lunes, 8 de octubre de 2018

Entrevista de Álvaro Delgado-Gal a Gustavo Torner (ABC Cultural, 11 de octubre de 1996)


GUSTAVO TORNER: «EL PROGRESO EN EL ARTE NO EXISTE»

Gustavo Torner es un pintor formalista. Él mismo es un hombre formal que no puede liberarse de los esquemas geométricos de su pintura. Es meticuloso hasta hacer de sus obras una ecuación equilibrada de colores y coordenadas. Fue testigo y actor de la explosión del arte abstracto en España. En 1966, junto a Gerardo Rueda, colabora en la creación del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca que Fernando Zóbel puso en marcha. Un trío que convirtió a la vieja ciudad colgada en el enclave del arte último. Ahora, Torner, como único superviviente de aquella aventura, ha recopilado sus escritos de arte que publica la editorial Pre-textos. Con Alvaro Delgado-Gal recorre algunas de sus obsesiones.
NO sé cuántos pisos tiene la casa de Gustavo Torner. Si tres, o cuatro o cinco. En la Cuenca vieja, la de las casas colgadas y la catedral, las construcciones se extienden hacia arriba, como los panales que labran las avispas en los huecos de los olmos, y el que no es conquense ha de andar muy sobre sí para no contar una misma pieza dos veces y terminar hecho un lío. Al final, después de la breve sesión fotográfica, recalamos en una habitación grande y blanca. Abajo, la vega del Huécar. La altura es vertiginosa. Si se arrojara una piedra al vacío, no se oiría el impacto de la piedra al chocar con la tierra. Me doy cuenta de que no solo estamos aislados por la altura; siento, a la vez, otras formas de aislamiento más sutiles y solapadas. La Cuenca de fuera, añosa, irregular, la Cuenca pintoresca de las estampas turísticas y los repechos que suben a la catedral, ha desaparecido como por arte de ensalmo. La habitación es luminosa y pura como un fanal. Sobre las mesas se apilan, en orden impecable, libros en ediciones caras. No en ediciones lujosas sino caras. Musil, un Greenberg veteado en verde, un gran volumen en cuya tapa figura un retrato de Pierre Boulez. En uno de los testeros, un lienzo descomunal añade blanco al blanco de la pared. El testero opuesto está ocupado por libros. Las vigas del techo son de madera, pero recuerdan por el color, más que a la madera, al ante Y en la otra punta del sofá enorme en que estoy sentado, está sentado Gustavo Torner. Es un hombre cortés que balbucea levemente al hablar, con una deferencia más británica que conquense. Pongo en marcha la grabadora, y rompo el fuego más o menos así:
-No deja de ser divertido que el más célebre museo español de pintura abstracta esté instalado en una ciudad que podría servir de fondo para representar una comedia de capa y espada.
-Ya lo dijo Zóbel. La idea era un disparate, y por tanto tenía que salir bien.
Contra la decoración
-Hablando de abstracción: yo creo que hay mucha gente que no entiende todavía la abstracción. Los impresionistas, o más adelante Picasso, causaron escándalo porque pareció que estaban infligiendo un ultraje a la apariencia «normal» de las cosas. Pero el caso de la abstracción es distinto. El escándalo proviene de que no se sabe qué demonios es la abstracción, o qué pretende.
-En mi opinión, es un problema de hábito. Gustavo Gili tenía una ama de llaves que se acostumbró a vivir entre cuadros abstractos. Y después trabajó con un anticuario y realmente, no terminaba de comprender la gracia de los cuadros antiguos. Decía que eran unas estampas donde habían puesto a unos hombres muy pequeñitos. Se había educado siguiendo una trayectoria que era opuesta a la usual.
-Opina por tanto que el arte abstracto es tan accesible como el figurativo.
-Por supuesto. Yo creo mucho en la gente. Yo creo que todos somos sensibles a la belleza. Y que si se logra construir un objeto bello, y se limpia la inteligencia de prejuicios, se reacciona ante el objeto bello. Lo mismo si la obra representa cosas, que si no representa nada.
-No habría entonces una diferencia fundamental entre el arte figurativo y el abstracto.
-No la hay. El arte abstracto hace lo mismo que el figurativo, pero sin complicarse la vida representando las cosas de fuera. He dicho alguna vez que un Mondrian se distinguía de un Veronés en que era .mucho menor el número de relaciones existentes entre los elementos formales del cuadro. 
-Pero si el arte consiste sobre todo en la construcción de objetos bellos, bellos corro un ágata o una hoja, ¿cómo explicarse su expresividad? ¿Cómo explicarse que el arte digo esto, o lo otro.
-En mi discurso de ingreso en la Academia, señalé que existe un misterio del arte. El arte no es decoración, ni diseño. El arte nos conmueve a través de formas. Es más, el arte, hasta hace no mucho. tenía un sentido ritual. Era inseparable de la religión.
-Hay algo que sigo sin ver con claridad. No atino a comprender cómo ciertos objetos bellos, por ejemplo, ciertos tápies, pueden tener el valor de denuncia, o el fondo ideológico, que Tápies pretende.
Torner ríe brevemente. Ríe en una especie de susurro:
-Es que no me parece que sea así. Hay que separar los móviles que tenemos al pintar, del resultado. No creo que Tapies, que es un gran pintor, haga cuadros que objetivamente sean de denuncia. La gente que tiene un tápies, no tiene presente lo que pudo pensar Tápies al pintar un tápies. Tiene un tápies porque le gusta, porque queda bien en la pared.
-No es como si tuvieran el «Guernica».
-El «Guernica» tampoco es una obra de denuncia. Es una obra de ritmos, y de inspiración fundamentalmente esteticista.
«Duchamp no me interesa»
-¿Cómo encaja Duchamp en la idea de que pintar consiste sobre todo en fabricar objetos bellos. Lo digo porque habla de Duchamp como la otra gran figura moderna, al lado de Mondrian.
-En realidad, no me interesa mucho Duchamp. Tampoco ha logrado interesarme demasiado el arte conceptual. Las cosas que hace Kossuth, por ejemplo. No sé cómo se puede hacer arte saltando por encima de la forma. No niego que se pueda hacer. Pero me pasa lo que con el arte hecho en video: que no me he encontrado todavía con ejemplos que me interesen. Duchamp me ha servido en otro sentido. Ha sido un gran desacralizador, y me ha infundido valor. Me ha servido para entender que la tradición occidental no contiene todo el arte.
-Tiene una relación más directa con Mondrian.
-Como diría Borges, Mondrian no es prescindible. Es menos prescindible que Picasso. Picasso es el último gran pintor antiguo. Pero no se concibe a Mies van der Rohe sin Mondrian.
-¿Puede pintar haciendo completa abstracción de modelos implícitamente figurativos?
-Puede resultar un poco desorientadora la historia de los manzanos de Mondrian. Me refiero a eso de llegar a una pintura abstracta por depuración de modelos anteriores que sí representan objetos. Eso es un tránsito; una experiencia de paso. Después, se piensa directamente en espacios, colores, texturas.
-¿Se puede pintar... musicalmente? ¿Escucha música mientras pinta?
-Me gusta muchísimo la música. En algún momento pensé en ser compositor. ¡Cuidado!, no entiendo técnicamente de música. No sé leer, por ejemplo, un pentagrama Pero me entusiasma la música. Sin embargo, no la percibo mientras pinto. Deja de sonar la música, y no me doy cuenta de que ha dejado de sonar.
-¿Significa esto que no le inspira la música?
-Le contaré algo que me ocurrió una vez oyendo a Stravinsky, un compositor al que siempre he encontrado muy hospitalario Estaba escuchando «Petoishka», a obscuras, cuando tomó un lápiz y me puse a dibujar unas rayas. De ahí salió lo que vas a ver.
Torner se levanta, y toma el catálogo de su antológica en el Reina Sofía. Lo abre per la página donde está reproducido «En recuerdo de Parménides... y la puerta separaba el día de la noche».
-Es un mural de veinte metros, con bandas verticales de luz e intervalos obscuros. Realmente, una serie de intervalos rítmicos, que yo llamaría musicales.
-Los intervalos espaciales del pentagrama indican intervalos sonoros en el tiempo. Esto sería lo mismo al revés...
Un viejo moderno
El farallón rocoso de enfrente ha adquirido un tono ceniza, lo que significa que el sol ha perdido fuerza. Lo que significa también que está pasando el tiempo, y que Torner y yo tenemos que comer. Salimos a la calle. Son cerca de las tres. Torner se lamenta de la suciedad de Cuenca. De la vaquilla festiva y de las litronas. A mí Cuenca se me antoja limpia. Una hermosa ciudad a la que hubieran descarnado y pelado, hasta dejarla en los huesos. Cinco minutos más tarde, estamos sentados en la mesa de un restaurante. Abajo, de nuevo, la vega del Huécar. Chuletillas de cordero de segundo plato. Un vino de la tierra para acompañar. La luz ceniza del farallón rocoso suscita en torno de Torner un aura de libro de santos. De nuevo pienso en lo extravagante de la situación. Un grupo de abstractos distinguidos anidando en lo alto de una peña, en mitad de Castilla. Le pregunto a Torner sobre su reticencia con relación a lo moderno. Por qué nunca tuvo prisas en ser moderno, y por qué, ahora, no le da importancia a serlo.
-Uno debe siempre hacer lo que le sale de dentro, y no desvivirse por ser lo que cree que debería ser, como el pobre Motherwell. Por otro lado, no creo en que el arte siga una línea ascendente. El arte empezó en plenitud. Las Cuevas de Altamira ya son una plenitud.
-¿Qué opina del retomo a la figuración?
-Yo creo... que es una pesadez. Las escenas de patio de vecinos de Antonio López, el barrio y la humanidad del barrio y todo eso. Me aburre terriblemente.
-¿Y Barceló?
-También me aburre. ¿Qué hace Barceló? Ampliar a gran formato los detalles de la pintura del XIX. Los detalles de esas escenas de moros de Fortuny, o esas escenas argelinas de Delacroix. Decía Femando...
-¿Qué Fernando?
-Fernando Zóbel. Decía Fernando: “¡Qué manía la de hacer sellos de correos de tamaño gigante!”.
-Permítame una apuesta. Si no crees que el arte sigue una línea ascendente, serás también escéptico en lo que se refiere a la relación entre progresismo estético y político. Una relación muy acentuada en algunas vanguardias.
-Se trata de simplificaciones. Ni siquiera es evidente que haya habido algo así como Progreso con mayúsculas. Ha progresado, sí. la técnica. No se ha progresado un poco, un poquito, hacia la libertad. Pero en lo demás...
-¿No se declara entonces ni de izquierdas, ni de derechas?
-Yo he aprendido en esto de Zóbel. Zóbel era demasiado inteligente para ser de izquierdas o de derechas. ¿Por qué hay que ser de izquierdas o de derechas? En esto se ha sido un poco maniático. Teníamos un amigo que durante una de esas hepatitis de antes, que eran larguísimas, leyó a Marx. Lo veía todo en clave marxista, y se enfadó mucho cuando le dije que había otras cosas además de Marx. ¿Cómo no va a haberlas? ¿Tiene sentido leer a Homero en clave marxista?
Le pregunto a Torner si es aficionado a la literatura. Se lo pregunto para jugar luego a unas adivinanzas que se me han ocurrido hace un momento.
-Leo poca novela. La verdad es que no tengo tiempo. Y me gusta más !a poesía, que es más intensa y está más comprimida que la novela. Aunque mi inglés es más vacilante que el de Fernando, que era impecable, he pasado muy buenos ratos leyendo a Eliot y a Pound.
-Había imaginado que no podría aguantar a Galdós.
-Pues es verdad. Nunca he podido pasar de la página diecisiete. Ni en los «Episodios», ni en la cosa costumbrista.
-Sin embargo le gustarán. 
-Kafka, Hesse
-Lo de Kafka era otra de mis apuestas. Hay afinidades entre ciertas maneras de pintar y escribir.
Torner ha leído con pasión a Borges. Lo había imaginado también. Me sorprende sin embargo su despego hacia la Bauhaus y Le Corbusier. Y Torner habla de urbanismo, distinguiéndolo de la arquitectura.
Ciudades para no vivir
-No hay un urbanismo moderno feliz. Las desnudeces de la Bauhaus, cuando no van acompañadas de un acierto arquitectónico rotundo, y esto último no ocurre casi nunca, producen ciudades deplorablemente tristes. Hay que vestir las casas, como hay que vestir a las mujeres. Avenidas muy largas y desnudas: ahí tiene una fórmula para levantar ciudades en las que no se puede vivir.
-¿Entre Madrid y Barcelona, cuál prefiere?
-Pues, sin que Madrid sea imbatible, prefiero Madrid. En Barcelona, fuera del Ensanche hay poco, y el barrio gótico, siendo auténtico, no sé qué pasa que parece falso. Y creo que los catalanes exageran las bellezas del modernismo. El modernismo es el mal gusto encantado de sí mismo.
Con esta observación heterodoxa concluye la comida. Accidentadamente otra vez, piso arriba, piso abajo, volvemos a la Cuenca exterior. Me enseña Torner las vidrieras nuevas de la catedral. diseñadas por él mismo y Gerardo Rueda y.… y... El Sol declinante hiere las vidrieras que dan a poniente y recama de amarillos y fucsias la piedra lívida y solemne. Torner me dice adiós mientras maniobro con el coche para volver a Madrid. Lo miro un instante, menudo y surto en la plaza. ¡Qué retina, señor! Capaz para toda la gama de los blancos. Y de los grises. Y del azul.
Álvaro DELGADO-GAL; ABC Cultural, 11 de octubre de 1996, pp. 36-38

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