Carta a Beneyto sobre Lautréamont
Palma,
9 de marzo 2006
Querido
pintor y escritor:
Tres
veces comencé a escribirte y preveo que no podré extenderme mucho sobre el
Conde de Lautréamont, porque mi vista, mi energía mental, flaquean. El año 69 y
el 70 leí varias veces, de un modo incompleto, a saltos, para descubrir que me
gustaba la elocuencia de las Oraciones
fúnebres de Bossuet, que la elocuencia de los Cantos, por muy atravesados que estaban de relámpagos súbitos de
electrizante poesía. Era todo muy oracular y muy blasfemo, con razones tan
poderosas como las de Blake, pero, si te he de ser franco, el inglés fue
tardíamente retórico y Lautréamont me pareció un retórico nato. Aparte de este
retoricismo, se me apareció tan calumniador como el mismísimo diablo, que,
según los entendidos en diabología, es un acusador y sobre todo un calumniador.
Desde
muy joven he sabido un poco de cataros, y quizá fueron aquellas noticias las
que me dejaron impávido ante aquella constante difamación de la Providencia. Yo
no niego la dualidad trágica del mundo, pero, queramos o no, esta realidad es
como una labor de tracería, en la que nosotros vivimos en un universo
inextricable. Un universo realmente engañoso, en el que el bien y el mal se
funden en un abrazo que ofrece más matices que el atornasolado cuello de la
paloma.
Me
reí cuando el Conde santificó las matemáticas. ¿Quién lo diría? Sacras las
matemáticas, que, en grandes dosis son peores que el arsénico.
Mi
risa era infundada, porque dicha sacralización concordaba con su rabia
matemática, dicho de paso luciferino.
Ignoro
si has leído lo que en “Beluarios y
porquerizos” escribió Bloy sobre Lautréamont. Contra lo que podía esperarse
de su intemperancia, Bloy otorga al conde el signo indiscutible de gran poeta y
le otorga asimismo la inconsciencia profética, esa turbulenta facultad de
proferir por encima de los hombros y del tiempo, palabras no oídas de las que
ignora él mismo el alcance. Bloy no ha considerado, como Maeterlinck, los Cantos ilegibles, sino que los ha leído
a fondo para percatarse de que son un contra evangelio. Estimo que es
rigurosamente anti-evangélica la frase: “la bondad no es más que la unión de
sílabas sonoras".
Me
permito una vez más trasladar con toda exactitud la palabra de Bloy, nada menos
que el verdugo de la literatura. “Sospecho
que este desventurado no haya sido más que un blasfemo por amor..."
Después de todo, este odio furibundo hacia el Creador, el Eterno, el
Todopoderoso, tal como lo expresa, es bastante vago en su objeto, pues, no toca
nunca para nada a los Símbolos. De hecho, no se ensaña con la Cruz, y más que
al crucificado, dirige sus imprecaciones al “Dios malo” de los cátaros y gnósticos.
Creerás
que el Lautréamont de las Poesías o
de las Anotaciones, que vino después,
me resulta encantador. Lo siento muy próximo, cuando dice que la novela es
género falso. Me encanta cuando escribe como el Bloy del Journal (Edgar Poe, el Mameluco
de los Sueños; George Sand, el Hermafrodita
circunciso; Lamartine, la Cigüeña
lacrimógena). El hombre se nos volvió aforista. Le hacía falta la
conversión aforística y el abandono de la retórica. Para que lo sepas, el gran
declamador y gran blasfemador, nos resultó al final filósofo y por filósofo
aforista.
Concluyo,
Beneyto, enemigo de la bonitez, porque tal vez me descarrío y hago perfumada
prosa con alguna que otra galanura.
Te
saludo afectuoso,
Cristóbal.
Barcarola:
revista de creación literaria. nº. 68-69, 2006, pp. 208-209.
El mágico inadjetivable
Inadjetivable
Beneyto: tus libros algo tendrán de mágico, porque se escapan de los estantes,
los tengo que dar por perdidos días y días y, si aparecen, es para esconderse
de nuevo en algún espacio mínimo que pueda quedar en mi biblioteca prieta. Eso
no es apócrifo, delirante Beneyto. Y eso explica tanta tardanza, que no es
desvío, por mi parte.
Este
epistolario tuyo debió escribirlo tu libélula. Debes tener una libélula
domesticada, como yo tenía, en tiempos idos, un cocodrilo que paseaba por el
Borne. Practicas la literatura salteada, que propugnaba el gran Macedonio,
aquel jurista que abjuró de la jurisprudencia y se volvió imprudente, como
todos nosotros. Yo he dado a leer tus Epístolas
Apócrifas al Deán de Babilonia que cada domingo viene a visitarme para
echar algún que otro parrafito. Y el muy jesuita me ha dicho: Este Beneyto de
bendito nada. Está levemente poseído y
padece erotomanía. Tiene en su favor que es un lírico y un artista de la pluma.
Qué más quieres, tienes el veredicto de un hombre que procede, por su linaje,
de Babilonia.
Sin
embargo, ¿sigues con tu sombrero negro, tu barba negra, y tu traje negrizante?
Una chica egipcia de los tiempos de Ramsés me preguntó hace poco por ti, por tu
barbón negro y por tu aire judeo-polaco. No lo creerás, pero es así. Yo le dije
que seguías tan prolífico como siempre, como pintor, y que, en estos días, Cela
copia tus dibujos. Es un copión este Cela. Después de copiar a los clásicos en
su lenguaje copiosísimo, dibuja a lo Beneyto. Hay que ver qué cara tiene, copiándote.
En su nueva Revista escribe y dibuja; es aquí donde hace tales pecadillos.
La
Sofovich también copia a su ausente Ramón, que, en el otro mundo, se encuentra
más aburrido que en éste. Pero esta mujer es un “caso" distinto al celiano:
la copia la hace con sobra de talento propio y con mucho encanto. Me ha
interesado muchísimo este libro donde aparecen dibujos de Cocteau miméticos.
Digo miméticos, porque te imita el muy maestro y Gran Prior del Priorato de
Sión. ¡Que no bromeo, Beneyto!
Con
toda mi admiración y sentida amistad, Cristóbal Serra
1997
PD:
te he colocado junto a las Cartas de Guerra de Vaché, que dicen tenía su demonio...
Barcarola: revista de creación
literaria. nº. 78, 2012, pp. 143-144.
No hay comentarios:
Publicar un comentario