va siendo cada vez más fuerte puede tolerar que se bromee con muchas más cosas. Son los regímenes débiles y enfadadísimos les que no pueden aceptar el chiste y el desenfado.

EVARISTO ACEVEDO. —A mí también me parece claro que se está desarrollando el humor crítico. Eso sí, se desarrolla lentamente, estimulado por una serie de suspensiones que todos conocemos.

MÁXIMO. —Sin embargo, la realidad es que el humorista español todavía tiene que andarse por caminos laterales. Cuando trata de extender el brazo, con afán de crítico, se encuentra con una pared de hierro, de cristal o de algodón, pero en cualquier caso con una pared, que le impide desarrollar todo lo que quiere decir.

GRACITA MORALES. —Pues yo, en teatro, digo que las cosas siguen igual. Están en el mismo punto que cuando yo empecé. El autor sigue luchando con la censura como un gladiador, y la actriz con el traje, con la hombrera, con la falda. Se tiene que vestir de una forma distinta el día en que va la censura y en las representaciones. Primero acepta lo que le dicen y después, poco a poco, se va bajando la hombrera, se va subiendo la falda, y, si tiene éxito la función, a los dos meses se ve una magnífica señora, como Dios manda.

TONO. —Estoy de acuerdo con Gracita Morales, e insisto en que la mayor libertad ha ido en beneficio del teatro extranjero, hasta e] punto de que el empresario cuando nosotros planteamos alguna escena fuerte nos dice en seguida: “Procura situarla en el extranjero, porque tal vez así tenga más posibilidades de pasar."

JULIO CEBRIÁN. —Sin embargo, ahí está “El Tragaluz”, de Buero Vallejo, que es una obra inimaginable hace diez años.

JUANJO MENÉNDEZ. —De acuerdo. Pero, repito, que una cosa es la censura para el teatro serio y otra para el teatro cómico; de la misma manera que una cosa es la censura para el teatro extranjero y otra para el nacional.

JULIO CEBRIÁN. —Me parece que exageráis un poco y que se podrían poner muchos ejemplos de la libertad creciente en todas las manifestaciones teatrales, incluidas las cómicas.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Coincido con lo que dice Cebrián, y quiero añadir que, por ejemplo, en la novela, esa mejoría relativa del teatro se ha dejado sentir casi a cien por cien por la labor personal de un hombre como Carlos Robles Piquer.

MÁXIMO. —El humor resulta casi imposible si no existe un ambiente de tolerancia, de falta de solemnidad, de ausencia de dogmatismos.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Por supuesto. Y prueba de ello es que los países con un mejor sentido del humor, son los más desarrollados.

EVARISTO ACEVEDO. —En todo caso, a mí me parece un error considerar incapaz al pueblo español. Basta repasar la Constitución de Cádiz de 1812 para comprender que España se anticipó en el camino de la libertad a la mayor parte de los países europeos. Pero en lugar de seguir en este camino se la ha “deseducado” poniéndola un chupete en la boca y haciéndola creer que es “menor de edad”.

TONO. —Efectivamente. Las posibilidades de expresión libre que había en España en los años 20 y anteriormente fueron muy grandes.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Nos estamos desviando del tema central. Hemos dicho que para que el humor pueda desarrollarse es necesaria la libertad y que en los dos últimos años se ha avanzado considerablemente en este sentido. No vale la pena que volvamos la vista atrás. Son muchos los que creen que a causa del exceso de libertad se produjo la tragedia de la guerra civil, y, naturalmente, las cautelas para abrir la mano, después de la guerra, han sido muy grandes. Lo importante en todo caso, repito, es que estamos avanzando y que el humor, en todos sus aspectos, se beneficia de ello. Y prueba de ello es que a pesar de que hemos perdido en la baraja de nuestros humoristas cuatro ases, que fueron Jardiel, Fernández Flórez, Camba y Neville, sin embargo, podríamos citar varias docenas de humoristas españoles, tanto en el periodismo, como en la caricatura, como en el teatro, como en la novela, de primera fila. Es decir, que, a pesar de todo, el humor español no sólo no ha quedado retrasado con relación a los otros países europeos, sino que se encuentra en primerísimo lugar.

MÁXIMO. —Lamento discrepar de esa opinión de Álvaro de Laiglesia. El humor en España está subdesarrollado, disminuido. Tiene un nivel bajísimo.

JULIO CEBRIÁN. — Por lo que respecta a la caricatura, las dificultades son muy grandes, debido en gran parte a la limitación de temas. Personalmente yo, aparte de tropezar con determinadas dificultades técnicas, creo que no he podido expresar todo lo que quiero.

EVARISTO ACEVEDO. —Me parece que se insiste demasiado en hablar de la censura, que al menos, en lo que respecta a los periódicos, es asunto en gran parte superado. Habría que reconsiderar por qué en España, a diferencia de lo que ocurre en otros países, como en Inglaterra, el humorista, tanto en el periodismo, como en la caricatura, como en el teatro o en la novela, está arrinconado. Por qué en España la gente no se toma en serio el humor. Esa es la cuestión.

TONO. —Yo nunca he creído ese juicio según el cual el español prefiere llorar en lugar de reír, pero es evidente que en España existe un entendimiento trágico de la mayor parte de las cosas; que el español se toma la vida en serio y que le da gran solemnidad a sus creencias, molestándole por eso el que otro las tome en broma. Eso no ocurre, por ejemplo, en Inglaterra.

ÁLVARO DE LA IGLESIA. —Yo también creo que los humoristas en España están arrinconados, y nada puede haber más injusto, porque la inmensa mayoría de las grandes cosas que España ha dado al mundo están relacionadas con el humor. Cervantes fue, antes que nada, un gran humorista, y lo mismo. Quevedo, y lo mismo Goya, y lo mismo Dalí o Picasso. Es decir, lo que hay de más universal en el arte y en la literatura españoles es el humor. Y también en nuestra propia Historia. El descubrimiento de América es un acontecimiento lleno de gracia. España, en fin, es un país en deuda con el humor. Y es lástima que un puñado de señores sesudos traten de quitarle importancia al humor, cuando en países como Inglaterra el humor ocupa primerísimo lugar, en parangón con el teatro o con la novela “más serios”.

EVARISTO ACEVEDO. —Exacto. En mi libro “Teoría e interpretación del humor español”, que publiqué en 1966, digo todo eso y mucho más. Los primeros que deben preocuparse por revalorizar el humor son los propios humoristas. Yo, humildemente, he puesto mi granito de arena.

JUANJO MENÉNDEZ. — Lo mismo se puede decir con relación a los actores de teatro. En otros países un actor cómico, a igual calidad, se le considera tanto como a un actor trágico. En España no es así. Hay cierto arrinconamiento del actor de humor, cuando la realidad es que éste, muchas veces, goza del máximo favor del público.

GRACITA MORALES. —Bueno, señores, yo me voy, que es muy tarde. Pero quiero decir que estoy de acuerdo con lo que dice Juanjo Menéndez y que la culpa es también de los empresarios y de los autores, que sólo quieren hacer obras comerciales preocupados por el vil metal. Yo, por ejemplo, nunca he podido dar de sí lo que llevo dentro. He hecho siempre la misma película. Una película chabacana, graciosa en el sentido de hacer reír a carcajadas, y, naturalmente, sin calidad y sin penetración. Es una lástima, pero en la actualidad al humor español le queda un largo camino que recorrer.

MÁXIMO. —En mi opinión, el humor en España está subdesarrollado, disminuido. Hasta que el espectador español comprenda que Ionesco es un gran humorista, nuestro humor seguirá debatiéndose a bajo nivel.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —No podemos considerar bajos nuestros niveles de humor teatral, puesto que tenemos un Mihura cuyas obras han alcanzado éxitos internacionales. También en nuestro teatro humorístico vamos alcanzando cotas más altas.

JULIO CEBRIÁN. —En Galicia yo he escuchado mucho a los campesinos gallegos. Me parece que tienen un sentido del humor profundísimo e instintivo. A mí me han hecho enorme gracia muchas cosas de los campesinos gallegos. Sin embargo, cuando he hablado con amigos gallegos sobre determinados autores que desde mi punto de vista son humoristas, ellos los han considerado autores tremendamente serios. Eso quiere decir que el pueblo español puede segregar humor, pero no lo asimila. Ahí está la clave del asunto. Y de ahí. por ejemplo, viene el que el chiste en los periódicos españoles, hasta hace muy poco tiempo, ha estado relegado a las últimas páginas, en el sitio habitual de los pasatiempos y los crucigramas. En los últimos años, y gracias sin duda a la genialidad de Mingote, se le ha empezado a colocar en el lugar que por su importancia crítica le corresponde.

ÁLVARO DE LAIGLESIA. —Yo quiero poner ahora mi punto final. Un punto final lleno de optimismo. Porque si los problemas del humor en España son muy grandes, si son muchas las metas que quedan por alcanzar, sin embargo, insisto en que debemos felicitarnos de la extraordinaria calidad que, a pesar de todo, y en comparación con el humorismo europeo, tiene en estos momentos el humor español.

ABC, 13 de octubre de 1969, pp. 121- 127.

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