sábado, 17 de noviembre de 2018

"Ernst Jünger en su contemporaneidad" por Vintilă Horia (Veintiuno, otoño de 1989)


Ernst Jünger en su contemporaneidad
Por Vintilă Horia
Hay que buscar el derecho en los átomos
Contemplada desde la línea Goethe-Jünger, la literatura, como la cultura alemana en general, pueden aparecemos como una sólida conjura angélica. Y entiendo el concepto de “angélico” como algo muy relacionado con lo que Rainer Maria Rilke entendía al cantar a los ángeles, tanto en sus Elegías como en otros poemas, no menos comprometidos en este sentido, como a unos seres más que humanos y menos que divinos, formando algo así como una hueste superior del conocimiento, destinada a proteger a los hombres en momentos de peligro, cuando ángeles y poetas nos indican lo que es preciso hacer en un “dürftiger Zeit"[1]. Me atrevería, incluso, a afirmar que a esta línea, que constituye un frente, es decir algo destinado al enfrentamiento, pertenecen los alemanes más representativos de estos últimos dos siglos, empezando por Goethe, pasando por Hölderlin y Novalis y terminando en lo más luminoso y numinoso de nuestro siglo: Rilke, Heidegger, Heisenberg, Ernst Jünger y quizá algún que otro poeta, pensador o científico más, de los que darán cuenta los tiempos venideros con más sostenimiento que yo. Lo que quiero proclamar aquí es la existencia, por debajo de las líneas oscuras de la historia del espíritu alemán, como de su vida histórica cotidiana, de una entelequia, o actualización de un poder positivo, de una gnosis esencial, cuya presencia liberaría lo mejor de nuestras posibilidades de actuación, en uno de los momentos más dramáticos y quizá más desquiciados de la historia humana. Creo, bajo la firme responsabilidad de esta afirmación, que Europa es esta línea y no otra y que la forma de un futurible europeo valedero no podrá ni influir ni existir siquiera sin que se tenga en cuenta el limes que dicha línea impone. Al tratar de dilucidar hoy la figura humana y literaria de Ernst Jünger, formando parte de la destrucción y la recomposición que definen al hombre actual, dejaré que los representantes y las ideas pertenecientes a la entelequia arriba mencionada aparezcan por si solos en el marco tan restringido y quizá demasiado solemne de mi escrito.
Al margen de la falsa actualidad
La pregunta que me atrevería a formular, antes de esbozar el retrato de Ernst Jünger en su contemporaneidad, sería la siguiente: ¿hasta qué punto el hombre fáustico es también un anarca?[2] Y si los dos conceptos coinciden, formando juntos la silueta del hombre europeo tratando desesperadamente de salirse de un final, de evitar así su propio fin y de abrirse camino hacia otro comienzo, entonces la respuesta sería, inevitablemente, otra pregunta: ¿hasta qué punto el anarca es Ernst Jünger mismo? Pocas veces en la historia de la literatura un creador ha logrado confundirse con su criatura. Y pienso tanto en los protagonistas de las novelas jüngerianas, Lucius de Geer sobre todo, como al Waldgänger, modificadores marginados, defensores de la vida en contra de las comunidades en que viven, por proponer y defender valores olvidados y tradiciones deslavazadas por los crepúsculos, apaciguados por los siglos y vueltos ineficaces y, a menudo, expresando lo contrario de lo que habían sido en sus comienzos. Si se nos ocurriera buscar en la Europa actual escritores tan apegados a la tradición, en un sentido no ético sino axiológico de la palabra, sólo nos encontraríamos a René Guénon, a Mircea Eliade y a algún que otro escritor venido del frío, situado al margen de la falsa actualidad en que se agita nuestro siglo y sus peores aduladores. Si es cierto que vivimos en un mundo peor, con visibles posibilidades de evolucionar aún más hacia el mal, entonces lo mejor de esta época y quien la define por debajo de su caída y por encima de su línea de flotación, es Ernst Jünger. Lo afirmo con toda claridad en un momento preciso en que Europa misma, rica en materias y pobre en espíritus, convertida a una situación de mercado, y además común, se está buscando una justificación, una fisonomía futurible, ya que los mercaderes, como los políticos o los ideólogos o, sencillamente, los escritores y pensadores mercantilistas maltratan su pasado con el fin de asegurarse un presente aurífero o shylokiano; y esto no es definitorio sino en lo inferior[3].
Entonces, si resulta evidente que el hombre europeo ha dejado de ser fáustico, de creer en la individualidad creadora de la mónada, de asumir el riesgo de ser persona y de imponerlo a través del mundo, en esta hora de alegría material, que es un canto fúnebre al espíritu, no nos queda más que el otro cabo de la línea, el recurso a los bosques, donde reina la conservatividad rebelde del anarca. He aquí, desde el cabo inicial de la línea, quiero decir desde Goethe, la explicación poética, enfocando al hombre europeo o fáustico desde sus entrañas más oníricas y al mismo tiempo, más realistas, su cara de dos destinos: el momento en que Europa, a través de Goethe, tomaba conciencia de lo que era y deseaba detener el momento de la luz que la estaba iluminando, y nuestra Europa, donde todos aceleramos los momentos como si lo que más deseáramos fuese una huida fuera de nosotros, en la anulación de lo que había sido nuestro ser.
Si yo pudiera decirle al instante:
Perdura! Eres tan hermoso,
Entonces podrías encadenarme,
Yo acogería mi fin con agrado.
Entonces podría tocar a muertos la campana,
Tú podrías cumplir con tu tarea,
Podría pararse el reloj, caer las agujas,
Y el tiempo abolirse para mí!"
Abolir el tiempo es mística pura y recuerda aquí el tiempo de las catedrales, cuando Europa empezaba a tener conciencia de sí misma, elevándose hacia el Ser, construyendo los monumentos de aquella hazaña, libros para la memoria cuando se producen acontecimientos dignos de permanecer en sus páginas. Mientras que, en tiempos despiadados, cuando el arte mismo deja de edificar monumentos y sólo el libre anarca vagabundea por los bosques, alguien, el vate profetizado por Hölderlin, habla así desde su desesperación:

y mientras el hombre calla en su tormento,
Un dios me dio el poder para decir cuanto sufro.”
El recurso a los bosques
Resulta evidente, para cualquier lector más o menos iniciado, que el vate vuelve a ser la única posibilidad de decir en qué consiste nuestro sufrimiento y, también —y con esto nos acercamos a la esencia jüngeriana— cómo podríamos aliviarlo. El tema del alivio o el de la solución salvadora me parece tan definitorio en cuanto a Jünger hagamos referencia, como la crítica que escritores como él han dedicado a la sociedad contemporánea, excomulgadora de rebeldes. En su ensayo más famoso y quizá más logrado, Der Waldgänger precisamente, muy acertadamente vertido al castellano como La emboscadura y que algo tiene que ver, en la misma línea de contemporaneidad, con los Holzwege de Heidegger, Jünger escribía, ya en 1951, indicando así el camino de la caída que hemos emprendido, con más ahínco aún después de la Segunda Guerra mundial: “(este camino) desciende hacia los bajos fondos de los campos de esclavización y los mataderos donde los primitivos concluyen con la técnica una alianza mortífera; donde ya no somos un destino, sino sólo un número más. Esto es, tener un destino propio, o dejarse manipular como un número: tal es el dilema que cada uno de nosotros, sin duda, tiene que resolver en estos días, pero sólo él ha de poder decidirlo.” Y para ello, como escribe dos páginas más adelante, hace falta algo más que fundar escuelas de yoga. Lo que hace falta no es establecernos en lo imaginario, o, si quieren, en lo utópico, sino pactar con los poetas. Vivimos en la obligación de dirigirnos a los poetas, porque sólo ellos son capaces de preparar los grandes cambios “y la caída de los Titanes. La imaginación, y el poema con ella, es uno de los recursos a los bosques.” En una novela mía, El caballero de la resignación, formando parte de la Trilogía del Exilio —y pido perdón por citarme, pero sólo pretendo poner de relieve con ello mi concomitancia jüngeriana—, sostenía la misma posibilidad, trasladada a otro tiempo, histórico sólo en apariencia. El recurso a los bosques tiene algo que ver con la caída de los Titanes, un gnóstico hubiera dicho “del demiurgo” o del Príncipe de este mundo, al que alude también otro novelista contemporáneo, el inglés Lawrence Durrell en su novela Monsieur[4]. Esto implica, al mismo tiempo, un retiro, una emboscadura, impuesta por la victoria momentánea de los Titanes, y la elección de un camino, al que Heidegger llamó de una manera tan ilustrativa “ein Holzweg”, que no es “un camino que no lleva a ninguna parte”, sino un vericueto hacia el corazón mismo del bosque, una posibilidad de comunicación con una aparente incomunicabilidad. En el fondo, emprender este camino es alejarse de lo que es exterior al bosque y buscar dentro de él un claro, o sea un esclarecimiento, ya que la solución no está en la estepa sin fin, dominada por los Titanes, sino en la espesura secreta y misteriosa, tan íntimamente relacionada con nuestro propio subconsciente y con el lugar donde reinan los poetas. Y con esto nos encontramos de repente en la parte más actual de la línea Goethe-Jünger, allí donde el autor de Los acantilados de mármol vive de cerca su infraconvivencia con Rilke, Heidegger y Heisenberg. Aproximar estos tres nombres al de Jünger podrá parecer importuno y osado, pero de importunidades y osadías andamos escasos en estos momentos y es preciso acudir a ellas tanto para comprender a Jünger como para salir del atolladero en que nos han hundido los Titanes, aliados del Gran Forestal, el protagonista negativo de los Acantilados y de la historia contemporánea.
Para mejor poder acercarnos a lo que ha sido llamado la crisis del mundo moderno que, según Guénon, no es sino un fenómeno relacionado con el alejamiento y el olvido de la tradición, tenemos forzosamente que plantear el problema de la técnica, enfocada como dinamización del alejamiento y del olvido. Nietzsche, bajo este aspecto, es el ancestro de los grandes alemanes citados más arriba. La técnica, en el fondo, no hace sino universalizar de modo existencial lo que esencialmente ecumenizaba antaño, en lo religioso, a los pueblos de la tierra. Y fue Guénon quien explicó con claridad el fenómeno[5]. Siendo el caballero el portador de la esencia, el guardián como lo hubiera definido Heidegger, guardián de la esencia de la obra maestra, de la obra que erigen los poetas como los constructores de las catedrales, entonces podemos fijar una fecha para el comienzo visible y catastrófico de la crisis: la Primera Guerra mundial, cuando, según Jünger, con la muerte del caballo asistimos a la muerte del caballero. El tema es fundamentalmente técnico.
El demonio de la técnica
Pensemos en lo que está sucediendo en el espacio de los Titanes, donde, durante setenta años la decadencia no fue más que una manera oficial, perfectamente ideologizada, de borrar la forma en la que nuestra vida profunda tiene que realizarse. Es así como Jünger define la decadencia en Los acantilados. En tierras normales, para volver a Heidegger, los guardianes de las obras hacen que el Poema, la arquitectura, la escultura, la música puedan ser devueltos a la poesía. En las tierras anormales no sólo la técnica deja de ser creación, sino que el papel de los guardianes consiste en impedir la comunicación entre la poesía y los aspectos visibles de la creación. En estas circunstancias, al desaparecer la poesía, desaparecen las artes y la técnica se vuelve puro instrumento en manos de la tiranía. La creación decae en la imitación, que es el rasgo definidor del mono de Dios. Es cuando el vate se ve obligado a escoger el bosque o a perecer en cuanto creador, a volverse ingeniero del alma. El fenómeno no está única y exclusivamente enraizado en el espacio de los Titanes de la Europa del Este, donde, por falta de vates se está hundiendo todo, sino también en el marco del mundo occidental, donde el boato material no logra camuflar la miseria de un vacío espiritual, tan amargamente destructor como el oriental. La técnica, en los dos sitios privilegiados de la decadencia, ha constituido desde el principio el instrumento devastador, lo que podríamos llamar una misocalía, un odio de lo bello que desenmascara el procedimiento y el sentido de la decadencia. En efecto, en el momento en que tekné deja de ser sinónimo de poiesis, siempre según Heidegger, el Poema en cuanto concentrador de las artes perece o es exiliado, es decir condenado al Waldgang, donde cualquiera, al topar con él, lo puede mutilar o matar sin riesgo alguno. La estepa, en este sentido, en cualquier latitud de la tierra moderna, elimina al vate y labra concienzudamente su propia caída en la decadencia y la muerte. Es así como los seres humanos descubren lo que Jünger llama “un nuevo acceso a la libertad”.
Este acceso es siempre “restitutio”, opuesto a “revolutio”, e implica al mismo tiempo, el retomo de los valores perseguidos por los Titanes y la reconquista de la esencia del lenguaje. Es así como volvemos a conseguir, a través del Poema, la instauración de la verdad[6]. El tema me parece fundamental y bien merece un inciso. Podemos afirmar hoy, en la corta pero reveladora perspectiva de lo que estuvo sucediendo durante estos últimos dos decenios y medio, como preparación de la última caída, que fue el crepúsculo del estructuralismo lo que anunció el ocaso de lo que lo fomentaba y sostenía. Habíamos llegado no sólo a un malentendimiento de la polis, sino también a un desconocimiento de lo que es el lenguaje. No es posible, en efecto, hacer del lenguaje, según De Saussure, por ejemplo, del que hoy nadie habla pero que fue el fundador del sistema estructuralista, no es posible hacer del lenguaje el contenedor de unos significados establecidos desde siempre en lo fenomenológico. Y sabemos hasta qué punto, según Ferdinand Gonseth[7], de Saussure sufrió el impacto de Hilbert, autor de Los fundamentos de la geometría, libro sine qua non en el desarrollo de las nuevas matemáticas, pero también en el de la filología y de la filosofía, hasta en la política y estética que esto conlleva. La posición de Heidegger ante las implicaciones de la perspectiva estructuralista ha sido tajante. El sostenía que existen unos sentidos o significaciones, siguiendo a Derrida, unas “huellas” que determinarían el contenido del lenguaje. En este caso, si todo está prefijado y predeterminado en el sentido determinista habría, como dice Heidegger, que volverse de espaldas a las ciencias, porque su novedad o añadido, con respecto a lo prefijado en sus nuevas informaciones, serían o bien inútiles, o bien falsas. El estructuralismo se encontraría, pues, en la situación de dar siempre con significaciones ya existentes. Lo que elimina la aportación, novedosa y a menudo trastornadora, de la ciencia. Piensen, por ejemplo, en la hipótesis de Copérnico o en la de Newton, para no hablar de los principios formulados por la nueva física antideterminista.
Es así como, partiendo del estructuralismo y su ofensiva en contra de la esencia del lenguaje, llegamos a todo lo que envuelve en el mismo manto el rostro de la crisis actual. Y si nos adherimos a la opinión de Heidegger de que el lenguaje no es sólo medio de comunicación, simple expresión oral y escrita de lo que es preciso comunicar y si entendemos el lenguaje como Poema o sea “sitio de toda proximidad y de todo alejamiento de los dioses", lo que ha sido alejado, en un momento de olvido del ser, tendrá forzosamente que regresar para que el ser tenga su lugar en la tierra. Estar en lo abierto, como decía Rilke, significa estar en el flujo y reflujo de la divinidad allí donde el Ángel cumple diariamente su cometido, y donde cualquier desviación hacia el abandono de la esencia, cualquier destrucción del lenguaje y de la obra de arte, resulta dañino para el hombre, pero también para las parcialidades, lo fragmentario escondido en el concepto de partido que lo propugnan.
Sobre el lenguaje y la ciencia
Es aquí donde el anarca tiene preparada su guarida.
Tanto en Der Waldgänger, como en Eumeswil, Jünger toma posición a favor del lenguaje y en contra de los que, fieles a la ley de la entropía, se empeñan en “destruir el lenguaje correcto". En las sociedades sometidas a un destino crepuscular, las palabras empiezan a parecerse a la calderilla destinada a los mendigos, tanto en las ferias y mercados como en la Universidad. Lo catastrófico para la polis es que siempre en estos casos, la desagregación del lenguaje actúa sobre la pérdida del contacto con la historia misma. Las sociedades que se olvidan de su historia son las que han procedido a la destrucción de su lenguaje o a su mutilación. “La agresión contra el lenguaje nacido de los siglos y de la gramática, escribe Jünger en Eumeswil, contra la escritura y el signo, forma parte de una simplificación que entró en la historia bajo el nombre de revolución cultural. El anarca, desde su guarida de “outsider”, contempla este mundo que lo ha obligado al exilio, con ojos de futuro, sabe que la pestilencia se ha apoderado de la sociedad y que está llegando su momento. Mientras el anarquista es progresista, y busca la salvación apoyándose en el concepto abstracto de colectividad, el anarca busca la libertad en sí mismo, lo que le otorga un poder casi sobrenatural sobre el sentido de la caída y sobre los que creen en un progreso que se adhiere, en el fondo, a un avance cotidiano hacia el fin. El anarquista es entrópico, el anarca es antrópico, implicado en otro tipo de progressi que tiene que ver con el hombre en sí y no con lo que podamos pensar sobre él en una determinada época, lo que nos lleva a Rousseau que, según Jünger, tenía demasiadas hormonas, y a Kant que tenía demasiado pocas.
En el fondo, este reencuentro del hombre consigo mismo no es sino un reencuentro con el poder divino. Es allí donde está la verdadera substancia de la historia y la grandeza de cada hombre en parte. Al lugar donde este encuentro se produce Sócrates llamaba daimon que no es, según Jünger, sino otro nombre del bosque. Nos damos cuenta de que, escogiendo entre los pensamientos que Jünger forja y expone a lo largo de todos sus libros, novelas o ensayos, el mundo que contemplamos, desde estas alturas, no tiene nada que ver con los proyectos de los últimos siglos, formas sociales de unas filosofías, simples doxas u opiniones que nos han llevado en el extremo limes de la destrucción, a una anarquía que embiste no sólo al hombre sino también al cosmos. La naturaleza exterior parece ser la primera víctima de esta posibilidad de extinción que había empezado en el alma de los individuos hace exactamente doscientos años. ¿Qué significa la actitud de Jünger, su programa literario, en el marco mismo de las posibilidades racionales en que nos encontramos desde el punto de vista científico y en un momento, precisamente, en que, de la manera más inesperada, los pensamientos del anarca, o del Waldgänger coinciden con los de los físicos, biólogos y astrónomos contemporáneos?. El escritor, representado por Ernst Jünger, toma el mismo aspecto esencial que el científico representado por ejemplo por Werner Heisenberg, para referirnos al más representativo, pero no al único, de los investigadores de una materia transformada de repente en lo contrario de lo que había sido hasta ahora, del mismo modo en que el anarca es lo contrario del anarquista, siendo todo ismo “una hostilidad a priori" escondiendo un desprecio metafísico de la materia. El nuevo físico ama la materia, de la misma manera subjetiva en que, desde un punto de vista cristiano, expuesto por Gabriel Marcel, conocer no es posible sino amando; el objeto para conocer se vuelve así otro sujeto, y el otro es otro yo. Nos encontramos de repente en plena contemporaneidad Jünger-metafísica cuántica.
Tendríamos que poder medir ya la distancia en el enfrentamiento que separa a Jünger de los novelistas del siglo pasado, los realistas y naturalistas pegados al materialismo dominante en aquella época, con la distancia que corre entre la física cuántica y la del determinismo que la precede. Sabemos, con la ayuda de los epistemólogos, que la separación en el tiempo, entre físicos o biólogos de las varias épocas anteriores es menos tajante que la polémica desemejanza que enfrenta entre sí a los escritores, filósofos y artistas, representando corrientes a menudo irreconciliables. Resulta, pues, difícil hablar de físicos románticos y de biólogos realistas, de astrónomos surrealistas, aunque la situación necesitada, de la que habla Gonseth, y que incluye los rasgos fundamentales y perfectamente definitorios de una época, tiene mucho que ver con todas las técnicas del conocimiento, las científicas como las mal llamadas humanistas[8]. Hasta tal punto la coincidencia en el tiempo puede resultar estilística, como para otorgar a la física elaborada en las Universidades alemanas, alrededor del final del siglo pasado y principios del XX —y me refiero sobre todo a Gotinga—, un dejo netamente expresionista, entendiendo por expresionismo una mutación espiritual que puso fin, quizá para siempre, al reduccionismo materialista del siglo XIX.
La transformación ha comenzado
Una era antideterminista, igual que una marea alta, borraba en las playas del conocimiento las últimas huellas de un abominable hombre de las nieves que perturbó profundamente la andadura, típicamente espiritualista, de la caña pensante mediterránea y atlántica. Estaba terminando el exilio en la emboscadura. La metanoia duró más de ochenta años y hoy nos encontramos en los estertores de una conclusión materialista y determinista y en el comienzo de una época a la que va a dominar aquel dos por ciento de la resistencia en el bosque, de la que habla Jünger en el Waldgang. Es verdad que la transformación sólo resulta visible en el marco todavía restringido de una élite, pero los resultados de aquella magna transformación empiezan a saltar a la vista hasta en el corazón mismo del error. Me refiero a los países donde el determinismo supo construir, como afirmaba el pensador polaco Kołakowski, más cárceles que hospitales. Lo importante para nosotros, es poder afirmar que la renovación ocurrida en la ciencia se produjo también en la literatura y que Ernst Jünger fue uno de sus protagonistas más eficaces, ya en los años veinte y treinta, cuando Heisenberg formula el principio de indeterminación y Pauli el de exclusión, principios realmente asombrosos y que parecen, para un observador bien colocado en el espacio del espíritu, como situados en plena línea Goethe-Jünger, a la que aludíamos al principio. En efecto, si Faust y Lucio de Geer lo que defienden es la persona como unidad última, expresión del espíritu individual, obra maestra en lo humano de la cultura occidental, entonces resulta más que evidente la correlación que podemos establecer entre esto y el individualismo oculto tanto en el principio de incertidumbre como en el de exclusión[9]. Si la palabra átomo significa en griego lo que no se puede dividir, la última y más sintética expresión de la materia, esto en latín significa indiviso e individuo. Me doy cuenta perfectamente de las dificultades que plantea cualquier acercamiento o paralelismo entre lo científico y lo literario y artístico, pero vivimos la época, en la medicina, de lo psicosomático y es preciso tener en cuenta el hecho de que el principio de sincronicidad ha sido formulado por Jung, un psicólogo, y Wolfgang Pauli, un científico[10]. Y de que, también, las revelaciones de la nueva física han sido llevadas hasta increíbles conclusiones psíquicas por Ernst Anrich, en Alemania (en su libro Modeme Physik und Tiefenpsychologie, 1963), conceptos inconcebibles a finales del siglo pasado, y hasta a insospechables formulaciones metafísicas por Jean Charon, en Francia, como enseguida veremos. Las investigaciones de Goethe en los dominios de la óptica, de la botánica y de la mineralogía, como las de Jünger, ponen de relieve el interés complementario del escritor por conseguir una visión holística del universo, donde lo humano, en cuanto microcosmos, no sería sino el reflejo de un macrocosmos al que tendremos acceso sólo multiplicando y no dividiendo, como lo habían hecho los especialistas del siglo XIX. Hasta tal punto que la misma materia ha sido denegada como tal por Jean Charon y otros físicos franceses, llegándose incluso a definirla como Espíritu y tratando de demostrar que la inmortalidad del alma no sería sino algo íntimamente relacionado con la energía inmortal perteneciendo a la partícula llamada electrón, cargada de energía negativa y de memoria y que sería nada más y nada menos que la configuración científica del alma. Una explicación neognóstica interesante, como demostración de algo que los creyentes de tipo tradicional desechan o desprecian, pero que, en el marco del combate final al que asistimos, tiene sus méritos y sus incalculables consecuencias. La muerte misma, bajo este signo, se le antoja a Charon como algo que nos obliga a descubrir e identificar al Espíritu detrás de la misma Materia[11].
El fenómeno, de por sí, resulta inquietante y esperanzador. Porque, lo que se me ocurre deducir, en esta parte final de mi artículo, es preguntarme acerca de la implicación europea y universal del fenómeno, presentado aquí como posibilidad de enfocar, aprehender y comprender lo que nos define como víctimas, o sea como mártires o testigos de algo que está escrito, por así decir y que, de alguna manera, muy incisiva, nos perfila como crepúsculo y como alba. En uno de sus ensayos más cargados de magia, como inspirado por el Ángel rilkeano, (me refiero a Über die Linie) Jünger afirmaba que una de las desgracias que acompaña últimamente a Europa es el hecho de que nuestro continente suele transmitir sus conocimientos, para su castigo, a los demás pueblos de la Tierra. Al cabo de esta imprudente transmisión de poderes Europa se encuentra deshecha y podemos considerar las últimas dos guerras mundiales como combates perdidos para Europa. ¿Cuál va a ser entonces su destino: el de Saturno devorado por sus propios hijos, o el de Cadmus, que se salva de la muerte en el momento en que los hombres armados nacidos de los dientes del dragón acaban exterminándose entre sí? Los elementos positivos, europeos también, que manan de los acontecimientos y permiten una visión de conjunto, serían los siguientes, dentro de un enfoque europeo de las cosas, pero universal también: la inquietud metafísica de las masas, el empuje de las ciencias particulares, cada una por su cuenta, fuera del espacio copernicano y newtoniano, y la aparición de los temas religiosos en la literatura mundial. En este sentido Jünger coincide con los científicos cuando afirma que las ciencias evolucionan hacia esquemas que permiten, sobre todo al astrónomo, al físico y al biólogo, una interpretación teológica del todo.
El amor y la muerte
Sin embargo, detrás de esta epistemología metafísica que engloba, en una misma “Weltanschauung”, episteme y poiésis, nos encontramos con la antigua sintonía, trágica e impulsora a la vez: el amor y la muerte, temas fundamentales tanto en Rilke como en Jünger, pero que inspiran las conclusiones y el mismo ilusionismo de los físicos y de los biólogos. ¿Cuál es la incidencia de los dos conceptos, profundamente occidentales, en su tratamiento poético y social, hasta político me atrevería a decir? Tanto el amor como la muerte no han dejado un sólo momento de preocupar a los Titanes, enemigos de la libertad y del conocimiento, en el espacio de terror que ellos han inventado al final del ciclo determinista al que han venido controlando con los últimos residuos de la ciencia determinista y con la utilización imperfecta pero eficaz de una técnica contraria a la ciencia de la que había brotado y, sin embargo, diabólicamente paralela. Hasta tal punto que la diferencia que hay entre una bomba atómica y una central nuclear no haría sino poner en evidencia el subsuelo oculto y unitario en su esencia, contradictorio en su existencia, de los dos artefactos.
Contemplemos la relación Amor-polis allí donde revolutio ha sido fiel al sentido mismo del concepto, o sea al regreso o retorno de la sociedad, impulsada por la revolución hacia períodos en el pasado desde los que lo actual ha sido empujado hacia el futuro. De este modo, como lo ha hecho Gonzague de Reynold en su libro El mundo ruso, la época comunista resulta tan orientalizante o asiática como la época tártara, en la historia del mismo pueblo[12]. Tendríamos que regresar en el tiempo a la Edad Media europea para conseguir penetrar dentro del núcleo activo del concepto amor y darnos cuenta de la importancia que el bregar del hombre europeo en la senda del conocimiento se ha encontrado siempre relacionado con amar. Amar para poder conocer está en las páginas del libro quizá más importante creado por el genio occidental, ilustrando lo que acaba de decir. Me refiero a la Divina comedia. Conocer para amar y amar para poder conocer, alcanzar el conocimiento último, llegando delante de Dios, la verdad por antonomasia, de mano de la mujer amada, constituye toda una simbología occidental. Esta colaboración ha sido prohibida desde los mismos comienzos de la revolución de los Titanes. Y es así como ha sido presentada en las utopías literarias del siglo XX, tanto en el 1984 de Orwell como en el Nosotros de Zamiatin, o en el Doctor Zhivago de Pasternak, prohibida en la tierra de su propio idioma porque ponía de relieve el conflicto fundamental entre el amor y el quehacer de los Titanes.
Allí donde dos seres se aman lo que hacen es conquistar terrenos a Leviatán, creando un espacio al que éste deja de controlar." Es uno de los pensamientos más profundamente hermenéuticos de la época que nos ha tocado vivir, ya que Leviatán es el Titán por excelencia. “Eros, sigue diciendo Jünger, conseguirá siempre la victoria final sobre las ficciones de los Titanes, ya que es el auténtico mensajero de los dioses.” Entendemos así por qué el amor esté prohibido en el espacio dominado por los Titanes: por qué la literatura permitida en aquel espacio ignora el amor y por qué el conocimiento se retira de las mentes en la medida en que Eros se vuelve enemigo público número uno. En cambio, el sexo, dentro del mismo desierto anímico, como político, coincide cada vez más con el auge de la técnica y, a este nivel, escribe Jünger, "...está tan cerca del titanismo como el vertido gratuito de la sangre.” Creo que nadie lo ha dicho mejor. La “clave Jünger” es la clave mayor, para abrir puertas de entendimiento hacia los escondrijos prometedores y porveniristas ocultos en los claros del bosque, y también para explicar los horrores más inexplicables, expuestos a interpretaciones menores de nuestro tiempo.
En cuanto a la muerte, sigue diciendo Jünger en Über die Linie, “Hoy, como siempre, los que no temen a la muerte son infinitamente superiores a los más grandes exponentes de los poderes temporales." Los que detienen el poder, dentro del reino de Leviatán, lo que más temen es que las masas por ellos sometidas se liberen un día del temor a la muerte. Esto significaría su eliminación certera. De ahí su furia ante cualquier tipo de doctrina trascendente. El peligro supremo para ellos se esconde en eso: que el hombre acabe por perder el miedo. “Hay regiones en la Tierra donde la sola palabra metafísica es perseguida como una herejía”. Rilke había intuido, en lo positivo, la magnitud del tema, en el Toledo del Greco y más tarde en Ronda al escuchar en una iglesia el coro natalicio de unos niños. Algo, o alguien en aquellos lugares, había quitado a los hombres el miedo a la muerte, el más grande logro del espíritu en el recorrido humano por el tiempo.
Es así como los dos conceptos forjados por Jünger y Heidegger, Waldgänge y Holzwege se vuelven soteriológicos para nosotros, del mismo modo en que salta a la vista su concomitancia con el principio de incertidumbre característico de la mónada cuántica y que otorga al individuo, y a lo individual escondido en la partícula, una aureola de indeterminación que transforma en improfetizable tanto al electrón como a la persona. Siguiendo los Eisenwegge, ideal de las sociedades hilozoistas, embriagadas de determinismo en el extremo Oeste como en el extremo Este del hombre europeo, sólo llegamos' a un mundo feliz o al gulag, archipiélagos de la nada.
En Las abejas de cristal existe un personaje, en este sentido muy ilustrativo de lo que acaba de afirmar. Se llama Zapparoni, el fabricante de gadgets que se está apoderando del mundo, el personaje más ecológico, por así decir, creado por Jünger. Las abejas que él fabrica se apoderan en un dos por tres de las flores de todo un jardín, las vacían de néctar, alcanzan así un récord de cosecha, sin embargo las flores, violentadas de este modo robótico e industrial, acabarán por secarse y morir. Es el símbolo de la eficacia técnica a la que hemos llegado utilizando sin discriminación los Eisenwege en lugar de los Holzwege. Creer que la penicilina es más segura que la consagración de una hostia, piensa Richard, el protagonista de la novela, es lo que hacen de estos falsos constructores, en el Este como en el Oeste, unos destructores, cuyos logros y victorias no son más que pérdidas insustituibles para la humanidad.
Nos encontramos en el umbral de una Europa nueva, por primera vez unida, desde el punto de vista parlamentario y económico. Una Europa de mercados, por consiguiente, y de partidos, como la que engendró a los fantasmas materialistas del siglo pasado. Su grandeza va a ser la riqueza, inconcebible sin la práctica de la usura. Pensar que Ernst Jünger no está presente, de manera visible, en sus cimientos, resulta desolador y deprimente. Sin embargo, sabemos que un dos por ciento, dentro de Europa, se encuentra en la emboscadura o en la rebeldía.
Es rebelde, escribe Jünger, cualquiera que se encuentre puesto en contacto con la libertad por la ley de su propia naturaleza." Es un concepto de la libertad opuesto a las elucubraciones actuales sobre las sombras tardías de los derechos humanos. Creo que, del mismo modo en que escritores como Hölderlin o Kafka, Kierkegaard o Baudelaire, Guénon o Musil, Nietzsche o Dostoievski, se han vuelto actuales e incluso imprescindibles en el mismo momento en que tiempos nuevos han rimado con su enseñanza, Ernst Jünger será considerado como fundador de la nueva Europa en un momento, no muy lejano, en que los años decisivos que se acercan llevarán su nombre, en un espacio-tiempo en que el bosque dejará de ser tierra de exilio.
Veintiuno nº3, otoño de 1989, pp. 97-112



[1] En el poema Brot und Wein, en el siguiente contexto, al que me permito traducir:
Así esperando, y qué hacer mientras tanto y qué decir
No lo sé, y para qué poetas en tiempos despiadados,
Pero ellos son, dices, como los santos sacerdotes del Dios del vino
Que de un país a otro se mueven en la noche.”
Afirmando de esta manera la esencia de la poesía, escribe Heidegger en Acercamiento a Hölderlin, el poeta empieza por determinar un tiempo nuevo. “Es el tiempo de los dioses huidos y del dios que va a venir." Tanto los versos de Hölderlin como la interpretación de Heidegger plantean el tema fundamental de un final y de un comienzo, que caracterizan la época que estamos viviendo. La prosa de Jünger trata de explicar lo mismo. Es el fin del exilio del Waldgäneger.
[2] Para el anarca la salvación está en el individuo, para el anarquista en las masas. “Una diferencia más entre el anarquista y el anarca: aquél persigue al monarca como si se tratara de su enemigo mortal, mientras que el anarca mantiene con él relaciones de neutralidad objetiva. El anarquista quiere matar al rey, mientras el anarca sabe que podría matarle... pero tendría que haber para ello unas razones, no generales, sino personales.” Y más adelante: “El anarca puede encontrarse al monarca sin apremio alguno, ya que se considera como el igual de todos, incluso de los reyes.
[3]Es porque hemos colocado la cuestión hacia el ser en conexión con el destino de Europa donde se está decidiendo el destino del planeta." (M. Heidegger, en Introducción a la Metafísica). Un Mercado común nada tiene que ver con “el esfuerzo para hacer hablar el ser”. Una Europa de los mercaderes seria como el nombre propio de un “reino de la cantidad” en el cual, según René Guénon, la cantidad “aparece como un principio de separatividad.” Es la confusión producida por la fatal combinación entre “la colectividad” y “la aritmética de los individuos”, desprovistos de “cualquier determinación cualitativa”. (Véase, en especial modo, El reino de la cantidad de Guénon).
[4] En Monsieur o el Príncipe de las tinieblas (Londres 1974), sus adoradores pertenecen “al vértigo de la nada." Escribe Durrell corroborando contemporaneidades: “La Humanidad es demasiado endeble para enfrentarse con la verdad de las cosas, pero para cualquiera que haga frente con espíritu despejado a la realidad de la naturaleza y del proceso, la respuesta es completamente ineludible: el señor actual es el Mal.
[5] Véase también De la unidad trascendental de las religiones por Frithof Schuon, París 1948.
[6]El lenguaje no puede haber empezado sino a partir de lo prepotente y de lo inquietante, en el mismo dirigirse de los hombres hacia el ser. En esta puesta en camino del lenguaje, en tanto que el ser se vuelve palabra, la poesía fue. El lenguaje es la poesía original, en la que un pueblo dice el ser." Heidegger, en Introducción a la metafísica.
[7] En mi Viaje a los centros de la tierra véase la entrevista con Gonseth.
[8] Gonseth la llama también sistema necesitado en Filosofía neoescolástica y filosofía abierta, París 1954.
[9] Según este principio todo electrón, como otros tipos de partículas, excluye de su estado cuántico, dentro de un átomo, a cualquier otro electrón. “Una diversificación, una heterogeneidad de la energía es de este modo posible... Es así como incumbe a los electrones la realización completa de la estructura atómica, es decir de unas partes que se diferencian las unas de las otras para formar una estructura en el marco de este principio de exclusión cuántica diversificante e individualizador. (Stéphane Lupasco en ¿Qué es una estructura?, París 1967). En su otro libro El hombre y sus tres éticas (París 1986) Lupasco habla del "principio de exclusión individualizante de Pauli”. Considerando la posibilidad de formular una “correspondencia” entre la ciencia y el pensamiento, la literatura y las artes, el impacto de la nueva física sobre la creación en general y unos sistemas políticos basados en el antideterminismo cuántico, extraído de lo que podríamos llamar un realismo cósmico, se vuelve cada vez más factible en cuanto nueva doctrina o nueva ciencia política proyectada hacia el futuro. Lo que está hundiendo en este momento el edificio titánico, en el Este, es precisamente su situación anticósmica, quiero decir su determinismo utópico.
[10] "El concepto general de sincronicidad, en su aceptación específica de coincidencia temporal de dos o más acontecimientos no vinculados por ninguna relación causal y que poseen el mismo contenido significativo" ha sido explicado por Jung en su ensayo La sincronicidad, publicado en 1952.
[11] Me refiero sobre todo a dos de sus libros: El espíritu, este desconocido (París 1977) y Muerte aquí está tu derrota (París 1979). Según Charon "...nuestra experiencia vivida no se acaba con la muerte, sino que, probablemente, esta experiencia debuta, al contrario, mucho antes de que nazcamos y continúa más allá de lo que llamamos nuestra muerte corporal, a una escala de tiempo en armonía con las duraciones con las que opera la Naturaleza, es decir millones o miles de millones de años."
[12] El mundo ruso es el tomo VI del ciclo La formación de Europa, obra maestra, hoy poco citada, del antiguo catedrático de la Universidad Suiza de Friburgo. El citado libro apareció en París en 1950.

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