jueves, 13 de septiembre de 2018

Entrevista a José Ferrater Mora (Destino, 17 de julio de 1954)


José Ferrater Mora, en el mundo
por JOSÉ M. ESPINÁS
José Ferrater Mora, una de las mentalidades más lúcidas y valiosas con que cuenta la filosofía moderna, ha sido para mí, durante tiempo, el mero nombre de un catalán que ha triunfado en América. Los catalanes, cuando dejan de ser hogareños, no paran hasta ser universales. 
Hoy, para mí, Ferrater es algo más que un nombre prestigioso: es un hombre inesperadamente joven, de facciones proporcionadas, que viste con elegante discreción, que apoya en la mesa de café con las puntas de los dedos y habla perfecta, fluida, puntualísimamente. Este profesor de Bryn Mawn Collage, una de las mejores universidades norteamericanas, debe de ser un inagotable y luminosos manantial de ideas para sus alumnos. 
Le preguntamos:
¿Qué situación atraviesa la filosofía en Norteamérica? ¿Se relaciona con Europa?
— En los Estados Unidos la filosofía tiene una orientación fundamentalmente científica, está influida por la ciencia. Es decir, el filósofo se preocupa sobre todo, por lo últimos descubrimientos de la física, por ejemplo. En la actualidad, esta tendencia contrasta evidentemente con la europea, de base principalmente literaria. Nótese que la gran figura de Europa, Heidegger, se dedica en su última labor filosófica a comentar la poesía de Hölderlin. 
Ello motiva que cuando coinciden filósofos norteamericanos y europeos difícilmente se entienden. Los europeos esgrimen contra los Nuevo Continente los viejos tópicos —falsos— del materialismo. Los de allí para los cuales la filosofía es casi una rigurosa especialidad, cono la botánica, en vez de una estructura superior de conocimiento, ven en los filósofos europeos a unos seres que se debaten entre vaguedades, fantasías y puras ilusiones. No siempre se ha producido esta diversidad de posiciones, puesto que cuando, años atrás. William James visitó Europa. América estaba filosóficamente bastante cerca de Alemania. No parece preverse sin embargo un nuevo acercamiento. 
—¿Y en Hispanoamérica?
—En los países hispanoamericanos no existe la tendencia científica del Norte. Podría decirse que, adscritos a la orientación humanista y literaria de Europa, su filosofía la sirve con exceso; en este sentido son super-europeos.
—¿Se puede vivir en Estados Unidos de la filosofía?
—Si se es profesar, sí. Además, he vivido en América del Sur, y concretamente en Chile, durante cinco años. Allí nació mi hijo. 
— Después de tratar con tantos estudiantes, ¿cree usted que la filosofía acaba siendo para ellos una simple suma de conocimientos, o algo que informa realmente su actividad vital?
—Desde William James, la filosofía no tiene ninguna influencia en el pueblo... Los filósofos no son hombres populares, y su pensamiento no tiene por dónde extenderse. La única excepción, quizá, es la de Santayana, y me la explico imaginando que el hecho de haber escrito una novela, que me parece muy buena por cierto, le ha dado una insólita dimensión popular. Y no deja de ser curioso que el público se haya volcado sobre una novela de tanta envergadura. 
—¿Y la prensa, este instrumento...?
—Quiero hacer notar algo que suele pasar desapercibido aquí. En los Estados Unidos los escritores no colaboran en los periódicos. Los artículos que, por ejemplo, publica Mauriac en Francia, son inconcebibles en América. Se encuentran solamente en las revistas especializadas. La prensa ha dado últimamente una información relativa a unes descubrimientos arqueológicos. Pues bien, narrada la aventura, falta toda valoración artística o histórica. 
—Usted ha empezado a trabajar activamente en el campe filosófico en los Estados Unidos. ¿Cree que su obra o su personalidad seria distinta de no haberse movido de Barcelona?
—Francamente, no. Creo que sería aproximadamente la misma. Las circunstancias externas influyen, en mi opinión, muy escasamente. 
—¿Se ha formulado usted alguna definición de este curioso país llamado Estados Unidos?
—No, pero me carece haber comprendido que este curioso país no es un país tan diferente de los demás como se suele decir. Me refiero a que se le atribuyen unas características de civilización nueva, de mentalidad totalmente opuesta. Yo creo que en realidad lo que sucede en los Estados Unidos es que se llevan hasta las últimas consecuencias tendencias va existentes en Europa. Ello se debe probablemente a su evolución industrial y económica, a su organización política y sin duda a que les falta tradición que frene estas tendencias, que es lo que ocurre en Europa. En Europa hay unas formas de vida establecidas desde siglos que pesan mucha y abonan el impulso confiado y libre con que Norteamérica desarrolla hasta el máximo todas las posibilidades. Porque yo creo que el «americanismo» es, en el fondo, universal. 
—¿Podría usted definir su propia posición filosófica?
— Realmente, es difícil. Digamos que intento la integración de las dos tendencias que ya he indicado, la científica y la humanista. Zubiri se mueve, creo, en el mismo sentido, aunque nuestros métodos sean diferentes. En el primer capítulo de mi obra «El sentido de la muerte», expongo en cierto modo mi actitud. He visto, en la práctica, que los filósofos humanistas no saben cómo reaccionar ante los resultados científicos. Caen en el típico idealismo alemán al tratar de la naturaleza. Y, a su vez, los filósofos de tipo científico no aciertan a profundizar en la auténtica complejidad del hombre, hablan de él con una superficialidad absolutamente trivial e ingenua. Quizá el acercamiento se facilite con la aceptación de un lenguaje común, pues la terminología de los cientifistas es hoy, por especializada, inflexible.
—¿Ha tenido usted maestro?
—Me influyó [Joaquín] Xirau Palau, a su vez obsesionado por la fenomenología. Y Ortega, como toda mi generación. Luego pasé de la filosofía alemana a recorrer el valor de la francesa y la anglosajona. He escrito un prefacio sobre Bergson, figura apasionante en mi opinión.
—¿Cuál es, según usted, la mentalidad más importante de este siglo?
—Yo tengo un enorme interés por la literatura. Destaco a Proust y a Kafka, pero sin duda, si reflexionara, añadiría otros nombres. Capítulo aparte para Unamuno. Desde el punto de vista filosófica Heidegger sobresale entre la corriente humanista europea, y Carnap en la científica.
—¿Y Bertrand Russell?
—Oh, es una gran figura de la matemática Pero excesivamente frívolo y paradójico, quizás. Leído en inglés cautiva, porque es un excelente escritor. Traducido, se superficiatiza. He observado esto: la obra realmente valiosa es la que resiste la traducción. Un caso contrario al de Russell es el de Whitehead, notable metafísico, que se expresa confusamente y que traducido mejora en forma notable.
—Su célebre «Diccionario filosófico», ¿en qué edición está?
—Preparo la cuarta. Esta obra, la más conocida de las mías, no es, desde luego, la más importante, La redacté simplemente porque me la encargó un editor de Méjico. Atribuyo el éxito a dos razones: a que la clase burguesa de Hispanoamérica se interesa por la filosofía desde que Ortega estuvo allí en 1916 y 1923, y a que hoy están de moda los diccionarios y las enciclopedias. El público se imagina que comprándolos estará al corriente de todo. 
—¿Tiene usted una teoría literaria?
—Sí, sé que es conveniente que escriba poco, o sea lo contraria de lo que hago. Me gustaría producir cinco o seis libros bien construidos, y prescindir de los temas que no cupieran en ellos. Porque el talento del filósofo consiste, incluso en el campo de sus aficiones, en saber qué es lo que debe interesarle y qué no.
¿Cuáles son sus aficiones?
—La literatura, la música y las matemáticas.
—¿Cómo ve usted, barcelonés en América, la filosofía en Cataluña?
—Ciertamente, no aparecen muchos filósofos. Se han dado dos teorías para explicar este hecho: la de que las circunstancias históricas son variables y esta carencia es provisional. Y la de que los países están ya conformados culturalmente en forma definitiva. Que así como Alemania da músicos, Cataluña da grandes pintores y no filósofos. Esta teoría parece bastante convincente, pero desesperada. Si fuese cierta no debería circular; en todo caso coacciona a los posibles filósofos.
Por otra parte, es posible que ahora reedite un estudio titulado «Las formas de la vida catalanas», que son la «continuidad», «el «seny», la «mesura» y la «ironía».
Ferrater ha separado por fin las puntas de sus dedos de la mesa, para apurar su té. En aquel momento, se ha acercado el camarero. A mí me ha parecido que era aquel bedel de la Universidad que solía anunciar: «Es la hora, señor catedrático».
Pero ésta ha sido la más bella lección que recuerdo.
Destino, Año XVIII, Núm. 884 (17 jul. 1954), p. 23

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