domingo, 30 de septiembre de 2018

Dos artículos de Cristóbal Serra en "Barcarola": "Carta a Beneyto sobre Lautréamont" (nº 68-69, 2006) y "El mágico anadjetivable" (nº78, 2012)


Carta a Beneyto sobre Lautréamont
Palma, 9 de marzo 2006
Querido pintor y escritor:
Tres veces comencé a escribirte y preveo que no podré extenderme mucho sobre el Conde de Lautréamont, porque mi vista, mi energía mental, flaquean. El año 69 y el 70 leí varias veces, de un modo incompleto, a saltos, para descubrir que me gustaba la elocuencia de las Oraciones fúnebres de Bossuet, que la elocuencia de los Cantos, por muy atravesados que estaban de relámpagos súbitos de electrizante poesía. Era todo muy oracular y muy blasfemo, con razones tan poderosas como las de Blake, pero, si te he de ser franco, el inglés fue tardíamente retórico y Lautréamont me pareció un retórico nato. Aparte de este retoricismo, se me apareció tan calumniador como el mismísimo diablo, que, según los entendidos en diabología, es un acusador y sobre todo un calumniador.
Desde muy joven he sabido un poco de cataros, y quizá fueron aquellas noticias las que me dejaron impávido ante aquella constante difamación de la Providencia. Yo no niego la dualidad trágica del mundo, pero, queramos o no, esta realidad es como una labor de tracería, en la que nosotros vivimos en un universo inextricable. Un universo realmente engañoso, en el que el bien y el mal se funden en un abrazo que ofrece más matices que el atornasolado cuello de la paloma.
Me reí cuando el Conde santificó las matemáticas. ¿Quién lo diría? Sacras las matemáticas, que, en grandes dosis son peores que el arsénico.
Mi risa era infundada, porque dicha sacralización concordaba con su rabia matemática, dicho de paso luciferino.
Ignoro si has leído lo que en “Beluarios y porquerizos” escribió Bloy sobre Lautréamont. Contra lo que podía esperarse de su intemperancia, Bloy otorga al conde el signo indiscutible de gran poeta y le otorga asimismo la inconsciencia profética, esa turbulenta facultad de proferir por encima de los hombros y del tiempo, palabras no oídas de las que ignora él mismo el alcance. Bloy no ha considerado, como Maeterlinck, los Cantos ilegibles, sino que los ha leído a fondo para percatarse de que son un contra evangelio. Estimo que es rigurosamente anti-evangélica la frase: “la bondad no es más que la unión de sílabas sonoras".
Me permito una vez más trasladar con toda exactitud la palabra de Bloy, nada menos que el verdugo de la literatura. “Sospecho que este desventurado no haya sido más que un blasfemo por amor..." Después de todo, este odio furibundo hacia el Creador, el Eterno, el Todopoderoso, tal como lo expresa, es bastante vago en su objeto, pues, no toca nunca para nada a los Símbolos. De hecho, no se ensaña con la Cruz, y más que al crucificado, dirige sus imprecaciones al “Dios malo” de los cátaros y gnósticos.
Creerás que el Lautréamont de las Poesías o de las Anotaciones, que vino después, me resulta encantador. Lo siento muy próximo, cuando dice que la novela es género falso. Me encanta cuando escribe como el Bloy del Journal (Edgar Poe, el Mameluco de los Sueños; George Sand, el Hermafrodita circunciso; Lamartine, la Cigüeña lacrimógena). El hombre se nos volvió aforista. Le hacía falta la conversión aforística y el abandono de la retórica. Para que lo sepas, el gran declamador y gran blasfemador, nos resultó al final filósofo y por filósofo aforista.
Concluyo, Beneyto, enemigo de la bonitez, porque tal vez me descarrío y hago perfumada prosa con alguna que otra galanura.
Te saludo afectuoso,
Cristóbal.
Barcarola: revista de creación literaria. nº. 68-69, 2006,  pp. 208-209.

 ***
El mágico inadjetivable

Inadjetivable Beneyto: tus libros algo tendrán de mágico, porque se escapan de los estantes, los tengo que dar por perdidos días y días y, si aparecen, es para esconderse de nuevo en algún espacio mínimo que pueda quedar en mi biblioteca prieta. Eso no es apócrifo, delirante Beneyto. Y eso explica tanta tardanza, que no es desvío, por mi parte.
Este epistolario tuyo debió escribirlo tu libélula. Debes tener una libélula domesticada, como yo tenía, en tiempos idos, un cocodrilo que paseaba por el Borne. Practicas la literatura salteada, que propugnaba el gran Macedonio, aquel jurista que abjuró de la jurisprudencia y se volvió imprudente, como todos nosotros. Yo he dado a leer tus Epístolas Apócrifas al Deán de Babilonia que cada domingo viene a visitarme para echar algún que otro parrafito. Y el muy jesuita me ha dicho: Este Beneyto de bendito nada. Está levemente poseído y padece erotomanía. Tiene en su favor que es un lírico y un artista de la pluma. Qué más quieres, tienes el veredicto de un hombre que procede, por su linaje, de Babilonia.
Sin embargo, ¿sigues con tu sombrero negro, tu barba negra, y tu traje negrizante? Una chica egipcia de los tiempos de Ramsés me preguntó hace poco por ti, por tu barbón negro y por tu aire judeo-polaco. No lo creerás, pero es así. Yo le dije que seguías tan prolífico como siempre, como pintor, y que, en estos días, Cela copia tus dibujos. Es un copión este Cela. Después de copiar a los clásicos en su lenguaje copiosísimo, dibuja a lo Beneyto. Hay que ver qué cara tiene, copiándote. En su nueva Revista escribe y dibuja; es aquí donde hace tales pecadillos.
La Sofovich también copia a su ausente Ramón, que, en el otro mundo, se encuentra más aburrido que en éste. Pero esta mujer es un “caso" distinto al celiano: la copia la hace con sobra de talento propio y con mucho encanto. Me ha interesado muchísimo este libro donde aparecen dibujos de Cocteau miméticos. Digo miméticos, porque te imita el muy maestro y Gran Prior del Priorato de Sión. ¡Que no bromeo, Beneyto!
Con toda mi admiración y sentida amistad, Cristóbal Serra
1997
PD: te he colocado junto a las Cartas de Guerra de Vaché, que dicen tenía su demonio...
Barcarola: revista de creación literaria. nº. 78, 2012,  pp. 143-144.

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