Conversación con Czesław Miłosz[1]
Czesław
Miłosz. —Creo que en todo lo que digo se puede advertir mi eterno problema: a
pesar de la voluntad puesta para impedirlo, uno puede parecer lo que no es.
Debo reconocerlo: esto me atormentó durante toda mi vida y sigue
atormentándome. Naturalmente, cualquiera puede comprender que una cosa es tener
una imagen de uno mismo y otra muy distinta es nuestra imagen reflejada en los
ojos de los demás. Por cierto, esas dos imágenes no se corresponden jamás,
porque sabemos mucho sobre nosotros mismos, o al menos mucho más de lo que
pueden saber los demás. Cuando hacemos uso de una obra, cuando nos expresamos
de alguna manera a través de la palabra escrita, nunca podemos ser totalmente
sinceros, porque eso es completamente imposible. Creo que incluso alguien dijo
que solamente a través de la mentira, que es la ficción novelística, o la
imaginación poética, se puede expresar alguna verdad; en forma directa es imposible.
Insensiblemente, se establece alguna forma de selección y emerge un retrato que
es solamente creíble para la persona que acabamos de crear. Es algo que merece
una reflexión, y yo mismo me pregunto por qué nos acongojamos tanto cada vez
que somos enjuiciados, cada vez que nos toman por alguien que no somos. Creo
que a lo largo de mi carrera, en especial, di muchas razones para que
permanentemente me sigan tomando por alguien diferente de quien soy. Por
cierto, la concesión del Premio Nobel fue una de esas circunstancias. Cuando
recibí el Premio perdí totalmente el control y me lo paseé arrancándome los
pelos de la cabeza a medida que me iba enterando de quién era yo a los ojos de
los demás. Por ejemplo: siempre me consideré un poeta bastante hermético, para
pocos y determinados lectores. ¿Y qué es lo que pasa cuando un poeta de ese género
se vuelve famoso, estridente, cuando se convierte en alguien como el tenor Jan
Kiepura, o una estrella de fútbol? Fijémonos en lo novedoso de la situación:
puesto que ninguno de los «poètes maudits»,
ninguno de los poetas que marcan un sendero en la poesía moderna en diversos
idiomas, fue vestido con un frac y presentado en recepciones reales.
Probablemente ni uno solo. Me parece increíble... Tampoco ninguno de ellos fue
popular, en el sentido del conocimiento de su nombre por parte de una cantidad
de personas que muy poco tienen que ver con la poesía. Este es un ejemplo que
puede dar, pero también existen otros que podrían ilustrar una faceta de la
cuestión.
Muchas
veces, durante nuestras conversaciones tratamos sobre cuestiones polacas, sobre
el sentido que tiene ser polaco. Me siento como alguien que ha contraído un
matrimonio de conveniencia cuando me convierten en poeta patriótico, en
bardo... Será que no estaba preparado para ese papel a pesar de que muy a
menudo las circunstancias históricas me impusieron creaciones literarias en las
que yo mismo, o yo-personaje, me expresaba como médium del sentir colectivo.
Para ejemplificar ese tipo de poemas, bastarían los años de la ocupación de
Varsovia. Estas creaciones no son, digámoslo, agradables para mí, porque
señalan justamente los momentos en que me revisto de una piel que no está de
acuerdo con mi temperamento ni con mis intereses principales. Digamos que la
obra Prolog (1943), escrita por
encargo de un grupo teatral clandestino, fue de algún modo creada por inducción
de Wierciński[2].
Fue un encargo que respondía a razones sociales. Ciertamente allí queda el
reflejo de lo que en mayor o menor medida sentía una Varsovia clandestina, pero
muy pronto me di cuenta de que esa no era mi línea. Seguramente, si se examinan
algunas obras escritas por mí, podría creerse un cierto retrato de poeta
comprometido. Recientemente, realizando tertulias literarias a través de
América, he tropezado con un problema difícil, cuando diversos jóvenes poetas
me preguntan acerca del compromiso político y sobre hasta dónde un poeta debe
comprometerse políticamente, etc. ... En ese instante, cuando me rodea un aura
de poeta comprometido que ha escrito poemas antinazis, esto me convierte en un
poeta luchador... Realmente no sé cómo arreglármelas con estas preguntas. Su
concepto de lo que es el compromiso político es muy ingenuo.
Voy
a añadir que me he tenido que presentar enfundado en pieles diversas. No son
muchos los poetas que tuvieron que mostrarse ante la gente dentro de tantas
pieles.
Cuando
emigre y escribí La mente cautiva[3]
[Zniewolony umysł] (1953), mis poemas
eran totalmente desconocidos; nadie conocía ni condición de poeta. En cambio
muchos lectores me conocían como el autor de La mente cautiva. El hecho es que no todos mis poemas pueden ser
traducidos a una lengua extranjera; por ejemplo, los que llevan métrica y rimas
son casi intraducibles. Este hecho también deforma un retrato. De modo que
podría presentarme ante la gente en diferentes reencarnaciones, al igual que
Proteo. Este hecho me mortificaba terriblemente. En gran medida, mi trayectoria
desde que llegué a Occidente en el 51, estuvo determinada por dos factores: por
una parte, ciertas necesidades; por otra, la escritura de La mente cautiva, mientras trataba de recuperar esa imagen... No
quería quedar fijado en un retrato confeccionado por especialistas en ciertas
cuestiones, por ejemplo en el comunismo. En realidad pude ser nombrado profesor
en Ciencias Políticas, pero no quise aceptar. Cuando escribí El valle del Issa [Dolina Issy] (1955)[4],
lo hice buscando una liberación de esa imagen de mí mismo a los ojos de los
demás.
Aleksander
Fiut. —Sin embargo, usted escribió varios poemas que confirman ese retrato:
poemas como Hacia la política [Do polityka] (1945) o A la muerte de Tadeusz Borowski[5][Na śmierć Tadeusza Borowskiego] (1953).
C.
M. —Por cierto, el hecho se debe a
que de tanto en tanto la pluma me cosquillea y escribo una cosa como esa: un
poema que no estaba destinado a ser impreso, un poema que es un asunto mío,
privado, como por ejemplo En Varsovia [W Warszawie], un poema escrito en el 45. Seguramente
ese no era un poema para ser enviado a la imprenta; fue un apunte hecho en un
momento de emoción. Lo mismo pasa con el poema Hacía la política, o con Cómo
ofendiste a un hombre sencillo [Który
skrzywdziłeś człowieka prostego] (1950), como sucedió recientemente con A Lech Wałęsa [Do Lecha Wałęsy] (1982), poema que he leído. Siempre me sucede que
acabo haciendo una cosa como esas y después me muerdo los dedos, porque eso
estropea mi retrato, el de un poeta filosófico.
A.
F.—Sin duda tiene usted razón: los continuos cambios de roles y máscaras ya se
pueden hallar en su poesía más temprana. Aquí cabe una pregunta: ¿se debió
desde un principio a una estrategia consciente o es que eligió usted una forma
de expresión intuitiva, que con el transcurso del tiempo fue transformándose en
una poesía aplicada a diversas finalidades?
C.
M. —Yo creo sencillamente que estoy
habitado por diversos demonios, o quizá por personas diferentes, que me
gobiernan. Y luego quedo triste.
A.
F.—¿Por qué experimenta una contradicción entre la imagen que tienen de usted
los demás y la expresión poética que provoca esa visión?
C.
M. —Sinceramente, creo que existen ciertos criterios objetivos... Tomemos por
ejemplo la aparición en inglés, hace poco tiempo, de mi libro Vista de la bahía de San Francisco [Widzenia nad Zatoką San Francisco]
(1969). Recibí una cantidad de recortes que, por lo general, me provocaron
tristeza, ya que el libro era presentado como una colección de ensayos sobre
California, una especie de meditaciones, apenas enlazadas entre sí, sobre
América en el siglo XX. Pero cuando apareció una crítica [de Lewis
Hyde] en The Nation, titulada «El Diablo y el señor Milosz», ["The
Devil and Mr. Milosz", 22 de septiembre de 1989, p. 278] me dije: «He aquí un hombre inteligente, sabe de qué
se trata.» Entendió que tanto América como California eran meros pretextos,
y que el libro trata asuntos mucho más serios. Captó y comprendió muy bien el
trasfondo de la trama. Por lo tanto, tenemos aqui el ejemplo de una cierta
forma de retrato falso, basado en las apariencias, y de un acceso a la esencia
a través de esa apariencia. Por cierto, que eso es lo que el autor más desea,
porque si es interpretado superficialmente experimenta esa difícilmente
nombrable tristeza. ¿Dónde nace la necesidad de mostrarse a la luz, tal como es
uno realmente?
A.
F.—Eso lo dificulta su estrategia de escritor, que tanto lo cubre como lo
descubre.
C.
M.—Eso es seguro... evidentemente...
A.
F.—Usted se ha convertido, en Polonia, en el símbolo de la fidelidad a sí
mismo, en una autoridad moral.
C.
M. —Muy bien, usted lo ha traído a
colación. Eso de considerarse un moralista me resulta un tanto humorístico,
¿entiende usted? Es que no llego a percibir ningún principio moral que merezca
distinguirse en toda mi obra. Más bien veo que debido a circunstancias
milagrosas no llegué a errar, como le ha sucedido a varios de mis colegas. Pero
tampoco este hecho nació de mi gran fuerza de voluntad o de mis sentimientos
morales, sino, en gran medida, de la disposición de muy felices circunstancias.
A.
F.—Es un punto para polemizar... Creo que tanto su
obra como su conducta contienen la creencia en ciertos principios...
C.
M. Eso es tan falso que crea el retrato de un escritor moralista. Esa no es una
imagen verdadera, ya que la moral está dejando de interesarme nuevamente.
Aparte de eso, estoy seguramente muy alejado de ese retrato ético que me ha
hecho, al cual no nos adecuamos ni mi obra ni yo. Me considero un hombre que no
llega a cumplir los requisitos de cierto ideal... No soy el hombre que quisiera
ser. Mi vida no transcurrió como yo hubiese querido que transcurriese: de
acuerdo a los altos conceptos morales.
A.
F.—Su obra no es moralizante, pero sin embargo, directa o indirectamente, posee
una cierta postura moral. Al menos lo testifica el Tratado moral, sin mencionar otras creaciones.
C.
M.—Puede ser, pero esa personalidad
moral me resulta un tanto sospechosa. Por lo demás, yo mismo me he estado
preguntando hasta qué punto ciertas presiones colectivas, la temperatura de esa
civilización en la que crecí, me refiero a la civilización polaca... ¿Hasta qué
punto estas circunstancias imponen sencillamente ciertas posturas éticas?
¿Hasta qué punto la noción del bien y el mal está enraizada en esas
circunstancias? De modo que cualquier escritor se convierte de alguna manera en
la voz de esas circunstancias. Gombrowicz[6] decía que la ética es el «sex-appeal» del escritor. Tal vez eso se
ajusta especialmente a la cultura polaca en la cual nos criamos Gombrowicz y
yo. En cuanto a la creación de una imagen mía como personaje heroico, creo que
es un título que no me corresponde, ya que siempre estuve fuera de Polonia, de
donde me ausenté a fines del 45. Me organicé astutamente... Me mantuve fuera
del país hasta acabar emigrando, de manera que no pude merecer ese título...
Pero si lo hubiese obtenido, si hubiese permanecido allí, entonces..., ¡oh! Y
aquí mismo, durante la «explosión» de Solidaridad,
encontraron un lobo con piel de cordero. De modo que considero todo este asunto
como una confluencia de circunstancias. Resulta muy comprometido ser una
especie de parábola de inflexibilidad..., ante todo quisiera recordar aquí un
período de mi vida durante el cual ejercí la prostitución, ya que encontrarse
inmediatamente después de la guerra en el servicio diplomático de la Polonia
Popular, era sin duda una ocupación conscientemente infamante[7]. No era por lo que hacía,
porque no hacía nada malo. Se trataba del hecho en sí. En esa época estaban las
cárceles polacas llenas de gente que era torturada, o se emitían sentencias
exclusivamente por el hecho de haber luchado contra Hitler desde una «impropia» clandestinidad. Fue una
situación terrible; tuve conciencia de algo en lo cual me hallaba enredado...
todo resultaba un juego dilatorio, esperando no sé qué... Estaba allí sin poder
quedarme ni irme, porque creía realmente que no tenía nada que hacer en el
mundo como «ese que anda escribiendo
poesía en polaco». Que no quepa ninguna duda que yo mismo he juzgado mis
maniobras con mucha severidad. Después, por desgracia, cuando ya no podía
aguantar más, un falso amor propio me impedía acercarme a Migraciones,
golpearme el pecho, «arrepentirme» ante ellos... explicar que realmente ese no
era mi mundo.
A.
F.—¿Cómo querría usted que lo viesen sus lectores? ¿Qué retrato le
correspondería?
C.
M.—No creo que ningún retrato único responda, en un sentido amplio, a mi imagen...
Creo que me sentiría mejor si fuera el retrato de un poeta hermético, en
pantuflas y eventualmente traduciendo la Biblia; un motivo poco despreciable
para aparecer como poeta estudioso en el retrato. Al fin, soy una rata de
biblioteca. Los libros me sugestionan e influyen enormemente, aunque la
inspiración que ofrece la vida inmediata y el éxtasis de la comprensión de esa
vida tienen un influjo irresistible..., sin duda, ese sigue siendo el conflicto
más antiguo de mi vida. Comenzó bastante temprano, cuando quedé aterrado al ver
por primera vez mis creaciones en Żagary[8],
suplemento de Słowa[9].
La sola idea de pensar que unos señores bigotudos compraran el diario y de
pronto se pusieran a leer esa sarta de estupideces... Este contraste viene
durante toda mi vida: quiero tener una pequeña cantidad de lectores y
repentinamente todo resulta al revés.
A.
F.—Esas diversas imágenes son inducidas por usted mismo... Existe una paradoja:
usted mismo se proyecta en esos diversos papeles, su personalidad va cambiando
y al mismo tiempo espera ser visto como una imagen inamovible...
C.
M.—Seguramente... Por eso, libros como La
mente cautiva o El poder cambia de
manos[10]
[Zdobycie władzy] (1953) dan una
imagen harto diferente de, por ejemplo, El
valle del Issa o mis poemas. Historia
de la literatura polaca [The History
of Polish Literature] (1969), por poner otro ejemplo, de otra imagen
diferente; los ensayos filosóficos, otra. De pronto me preguntan los jóvenes
poetas norteamericanos cómo se escribe poesía comprometida, o qué es el
compromiso político. Por otra parte, escribí recientemente un prólogo en inglés
para una obra de Oscar Milosz[11] [The Noble Traveller: The Life and Selected Writings of Oscar V. de
Lubicz Milosz] (1985), donde me ocupo, más o menos, de los mismos asuntos
que trate en Tierra de Ulro. Por lo
tanto, pregunto: ¿En qué puede basarse la unificación?
A.
F. —Quizá ... en la unidad dentro de lo diverso.
C.
M.—Si uno toma la vida de un hombre que escribe, se verá que durante todo el
tiempo va dejando escapar un hilo, al igual que un gusano de seda; forma
capullos que se endurecen y pierden su blancura inicial. Los convierten en
estructuras sólidas, casi cristalinas, en las que no puede vivir y que debe
abandonar...Y nuevamente constituye un capullo, que vuelve a endurecerse y vuelve a convertirse en algo extraño para él. esto es una paradoja total y hay que hacer notar que sólo tiene que referirse a mí.Y volviendo de nuevo a nuestra conversación: no puede denominarme a mí mismo, como lo hacía mi profesor [Wiktor] Sukiennicki, un lituano polacoparlante, porque franquezas como esa ya no existen; pero tratando de ser honrado, subrayaré que mi rasgos personales son fruto de las oscilaciones nacionales, asunto incomprensible para las nuevas generaciones, porque ni siquiera están enteradas de su existencia. No hay nada en los manuales sobre lo que era la condición polaca en Lituania, cómo surgió, qué supuso ese surgimiento, qué sintió esa gente, como se consideraron nacionalmente. Esto puede servir como hilo conductor de ciertas complicaciones históricas cuya
comprensión no permite la simplificación moderna. Y, por fin, se me ocurre que
muchas de esas cuestiones resultan oscuras incluso para mí. En todo caso,
admitamos el deseo de entregar a los demás un retrato real de uno mismo. Al
menos estará de acuerdo conmigo en que existe en algunos de mis libros un
esfuerzo desmedido en ese sentido. Si observa usted Mi Europa[12]
[Rodzinna Europa] (1959), ¿qué es sino un esfuerzo de
presentarse, de mostrarse realmente dentro de lo posible? El otro esfuerzo es Tierra de Ulro [Ziemia Ulro] (1977). Tal vez si me siento escribiré algunos libros
más, de los cuales —cada uno con
alguna diferencia— estarían tratando
acerca de mí mismo.
A.
F.— De toda esa diversidad de roles, quizás el que más le cuadra sea el de
bardo polaco. ¿Por qué?
C.
M. —Responderé en varias partes.
Primero: tomemos como ejemplo mis presentaciones en Chicago o en cualquier otro
medio donde haya muchos polacos, que acuden para ver a una celebridad que los
rescate de su sentimiento de inferioridad. Toda mi creación les es totalmente
ajena. Crecí y me acostumbré a vivir entre dos guerras, en Polonia, de la cual
hablamos bastante, en una situación en que el modelo corriente era el
aislamiento de grupúsculos de poetas y el pequeño número de destinatarios. Es
probable que cuando los poetas del grupo Skamander[13]
se presentaron por primera vez en una Polonia renacida en 1918, hayan
aprovechado un poco la situación creada, un tanto parecida a la que rodeó a Solidaridad. En 1918, la necesidad
poética del país recién liberado era tan grande, que esa onda los elevó, hasta
tal punto que ningún poeta de entreguerras alcanzó tanta popularidad, en cuanto
al conocimiento de sus nombres, como los poetas del grupo Skamander. Si bien hay que reconocerlo, justo antes de la guerra Gałczyński[14] la consiguió, en algún
sentido, como autor de Directo del puente
[Prosto z mostu][15].
Allí pesa un fenómeno muy curioso, de orden cultural, que señala al receptor
masivo como extremadamente nacionalista. Polonia era en la preguerra
extremadamente nacionalista; se ubicaba entre Directo del puente y Pequeño
diario [Mały Dziennik][16],
del padre Maksymilian Maria Kolbe. Pero hagamos un paréntesis... Ocurría que
todos estos pequeños grupos de vanguardia, etc., estaban sentados en sus
pequeños bares; eran pobres, eran desconocidos, eran ridiculizados. Esa era la
situación aceptada. Una situación más o menos semejante es la de los poetas
norteamericanos que aceptan humildemente su aislamiento. Cuando conté en la
Universidad de Virginia que mis poemas fueron publicados en Polonia con una
tirada de 150.000 ejemplares, quedaron completamente estupefactos. He aquí una
incomodidad fundamental: es cuando el público polaco comienza a aplaudirme
repentinamente... Es una verdadera colisión entre las costumbres de mi juventud
y esta nueva situación. Además está mi conocimiento de Estados Unidos, el
conocimiento de toda esta gente y mis permanentes y dolorosas reflexiones sobre
el inaudito primitivismo cultural de los polaco-americanos, un primitivismo de
una u otra manera explicable. Probablemente ciertas civilizaciones no
desarrollan una resistencia suficiente en el ser humano como para poder
sostenerse sobre sus propias piernas, más allá del gueto. Y de pronto, gracias
a Dios, el New York Times me nombra
como el «poeta más importante de la
diáspora polaca». ¡Esto no se sostiene!, ¡esa es una completa
tergiversación de la verdad! No es así. Si debido a una diáspora determinada se
crean diversos guetos polacos en Occidente, yo no soy el poeta de esa diáspora.
Además de esto, persiste siempre la cuestión de la imagen heroica: se debe a
que los modelos polacos son románticos y existe la tendencia a identificar la
literatura con la vida. En cuanto a El
valle del Issa, nadie se expresa si no pregunta: «¿Tomás, soy realmente yo?». Esa no es una novela; se la lee como si
fuese tomada de la vida: todos los personajes son reales, todo sucedió en
realidad. Y así todo. A partir de que estoy convertido en un bardo, soy un
personaje un tanto recomendado, romántico, heroico, etc.
A.
F.—¿Cómo transcurrió su encuentro con el joven público polaco?
C.
M.—Hubo un momento de tensión entre nosotros, por ejemplo en « Stodoła»[17], en Varsovia, cuando el
ambiente de la sala me recordó el ambiente del 44[18]. Llegué de Estados Unidos
y me encontré con ese ambiente. ¿Acaso soy de los que «baten el tambor», a pesar de darme cuenta de la situación real? ¿Es
que estoy hecho para agitar un estandarte y conducir a las multitudes a las
barricadas? Debo añadir algo más: existe un desacuerdo entre ese que soy y mi
retrato, en mis relaciones con los jóvenes poetas e intelectuales
norteamericanos. He escrito una cierta cantidad de poemas que son juzgados como
poseedores de valores humanos, si no humanitarios; sí tengo una cantidad de
poemas que hablan del gueto bajo la ocupación alemana, o de la muerte del
hombre, o en general sobre el siglo XX como un siglo cruel, me toman
inmediatamente por uno de ellos. De modo que me invitan automáticamente a toda clase
de actividades en defensa de la paz, contra las armas nucleares, etc., a pesar
de que nuestros puntos de vista son divergentes en cuanto a ciertos principios
básicos. Estuve meditando acerca de esto: hasta dónde debo afrontar ese
malentendido. ¿Pero cómo? ¿Son personas buenas, gente noble y profundamente
sensible y progresista? ¿Acaso puedo herir sus sentimientos?
A.
F.—Resulta interesante saber cómo está conformada su imagen a través de la
traducción inglesa de su poesía.
C.
M.—Pienso que es una buena imagen. Aquí hay que diferenciar una cosa: ese retrato
no me gusta demasiado cuando algunos críticos traen a colación poemas
históricos, especialmente los que fueron escritos durante la guerra, que crean
el retrato de un sobreviviente que ha atravesado un holocausto. Esto es falso y
perturba el sentido de la proporción. Pero existen otros, tanto críticos como
lectores, que sienten la problemática de mi poesía y me alegra mucho que
poesías como Donde sale el sol y cuando
desaparece [Gdzie wschodzi słońce i
kędy zapada] (1974) o Cuaderno privado [Osobny zeszyt] (1977-1979), hayan tenido buena acogida en su traducción al inglés. Esto certifica mi
opinión sobre estos lectores. Este retrato, que es el retrato de un poeta
pensante, me resulta próximo, se corresponde conmigo. Está alejado del poeta de
acción, del poeta activamente envuelto en la historia. Jamás quise verme
envuelto en la historia. Quizá se pueda resumir lo que estamos diciendo como un
sentimiento de incomodidad, cuando mi imagen a los ojos de los demás resulta
demasiado noble para mis necesidades.
A.
F.—O tal vez un tanto simplificada.
C.
M.—Podría ser. Demasiado noble y
demasiado simple. Y yo no soy ni noble ni simple.
Aleksander Fiut
2445 Grant Street,
Apt. to Berkeley CA 94703 (USA)
(Traducción del polaco: ROMA MAHIEU)
N
R.—Las notas al pie son del entrevistador, Aleksander Fiut [, excepto las referidas a las ediciones de los libros en español. Se ha corregido la caligrafía polaca y fechadas y actualizados los libros mencionados].
Cuadernos
Hispanoamericanos, 406, abril de 1984, pp. 17-24
[1] Fragmento del libro de Alexander
Fiut, Indócil autorretrato de Czesław Miłosz,
cuya edición polaca aparecerá durante este año [Czesława Miłosza autoportret przekorny. Rozmowy prowadził Aleksander
Fiut] (1988), fue precedido por la publicación de Czesław Miłosz racconta Czesław Miłosz: conversazioni con Aleksander
Fiut, por la editorial italiana Centro Studi Europa Oriéntale, Bolonia,
1983.
[2] Edmund Wierciński (1899-1955),
actor, director y pedagogo polaco.
[3] Ediciones
en lengua española. Bajo el título de El
pensamiento cautivo: Ediciones de la Torre, Universidad de Puerco Rico,
1954, 1957 Tusquets, Editores, Barcelona, 1981. [Bajo el título de La mente cautivo: Galaxia Gutenberg,
2016]
[4] Plaza & Janes, S. A.,
editores, Barcelona, 1982.
[5]Tadeusz Borowski (1914-1951),
prosista y poeta polaco, particularmente conocido por sus relatos sobre campos
de concentración.
[6] Witold Gombrowicz (1904-1969), uno
de los más eminentes escritores contemporáneos polacos, traducido a una gran
cantidad de idiomas.
[7] La resistencia polaca a la
ocupación hitlerista del país, reconocía mayoritariamente la jefatura del
Gobierno polaco en el exilio ubicado en Londres, que subrayó su postura
anticomunista y antisoviética. La guerrilla comunista ocupaba un lugar
insignificante dentro de la comunidad. No obstante, cuando en el año 1944 fue
ocupada Polonia por el ejército rojo, fue entregado el poder a los comunistas,
los cuales ajustaron implacablemente las cuentas con sus adversarios políticos.
[8] Żagary: agrupación poética que actuó en Vilna en los años
1931-1932, editando un escrito que llevaba el mismo nombre. Czesław Miłosz fue
uno de sus fundadores.
[9] Słowa: periódico conservador editado en Vilna antes de la segunda
guerra mundial.
[10] Ediciones Destino, 1953.
[11] Oskar Milosz (1877-1959), nacido
en Lituania, eminente poeta dentro del simbolismo francés, familiar de Czesław Miłosz.
[12] Ediciones en lengua española. Bajo
el título de Otra Europa: Tusquets, Editores, Barcelona, 1981. [Bajo el título
de Mi Europa: Galaxia Gutenberg, 2017]
[13] Skamander: edición mensual poética publicada en Varsovia durante
los años 1920-1928, 1935-1939; por extensión ese nombre fue usado para designar
al grupo de poetas que colaboraban en dicha publicación.
[14] Konstanry Ildefons Gałczyński (1901-1953),
popular poeta polaco, unía en sus versos elementos líricos, del grotesco y
sátiras a la sociedad.
[15] Prosto z mostu: revista semanal literario-artística, órgano de la
derecha polaca.
[16] Mały Dziennik: editado antes de la segunda guerra mundial,
periódico católico publicado por el padre Maksymilian Maria Kolbe.
[17] Stodoła: nombre de un club universitario que funciona aún en la
actualidad, en Varsovia. Miłosz, visitó dicho club durante su estancia en
Polonia en 1981.
[18] Alusión al levantamiento
antihitlerista que estalló el Varsovia, en agosto de 1944 y fue sangrientamente
sofocado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario