miércoles, 28 de diciembre de 2016

José Rafael Hernández Arias sobre Jean Gebser


Introducir a Jean Gebser (1905-1973) en el mundo de habla hispana no sólo supone hacer justicia a un gran esfuerzo intelectual y a una obra fascinante y preñada de sugerencias, sino también saldar en cierta medida una deuda con un gran amante de España, de su cultura y de sus gentes; pues esta obra que el lector tiene en sus manos nació precisamente en España, donde un joven Gebser de veintisiete años recibió la inspiración que culminaría veinte años después con la publicación de Origen y presente. Durante su estancia en nuestro país, que se prolongó desde 1931 hasta 1936, siguió las huellas del poeta Rainer Maria Rilke (sobre el que escribirá el libro Rilke y España), estudió nuestra literatura y la tradujo al alemán, conoció a los escritores y a los artistas más importantes del momento, contribuyendo a divulgar sus obras en el extranjero. Es muy probable, incluso, como nos cuenta su biógrafo Elmar Schübl,[1] que en 1936 adquiriera la nacionalidad española. Este vínculo entrañable con nuestra cultura, sin embargo, por mucho que nos pueda halagar, representa al mismo tiempo una exigencia: la de dar a conocer una obra cuya pretensión, aún vigente, afronta con valentía, inteligencia e imaginación el reto de analizar con rigurosidad el espíritu del tiempo en sus facetas más variadas.

Jean Gebser ha corrido el destino de otros pensadores que, por circunstancias enigmáticas, parecen haberse quedado en los resquicios de la historia de las ideas. Esto no quiere decir que no se los lea (Gebser cuenta con un público amplio y competente, sobre todo en Estados Unidos, Alemania y Suiza), pero su lectura no llega a generalizarse, sino que se mantiene dentro de grupos minoritarios que suelen tener acceso a su obra a través de recomendaciones entre iniciados. Desgraciadamente, estos autores suelen ser víctimas propiciatorias de filibusteros intelectuales que saquean sus reflexiones y pensamientos, aprovechándose de su escasa popularidad, para luego, trivializándolos, presentarlos como propios. Así, el lector de esta obra comprobará que ideas sostenidas por algunos intelectuales rimbombantes de las últimas décadas muestran una más que sospechosa semejanza con las de Gebser, y no podrá sino sorprenderse de una coincidencia tan curiosa. Es posible que algunos de ellos hayan llegado a los mismos diagnósticos y conclusiones por caminos irreprochables, pero hay otros cuya honradez intelectual cabe poner en duda. Esto, naturalmente, ha supuesto un freno añadido a la difusión de la obra de Gebser. En cualquier caso, esta edición de Origen y presente quisiera contribuir a remediar esta injusticia, recordando, no obstante, que una traducción no cumple realmente su misión hasta que su contenido no es repensado y asimilado por la lengua y la cultura que la acoge.

Hans Karl Rudolf Hermann Gebser nació el 20 de agosto de 1905 en la prusiana Posen. Entre sus antepasados por línea paterna se contaban cruzados y caballeros de la Orden Teutónica; por parte materna, descendía del teólogo y filólogo protestante Melanchton, de ahí que en su árbol genealógico aparezcan altas dignidades de la Iglesia reformada (su propio padre fue jurista eclesiástico). La familia perdió la mayor parte de una fortuna considerable con las turbulencias causadas por la Primera Guerra Mundial, endeudándose y sufriendo un drástico descenso en su nivel de vida. Tras la guerra, los padres de Gebser no lograron solucionar una crisis matrimonial y cuando ya habían dispuesto su separación, el padre tuvo que ingresar en un hospital. Allí su estado fue empeorando y, después de intentar suicidarse, lo trasladaron a la sección de pobres de un manicomio berlinés, donde murió al poco tiempo, en el año 1922.

Hans Gebser, que más adelante, en Suiza, adoptaría el nombre de Jean (en España constará oficialmente con el nombre de Juan Gebser), pasó por varios colegios, entre ellos el prestigioso internado de Rossleben, que tuvo que abandonar por las dificultades económicas de su familia. Después de la muerte del padre, la situación se volvió tan precaria que la madre lo conminó a abandonar los estudios, antes de terminar el bachillerato, y a ponerse a trabajar. Para Gebser, cuya vocación intelectual era patente y que estaba dotado de un precoz talento poético, esta decisión supuso un golpe durísimo. Su madre se negó también a que entrara de aprendiz en una librería, así que en 1923 fue admitido en el Deutsche Bank para cumplir un periodo de aprendizaje de dos años. Su vocación intelectual, no obstante, seguía siendo tan acusada que se matriculó como oyente en la universidad. Se sintió especialmente atraído por las clases impartidas por el economista Werner Sombart y por las de Romano Guardini, teólogo católico cuya influencia será palpable en su obra posterior. En su carné de oyente se constata el amplio abanico de disciplinas que despertaron su interés: economía, filosofía, historia, sociología, psicoanálisis, etc. En 1923 también realiza un descubrimiento que le dejará una profunda huella: la poesía de Rainer Maria Rilke, autor imprescindible para la interpretación de su obra. Por esas fechas leyó, asimismo, a Schopenhauer y a Freud.

Concluido su aprendizaje bancario, el Deutsche Bank le ofreció un puesto de trabajo, lo que en aquellos años de depresión suponía un privilegio notable, pero Gebser rechazó la oferta y, tras enfrentarse a su madre en una agria disputa, hizo las maletas y abandonó su casa con el poco dinero que había ahorrado. Los cuatro años que siguieron fueron de gran rigor, años de hambre, durante los cuales fundó con un amigo una imprenta y publicó poemas y piezas en prosa. La tensión a la que se vio sometido le causó agotamiento nervioso y deseos de suicidio, por lo que tuvo que dejar esa actividad y decidió iniciar un voluntariado en una librería berlinesa. Poco después dejó también este puesto, donde recibió una recomendación favorable, y viajó a la Toscana. En Florencia trabajó en una librería anticuaria donde permaneció un año, adquiriendo amplios conocimientos en esta rama comercial. A su regreso a Berlín, en 1930, conoció al inglés Roy Hewen Winston, hombre acaudalado que se dedicaba a viajar por Europa y que compartía sus intereses literarios y artísticos. Los dos decidieron viajar a España.

Gebser comienza su periodo español en 1931, sin tener una idea muy clara de cuál iba a ser su futuro. Después de visitar Barcelona y Montserrat, siguió camino hacia Valencia, Alicante y Elche, desde donde, tras hacer una pausa, continuó a Murcia, Málaga y Torremolinos. Por alguna razón, la atmósfera española causó una vivísima impresión en Gebser, estimulando su inspiración, así que decidió permanecer en el país. En 1932 lo encontramos en Madrid, ganándose la vida dando cursos de alemán por recomendación de la universidad y del Centro de Intercambio Cultural Germano-Español. Durante sus años de estancia en la capital, entre 1932 y 1936, trabó amistad con García Lorca, Alberti, Aleixandre, Cernuda, Guillén y otros poetas y artistas. En la revista Cruz y Raya publicó traducciones al español de Hölderlin y Novalis, y en 1935 recibió un premio de mil pesetas por su fomento de las relaciones culturales entre España y Alemania. Su actividad literaria culminó con la publicación en 1936 de una antología de la poesía española, que daba a conocer por primera vez en Alemania a poetas como García Lorca, a quien más tarde dedicaría el opúsculo titulado Lorca im Reich der Mütter [Lorca en el reino de las Madres]. Su obra Rilke y España, escrita en su versión original en castellano, y cuya publicación estaba prevista en la revista Cruz y Raya, fue víctima de la contienda civil y acabó publicándose posteriormente en alemán. La guerra le sorprendió en Madrid, mientras trabajaba de intérprete en una jornada internacional de escritores. Con los primeros bombardeos, abandonó la capital y se dirigió a Valencia. Aunque simpatizaba con la República, por sus convicciones pacifistas se negó a tomar un arma. En Valencia fue detenido por los anarquistas y encarcelado. Permaneció en prisión casi dos días, y logró salvarse in extremis del pelotón de fusilamiento gracias a la intervención de varios amigos. Poco después abandonaba España con un pasaporte mexicano provisional, en dirección a París.

En la capital francesa, Juan Gebser Clarisel, pues tal era el nombre que había adoptado, vivió días de inseguridad y de bohemia, que con posterioridad recordó como los «años de hambre parisinos»; allí se relacionó con Aragon, Picasso, Malraux y Éluard. Su situación económica era insostenible (apenas se mantenía a flote con trabajos ocasionales), pero se negaba a regresar a Alemania debido al régimen nazi. A finales de agosto de 1939, poco antes de la declaración de guerra de Francia a Alemania, Gebser viajó a Suiza, donde establecerá su residencia para el resto de su vida y donde encontrará el reposo necesario para acometer su obra.

El periodo suizo, sin embargo, no significó el final de sus tribulaciones. Al considerársele un apátrida, no podía dedicarse a una actividad laboral reconocida, así que colaboró en periódicos con artículos, traducciones y reseñas, la mayoría de las veces sobre temas culturales acerca de España, México o Francia. A esto se añadían las dificultades para obtener un permiso de residencia, complicaciones que le daban a su situación un carácter provisorio, ya que en cualquier momento podía verse obligado a abandonar el país. No obstante, Gebser logró integrarse y estableció relaciones con intelectuales y científicos suizos que le apoyaron en sus peticiones y avalaron sus investigaciones. En 1942 contrajo matrimonio con la pintora suiza Gentiane Schoch, lo que facilitó la solución de sus impedimentos burocráticos. De aquí en adelante su actividad intelectual no hizo más que ampliarse, sus estudios se dilataron en todas las direcciones: profundizó en las ciencias de la naturaleza y se interesó por las corrientes espirituales orientales, sobre todo por el budismo, el hinduismo y el zen. A partir de 1943 vivió cerca de Ascona, en la vecindad de Emil Ludwig, y mantuvo un estrecho contacto con el Círculo Eranos, cuyas reuniones eran frecuentadas por personalidades de la cultura como Carl Gustav Jung, Rudolf Otto, Karl Kerényi o Gershom Scholem. Entre sus amigos se contaban representantes descollantes del mundo científico como el biólogo Adolf Portmann o el físico Werner Heisenberg. Desde 1950 fue miembro del Centre Européen de la Culture Genève, dirigido por Salvador de Madariaga y Denis de Rougemont.

Pese al prestigio intelectual que Gebser estaba obteniendo y la publicación de sus primeras obras, su situación económica no mejoraba sensiblemente. Sus intentos de ocupar una plaza de profesor en la universidad fracasaban por el hecho de ser un puro autodidacta, sin estudios académicos  y sin ni siquiera el título de bachiller. Con esto se le cerraban todas las puertas. Para ganar lo suficiente para vivir se veía forzado a armonizar labores de docencia mal retribuidas con conferencias en los lugares más apartados. Sus amigos hacían todo lo posible por conseguirle una plaza digna de su mérito, pero siempre se topaban con el mismo escollo. Muchos rectores le consideraban un profeta, un visionario, un seductor intelectual, en definitiva, una persona que no encajaba en el sistema cuadriculado de la disciplina universitaria. Durante muchos años, a las esperanzas de obtener una cátedra, apoyadas por personas de influencia, seguían hondas decepciones; esto, sumado a su intensa actividad intelectual, afectó seriamente a su salud. Gracias a la ayuda de sus amigos, de premios y de instituciones, logró, pese a todo, realizar varios viajes: a España, Grecia, Sudamérica, y uno especialmente interesante a Oriente, donde recorrió la India, Pakistán, Nepal, Birmania, Tailandia, Camboya, Hong Kong, Taiwán, China y Japón. Fruto de este viaje fue su informativo y ameno libro Asien lächelt anders [Asia sonríe de otra manera], que contiene, además de sugerentes análisis de la cultura y espiritualidad orientales, sorprendentes predicciones acerca del futuro de algunas de estas naciones.

En 1956 se divorció de su esposa y, en parte por este motivo, en parte por sus agotadores ciclos de conferencias, su estado de salud continuó deteriorándose. Tras una operación que estuvo a punto de costarle la vida, y de la que ya no se recuperaría del todo, obtuvo al menos la satisfacción de recibir el nombramiento de profesor honorario de la Universidad de Salzburgo para enseñar «teoría cultural comparada con especial énfasis en el presente». Su delicado estado de salud, sin embargo, le impidió ejercer sus funciones. En 1970 contrajo nuevo matrimonio con Jo Körner. Activo intelectualmente hasta el final, Jean Gebser falleció en 1973.

En 1949 apareció el primer volumen de Origen y presente, su obra más importante, que se vio precedida por otros escritos preparatorios. Unos años después, en 1953, se publicó el segundo volumen. La obra de Gebser causó cierto escándalo, ya que empleaba conocimientos científicos para establecer hipótesis culturales que se apartaban del pensamiento institucional. Su intento de establecer una historia de la conciencia humana, partiendo de un hilo conductor que atraviesa las ciencias más importantes, fue acogido con recelo, sobre todo por los sectores académicos, y se consideró como la empresa de un diletante. De las opiniones de muchos de sus detractores parece deducirse que un saber no existe si no se forma dentro del campo institucional constituido por la universidad y los organismos oficiales de investigación. El saber surgido al margen del sistema queda descalificado a priori. Lo cierto es que la obra de Gebser tuvo que plantar cara a una ciencia especializada y fraccionada, que pronunciaba su anatema sobre cualquier interés interdisciplinar por estimarlo una aproximación anticientífica, y cuyas disciplinas, paradójicamente, se arrogaban el derecho a explicar el mundo y la existencia desde la estrechez de miras de su propio rincón. Gebser, que se identificaba hasta cierto punto con la filosofía de la cultura, entendida como el afán por descubrir relaciones significativas entre los distintos ámbitos del saber, aspiraba precisamente a superar ese autismo de las ciencias y a abrir nuevos horizontes al conocimiento humano. Con la renuncia a trascender las disciplinas o a llegar a sus fronteras, se fomenta, en cambio, la aparición de oportunistas que se aprovechan del vacío para propagar sincretismos de corte seudointelectual y amasijos de ideas mal digeridas y peor asimiladas. La obra de Gebser, de una seriedad y competencia aquilatadas, ha permanecido sepultada por una inflación de literatura seudocientífica y neomística, difundida por corrientes como la New Age, la moderna cábala o la cultura pop, con sus interpretaciones insustanciales y filoesotéricas de la historia de la cultura. Que dichas corrientes, para legitimar sus banalidades, hayan recurrido a Gebser y hayan abusado de él ha supuesto otro motivo para impedir una acogida apropiada de su pensamiento.

Si la obra de Gebser suscitó duras críticas, también cosechó grandes elogios, entre otros los de Werner Heisenberg, Adolf Portmann, Hermann Broch, Max Brod (el novelista amigo de Kafka) Lama Anagarika Govinda, entre otros muchos autores, científicos y artistas, quienes se unieron para dedicarle un libro de homenaje, Transparente Welt, con motivo de su sexagésimo cumpleaños.[2] En la actualidad, los aficionados a la obra de Gebser se han organizado en sociedades que fomentan los estudios gebserianos y que tienen presencia en Internet (integralweltsicht.de y gebser.org).

Desde hace un siglo se observan dificultades que parecen insalvables para describir con nuestra herramienta del lenguaje los fenómenos que se descubren en los distintos ámbitos de la ciencia y de la cultura en general. El intento de integrar ciencias como la biología, la química, la física y las matemáticas en la historia de la cultura y del espíritu, en el mismo plano que la literatura, el arte o la filosofía, constituye, por lo tanto, además de una tarea desagradecida, como hemos visto, una labor de gran complejidad que requiere una considerable capacidad y versatilidad intelectuales. Werner Heisenberg ya destacó que nuestro lenguaje se veía impotente ante los nuevos descubrimientos y desafíos. Gebser se propone en Origen y presente explorar con el lenguaje territorios aún no hollados, de ahí que proceda cuidadosamente, tanteando a su alrededor, sin afán dogmático alguno. Desde un
principio reconoce que sus intentos son incursiones para preparar el camino a posteriores avances y nos invita a pensar con él. Para esto no pretende inventar una nueva terminología, sino apurar las posibilidades ocultas que aún alberga el lenguaje: la palabra se entiende no sólo como concepto, sino también como imagen, sonido y raíz. Rudolf Hämmerli, editor de las obras completas de Gebser,[3] llama la atención sobre este sentido poético inherente a su forma de expresarse. Se trata de aplicar una sensibilidad especial al lenguaje, una sensibilidad, dicho sea de paso, que nuestra época ha perdido en gran parte al desvanecerse el sentido poético. A esto se debe asimismo la gran importancia que el autor atribuye a la etimología, considerada en un sentido orteguiano (Gebser escribió un artículo necrológico sobre Ortega y Gasset encomiando su obra). Los  vocablos, decía Ortega en La idea del principio en Leibniz, viven de sus raíces. Las etimologías reclaman, junto al saber fonético, un sentido semántico, y este último es un talento filosófico que, como todos los talentos, se tiene o no se tiene. Pues bien, Gebser poseía este talento en grado sumo.

La obra de Jean Gebser tampoco aspira a romper con el pasado o a erigir edificios ex nihilo. Se inserta sin ambages ni complejos en la tradición del pensamiento occidental. Dentro de la filosofía de la historia, aspira a superar los sistemas de Comte, Hegel y Spengler; sobre todo le preocupa refutar la decadencia spengleriana, su nihilismo titánico, a través de la esperanza cristiana. El concepto gebseriano de mutación de la conciencia no queda reducido, en consecuencia, al aspecto biológico, sino que adopta un sentido cultural, como el acontecimiento único, en sí irrepetible, que constituye el curso lineal, que no cíclico, de la historia.

En Origen y presente se advierte con claridad que Gebser ya era consciente de que las ciencias de la naturaleza habían adquirido un monopolio sobre la interpretación del hombre. En la actualidad esto ha llegado a tal extremo que las ciencias humanas o las humanidades se han convertido, para hablar en términos nietzscheanos, en el «partido de la muerte», mientras que las ciencias de la naturaleza representan el «partido de la vida». Son los neurobiólogos, los ingenieros genéticos e informáticos, los biotecnólogos quienes dictan el «discurso» filosófico, desconociendo sus presupuestos más básicos. «La ciencia no piensa», decía Heidegger con razón, pero tiene que ser objeto del pensamiento, por mucho que le cueste reconocerlo. Una filosofía de la cultura, por lo tanto, que sólo se apoye en las ciencias humanas no puede aspirar a una validez general, pues elude los problemas perentorios de nuestra civilización. El mérito de Gebser reside en aceptar este desafío, en revalorizar las ciencias humanas o del espíritu al acoger dentro de ellas el pensamiento científico, al intentar destilar de éste sus componentes culturales, ideológicos y espirituales. Lograr esto es de suma importancia, pues de ello depende nuestra existencia futura y la posibilidad de sortear los peligros que la amenazan.
Es comprensible, por todo lo dicho, que haya dificultades para encasillar a Jean Gebser. En alemán existen dos términos que pueden darnos una idea del ánimo que impulsaba su actividad intelectual, el de Querdenker y el de Grenzgänger. Con el primero se alude a aquellos pensadores que no se conforman con lo establecido, sino que superan disciplinas y especialidades en su afán por buscar la verdad. Con el segundo se alude a aquellos que gustan de llegar al límite de sus capacidades, ya sean éstas físicas o mentales. También se puede recurrir a una designación más tradicional, como la de polihistoriador, o más moderna, como la de metateorético o filósofo de la cultura. En suma, en Gebser se aúnan el corazón aventurero del investigador de raza y la rigurosidad y paciencia del intelectual responsable. Esto último se plasma en el aparato de notas que acompaña a este libro, y que Gebser valoraba tanto como el texto principal; en dicho aparato se transmite una bibliografía de importancia excepcional para la historia del pensamiento occidental, buena parte de la cual, por desgracia, ha caído en el olvido por ese desmesurado afán de novedades que ofusca a las últimas generaciones.

Gebser detectó la expansión de una apatía mental que se dejaba engatusar por el brillo del oropel, admitiendo cualquier novedad sin someterla al debate más somero. A lo sumo se producía una controversia superficial y efímera nutrida por un par de lugares comunes, constatándose en derredor como una renuncia resignada a enfrentarse intelectualmente a los retos del presente y del futuro. Esta tendencia no sólo no ha cambiado desde los tiempos de Gebser, sino que se ha agudizado. Pero su obra puede ser un antídoto eficaz contra este conformismo y este dejarse llevar por la corriente. Su pensamiento posee la virtud de despertar el pundonor intelectual, impide que se acepte cualquier cosa por el mero hecho de ostentar el sello del avance o del progreso sin analizar su trasfondo, sus orígenes, sus consecuencias. Nos faculta para frenar, resistir y potenciar, para no dejarnos arrastrar, para que asumamos nuestra responsabilidad frente a la cultura y el mundo.

J. Rafael Hernández Arias, Origen y principio, “Nota biográfica”. pp. 770-779

[1] Elmar Schübl, Jean Gebser (1905-1973). Ein Sucher und Forscher in den Grenz- und Übergangsgebieten des menschlichen Wissens und Philosophierens, Chronos, Zúrich, 2003.
[2] Günther Schulz (ed.), Transparente Welt. Festschrift zum sechzigsten Geburtstag von Jean Gebser, Huber, Bern, Stuttgart, 1965.
[3] Jean Gebser, Gesamtausgabe, Novalis, Schaffhausen, 1977/2002.

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