LOS VAMPIROS
Relación de una estirpe legendaria y
maldita
SUELE
acontecer apenas ha caído la noche. En la cripta de alguna vieja capilla
abandonada, un extraño silencio se concentra entonces en un punto, se crispa
con dureza bajo los arcos de las bóvedas. Hay en el centro, asegurado con tres
candados, un gran sarcófago de cobre cubierto de finos dibujos ornamentales.
Primero, cede sin peso y sin ruido el candado de la cabecera, luego caen los
dos restantes. La cripta está llena de telarañas y de polvo, de tablas
podridas, y en los rincones hay lamparillas de aceite abandonadas, restos de un
mortuorio y acartonado terciopelo negro, algún quebrado jarrón de vidrio. Se oyen
chirriar ligeramente los quicios del sarcófago y. en seguida, con suavidad y muy lentamente, comienza a levantarse la pesada tapa.
Más
tarde, las historias aseguran con precisión el lugar donde comenzaron los
hechos abominables. Puede ser en una choza humilde o en un palacio. En los
pasillos se produce la silenciosa crispación del aire, y dos o tres flecos de
los cortinajes se mueven impulsados por un aliento invisible. Desde la
oscuridad, avanza rígidamente casi sin tocar el suelo una oscura y extraña
figura A su paso se abren muy despacio las puertas, pero jamás se refleja imagen
alguna en los espejos ni en la tersa superficie de los metales bruñidos La
figura se detiene ante una alcoba. Entonces, desde lo hondo del terror y de la
noche, los perros aúllan a la muerte, los reptiles escupen su veneno y un
viento helado barre las hojas de los árboles.
A
la mañana siguiente, alguien ha muerto desangrado, blanco y translúcido como la
nieve. La gente habla con misterio, purifica el aire con el humo de ardientes
ramas de laurel, se repiten los rezos en los hogares. Grupos de hombres
escudriñan y escarban en los cementerios. Es el momento en que una negra rosa de sangre se cuaja en la boca entreabierta de ciertos difuntos.
¿Qué es un vampiro?
Collin
de Plancy, en su «Dictionnaire Infernal»,
publicado en París, el año 1803, escribe que «se da el nombre de upiers, upires, o vampiros, en Occidente, de
brucolacos (vrucolacas) en el Medio Oriente, y de Katakhanés, en Ceilán, a los
hombres muertos y sepultados desde hace muchos días, que regresan (en cuerpo y
alma), hablando, caminando, infestando los pueblos, maltratando a los hombres y
a los animales, y. sobre todo, sorbiendo la sangre de los mismos,
debilitándoles y causándoles la muerte. Nadie puede librarse de su peligrosa
visita si no es exhumándolos, cortándoles la cabeza y arrancándoles y
quemándoles el corazón. Aquellos que mueren por causa de un vampiro se convierten a su vez en vampiros».
El
vampiro, pues, a diferencia de los fantasmas y espectros, posee un cuerpo Este
cuerpo está muerto y sepultado. Sin embargo, sale de su sepultura, recobra sus
propiedades vitales, ataca a los vivos y se nutre de su sangre. Una nota esencial
que no dice Collin de Plancy, pero que confirma unánimemente el legendario popular,
es que sólo actúan de noche. El sol los destruye. Cuando un rayo de luz solar
hiere a un vampiro, éste sufre una horrible convulsión, su cuerpo se contrae como
un sarmiento y adquiere rápidamente el estado de descomposición que les
correspondería a partir de la fecha de su fallecimiento. Un repulsivo hedor surge de sus restos. A veces queda reducido a un montón de polvo.
En
cuanto a su etimología. Corominas dice que «vampiro»
procede del húngaro «vampir», palabra
común a este idioma con el serbio-croata, del cual pudo mismo venir asimismo a las lenguas de Occidente.
Localización geográfica
El
legendario vampírico aparece fundamentalmente en la Europa oriental. Rusia,
Polonia, Silesia, Lituania. Eslovaquia, Serbia, Hungría, Grecia, etcétera, poseen
un vasto repertorio de historias de vampiros, los cuales, según la región, adoptan
diversos nombres: «Klodlak». «Brucóiachi», «Vourdalak». «Wempti», «Upires», «Ghoules» etcétera. Todos surgen en la noche y atacan a los vivos en busca de su sangre.
En
la Europa occidental no hay vampiros, o si los hay es por sugestión
contemporánea de las leyendas orientales ¿Por qué esta localización geográfica?
Según la opinión más difundida entre los autores, ello obedece a la distinta
concepción que sobre la supervivencia de los cuerpos tienen, respectivamente,
la Iglesia católica y la ortodoxa. Mientras la primera considera el cuerpo
incorrupto como una posible consecuencia de la santidad, es decir, como un
premio, la segunda entiende la conservación del cuerpo sin vida como una expiación.
De ahí todo el horror que provoca la presencia de un cadáver no descompuesto y
con apariencia de vida El profesor Evel Gasparipi afirma que en ciertos países
eslavos existe el rito de la «segunda sepultura» Este consiste en la exhumación
de los restos y su inhumación tras haberlos lavado Si el cuerpo no aparece
descompuesto, se hacen plegarias al efecto de combatir a los espíritus maléficos que han retardado el proceso natural de la descomposición.
Los orígenes
Emilio de Kossignoli, en su libro «Io credo nei Vampiri» (Milán. 1961)
estudia la leyenda según la cual el primer vampiro surgió de Adán. Este, antes
de la creación de Eva, vivía naturalmente solitario, pero con el deseo
subconsciente de una compañía femenina. Durante el sueño y sin existencia de
pecado, este deseo provocó en Adán el orgasmo. El Principio de vida que ello
suponía quedó estéril aunque con una fuerza desesperada de supervivencia. En
realidad, era una media alma que anhelaba encontrar la otra mitad que le faltaba.
Rosignoli dice «E da questo desiderio disperato di esistere nasceva la
prima forma vampírica e la sua legge: sopravivere a ogni costo». Después, la tradición popular atribuye a las poluciones frustradas en su fin
natural, el germen del vampirismo. Entonces, cuando el germen encuentra un cadáver nace el vampiro.
Otra
clase de vampiros la constituyen los que lo son por contagio. O sea los que
fallecen a consecuencia de haber sido atacados por un vampiro. La creencia
general es que éstos se convierten en vampiros Hay diversas variantes a este
respectó, y en algunos lugares de la Transilvania basta dos o tres extracciones
de sangre para ser contaminado. El nuevo vampiro formará otro eslabón en la cadena
e ingresará en la llamada «estirpe de los no muertos», repitiendo el ciclo
acostumbrado. Sin embargo, la creencia popular más extendida exige, como hemos dicho, la muerte de la víctima.
El miedo en Europa
Desde
el comienzo hasta la mitad del siglo XVIII Europa estuvo atenazada por la idea
de los vampiros. El miedo anidaba en el corazón de los hombres. Voltaire dijo «que no se sentía hablar más que de vampiros
entre 1730 y 1735; se les descubría por todas partes, se les tendía emboscadas,
se les arrancaba el corazón, se los quemaba. Algo semejante a cuanto les había
sucedido a los antiguos mártires cristianos. Más se los quemaba y más se los encontraba»
Jean-Jacques Rousseau, por su parte, corrobora las anteriores noticias diciendo
«que si había habido en el mundo una
historia garantizada es la de los vampiros. No falta nada, informes oficiales,
testimonios de personas atendibles, cirujanos ,sacerdotes, jueces ahí están todas
las pruebas». Existe un texto de Prospero Lambertini, el futuro Papa
Benedicto IV, comentando las noticias que sobre vampirismo daba una gaceta
hebdomadaria que se publicaba en Núremberg para el proceso del arte médico y de
las ciencias naturales. Siendo ya Papa Lambertini escribió una carta arzobispo
de Leópolis, en Polonia, en la que le amonesta irónicamente; «Es asunto vuestro, arzobispo —dice— el desarraigar estas supersticiones.
Descubriréis, si vais a la fuente de tales patrañas que los acreditan también
sacerdotes que quieren ganar con ello, incitando al vulgo, crédulo por
naturaleza, a pagar sus exorcismos y misas. Os recomiendo expresamente intercedir,
sin pérdida de tiempo, a aquellos que resultaren culpable de una tal prevaricación.
Convenceos, os lo ruego, de que en todo este negocio son los vivos los culpables».
Durante el pontificado de Benedicto XIV se planteó la cuestión de la actitud de
la Iglesia ante los fenómenos de vampirismo, rechazándose desdeñosamente cualquier
concesión sobre este asunto, aún cuando una parte de la jerarquía eclesiástica alimentara grandes dudas.
Mientras
tanto, se buscaba febrilmente en los cementerios, se abrían las tumbas; si se
encontraba en ellas algún cadáver incorrupto se le atravesaba el corazón y se
le cortaba la cabeza. El día 23 de abril de 1723 el Consistorio de Olmütz hizo quemar
nueve cadáveres en un solo acto; en días sucesivos se quemaron más. Durante
esos años se organizaron incluso tribunales para decidir los casos de vampirismo.
El día 30 de enero de 1755 hubo en una aldea de Moravia un juicio contra unos
muertos, y este hecho llegó a oídos de la emperatriz María Teresa de Austria.
Ante este estado de histeria colectiva, la emperatriz ordenó un informe de los
hechos, lo cual realizó Gerard von Swieten, protomédico de Su Majestad, en
términos que no daban lugar a dudas: no existían los vampiros. La ciencia
desmentía la creencia popular. Entonces María Teresa ordenó que «se enviaran rescripto rigurosísimos por
todas las provincias, a los magistrados, superintendentes de la policía y del
gobierno del público, en virtud de los cuales no sólo resultasen impedidas,
punidas, más también expulsadas en absoluto semejantes supersticiones; pero
sucediendo algún caso, cuya razón natural no se conozca bien, nadie se atreva y
en lo venidero a entremeterse en eso sin antes haber sido avisada Su Majestad,
la cual, ordenando, bajo muy graves penas se le informe de inmediato, podrá finalmente en tal caso ordenar aquello que por ella sea estimado más oportuno y expeditivo.»
En
Polonia hubo casos parecidos. Luis-Antoine
de Caraccioli se refiere a ellos en sus «Lettres á une Illustre
morte décédée en Pologne depuis peu de temps» (1771). Caraccioli,
hombre espiritual y despreocupado, había desempeñado cargos importantes en
Polonia. Publicó en tres volúmenes las cartas del Papa Canganelli (Clemente
XIV) y la «Vie du Pape Bénoit XIV», Prosper Lambertini (1783) que provocaron un gran revuelo en los ambientes intelectuales del siglo.
Los
libros más importantes que durante este período se publicaron sobre vampirismo
fueron. «De terríficationibus nocturnis»,
de P. Thyracus de Neuss (1700); «Magia
posthuma», de Carlos Fernando von Schertz (1700); «Mutmassliche Gedanken von den Vampyren oder blutsangenden Toten»,
de Johann Fritsche (1732); «Tractat von
dem Kauen und Schanatzen der Toten in der Grabern», de Michel M. Ranfft
(1734), existiendo una versión latina con el título de «De masticatione mortuorum in tumulis»; «Philosophie et Christianae Cogitationes de Vampiriis», de Juan Cristóbal
Haremberg (1773), y, el más célebre de ellos, «Dissertation sur las apparitions des anges, des démons et des esprits et sur les revenants et vampires», del monje Agustín Calmet (1759).
Los sucesos
Agustín
Calmet fue un monje erudito autor de un monumental comentario a la Biblia.
Atraído por el mundo misterioso de las sombras, escribió su «Dissertation»,
que pronto se convirtió en una obra clásica del género. Voltaire, que había
sido amigo de Calmet y de quien había aprovechado su vasta y rica biblioteca se
mofó más tarde de él reputándole como el más firme bastión de la superstición en el «Dictionnaire philosophique».
Calmet,
aparte de estudiar las propiedades de los vampiros con una cierta prudencia y
tratar de darles una explicación racional y científica, inventarió los casos
más interesantes acaecidos en aquel tiempo. He aquí algunos de ellos.
Cuenta
Calmet que el señor de Vassimont, consejero de cámara de los condes de Bar,
enviado a Moravia por Su Alteza Real Leopoldo I, duque de Lorena, por asuntos
del príncipe Carlos, su hermano, sintió decir a la gente a su alrededor que en
aquel País era cosa ordinaria y común ver hombres muertos desde hacía algún
tiempo aparecer en sociedad y sentarse a la mesa con las personas que conocían
en vida; pero si luego hacían a alguno de los asistentes sólo una señal con la
cabeza, éste, infaliblemente, moría pocos días después. Perplejo, quiso
asegurarse y recogió informaciones exactas de muchas personas, entre otras un
viejo párroco, el cual aseguraba haber visto más de un ejemplo.
Los
obispos y sacerdotes del país pidieron a Roma opinión sobre un hecho tan
extraordinario, pero ni siquiera tuvieron respuesta: todo eso fue probablemente
creído allá mera visión o imaginación del pueblo. Pensaron luego desenterrar
los cuerpos de aquellos que de tan abominable modo se presentaban quemarlos o
destruirlos de algún modo. De tal forma se liberaron de la imputación de esos espectros.
También
refiere Calmet que un soldado de guarnición alojado en casa de un campesino de
guarnición alojado en casa de un campesino haidamak,
en las fronteras de Hungría, vio entrar, mientras estaba a la mesa con su
hospitalario dueño de casa, un desconocido, el cual sentóse con ellos en la mesa.
El amo y todos los demás acompañantes sintieron grandísimo espanto. El soldado
estaba tranquilo ignorando que era aquello; pero habiendo muerto al día
siguiente el dueño de la casa, al informarse, el soldado supo que se trataba del
padre de su huésped, muerto y sepultado diez años atrás, quien había venido de aquel modo a sentarse cerca de él y a anunciarle la muerte.
El
soldado informó en seguida al regimiento, y el regimiento dio aviso a los
superiores, que comisionaron al conde de Cabreras, capitán del regimiento, para
recoger informaciones exactas del hecho. Fue al lugar, junto con otros
oficiales, un cirujano y un auditor; escucharon las deposiciones de todas las
personas de la casa, que unánimemente atestiguaron que el aparecido era el
padre del dueño de la casa, y enteramente verdadero cuanto había referido el
soldado; y todos los habitantes de la aldea aseguraron lo mismo.
Luego
se hizo desenterrar el cuerpo del fantasma y fue encontrado algo como un hombre
muerto en situación de tal; y su sangre como la de un hombre vivo. El conde
Cabreras lo hizo decapitar y volverlo a meter así en su sepulcro. Se realizó
también el proceso de otros resucitados, y, entre éstos, de uno muerto treinta
años antes, el cual había aparecido tres veces en su casa a la hora del almuerzo
y chupado la sangre del cuello de su hermano la primera vez, la siguiente a un
hijo suyo, la tercera a un criado y los tres murieron tras el hecho. En seguida
de esta declaración el comisionado hizo desenterrar a ese hombre y al
encontrarlo como el anterior, con la sangre fluida, como la tendría un hombre
vivo, ordenó que la traspasaran las sienes con un clavo, y lo metían de nuevo en la sepultura.
Hizo
quemar a un tercero, el cual estaba sepultado desde hacía más de dieciséis
años, y había chupado la sangre y dado muerte a dos hijos suyos. El comisionado
hizo todo este relato a los oficiales superiores y enviaron representantes a la
Corte del emperador para que ordenase mandar a los oficiales de guerra y de
justicia, médicos, cirujanos y alguna persona docta e ilustrada para examinar las causas de estos acontecimientos tan extraordinarios.
A
principios de septiembre, en la aldea de Kisilova, a tres leguas de distancia
de Gradúen, murió un viejo de setenta y dos años. Sepultado que fue, tres días
después se apareció de noche a un hijo suyo, pidiéndole de comer; él se lo hizo
traer: comió y desapareció. Al día siguiente contó el hijo el suceso a los
vecinos. Aquella noche no aparcó su padre pero la posterior se hizo ver y pidió
de comer. No se sabe si el hijo se lo dio o no, pero al día siguiente fue
encontrado muerto en su lecho y el mismo día se enfermaron de improviso cinco o
seis personas de la aldea. Y en pocos días murieron una después de otra.
El
oficial o gobernador del lugar, informado de ello, envió un relato al tribunal
de Belgrado, y fueron mandados dos de aquellos oficiales con un verdugo para
observar la tarea. El oficial imperial, de quien proviene este relato, partió para
Gradisch, a fin de ser testigo de una cosa de la cual tantas veces había oído hablar.
Se
abrieron las sepulturas de quienes habían muerto, hacía seis semanas y cuando descubrieron
la del viejo, lo encontraron con los ojos abiertos la tez ronza, la respiración
natural, pero inmóvil como un muerto, de donde dedujeron que era un vampiro. El verdugo le introdujo un palo en el corazón y quemó el cadáver. en los cuerpos del hijo y de los otros no encontró signo alguno de vampirismo.
Armas contra los vampiros
Los
vampiros, según la opinión general, pueden transformarse en murciélago, en
lobo, en niebla. Su cuerpo atraviesa los muros como lo prueba el hecho de que
muchas veces, salen y entran de su tumba sin abrirla. Durante el día deben reposar
aletargados en su ataúd y es entonces cuando son vulnerables. Poseen, además,
una gran fuerza hipnótica. Durante la noche, no hay arma alguna que los destruya.
Sin
embargo, existen vanos procedimientos para luchar, contra los vampiros, y la
leyenda los enumera. El primero de ellos es la cruz. Símbolo del poder divino
la cruz ahuyenta a los vampiros, estos no pueden resistir su visión. El segundo
procedimiento es el ajo. El ajo mantiene alejados a los vampiros. En muchas
casas de los Balcanes cuelgan a ajos encima de las puertas para evitar que
aquellos entren. El agua elemento le purificación, también tiene un poder
antivampírico. Por ejemplo los vampiros no pueden atravesar un rio o arroyo, o
cualquier corriente de agua. Los espejos no tienen poder contra los vampiros, pero
sirven para identificarlos, y así si alguien no refleja su imagen en un espejo es, con toda seguridad, un vampiro.
La
única arma verdadera que existe contra los no muertos es una afilada estaca de
madera. Debe ser clavada en el corazón de los mismos durante el día, mientras
permanecen inmóviles en su ataúd. La leyenda le hace dar un gran grito en este momento, y su mirada es terrible y fija.
Sabemos también que la luz solar destruye a los vampiros, los aniquila, los reduce a polvo.
Casos recientes
Emilio
de Rossignoli, en el capítulo «Testimonianze vive» de su libro ya citado «Io credo nei vampiri» recoge una serie
de casos contemporáneos, que demuestran el actual vigor de la leyenda sin duda avivada por el cine.
El
marinero Gildo Matelic de treinta y dos años de edad declaró en Arbe que en
julio de 1946 fue atacado por un vampiro. Eran las doce de la noche y sintió un
ruido a su espada cuando iba andando por una carretera. Volvióse y junto a él vio
el cadáver de Nicolás Broda, muerto en el naufragio del barco en que ambos
navegaban. Broda le dijo «Dejaste que me
muriera desangrado y mi cuerpo arrojado por la corriente está en la playa. Yace
sin sepultura, oculto por unos acantilados, cerca de Lopar. Hasta en tanto no esté enterrado vagaré en busca de sangre. Esta noche beberé la tuya».
Matelic
permaneció aterrorizado. Broda le ataco y le mordió en el cuello. A la mañana
siguiente, Matelic con unos compañeros valerosos, buscó el cuerpo en Broda y lo
halló en un sitio indicado. Uno de los presentes- llamado Milán Vilnje, lo
traspasó con una estaca. Después enterraron al vampiro.
En
mayo de 1948, en Dravita, Yugoslavia, vivían dos hermanas, Vanja y Sylva Gica.
Vanja confiesa a su hermana que «un señor de la ciudad» le hace la corte Un día
tiene una cita con él en una pista de baile, en las afueras Se la encuentra
desangrada, en medio del bosque sin vida. No se localiza al culpable.
La
noche siguiente Vanja «regresa» y
llama a la ventana de Sylvia que está durmiendo. Le dice que abra que no está
muerta. Cuando Sylvia abre la puerta aparece su hermana con el vestido que le
pusieron cuando el entierro. La besa y la muerde en la boca pero la presencia de un pequeño crucifijo en el pecho de Sylvia la ahuyenta.
Sylvia
cuenta a su novio lo sucedido. Este determina esconderse en un armario de la habitación
a medianoche Se repite la escena de la noche anterior. Vanja pide a Sylvia que
se quite el crucifijo, pero en este momento sale el novio y el vampiro cae en
letargo. Es destruido por el procedimiento usual: la pica.
Fatma
Yenicasu se fue a bañar un día de agosto de 1957 en el rio que pasa por Selendi
(Turquía). Se demoró mucho tiempo y cuando regresó era casi de noche. Al pasar
junto a un cementerio fue atacada brutalmente por un hombre que le mordió el
cuello. Durante la lucha pudo arrancarle un pedazo de chaqueta que era de color marrón. La muchacha quedó desvanecida.
A
la mañana siguiente, Fatma presentó una denuncia. Se procedió a una investigación
y rápidamente se encontró el traje de donde Fatma había arrancado un trozo. Lo
vestía el cadáver de un desconocido que había sido encontrado ahogado en el rio
tres días antes y que permanecía en el depósito del cementerio encima de una
mesa de mármol. No se le había dado sepultura de ser identificado. Se cerró la investigación y «con la debida cautela» se le enterró.
El
doctor Stephen Gabor, de Budapest, fallecido en la revolución húngara de 1956,
cuenta como lucho con un vampiro en el cementerio de Recks. Vio como surgía a
través de un sepulcro y como andaba casi sin tocar el suelo. Fue descubierto y
atacado, Gabor dice, que su rostro coincidía con el de la fotografía en el sepulcro.
El vampirismo en la literatura
Con
excepción de un cuento de «Las mil y una
noches», titulado «Honor de vampiro o
historia contada la nonocuadragesimoquinta noche al sultán Balbats por el sexto
capitán de policía», la literatura inspirada en temas de vampirismo surge
realmente en el siglo XIX. Lord Byron empezó una historia de vampiros que no
terminó. La idea fue aprovechada por su amigo, el médico John William Polidori,
que escribió y publicó en 1819, «The
Vampire», bajo el nombre de Lord Byron. Más tarde se supo la verdad. El asunto era tenebroso y alucinante y se impuso con fuerza.
Han
tratado el tema de los vampiros E.T.A. Hoffmann: «Vampirismo»; Charles Nodiér: «El
vampiro bondadoso»; Theophile Gautier: «La
macabra amante»; Alexandre Dumas: «La
hermosa vampirizada»; Prosper Mérimée, «Lokis»: Isidore Duncasse (Conde de Lautreamont): «Tu
amigo vampiro»; Paul Feval: «La
ciudad vampira o la desdicha de escribir historias de terror»; Fritz James O´Brien: «¿Qué era»; Sherida Le Fanu «Carmilla»; Bram Stoker: «Drácula».
Las
dos obras maestras del género son, sin duda, «Carmilla» de Sheridan Le Fanu (1810-1873) y «Drácula» de Bram Stoker (1857-1912), de las que se dan numerosas ediciones. Este último libro ha inspirado casi todos los films del vampirismo.
Contemporáneamente
han escrito sobre vampiros Montagne Rhodes James: «El Conde Magnus»; F. Marion Crawford «Porque la sangre es vida»; Edward Frederick Benson «La señora Amworth»; Ghérazim Lúca: «El vampiro pasivo» y Luigi Capuana: «Un vampiro». Hay que
destacar la novela de Richard Matheson «I
am a Legend», de la que existe una versión francesa («Je
suis une légende») y una versión italiana
(«I vampiri»). Recientemente la literatura catalana ha dado una muestra de este género tratado desde un ángulo irónico y poético con «Les Histories Naturals» de quien esto escribe.
Juan
Perucho, Destino, Año XXVI, Núm. 1322
(8 dic. 1962) pp. 36-37, 39 y 41
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