Si
hay algo de justicia en este mundo (cosa que dudo) y de ecuanimidad en el
mundillo intelectual (cosa que dudo incluso más) con el paso de los años, José
Rafael Hernández Arias acabará siendo reconocido como uno de los autores
españoles más originales de finales del XX y principios del XXI. Traductor
vinculado principalmente a la editorial Valdemar (Nietzsche, Schopenhauer, Kafka, Kleist, Melville, E.T.A. Hoffmann, Jean Gebser ...) autor de un libro sobre Nietzsche y las utopías científicas que necesitaría de más lecturas para apreciar su valor, filósofo, germanista, estudioso de Donoso Cortés, polemólogo,
autor de novelas de horror sobrenatural…
Para
hacer causa para este fin, este modestísimo blog irá publicando parte de los
prólogos que Hernández Arias realizó para sus traducciones (pues merecen una
lectura por si mismos) y algunos de los artículos que publico a finales de
siglo, principalmente en el ABC cultural. Quizá así se animen a conocer a este
autor, comprar sus libros y leer sus traducciones.
Para empezar les dejo con un artículo que el
autor escribió para el ABC Cultural el 2 de diciembre de 2000 -Viejas y nuevas utopías- en el que
aborda una de sus principales preocupaciones: las utopías tecno-científicas. Pocas
cosas más de actualidad. Qué lo disfruten.
De cerca
Viejas y nuevas
utopías
DURANTE la segunda mitad del siglo XX
se discutió intensamente sobre la crisis de las utopías, quizá confundiendo el
concepto de utopía con el de ideología totalitaria, distinción que trazó Karl
Mannheim en su famoso opúsculo Ideología y utopía. Sin embargo, a principios del nuevo
milenio se observa un renacimiento del pensamiento utópico, lo que ha
generado un nuevo debate en torno al utopismo y sus variedades: las «antiutopías», las utopías positivas y negativas, así
como las utopías críticas y satíricas. Para reflejar y alentar esta nueva
controversia, la Biblioteca Nacional de Francia y la Biblioteca Pública de
Nueva York han organizado conjuntamente una exposición titulada Utopía. La
búsqueda de la sociedad ideal en Occidente, que, después de permanecer en Paris, se ha trasladado a Nueva York.
Allí podrá visitarse hasta el 27 de enero de 2001. En esta exposición puede
seguirse la evolución del pensamiento utópico desde sus confusos orígenes en
los mitos de la Edad de Oro hasta la actualidad.
Como inicio del género utópico se
considera la fecha de publicación de la obra de Tomás Moro Utopía (1516). aunque hay
especialistas que proyectan los rasgos del género hacia el pasado e incluyen
en el ámbito utópico pasajes bíblicos y obras como La República de Platón o La Ciudad de Dios de San Agustín, dotando al concepto de una
abstracción que contribuye, sin duda, a difuminar sus límites. Su origen como
género literario, sin embargo, se debió a unas circunstancias precisas, fue un
producto de la élite humanista que pretendía, así difundir su visión del mundo
y del ser humano. En concreto, esta corriente de pensamiento defendía una
imagen del hombre como el ser racional que labra su propia fortuna, como un
escultor o poeta que determina el espacio social en que desea vivir. Por consiguiente,
la utopía se inscribe en la perspectiva de una refundación del orden político y
social. No obstante, las utopías son esperanzas que no coinciden necesariamente
con su realización: son el espacio figurado donde se funde la literatura y la
política, la acción y la ficción. Como decía Ernst Jünger, las utopías describen
fundamentalmente la época del autor y son modalidades del nuestro ser que
muestran sus consecuencias en un espacio de especial fuerza significativa. Así
pues, en este género también encontramos un componente lúdico o literario que
intenta reflejar
alternativas o sueños imposibles de la condición humana, pues el hombre se
puede considerar un ser utópico, un ser que oscila entre la realidad y la
fantasía.
Desde su publicación, la obra de
Santo Tomás Moro ha sido objeto de polémica: unos la han definido como un
ejercicio retórico humanista, otros como una crítica feroz del mundo político y
de los males de la sociedad de su tiempo. Aunque la obra mantiene rasgos abstractos
y literarios, no puede concebirse como inocua, en ella anida una carga idealista
susceptible de corrupción y que no se agota en un esteticismo inofensivo. En
la mayoría de los proyectos utópicos encontramos la idea de que el hombre puede
crear órdenes sociales y políticos ex nihilo, órdenes que consideran a la
humanidad y la realidad como una tabula rasa. Por esta razón, las utopías de
los siglos XVI y XVII conforman la semilla del árbol genealógico del
totalitarismo. Con Voegelin se podría decir que los regímenes totalitarios
tuvieron su origen en la crueldad lúdica de algunos intelectuales humanistas.
Pero el género utópico experimentará
cambios profundos a lo largo de la historia. A partir del siglo XVIII la utopía
abandona el marco estrictamente literario y se introduce en el discurso social
y político. Resulta sorprendente que fuese el espíritu racionalista el que
provocase una multiplicación inusitada de utopías, descarrilando Analmente en
un voluntarismo absoluto. En el periodo de las grandes revoluciones, ya no se
tratará, como antes, de configurar espacios ficticios, sino de realizar la
utopía a sangre y fuego si es preciso. Esta tendencia se alimentará de una
serie de mitos políticos con una gran fuerza de atracción: la idea del «moderno Prometeo» y del
perfeccionamiento de una Creación inacabada pasará del jacobinismo al nacionalsocialismo
con terribles consecuencias; hoy sigue su difusión impulsada por ciertas
corrientes genetistas. Y después de las catástrofes bélicas, el género utópico
trazó modelos idílicos basados en la igualdad social o en el progreso de la
técnica, aunque también aparecieron las «contrautopías», con sus escenarios apocalípticos y sus
críticas al industrialismo y a la energía atómica. Pero, ¿y en la actualidad?
Mientras queda paralizada la utopía política por un supuesto final de la
Historia debido, según Fukuyama, a la victoria planetaria de la democracia
liberal y multicultural, en los albores del nuevo milenio comprobamos cómo se
difunde la utopía que genera el progreso tecnológico. Se trata de una utopía
científica que promete la inmortalidad, la huida de una realidad imperfecta y
una ampliación enorme de las capacidades humanas. Desde hace algunos años, los
gurús de la era informática intentan troquelar el futuro según sus propios
ideales de cómo debe transcurrir la andadura del ser humano. Para Ray Kurzweil, el autor de La era de las máquinas
espirituales, nos hallamos en un proceso
inexorable que nos llevará a un futuro posbiológico en el que la muerte quedará
desterrada de nuestras vidas, el hambre de la tierra, y en el que terminaremos
por fundirnos con las máquinas. Kurzwell afianza sus pronósticos (¡que llegan
hasta el año 2099!) con una noción de evolución neodarwiniana (la «gran
programadora de la vida») rayana en el
misticismo. Al igual que los humanistas de siglos pasados, los héroes del
pensamiento cibernético, como Daniel Dennett, intentan moldear el futuro de la
humanidad según sus propias fantasías. Su espíritu, sin embargo, desborda con
creces lo lúdico y entra en el ámbito de lo sectario.
Jaron Lanier, impulsor de la
revolución tecnológica e inventor del término virtual reality, no ha dudado en
aplicar a estos seudofilósofos el término de «totalistas cibernéticos». Para ellos toda experiencia humana es una
ilusión y no hay una diferencia ontológica reseñable entre un ser humano y una
máquina. En el futuro, cada persona podrá experimentar su propia utopía en el
mundo de la «realidad virtual», el
nuevo paraíso artificial que terminará por suplantar a este deprimente, aburrido
y conflictivo mundo de la «realidad real». Si el juego aparentemente inocente de los humanistas pudo
desembocar en los totalitarismos del siglo XX, produce escalofríos la pregunta
de adonde nos podrá llevar la inconsciencia científico-filosófica de los
nuevos chamanes de la era virtual. ■
José Rafael Hernández Arias, ABC Cultural, 2 de diciembre de 2000. p. 26
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