Czeslaw Milosz, Erin y Devon Gilbert, Cracovia 2003. |
Necedad occidental. Reconozco que he sufrido de este
complejo polaco pero como he vivido durante muchos años en Francia y los
Estados Unidos a menudo me rechinaban los dientes y tuve que aprender a
controlarme.
Es posible
realizar una valoración objetiva de este fenómeno, es decir, se puede uno meter
en la piel de un hombre occidental y mirar las cosas a través de sus ojos.
Entonces comprobamos que lo que llamamos necedad es el resultado de experiencias
e intereses diferentes a los nuestros. Inglaterra creyó en 1938 que al entregar
Checoslovaquia a los nazis para que la devoraran se garantizaba una paz duradera,
y quizás esta ingenuidad fuera incomprensible si no se recuerda al mismo tiempo
a los hermanos e hijos muertos en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.
Lo mismo ocurre con ese monumento que hay en cada ciudad francesa, incluso la
más pequeña, con la lista de los caídos entre 1914 y 1918, a menudo la mayoría
de la población masculina de la localidad, lo que explica el comportamiento de
los franceses durante la Segunda Guerra Mundial y sus vacilaciones a la hora de
tomar decisiones políticas. Incluso cuando Europa observaba pasiva las masacres
de Bosnia y el fuego de los disparos diarios en Sarajevo, mi poema de protesta
provocó en Francia unas cartas furiosas. Me acusaban de exhortar a la guerra y
declaraban que ellos no querían morir como sus abuelos.
Sin embargo, la
necedad occidental no es un invento nuestro, de los peores europeos, aunque su
nombre debería ser diferente: imaginación estrecha. Porque los occidentales
hacen que su imaginación sea más estrecha cuando dibujan una línea a través del
centro de Europa, cuando dicen que no les interesa ocuparse de esos
desconocidos que viven en el Este del continente. Había motivos para Yalta (había
que pagar a un aliado), pero mediante este acuerdo se decidió algo más, se determinó
qué países eran estériles y carecían de importancia para el desarrollo de Europa.
Medio siglo más tarde no fue sólo Europa Occidental la que no hizo nada para
prevenir las atrocidades de la guerra y la limpieza étnica en Bosnia. Lo mismo ocurrió
con los Estados Unidos durante cuatro años, cuando se encontraban en la cima de
su poderío: consideraron los países que formaban Yugoslavia fuera de la zona de
sus intereses y no hicieron nada, aunque hubiera bastado amenazar con una
intervención militar para salvar a miles de existencias humanas.
La imaginación
estrecha se explica si se reconoce que el mundo es un sistema de vasos
comunicantes y tampoco sabe salirse de aquello que conoce. Cuando me encontré
en los Estados Unidos, recién acabada la guerra, no pude contarle a nadie qué
había ocurrido en Polonia en los años 1939-1945. No me creían. Pensaban que,
como es natural, la prensa escribe durante las guerras cosas terribles del enemigo,
pero cuando los tambores de guerra se acallan todas aquellas brutalidades
resultan ser sólo propaganda. ¿El Mal en estado puro? ¿De verdad quiere usted
que creamos en la existencia del diablo?
Abecedario.
Diccionario de una vida. Czeslaw Milosz, Turner, Madrid, 1997. pp 222-223
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