Nota biográfica a Origen y presente de Jean Gebser (Atalanta, Gerona, 2011)
Introducir a Jean Gebser
(1905-1973) en el mundo de habla hispana no sólo supone hacer justicia a un
gran esfuerzo
intelectual y a una obra fascinante y preñada de sugerencias, sino también
saldar en cierta medida una deuda con un gran amante de España, de su cultura y
de sus gentes; pues esta obra que el lector tiene en sus manos nació
precisamente en España, donde un joven Gebser de veintisiete años recibió la
inspiración que culminaría veinte años después con la publicación de Origen y presente. Durante su estancia
en nuestro país, que se prolongó desde 1931 hasta 1936, siguió las huellas del
poeta Rainer Maria Rilke (sobre el que escribirá el libro Rilke y España), estudió nuestra literatura y la tradujo al alemán,
conoció a los escritores y a los artistas más importantes del momento,
contribuyendo a divulgar sus obras en el extranjero. Es muy probable, incluso,
como nos cuenta su biógrafo Elmar Schübl,[1] que en 1936 adquiriera la
nacionalidad española. Este vínculo entrañable con nuestra cultura, sin
embargo, por mucho que nos pueda halagar, representa al mismo tiempo una exigencia:
la de dar a conocer una obra cuya pretensión, aún vigente, afronta con
valentía, inteligencia e imaginación el reto de analizar con rigurosidad el
espíritu del tiempo en sus facetas más variadas.
Jean Gebser ha corrido el
destino de otros pensadores que, por circunstancias enigmáticas, parecen
haberse quedado en los resquicios de la historia de las ideas. Esto no quiere
decir que no se los lea (Gebser cuenta con un público amplio y competente, sobre
todo en Estados Unidos, Alemania y Suiza), pero su lectura no llega a
generalizarse, sino que se mantiene dentro de grupos minoritarios que suelen tener
acceso a su obra a través de recomendaciones entre iniciados. Desgraciadamente,
estos autores suelen ser víctimas propiciatorias de filibusteros intelectuales que
saquean sus reflexiones y pensamientos, aprovechándose de su escasa
popularidad, para luego, trivializándolos, presentarlos como propios. Así, el
lector de esta obra comprobará que ideas sostenidas por algunos intelectuales rimbombantes
de las últimas décadas muestran una más que sospechosa semejanza con las de Gebser,
y no podrá sino sorprenderse de una coincidencia tan curiosa. Es posible que
algunos de ellos hayan llegado a los mismos diagnósticos y conclusiones por
caminos irreprochables, pero hay otros cuya honradez intelectual cabe poner en
duda. Esto, naturalmente, ha supuesto un freno añadido a la difusión de la obra
de Gebser. En cualquier caso, esta edición de Origen y presente quisiera contribuir a remediar esta injusticia, recordando,
no obstante, que una traducción no cumple realmente su misión hasta que su contenido
no es repensado y asimilado por la lengua y la cultura que la acoge.
Hans Karl Rudolf Hermann
Gebser nació el 20 de agosto de 1905 en la prusiana Posen. Entre sus
antepasados por línea paterna se contaban cruzados y caballeros de la Orden
Teutónica; por parte materna, descendía del teólogo y filólogo protestante
Melanchton, de ahí que en su árbol genealógico aparezcan altas dignidades de la
Iglesia reformada (su propio padre fue jurista eclesiástico). La familia perdió
la mayor parte de una fortuna considerable con las turbulencias causadas por la
Primera Guerra Mundial, endeudándose y sufriendo un drástico descenso en su
nivel de vida. Tras la guerra, los padres de Gebser no lograron solucionar una
crisis matrimonial y cuando ya habían dispuesto su separación, el padre tuvo
que ingresar en un hospital. Allí su estado fue empeorando y, después de intentar
suicidarse, lo trasladaron a la sección de pobres de un manicomio berlinés,
donde murió al poco tiempo, en el año 1922.
Hans Gebser, que más
adelante, en Suiza, adoptaría el nombre de Jean (en España constará
oficialmente con el nombre de Juan Gebser), pasó por varios colegios, entre ellos
el prestigioso internado de Rossleben, que tuvo que abandonar por las
dificultades económicas de su familia. Después de la muerte del padre, la
situación se volvió tan precaria que la madre lo conminó a abandonar los estudios,
antes de terminar el bachillerato, y a ponerse a trabajar. Para Gebser, cuya
vocación intelectual era patente y que estaba dotado de un precoz talento
poético, esta decisión supuso un golpe durísimo. Su madre se negó también a que
entrara de aprendiz en una librería, así que en 1923 fue admitido en el
Deutsche Bank para cumplir un periodo de aprendizaje de dos años. Su vocación
intelectual, no obstante, seguía siendo tan acusada que se matriculó como
oyente en la universidad. Se sintió especialmente atraído por las clases
impartidas por el economista Werner Sombart y por las de Romano Guardini,
teólogo católico cuya influencia será palpable en su obra posterior. En su carné
de oyente se constata el amplio abanico de disciplinas que despertaron su
interés: economía, filosofía, historia, sociología, psicoanálisis, etc. En 1923
también realiza un descubrimiento que le dejará una profunda huella: la poesía
de Rainer Maria Rilke, autor imprescindible para la interpretación de su obra.
Por esas fechas leyó, asimismo, a Schopenhauer y a Freud.
Concluido su aprendizaje
bancario, el Deutsche Bank le ofreció un puesto de trabajo, lo que en aquellos
años de depresión suponía un privilegio notable, pero Gebser rechazó la oferta
y, tras enfrentarse a su madre en una agria disputa, hizo las maletas y
abandonó su casa con el poco dinero que había ahorrado. Los cuatro años que
siguieron fueron de gran rigor, años de hambre, durante los cuales fundó con un
amigo una imprenta y publicó poemas y piezas en prosa. La tensión a la que se
vio sometido le causó agotamiento nervioso y deseos de suicidio, por lo que tuvo
que dejar esa actividad y decidió iniciar un voluntariado en una librería
berlinesa. Poco después dejó también este puesto, donde recibió una recomendación
favorable, y viajó a la Toscana. En Florencia trabajó en una librería
anticuaria donde permaneció un año, adquiriendo amplios conocimientos en esta
rama comercial. A su regreso a Berlín, en 1930, conoció al inglés Roy Hewen Winston,
hombre acaudalado que se dedicaba a viajar por Europa y que compartía sus intereses
literarios y artísticos. Los dos decidieron viajar a España.
Gebser comienza su
periodo español en 1931, sin tener una idea muy clara de cuál iba a ser su
futuro. Después de visitar Barcelona y Montserrat, siguió camino hacia
Valencia, Alicante y Elche, desde donde, tras hacer una pausa, continuó a
Murcia, Málaga y Torremolinos. Por alguna razón, la atmósfera española causó
una vivísima impresión en Gebser, estimulando su inspiración, así que decidió
permanecer en el país. En 1932 lo encontramos en Madrid, ganándose la vida
dando cursos de alemán por recomendación de la universidad y del Centro de
Intercambio Cultural Germano-Español. Durante sus años de estancia en la
capital, entre 1932 y 1936, trabó amistad con García Lorca, Alberti,
Aleixandre, Cernuda, Guillén y otros poetas y artistas. En la revista Cruz y Raya publicó traducciones al
español de Hölderlin y Novalis, y en 1935 recibió un premio de mil pesetas por su
fomento de las relaciones culturales entre España y Alemania. Su actividad
literaria culminó con la publicación en 1936 de una antología de la poesía
española, que daba a conocer por primera vez en Alemania a poetas como García
Lorca, a quien más tarde dedicaría el opúsculo titulado Lorca im Reich der Mütter [Lorca en el reino de las Madres]. Su
obra Rilke y España, escrita en su versión original en castellano, y cuya
publicación estaba prevista en la revista Cruz
y Raya, fue víctima de la contienda civil y acabó publicándose
posteriormente en alemán. La guerra le sorprendió en Madrid, mientras trabajaba
de intérprete en una jornada internacional de escritores. Con los primeros
bombardeos, abandonó la capital y se dirigió a Valencia. Aunque simpatizaba con
la República, por sus convicciones pacifistas se negó a tomar un arma. En Valencia
fue detenido por los anarquistas y encarcelado. Permaneció en prisión casi dos días,
y logró salvarse in extremis del pelotón de fusilamiento gracias a la
intervención de varios amigos. Poco después abandonaba España con un pasaporte
mexicano provisional, en dirección a París.
En la capital francesa,
Juan Gebser Clarisel, pues tal era el nombre que había adoptado, vivió días de
inseguridad y de bohemia, que con posterioridad recordó como los «años de
hambre parisinos»; allí se relacionó con Aragon, Picasso, Malraux y Éluard. Su situación
económica era insostenible (apenas se mantenía a flote con trabajos
ocasionales), pero se negaba a regresar a Alemania debido al régimen nazi. A
finales de agosto de 1939, poco antes de la declaración de guerra de Francia a
Alemania, Gebser viajó a Suiza, donde establecerá su residencia para el resto
de su vida y donde encontrará el reposo necesario para acometer su obra.
El periodo suizo, sin embargo,
no significó el final de sus tribulaciones. Al considerársele un apátrida, no
podía dedicarse a una actividad laboral reconocida, así que colaboró en periódicos
con artículos, traducciones y reseñas, la mayoría de las veces sobre temas
culturales acerca de España, México o Francia. A esto se añadían las
dificultades para obtener un permiso de residencia, complicaciones que le daban
a su situación un carácter provisorio, ya que en cualquier momento podía verse
obligado a abandonar el país. No obstante, Gebser logró integrarse y estableció
relaciones con intelectuales y científicos suizos que le apoyaron en sus peticiones
y avalaron sus investigaciones. En 1942 contrajo matrimonio con la pintora suiza
Gentiane Schoch, lo que facilitó la solución de sus impedimentos burocráticos. De
aquí en adelante su actividad intelectual no hizo más que ampliarse, sus
estudios se dilataron en todas las direcciones: profundizó en las ciencias de
la naturaleza y se interesó por las corrientes espirituales orientales, sobre
todo por el budismo, el hinduismo y el zen. A partir de 1943 vivió cerca de
Ascona, en la vecindad de Emil Ludwig, y mantuvo un estrecho contacto con el
Círculo Eranos, cuyas reuniones eran frecuentadas por personalidades de la
cultura como Carl Gustav Jung, Rudolf Otto, Karl Kerényi o Gershom Scholem.
Entre sus amigos se contaban representantes descollantes del mundo científico como
el biólogo Adolf Portmann o el físico Werner Heisenberg. Desde 1950 fue miembro
del Centre Européen de la Culture Genève,
dirigido por Salvador de Madariaga y Denis de Rougemont.
Pese al prestigio
intelectual que Gebser estaba obteniendo y la publicación de sus primeras obras,
su situación económica no mejoraba sensiblemente. Sus intentos de ocupar una
plaza de profesor en la universidad fracasaban por el hecho de ser un puro autodidacta,
sin estudios académicos y sin ni siquiera
el título de bachiller. Con esto se le cerraban todas las puertas. Para ganar
lo suficiente para vivir se veía forzado a armonizar labores de docencia mal
retribuidas con conferencias en los lugares más apartados. Sus amigos hacían
todo lo posible por conseguirle una plaza digna de su mérito, pero siempre se
topaban con el mismo escollo. Muchos rectores le consideraban un profeta, un visionario,
un seductor intelectual, en definitiva, una persona que no encajaba en el
sistema cuadriculado de la disciplina universitaria. Durante muchos años, a las
esperanzas de obtener una cátedra, apoyadas por personas de influencia, seguían
hondas decepciones; esto, sumado a su intensa actividad intelectual, afectó
seriamente a su salud. Gracias a la ayuda de sus amigos, de premios y de
instituciones, logró, pese a todo, realizar varios viajes: a España, Grecia,
Sudamérica, y uno especialmente interesante a Oriente, donde recorrió la India,
Pakistán, Nepal, Birmania, Tailandia, Camboya, Hong Kong, Taiwán, China y
Japón. Fruto de este viaje fue su informativo y ameno libro Asien lächelt anders [Asia sonríe de otra manera], que contiene, además de sugerentes
análisis de la cultura y espiritualidad orientales, sorprendentes predicciones
acerca del futuro de algunas de estas naciones.
En 1956 se divorció de su
esposa y, en parte por este motivo, en parte por sus agotadores ciclos de
conferencias, su estado de salud continuó deteriorándose. Tras una operación que
estuvo a punto de costarle la vida, y de la que ya no se recuperaría del todo,
obtuvo al menos la satisfacción de recibir el nombramiento de profesor
honorario de la Universidad de Salzburgo para enseñar «teoría cultural comparada con especial énfasis en el presente». Su
delicado estado de salud, sin embargo, le impidió ejercer sus funciones. En
1970 contrajo nuevo matrimonio con Jo Körner. Activo intelectualmente hasta el final,
Jean Gebser falleció en 1973.
En 1949 apareció el primer
volumen de Origen y presente, su obra
más importante, que se vio precedida por otros escritos preparatorios. Unos
años después, en 1953, se publicó el segundo volumen. La obra de Gebser causó
cierto escándalo, ya que empleaba conocimientos científicos para establecer
hipótesis culturales que se apartaban del pensamiento institucional. Su intento
de establecer una historia de la conciencia humana, partiendo de un hilo
conductor que atraviesa las ciencias más importantes, fue acogido con recelo,
sobre todo por los sectores académicos, y se consideró como la empresa de un diletante.
De las opiniones de muchos de sus detractores parece deducirse que un saber no
existe si no se forma dentro del campo institucional constituido por la
universidad y los organismos oficiales de investigación. El saber surgido al
margen del sistema queda descalificado a priori. Lo cierto es que la obra de
Gebser tuvo que plantar cara a una ciencia especializada y fraccionada, que
pronunciaba su anatema sobre cualquier interés interdisciplinar por estimarlo
una aproximación anticientífica, y cuyas disciplinas, paradójicamente, se
arrogaban el derecho a explicar el mundo y la existencia desde la estrechez de
miras de su propio rincón. Gebser, que se identificaba hasta cierto punto con la
filosofía de la cultura, entendida como el afán por descubrir relaciones
significativas entre los distintos ámbitos del saber, aspiraba precisamente a
superar ese autismo de las ciencias y a abrir nuevos horizontes al conocimiento
humano. Con la renuncia a trascender las disciplinas o a llegar a sus
fronteras, se fomenta, en cambio, la aparición de oportunistas que se
aprovechan del vacío para propagar sincretismos de corte seudointelectual y amasijos
de ideas mal digeridas y peor asimiladas. La obra de Gebser, de una seriedad y
competencia aquilatadas, ha permanecido sepultada por una inflación de literatura
seudocientífica y neomística, difundida por corrientes como la New Age, la moderna
cábala o la cultura pop, con sus interpretaciones insustanciales y filoesotéricas
de la historia de la cultura. Que dichas corrientes, para legitimar sus
banalidades, hayan recurrido a Gebser y hayan abusado de él ha supuesto otro
motivo para impedir una acogida apropiada de su pensamiento.
Si la obra de Gebser
suscitó duras críticas, también cosechó grandes elogios, entre otros los de
Werner Heisenberg, Adolf Portmann, Hermann Broch, Max Brod (el novelista amigo
de Kafka) Lama Anagarika Govinda, entre otros muchos autores, científicos y
artistas, quienes se unieron para dedicarle un libro de homenaje, Transparente Welt, con motivo de su
sexagésimo cumpleaños.[2] En la actualidad, los aficionados
a la obra de Gebser se han organizado en sociedades que fomentan los estudios
gebserianos y que tienen presencia en Internet (integralweltsicht.de y
gebser.org).
Desde hace un siglo se
observan dificultades que parecen insalvables para describir con nuestra herramienta
del lenguaje los fenómenos que se descubren en los distintos ámbitos de la ciencia
y de la cultura en general. El intento de integrar ciencias como la biología, la
química, la física y las matemáticas en la historia de la cultura y del
espíritu, en el mismo plano que la literatura, el arte o la filosofía,
constituye, por lo tanto, además de una tarea desagradecida, como hemos visto,
una labor de gran complejidad que requiere una considerable capacidad y versatilidad
intelectuales. Werner Heisenberg ya destacó que nuestro lenguaje se veía
impotente ante los nuevos descubrimientos y desafíos. Gebser se propone en
Origen y presente explorar con el lenguaje territorios aún no hollados, de ahí
que proceda cuidadosamente, tanteando a su alrededor, sin afán dogmático
alguno. Desde un
principio reconoce que sus intentos son incursiones para
preparar el camino a posteriores avances y nos invita a pensar con él. Para
esto no pretende inventar una nueva terminología, sino apurar las posibilidades
ocultas que aún alberga el lenguaje: la palabra se entiende no sólo como concepto,
sino también como imagen, sonido y raíz. Rudolf Hämmerli, editor de las obras
completas de Gebser,[3] llama la atención sobre este
sentido poético inherente a su forma de expresarse. Se trata de aplicar una
sensibilidad especial al lenguaje, una sensibilidad, dicho sea de paso, que nuestra
época ha perdido en gran parte al desvanecerse el sentido poético. A esto se debe
asimismo la gran importancia que el autor atribuye a la etimología, considerada
en un sentido orteguiano (Gebser escribió un artículo necrológico sobre Ortega
y Gasset encomiando su obra). Los vocablos,
decía Ortega en La idea del principio en Leibniz,
viven de sus raíces. Las etimologías reclaman, junto al saber fonético, un sentido
semántico, y este último es un talento filosófico que, como todos los talentos,
se tiene o no se tiene. Pues bien, Gebser poseía este talento en grado sumo.
La obra de Jean Gebser
tampoco aspira a romper con el pasado o a erigir edificios ex nihilo. Se inserta sin ambages ni complejos en la tradición del
pensamiento occidental. Dentro de la filosofía de la historia, aspira a superar
los sistemas de Comte, Hegel y Spengler; sobre todo le preocupa refutar la decadencia
spengleriana, su nihilismo titánico, a través de la esperanza cristiana. El
concepto gebseriano de mutación de la conciencia no queda reducido, en
consecuencia, al aspecto biológico, sino que adopta un sentido cultural, como
el acontecimiento único, en sí irrepetible, que constituye el curso lineal, que
no cíclico, de la historia.
En Origen y presente se advierte con claridad que Gebser ya era
consciente de que las ciencias de la naturaleza habían adquirido un monopolio sobre
la interpretación del hombre. En la actualidad esto ha llegado a tal extremo
que las ciencias humanas o las humanidades se han convertido, para hablar en
términos nietzscheanos, en el «partido de la muerte», mientras que las ciencias
de la naturaleza representan el «partido de la vida». Son los neurobiólogos,
los ingenieros genéticos e informáticos, los biotecnólogos quienes dictan el
«discurso» filosófico, desconociendo sus presupuestos más básicos. «La ciencia
no piensa», decía Heidegger con razón, pero tiene que ser objeto del
pensamiento, por mucho que le cueste reconocerlo. Una filosofía de la cultura,
por lo tanto, que sólo se apoye en las ciencias humanas no puede aspirar a una
validez general, pues elude los problemas perentorios de nuestra civilización.
El mérito de Gebser reside en aceptar este desafío, en revalorizar las ciencias
humanas o del espíritu al acoger dentro de ellas el pensamiento científico, al
intentar destilar de éste sus componentes culturales, ideológicos y
espirituales. Lograr esto es de suma importancia, pues de ello depende nuestra existencia
futura y la posibilidad de sortear los peligros que la amenazan.
Es comprensible, por todo
lo dicho, que haya dificultades para encasillar a Jean Gebser. En alemán
existen dos términos que pueden darnos una idea del ánimo que impulsaba su
actividad intelectual, el de Querdenker
y el de Grenzgänger. Con el primero
se alude a aquellos pensadores que no se conforman con lo establecido, sino que
superan disciplinas y especialidades en su afán por buscar la verdad. Con el segundo
se alude a aquellos que gustan de llegar al límite de sus capacidades, ya sean
éstas físicas o mentales. También se puede recurrir a una designación más
tradicional, como la de polihistoriador, o más moderna, como la de
metateorético o filósofo de la cultura. En suma, en Gebser se aúnan el corazón
aventurero del investigador de raza y la rigurosidad y paciencia del
intelectual responsable. Esto último se plasma en el aparato de notas que
acompaña a este libro, y que Gebser valoraba tanto como el texto principal; en
dicho aparato se transmite una bibliografía de importancia excepcional para la
historia del pensamiento occidental, buena parte de la cual, por desgracia, ha
caído en el olvido por ese desmesurado afán de novedades que ofusca a las
últimas generaciones.
Gebser detectó la
expansión de una apatía mental que se dejaba engatusar por el brillo del oropel,
admitiendo cualquier novedad sin someterla al debate más somero. A lo sumo se
producía una controversia superficial y efímera nutrida por un par de lugares
comunes, constatándose en derredor como una renuncia resignada a enfrentarse intelectualmente
a los retos del presente y del futuro. Esta tendencia no sólo no ha cambiado
desde los tiempos de Gebser, sino que se ha agudizado. Pero su obra puede ser
un antídoto eficaz contra este conformismo y este dejarse llevar por la
corriente. Su pensamiento posee la virtud de despertar el pundonor intelectual,
impide que se acepte cualquier cosa por el mero hecho de ostentar el sello del avance
o del progreso sin analizar su trasfondo, sus orígenes, sus consecuencias. Nos
faculta para frenar, resistir y potenciar, para no dejarnos arrastrar, para que
asumamos nuestra responsabilidad frente a la cultura y el mundo.
J. Rafael
Hernández Arias, Origen y principio,
“Nota biográfica”. pp. 770-779
[1] Elmar Schübl, Jean Gebser
(1905-1973). Ein Sucher und Forscher in
den Grenz- und Übergangsgebieten des menschlichen Wissens und Philosophierens,
Chronos, Zúrich, 2003.
[2]
Günther Schulz (ed.), Transparente Welt. Festschrift zum
sechzigsten Geburtstag von Jean Gebser, Huber, Bern, Stuttgart, 1965.
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