viernes, 16 de noviembre de 2018

"Sobre el politeísmo y sus defensores" por Néstor Luján (La Vanguardia, 4 de noviembre de 1980)


Las crisis religiosas
Sobre el politeísmo y sus defensores

SE plantea una vez más la curiosa polémica con matices políticos, morales, estéticos y religiosos, sobre las bellezas del politeísmo clásico y la historia de les religiones monoteístas. En este caso la revista francesa «Elements» escribe en su editorial: «Paralelamente a la responsabilidad del cristianismo en el nacimiento del ciclo igualitario, se produce el monoteísmo, con su intolerancia que cada vez se hace más evidente. Nosotros no impondremos intolerancia a la intolerancia. Más que enfrentar a los helenos y nazarenos, preferimos luchar contra la palabra de Pablo, según la cual a partir de sus enseñanzas no habría ni judíos ni griegos. Estamos prestos todos a luchar por el derecho de los pueblos, a honrar a sus dioses, incluso cuando este dios se llame Jehová. No admitiremos, por el contrario, que nos impidan honrar a los nuestros». Y añade pérfidamente: «La cristianización de Europa con la integración del cristianismo en el sistema mental europeo, fue el acontecimiento más desastroso de toda la historia del continente, la catástrofe en el sentido propio del término».
Resulta chocante que esto lo escriba el órgano ideológico y cultural, de la llamada «Nueva Derecha Francesa». No es la primera vez en la historia política de Francia que la derecha se separa —o la separan— de la Iglesia: recordemos la excomunión de «L’Action Françáise» y de su batallador guía Charles Maurras a finales del año 1926. El hecho que el catolicismo esté en crisis, en una profunda y desgarradora crisis —una reciente estadística afirma que el 72 por ciento de los católicos franceses declaran no seguir las directrices del soberano pontífice sobre el aborto, el divorcio y los anticonceptivos— hace que esta polémica tenga mayor vivacidad. Realmente tanto los cristianos como los islámicos —lacerados éstos entre los refinamientos teológicos y la barbarie retrógrada—, están en el momento crítico de su existencia.
NO es la primera vez que esto acaece en Europa. La segunda mitad del siglo pasado representó una reacción anticristiana notoria. De una parte existían los pensadores, escritores y poetas que creían que el Cristianismo no formaba parte de la tradición europea, que era algo oriental y por lo tanto bárbaro y repudiable. Así Ernest Renán habla del cristianismo como «un culto extranjero que vino de los sirios de Palestina». Otros creían que el Cristianismo significaba represión y que el paganismo era el símbolo de la libertad. Esta creencia arrancaba de los románticos y el italiano Giosué Carduce la defendió brillantemente. Con él estuvieron, en Francia desde el poeta Leconte de Lisie, hasta el irónico Anatole France y, sobre todos, Louis Menard (1822-1901) quien no sólo prefería la moral griega a la moral cristiana sino que justificaba la religión helénica —que a otros parece un caos inextricable aunque hermoso, de supersticiones y supervivencias simbólicas y truculentas— diciendo que era un «ejemplar cuadro filosófico del universo». Menard fue un gran teórico en su libro «El politeísmo helénico» en el que pretendía que la religión clásica presentaba un cosmos ordenado en que las fuerzas de la naturaleza, plenamente desarrolladas, se unían para producir armonía. Finalmente existía la tendencia que defendió el filósofo alemán Nietzsche según la cual el cristianismo era tímido y débil y que el paganismo era fuerte, intenso y lleno de calidad aristocrática.
Todo ello era a partir, como es natural, de una idea en absoluto inexacta de la religión griega y de la democracia ateniense o de la moral pagana. Era ignorar voluntariamente todas las crisis espirituales del paganismo, las diferencias que puede haber entre la concepción homérica de la religión o las ideas religiosas de Platón o las tan irreverentes de Luciano de Samosata., El plantear las cosas de una manera demasiado primaria y querer que el pasado encaje con las ideas actuales a redropelo, sea como fuere.
RESULTA curioso, no obstante, que la polémica se recrudezca ahora, teñida, en algunos casos, de racismo; en otros, de un ansia de libertad; en los más, de esteticismo insolente. Nuestro Fernando Savater, hombre de un arrogante espíritu libérrimo, recoge estas situaciones en sus ensayos apasionados como son los «Escritos politeístas» (1975) o el magnífico prólogo de los «Diálogos de Luciano», publicado en el año anterior y que se integra en los citados «Escritos» y donde habla del «despertar del sueño monoteísta». Yo no tercio en estas discusiones: me limito a hacerme eco de ellas como algo típico de un momento de nuestra vida y cultura. Como un hecho que revela la crisis del hombre moderno, su patética desorientación en la encrucijada a la que la opresión de la vida material nos ha llevado. Estemos, como el Mediterráneo de los primeros siglos de nuestra era, sin nada sólido en qué creer, con miedo y con una dolorosa y escéptica conciencia.
Sería inaudito que, para recuperarla fe, tuviéramos que buscar a los antiguos dioses olvidados que, al decir de William Blake, el poeta inglés del XVIII, andaban disimulados y confundidos por las naciones de Occidente. El deán gallego Salas y Mendoza pretendía haber topado con el dios Apolo, vagabundo por los caminos de Galicia, en pleno siglo XVII. La última aparición del dios Marte y de la diosa Venus se anota seriamente en Bolonia a principios del XVIII. Buscar a los antiguos dioses, que se hartaron de la injusta indiferencia de los hombres, ¡qué problema!
Néstor LUJAN
La Vanguardia, 4 de noviembre de 1980, p. 7

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