jueves, 6 de abril de 2017

"José Pla al lado de la chimenea" [Entrevista a Josep Pla, Destino, nº 1022, 24/12/1960]



DESTINO, pregunta:
José Pla al lado de la chimenea
CON esta entrevista a José Pla, en la cual se preguntan tantas y tan divertidas cosas, damos comienzo a una serie de cuestiónanos a través de los cuales interrogaremos a las principales personalidades de nuestras letras y nuestras artes. No hemos de negar que la base de este aparentemente dispar interrogatorio es el célebre cuestionario de Marcel Proust, que consiste en un conjunto de preguntas, escalonadas con sensibilidad y malicia, a través de las cuales el gran novelista imaginó que podia ofrecer el perfil literario y humano del interrogado. Hemos añadido, como percibirá el avisado lector, algunas preguntas más concretas en el caso de José Pla. Con ello pierde hasta cierto punto el aire de encuesta que Proust intentó infundir en su cuestionario para ganar matices y precisiones. Dentro de la aparente anarquía de las preguntas y de la claridad de las respuestas, el lector podrá componer, como un «puzzle», la personalidad del gran escritor ampurdanés y, más tarde, la de los demás escritores y artistas que seguirán.
Varias razones abonan la primacía de José Pla en esta serie de entrevistas. Hace unas semanas, visitándole en su «mas» de Llofriu, le pedimos un largo artículo sobre Navidad para nuestro número extraordinario. Nos dijo que posiblemente lo mejor sería que realizáramos una entrevista. Allí, a mano, estaba el cuestionario de Marcel Proust, en una reciente publicación francesa, ofreciendo la silueta de no recuerdo cuál escritor a través de sus respuestas. El tiempo otoñal, lluvioso y melancólico, hacía que no fuese seductor pasear y la gran chimenea de campana, con el hogar llameante, invitaban a pasar una tarde conversando. José Pla lió un delgado cigarrillo —esos cigarrillos que se apagarán cien veces en sus labios— y empezó el cuestionario.
No es la primera vez que hablamos de José Pla en su casa de Llofriu, en el Ampurdán, ni es la primera tarde de otoño que consumimos en hablar incansablemente. Su hospitalidad ha sido siempre sin la menor quiebra y en las tardes de otoño esta hospitalidad tiene un aire acogedor y profundo.
José Pla, a los 63 años, es un hombre todavía lleno de vigor, su frente ancha, sus facciones vagamente mongólicas, sus ojos pequeños y punzantes, perspicaces y a veces duros, rodeados de una finísima red de pliegues y arrugas. Tiene los labios delgados, dibujados tensamente y una voz grave, algo ronca, magnífica para el uso de la ironía, con las que gusta acentuar a veces el acento de su región natal: es una voz de antiguo payés del Mediterráneo, socarrón, algo escéptico, áspero y seguramente sentimental, sobre la que construye su gran, casi socrática, habilidad de conversador. En contraste con esta cabeza en la cual frente y ojos son de una despejada e irónica inteligencia y en contraste también con todo su aspecto de campesino que gusta exagerar, tiene unas manos pequeñas, delicadas y morenas, de escritor o de artista, unas manos que traicionan su sensibilidad que, con la pluma en la mano, es prodigiosa. Con su andar algo pesado, su profundo y natural pesimismo, su melancolía que se enmarca tan adecuadamente en este otoño lluvioso y fugitivo, José Pla es un hombre que sugiere vida y fuerza a pesar de cómo ha dilapidado una y otra en el más agotador de los vicios, vicio que niega, como es lógico, por el hecho de serlo: el vicio de escribir, de trabajar incansablemente, de estar poseído por el viejo demonio ético de su personal sentido de la responsabilidad hacia el oficio. José Pla, con el hilillo de humo azul en su cigarrillo, inicia así —con rara obediencia— sus contestaciones a mi cuestionario. — Néstor Lujan.

— ¿DONDE le gustaría vivir? 
— Exactamente donde vivo. Y entre otras razones porque la vida en una casa de campo en despoblado permite, a pesar de todo, hacer una vida solitaria. No viviría por nada del mundo en una gran ciudad y no porque en las aglomeraciones urbanas no pueda hacerse la vida que a uno le da la gana, sino porque los alimentos sencillos llegan a ellas demasiado viajados y, por tanto, no compensan el esfuerzo que uno ha debido hacer para comprarlos.
— ¿Qué prefiere? ¿El día o la noche?
— La noche. Encuentro el día demasiado largo. Por otra parte, de mis tiempos de periodismo me ha quedado el hábito de trabajar por la noche, del que no he podido desarraigarme.
— ¿Qué estación del año?
— El invierno, calentado. El lúcido invierno —decía Mallarmé—. El recogimiento del invierno no es solamente delicioso: además es eficaz.
— ¿Cuál es su ideal de felicidad en la tierra?
— Leer y conversar con personas amables y tolerantes y no sujetas a horario. Se entiende además con personas de todas las posiciones y de todas las clases, con una tendencia separativa frente a los que creen que la pedantería, el dinero o el favor constituyen la base de la inteligencia humana.
— ¿Cuáles son las faltas por las que tiene usted mayor indulgencia?
— Por las que se derivan de las pasiones del amor y por la llamada delincuencia política.
— ¿Qué héroes de novela prefiere usted?
— No conozco el paño. He leído pocas novelas y las pocas que he leído involuntariamente las he olvidado. Sin embargo, a veces se me aparece le figura de Ana Karenina y sospecho que es una señora importante.
— ¿Le cuesta a  usted escribir?
— Mucho. Demasiado. En este punto, pueden darse tres posiciones. A mí me hubiere gustado escribir libros y que otros los hubieran firmado. También hubiera sido agradable que otros los hubieran escrito y yo firmarlos. Pero esto de escribir libros y además tenerlos que firmar —que es lo que suele ocurrir— resulta absolutamente grotesco e insensato.
—De todos sus libros, ¿Cuál prefiere?
— Ninguno sin matización ap […]
En la época del barroquismo había unos personajes hueros que al escribir creían resolver problemas gramaticales. Pero estos problemas no han existido jamás, y hoy menos que en cualquier momento. Pero si se elimina de la literatura la constatación de este esfuerzo gratuito, ¿qué queda para calibrar la calidad de un libro? Quedan las veleidades de la masa, nada. El escritor es como un barco metido en la niebla que va dando bocinazos y tocando la campana de proa en medio del mar. El escritor es un ser que está en las fronteras de la insensatez humana. Pero dado que en el mundo hay muchos más locos de lo que parece, el escritor es tomado por un ser normal.
— ¿Cree usted en el dinero como base de la felicidad?
— Esta creencia es una idea de juventud y aún en la juventud es falsa. La obtención del dinero es una cosa decisiva para combatir el aburrimiento de la vida. Pero una vez obtenido, el único placer que produce es darlo. No hay nada más trágico que el hombre que ha trabajado toda la vida, se ha enriquecido y ya viejo no logra ni ser escuchado por su esposa. Es un ridículo fenomenal. Al viejo pobre le sucede lo mismo, pero la cosa no tiene transcendencia por su naturalidad. Para la inmensa mayoría de seres humanos, antes del triunfo de la burguesía, después de la Revolución francesa, el dinero fue un factor secundario. La burguesía está tratando hacer creer que el dinero es la base de la felicidad. Si lo logra —cosa posible— no habrá más remedio que creer que el dinero es la base de la felicidad.
— ¿Cuál es para usted el colmo de la miseria espiritual?
—Las formas innumerables de la avaricia de la gente rica. En este país, hay demasiados avaros, un número excesivo de avaros. La gente tesauriza y no suelta un centavo para asegurar contra todos los riesgos la frecuente memez intrínseca de sus hijos. Pero así y todo el seguro no sirve para nada, en la mayoría de los casos.
— Usted, trabajador infatigable, tiene fama de bohemio. ¿Puede explicarnos esta contradicción?
— Sí, señor. En todas partes el periodista tiene fama de bohemio. Es el mochuelo que se transporta. Es su leyenda, y a mí me ha cubierto como a los demás. Por otra parte, no creo que pueda decirse que yo soy un trabajador infatigable. Lo parece, porque no sé trabajar
— ¿Cuál es su personaje histórico favorito?
— La pregunta es para mí de contestación imposible. Personalmente, tengo una gran admiración por los navegantes, por Magallanes, para citarle un nombre importante desde el punto de vista del aguante.
— Y en la vida real, ¿cuáles son sus heroínas favoritas?
— Las señoritas feas, simpáticas y abnegadas. Claro está que si pueden ser guapas, mejor; pero, en fin, sobre esto habría mucho que hablar.
— ¿Y en el mundo de la ficción?
— No conozco este mundo. No voy nunca al cine, ni leo novelas. Le diré, en todo caso, que las señoritas situadas a cuatro o cinco mil millas, no me sirven para nada.
— ¿Cuál es su pintor favorito?
— Estoy dudando sobre si son dos o tres cuadros de Brueghel, Vermeer o algunos paisajes de Corot, de Italia y de Provenza.  
— ¿Cuál es su músico preferido?
— La pregunta no puede contestarse por exceso de esquematismo.
— ¿Cuál es su color preferido?
— El gris plateado y espumoso de los olivos con viento del cuarto cuadrante, con mistrales.
¿Cuál es el paisaje que le ha impresionado más?
— El paisaje que se ve desde el campanario —llamado también Torre de las Horas— de Pals. Es un paisaje que no tiene un fallo en sus 360 grados. Por lo demás, es un paisaje agrario productivo, que es como han de ser esta clase espectáculos.
— ¿Y la flor que más le gusta?
— Estoy en la duda sobre si es la flor del almendro, la de los cerezos o la de los albaricoques en sus respectivos y plenos tiempos. Sus flores han de verse en su momento preciso y ajustado.
— ¿Y el pájaro que prefiere?
— Por el hecho de volar, los pájaros me interesan hasta cierto punto. En la mesa la becada y el tordo son los más importantes. La becada es completa y delicada. El tordo es suculento y afrodisiaco. A mi edad, lo afrodisíaco es una forma de elegía amena y amable.
— ¿Cuál es su plato predilecto y su vino?
— De lo que no puedo comer, el tordo asado con una botella de Borgoña de un buen año. De lo que puedo comer, una tostada de pan con aceite y el vino a que acabo de aludir y que no repito para no hacerme pesado. El vino del Rin también es muy bueno, sobre todo el caro.
— ¿Cuáles son sus prosistas preferidos?
— Casi todos los que han quedado son buenos. Los antiguos son inagotables. Los evangelistas no serán nunca superados. Una vez oí decir al señor Lequerica que el prosista mayor de la Historia es Chateaubriand. Brunet decía que era Voltaire. Otros afirman que es Bocaccio, otros Goethe, otros Tolstoi. Los prosistas franceses del XVII y del XVIII son sensacionales. Gide sostuvo que el mejor escritor de lengua francesa es La Bruyére. ¿Y Pascal? ¿Y el «Tratado teológico-político» de Spinoza? ¿Y la «Carta de Rousseau al arzobispo de París»? ¿Y los ingleses? Los ingleses tienen la literatura más confortable y agradable que puede imaginarse. Hay personas que dicen que se aburren... ¿Cómo es posible habiendo tantas maravillas al alcance de la mano...?
— ¿Cuáles son los tres mejores escritores de lengua castellana?
— Berceo, el arcipreste de Hita y el autor del «Lazarillo».
— ¿Y los de lengua catalana?
— Muntaner, Jaume Roig y Turmeda.
— ¿Cuáles son sus poetas predilectos?
— Los líricos, de acentuado matiz elegiaco, tanto antiguos como modernos.
— ¿Los tres mejores poetas castellanos?
— Los poetas judíos antiguos de lengua castellana, por ejemplo, Sem Tob, son muy buenos. Me han dicho que los moros que escribieron en esta lengua son excelentes. No los conozco. Los católicos, salvo rarísimas excepciones, como San Juan de la Cruz, son de un cartón de primera calidad.
— ¿Y catalanes?
— No sé. Pero desde luego Joan S. Pons, el poeta del Rosellón, es extraordinario, de altísima calidad. El catalán sirve poco para la poesía lírica: es demasiado frío, calculador y estratega. Además cree que es un tipo importante.
— ¿Cuáles son, a su juicio, los tres hombres políticos más importantes nuestra época?
— A mi entender son cuatro: De Gásperi, Adenauer, el Dr. Erhard y Sir Stafford Cripps.
— ¿Cuál es la figura política española que usted ha tratado que más le ha impresionado?
— Don José M. ª Porcioles, alcalde actual de Barcelona.
— ¿Cuál es la figura científica más importante de nuestro siglo?
— El doctor Einstein. Es un Newton más profundo, más agudo y más real.
— ¿Cuál es el mayor conversador que ha conocido?
— Eugenio Xammar.
— ¿Cuál es el periódico que le gusta más?
— El «Times» de Londres», ¡ay!
— ¿Podría darnos una impresión de la época de su juventud y una de la actual?
— Esto está en muchos artículos de la colección de DESTINO. El tema es demasiado vasto.
— Comparada con la de su juventud, ¿cree que esta época es mejor?
— Para los ricos no. Para la generalidad de la gente es infinitamente mejor desde todos los puntos de vista —¡en Europa, se entiende!— Los progresos de la democracia en los últimos años han sido colosales.
— ¿Cree que el capitalismo está en decadencia?
— En los países liberales, no. En los países de capitalismo socialista lo han roto los huesos. La fuerza del capitalismo está en la fuerza anárquica que tiene dentro.
— Usted que ha visitado la América del Sur, díganos cuál es la nación que prefiere y destaca.
— El único país de la América del Sur donde se puede comer como en Europa es la Argentina. En Chile, también. A los demás países hay que ir con la ignorancia de la juventud y, si puede ser, de la pobreza.
— ¿En qué ciudad extranjera le gustaría más vivir, y por qué?
—En la actualidad, las dos ciudades señeras son Nueva York y Roma. La primera para lo moderno y la segunda para lo antiguo. Londres y París han pasado ligeramente de moda. Dado que no puedo ya vivir en ninguna de estas ciudades, me contentaría con vivir en Perpiñán.
— ¿Nos podría sintetizar, según su experiencia personal, el carácter de un francés, un inglés, un alemán, un italiano, un norteamericano y un ruso?
— El francés ha de ganar siempre; si no gana, se convierte en un provincial mortecino y agriado. El inglés continúa siendo lo que fue siempre: el hombre más sociable del mundo, capaz de tener las crispaciones de una dureza más eficaz. El alemán es el glotón más susceptible de ser engañado, para bien o para mal. El alemán, que ha sacado tanto provecho de la crítica científica, no ha logrado aplicar la crítica a la vida política y social. Es inconcebible que Alemania haya dado un Kant y un Hitler. El italiano es un ser frigorificado, antisentimental, inteligente e inaferrable. El norteamericano es un ser esquemático, tópico, limitado, con horizontes que no quiere repasar. Pero es un error creer que en los Estados Unido no hay personas inteligentes. Las hay. Los rusos que se encontraban antes en Europa se morían de hambre. Ahora casi todos son policías. Después de haber comido, lo que pretende el ruso es pasar el rato sin ir a la cárcel. Es un país de tradición reverencial.
— ¿Cuál es el mejor profesor que ha tenido?
— Probablemente Don Antonio Rubio y Lluch. En Derecho Internacional, Don J. M. ª Trías de Bes.
— ¿Cree usted que un escritor debe dejar sus Memorias en vida?
— Las Memorias de un escritor son sus libros. Repetirle, en forma de Memorias suele resultar una duplicidad.
— Si tuviera hijo, ¿qué le aconsejaría que estudiara?
— El inglés.
— ¿Qué sistema de locomoción prefiere usted?
—No tengo preferencia, mientras la locomoción sea de los demás.
— ¿Cuáles son sus héroes en la vida real?
—Los payeses de tierras pobres.
— ¿Cuáles son sus nombres preferidos?
—Los corrientes, los nombres corrientes cristianos: Juan, Martín, Pedro, etc.
— ¿Qué es lo que destaca por encima de todas las cosas?
—La dignidad.
— ¿Qué caracteres históricos desprecia más?
— Los caprichosos, ilegales y perezosos; sobre todo cuando tratan de justificarse.
— ¿Qué don de la Naturaleza quisiera tener?
— La salud.
— ¿Cómo le gustaría morir?
— En la cama; en mi propia casa.
— ¿Cuál es el estado presente de su espíritu?
— Una morosidad expectante.
— ¿Qué cualidad prefiere en el hombre?
— La dignidad y el sentido del futuro.
— ¿Y en la mujer?
— La mujer ha de ser fantasiosa, imaginativa, divertida y poética, para no caer en los excesos de la prudencia y la seguridad personal.
— ¿Y su ocupación predilecta?
— Leer, hablar y pasear.
— ¿Quién le hubiera gustado ser?
— No habiendo podido ser médico, ni escultor —oficios que me hubieran gustado—, quizá lo más plausible hubiera sido ser recaudador de contribuciones de La Bisbal.
— ¿Cuál es el principal rasgo de su carácter?
— La tendencia a la monogamia
— ¿Cuál es la cualidad que aprecia más en sus amigos?
— Su horror a la unanimidad.
— ¿Cuál considera su principal defecto?
— Desde el momento que mis amigos me toleran es que mis defectos no existen.
— ¿Cuál sería su ideal de felicidad?
— No creo en la felicidad. Las horas de la vida pasan a una velocidad tan enorme que no tengo necesidad de llenarlas con otra cosa que mis ocupaciones habituales.
— ¿Cuál sería su mayor desgracia?
— Estar enfermo y no poder leer en cama.
— ¿Cómo querría usted ser físicamente?
— Me es absolutamente igual.
Destino, nº 1022, 24 de diciembre de 1960, pp. 50-52.

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