Zefirelli, de la Belleza a la Disciplina
EN la Appia Antica romana, en «la
Casa Grande», entre estatuas de mármol y
varios perros de raza, frente a una extensa pradera y una gran piscina,
enmarcados por viejos árboles, sentados en mullidos sotos blancos y con un par
de bellos efebos pululando a nuestro alrededor, Franco Zefirelli me pregunta si
su película «Hermano Sol, hermana Luna»
se ha estrenado ya en España…
De aspecto frío y maneras suaves, la belleza correcta
y estática de Zefirelli y sus claros ojos acerados le dan ciertos aires de
sensibilidad wagneriana... Cortés pero no efusivo, esteta sin apasionamientos,
siempre correcto pero carente de extremas genialidades, su entusiasmo por la
disciplina me hace identificarle con la raza aria de los años treinta...
En la publicidad sobre «Hermano Sol, hermana Luna», Zefirelli dice «no presentar a San Francisco de Asís como un santo, sino como un
contestatario de buena familia que, como algunos jóvenes de hoy, trataba de
cambiar constructivamente el mundo», pero, al parecer, su pretendido
mensaje con esta película es el de demostrar a los jóvenes de hoy cuán
necesaria es la disciplina.
F.
Z.—Con los cambios culturales de los últimos años la gente joven ha tenido la
oportunidad de expresar su modo de sentir respecto a la sociedad que los rodea
y de influir en el curso de la Historia, pero junto a importantes beneficios,
esto ha acarreado pérdidas considerables. En este proceso de cambio, una
generación casi entera de jóvenes han perdido el privilegio de aprender, porque
al enfocar la vida con una actitud agresiva y revolucionaria han dejado de
estudiar. El tiempo que transcurre entre los dieciséis y los veinticinco años
debe ser aprovechado para estudiar, porque esta época de estudio condiciona el
resto de la vida. Nos encontramos, pues, ante una generación que ha descubierto
nuevos modos de vida, pero no se ha preparado de hecho para los próximos
cincuenta años, y la culpa es nuestra, porque además de tratar de comprenderlos
debíamos haberles ayudado imponiéndoles una disciplina. Nada es posible sin
disciplina, y la última generación no la ha tenido.
J. R. —Yo no diría, sin embargo, que San Francisco de
Asís es un ejemplo de disciplina...
F.
Z. —Claro que sí, incluso se me ha censurado el que en Hermano Sol, hermana Luna haya retratado a un hombre de vida
demasiado fácil. Era fácil porque él dio una respuesta fácil a sus problemas: «Dios existe y la vida terrena no importa».
Pero tras esta respuesta hay mucha angustia y mucho sacrificio. San Francisco
sacrificó todos los momentos de su vida, perdió el placer y la alegría de vivir
para prepararse para la vida futura. Su vida no era fácil como la de los
jóvenes de hoy, que simplemente se sientan al sol y disfrutan de la vida.
J. R. —¿No hay, pues, conexiones entre parte de la
juventud de hoy y San Francisco de Asís?
F.
Z. —Sí, pero mi intención en la película era mostrar cómo la vocación de
pobreza y el abandono de las estructuras sociales implica mucho sacrificio y
mucha disciplina; mostrar que no es tan fácil dejarse crecer el pelo, y que si
los «hippies» se dejan crecer el
pelo, viven en comunas y se dedican a la música, es porque están respaldados
por una sociedad económicamente fuerte; pero cuando tengan más edad tendrán
problemas y se darán cuenta de que debían haber tenido una mayor disciplina.
Zefirelli es un toscano con aficiones y sensibilidad
inglesas, en cuyo «currículum» profesional —brillante, ciertamente— destaca su
capacidad de polifacetismo en el mundo del espectáculo.
J. R. —Si su aspecto corresponde a su inclinación por
la disciplina, me pregunto si lo que ha hecho posible sus éxitos profesionales
es también este sentido de la disciplina. ¿Por qué escogió su profesión?
F.
Z. —No la escogí. Estaba metido en el mundo del espectáculo como escenógrafo
teatral y se me presentó casualmente la posibilidad de actuar en una película
con Anna Magnani. El actor que debía interpretar el papel se había peleado con
la Magnani, era urgente sustituirle, y cuando la Magnani me vio dijo que yo
daba el tipo, que probara; y me dieron el papel. Luego me interesé por la
dirección, trabajé como ayudante de dirección, y luego me surgió la oportunidad
para escenografiar y dirigir una ópera en la Scala. Luego he dirigido teatro,
he hecho televisión... En mi vida profesional todo ha sucedido naturalmente,
sin que yo tuviera que hacer ningún esfuerzo.
J. R.—Aunque todo haya sucedido naturalmente, la
dirección y puesta en escena en la Scala de Milán de la ópera de Rossini, “Cenerembola”, señaló et éxito de la primera
etapa de Zefirelli; su película "Romeo
y Julieta", en mil novecientos sesenta y siete, fue el punto clave en
su éxito cinematográfico. Su carrera se desarrolla entre Italia e Inglaterra, y
se diría que su creación artística está igualmente influenciada por su región
natal, la Toscana, que por la obra de Shakespeare.
F.
Z. —La tradición inglesa es hoy aún muy importante en Florencia, y mi padre
quiso que yo aprendiera inglés; luego, en la guerra, estuve viviendo durante un
año con las tropas inglesas que liberaron nuestro país, y, finalmente, en mil
novecientos cincuenta y nueve me llamaron desde el Covent Garden para que dirigiera
«Lucia de Lammermoor», donde cantaba
Joan Sutherland, que entonces era desconocida. Mis películas son siempre en
inglés, y en realidad la obra de Shakespeare está muy ligada a la historia y la
cultura del Renacimiento italiano. Yo he intentado siempre unir mi base
cultural italiana al teatro y las técnicas teatrales inglesas, y me siento muy
cómodo en ambas culturas. Ahora acabo de dirigir en Londres una obra de Eduardo
di Filippo, interpretada por Laurence Olivier, que está teniendo un gran éxito.
Creo que he tenido mucha suerte en mi vida profesional y que tengo que estar
agradecido a Dios y a mi destino, pero las cosas no suceden por casualidad, hay
que estar dispuesto y bien preparado para aprovechar las oportunidades que nos
surgen. Si cuando —debido a un incidente casual— Visconti y la Magnani
decidieron ofrecerme un papel importante en «L'onorevóle Angelina» (mil novecientos cuarenta y siete) yo me
hubiera estado preparando para someterme con éxito a un «test» de interpretación, mi destino hubiera cambiado.
J. R. —¿Por qué no siguió su carrera como actor?
F.
Z. —Porque no quería ser ni actor ni escenógrafo, quería dirigir.
J. R. —¿Cuáles son para usted los momentos decisivos
en su carrera?
F.
Z. —Mi encuentro con Visconti, mi debut en el Covent Garden, dirigiendo a Joan
Sutherland, en el cincuenta y nueve; la dirección de Romeo y Julieta en el Old
Vic, de Londres, en mil novecientos sesenta —mi primer contacto con
Shakespeare, el momento en que los Burton quisieron que les dirigiera en La fierecilla domada y mi película Romeo y Julieta.
J. R. —¿Qué hace ahora?
F.
Z. —Después de haber estrenado en casi todas partes mi última película, Hermano Sol, hermana Luna, estoy
trabajando y, sobre todo, pensando mucho en el proyecto de realizar
cinematográficamente El infierno, de
Dante.
J. R. —Estética renacentista de nuevo...
F.
Z. —Si. Es el aire que respiro desde que nací; en Florencia todo te envía
mensajes de belleza y perfección y en todo el mundo se hallan las huellas de la
cultura italiana, en el pueblo más recóndito de Luisiana hallarás una
reproducción de Botticelli o Miguel Ángel, u oirás un aria de Verdi o Puccini. Esto
me da una sensación de prestigio cultural y de aristocracia de la civilización.
J. R. —Pero, ¿hasta qué punto el aire como arte no
debería crear nuevas realidades en lugar de reconstruir el pasado?
F.
Z. —Creo que la obra de Shakespeare, aunque ambientada en una época, es
universal en el tiempo y en el espacio y transmite un mensaje de belleza. Ahora
bien, depende del propósito que uno tenga; si lo que se pretende es lanzar un
argumento polémico o un mensaje político, en los que se denuncie los abusos de
nuestra sociedad, la belleza es innecesaria. La mayoría de obras de arte de los
últimos veinte años pretenden mostramos la fealdad que nos rodea, pero a mí
personalmente me interesa más la belleza.
En
mi última película de San Francisco de Asís he querido centrarme en la belleza
de la Naturaleza. Creo que desde un punto de vista visual, es la película más
bonita que he hecho, es tan bella que nos hace llorar y enamorarnos de la
Creación. «La belleza del mundo que nos
rodea es tal, que Dios, que lo creó, debe ser maravilloso», piensa
Francisco de Asís y así se convierte en santo. Es la elevación por la belleza,
que no está de acuerdo con esta moda de lo feo. Las «estar» de moda de los últimos años son también feas; fijémonos en
Liza Tinelli, Barba Streisand, Dustin Hoffmann... y nos hablan de la fealdad de
la vida. Ha habido en todo el arte de los últimos años un gusto morboso por la
fealdad, pero creo que esta corriente estética está ya acabada.
J. R. — ¿No cree demasiado dogmático afirmar que
Streisand es fea?
F.
Z. —Creo que las cosas feas pueden ser maravillosas, y que a pesar de ser la
mujer más fea del mundo proyecta una belleza interior que la hace tan bella
como pudiera ser Greta Garbo, y que le permite poder prescindir de la belleza
externa; pero es fea.
J. R. — ¿Su proyecto sobre El infierno, de Dante, no implica también fealdad?
F.
Z. —Sí, y horror. Es un tema extremadamente moral. Dante era muy rígido y
severo, y no tenía la menor indulgencia para los pecados de los hombres, para
los cuales establece una serie detallada de castigos. No existe caridad humana
en Dante; si exceptuamos algún tipo de amor o de pasión con los que se
identifica, todas sus demás pasiones son estalinistas, como era la Iglesia de
su tiempo. Tal vez por esto los rusos están muy interesados en este proyecto,
por esta terrible disciplina en que todos los pecados son castigados. Es
inimaginable el modo cómo en trescientos versos se describe el castigo a dos
ladrones que se transforman en serpientes, o los versos que relatan la
diversión de los diablos con los pecadores. La poesía es bella, pero está
espantosamente llena de sadomasoquismo.
J. R. — ¿Cuál es, pues, la razón de esta película?
F.
Z. —La situación del mundo actual, necesitado de escarmiento y disciplina.
Hemos vivido treinta años con la satisfacción de haber salido de la guerra y
tratamos por todos los medios de preservar la paz, pero este período se ha
acabado. Hemos pasado años viviendo en una situación permanente de carnaval y
de diversión, actuando como si todos fuésemos millonarios, suprimiendo las
instituciones, la familia, la amistad, el sexo, destruyéndolo todo, creyéndonos
poderosos para hacer cualquier cosa, y ahora nos damos cuenta de que no somos tan
poderosos como creíamos. Tenemos que vivir de un modo más severo y más
profundo, y en lugar de interesamos por cosas superficiales, como la riqueza,
la elegancia, la belleza y la juventud, hallar raíces más profundas, volver a
encontrar nuestra identidad en nuestra familia, en nuestra localidad; olvidamos
de los aviones y las autopistas y quedarnos en casa leyendo, limpiando,
acompañando a nuestro esposo o esposa y a nuestros hijos...
J. R. —Y de esta idea de la vida nació Hermano Sol, hermana Luna, y va a nacer El infierno, de Dante, porque tal vez un
sentido aristocrático de la belleza se pueda fácilmente transformar en una
moral disciplinaria...
Franco
Zefirelli y uno de sus jóvenes amigos, al finalizar esta entrevista, un sábado
de invierno por la tarde, me acompañaron hasta el centro de Roma en un bonito
coche «sport». La Appia Antica era de
una belleza gélida.
M.
ª José Ragué Triunfo, 16 de noviembre
de 1974, pp. 66-67.
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