Huésped de la niebla
Sorprende,
al pronto, que los «Annali» del
Istituto Universitario Oriéntale de Nápoles, en su primera y recia entrega del
presente año, se abran con un ensayo de medio centenar de páginas dedicado a
nuestro paisano, el poeta Juan-Eduardo Cirlot. Espíritu pugnazmente solitario y
requintado, aristocrático en su abstraerse de las solicitaciones y cargas de la
mediocridad ambiente, místico en cuanto se quería distanciado de lo que pasa
por humano y aspiraba a la muerte, día feliz en que dejaría del todo de serlo,
poeta enfrascado en las posibilidades preciosistas del letrismo y del arte
combinatoria y sumido en el mundo de los símbolos: auténtico «monstruo de su laberinto», en fin,
verdad es que nuestro amigo no alcanzó, en vida, el general reconocimiento que
su singular personalidad y su obra impar tenían más que merecido.
Admito
que su producción, abundante pero dispensada —muy a lo Mallarmé— en
pulquérrimas «plaquettes» para amigos, tampoco era bocado para la inmensa
minoría, dicho juanramonianamente, que por entonces andaba clamando a Dios o
metida hasta las ingles en lo social-testimonial, luego del manso garcilasismo
que era no menos contrapuesto a los intereses de Cirlot. Pero no es válido
calificar de «poeta maldito» a quien tuvo tribuna abierta en una serie de
revistas que van, desde «Entregas de
Poesía» o «La Cerbatana» y «Alcor» a «Papeles de Son Armadans», la venezolana «Árbol de Fuego», «Poesía
española» o «Artesa».
Precisamente esta revista burgalesa le dedicó un grueso número da
antología-homenaje, que sólo dificultades editoriales hicieron aparecer cuando
la enfermedad que minaba al poeta había llegado a su término. Lo mismo que
sucediera a la antología cirlotiana, en edición y con espléndido estudio de
Leopoldo Azancot.
Otro
es el favor que el público dispensó a la fecunda labor de Cirlot en el campo de
los estudios sobre arte contemporáneo y, no menos, en el mundo de los símbolos,
aspecto en que su obra fue traducida y despertó merecido eco en la esfera
internacional. Pero en el de su originalísima creación poética, repito, salvo
las excepciones arriba consignadas (y alguna más, por ejemplo los artículos que
Antonio F. Molina le dedicaba en estas mismas páginas) no hubo tal. «Si resta stupiti
—leo en los «Annali» napolitanos— dinanzi
lo scarso interesche il suo nome, peraltro notissimo negli amblenti culturali
spagnoli del tre ultimi decenmi, ha destato tra gil studiosi della poesia
novecentesca.» Y se asombraría uno, parafraseando al
italiano, ante este recio ensayo de los «Annali»,
de no saber que su autor es el joven profesor Giovanni Allegra, hoy docente de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Perusa, si antes profesor en
el Instituto Italiano de nuestra ciudad durante algún tiempo; un acreditado
hispanista cuya es la traducción italiana y estudio del luliano «Libre qui és de l’Orde de Cavalleria» y
actualmente ocupado en rastrear las implicaciones extranjeras y viceversa, del
Modernismo español.
Partiendo
de tas luces que el estudio de Azancot —y las esporádicas manifestaciones de!
propio poeta— arroja sobre las fuentes digamos orientales, sufíes y Kabbala,
más los comienzos en obediencia surrealista, sobre la última y más fecunda
etapa de la poesía de Juan-Eduardo Cirlot, el profesor Allegra, fuerte en su
cultura medieval y con su dominio de la mística hispana —árabe, hebrea o
cristiana que sea—, así como particularmente interesado en los estudios
esotéricos, documenta, interrelaciona y desarrolla los acertados atisbos de
Azancot. Y hace una brillante explanación de la «polesis mística» y de la
poesía permutatoria de nuestro compañero, tomando como prototipo las estrofas
cambiantes, y siempre las mismas, de «El
palacio de plata» (1955, 1968). Los símbolos recurrentes: palacio, agua-abismo,
corona-fuego-esfera, rosa-rueda, aire-albedo, árbol de la sangre-rubedo, roca-Omphalos,
noche-nigredo de los alquimistas, etcétera, son referidos con gran erudición a
todo un legado de ciencias arcanas y combinadas en una interrelación que no
deja recodo de verso por aclarar en sus múltiples implicaciones y cuya soberbia
explicación hubiera admirado, seguros estamos, al propio poeta,
Gracias
sean dadas al profesor Allegra por brindarnos estas claves para los símbolos
herméticos, cuyo cabal conocimiento en mucho aumentará la difusión y aprecio de
la sabia y honda poesía del barcelonés Juan-Eduardo Cirlot.
M [Juan Ramón
Masoliver]
La
Vanguardia, 9 de diciembre de 1977, p.35
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