De
re literaria
IMAGINACIÓN
Y LITERATURA
CUANDO Álvaro Cunqueiro publicó
su extraordinaria obra —«Las Crónicas del Sochantre», para mí, con «Merlín y
familia», lo mejor de toda su producción literaria— escribimos estas líneas: «Al doblar la última página de estas maravillosas
mil y una noches que Álvaro Cunqueiro ha escrito con el título de «Las
Crónicas del Sochantre", el lector
lamentará que el alucinante libro haya terminado. La acción discurre en la
Bretaña de los vientos largados, de los páramos por los que vuela, como una
niebla que fuese fuego, el cortejo de las almas en pena, —las «Anaon»—, y donde, a lo lejos, se oye chirriar el
eje mal engrasado de la carreta espantosa de la propia muerte, «l'Ankou»...
»En
los caminos de Bretaña, Alvaro Cunqueiro nos ofrece un censo de asombrosos
personajes; una familia inmensa e increíble puebla estas páginas del gran
solitario de Mondoñedo, uno de los maestros de las letras españolas en nuestros
días.
»Encontraré
aquí el lector un guiñol humanísimo, pleno de burlas, de secretos saberes, de
las más insólitas aventuras, humanísimo, repitámoslo, aunque presida la función
la muerte. En estas páginas está el mejor Cunqueiro: humor, ternura —citemos la
inolvidable página del joven soldado enamorado muerto por «chouans»—, pasión,
estilo, fantasía, gracia... Un enorme, fabuloso esperpento, que sólo la imaginación
de Alvaro Cunqueiro servida por un lenguaje impar, podía crear.»
En el mismo año de 1956,
y como Introito a uno de mis libros —«El pálido visitante»— escribí estas
palabras, que entresaco del mismo, y que creo no han envejecido: «En una secuencia de delirante tobogán, en
la que el estilo fue repudiado como abominable prejuicio y la melodía «ejecutada» por bárbaras orquestas, se fulminaron a un tiempo norma y medida
poéticas. No cabía esperar, dentro de este desorden, indulto para la imaginación,
esa gran facultad del alma, que es, tal vez, el mayor regalo que Dios ha podido
hacer a la pobre criatura humana. Toda la literatura denominada,
despectivamente, imaginativa, fue puesta no en cuarentena, sino en
confinamiento, que aspiraba a ser definitiva. Aunque en esta vida nada sea
definitivo. »
Pero sucede que, y
precisamente ahora, la gente, la pobre gente, empieza a darse cuenta de que el
mito del progreso con mayúscula de nuestros abuelos, amenaza no sólo con
estallarle entre las manos, y dejarla por tanto sin manos, sino también en
dejarla sin alma. Y resulta que aún hay quien no se resigna a perder el alma.
Víctor Hugo, aquel mago decimonónico, que, en el fondo, abominaba de muchos
mitos de su gran siglo, dejó escrita una hermosa verdad; la que dice: «Un hada está escondida en todo cuanto ves».
Por ello, no ha muchos meses que en Kiel supieron reunirse más de trescientos
amigos y estudiosos de toda Europa, de los cuentos de hadas, para oír, entre
otras muchas cosas, a una maravillosa señora que encantó al auditorio,
relatando, con bella memoria y voz, ciento cincuenta hermosísimos cuentos de
hadas. Parece iniciarse una feliz alborada, en la que el mundo, harto de bombas
atómicas, de monstruos, de tontos y degenerados, vuelva hacia un limpio estilo
—que es el ala blanca de la feliz imaginación— para reivindicar la gracia que
tanta falta nos hacía. Gracia sin la cual no se hubiera producido ni la «Odisea»
ni el «Quijote», por citar solamente dos obras egregias, en las que, por
cierto, se demuestra que imaginación no significa, necesariamente, pugna con el
realismo.
El Dr. López Ibor ha escrito estas precisas y oportunas palabras: «El mundo imaginativo tiene primarias valencias. La imaginación no es sólo cosa de locos. Es el pan de nuestra vida cotidiana, una fuerza creadora que procede del campo de la efectividad».
El Dr. López Ibor ha escrito estas precisas y oportunas palabras: «El mundo imaginativo tiene primarias valencias. La imaginación no es sólo cosa de locos. Es el pan de nuestra vida cotidiana, una fuerza creadora que procede del campo de la efectividad».
Willlam Blake ha dicho
aquello tan profundo de que «La
imaginación es el hombre» y lord Dunsay, el gran recreador irlandés, el
gran imaginativo, al saber mantener viva la capacidad de maravillarse, nos supo
ofrecer la bellísima enseñanza de que «Maravillarse
en el hombre, es Santidad».
Cunqueiro es otro gran imaginativo,
un fabulador admirable, un recreador de mitos, que, aunque sabido, no debe
dejar por ello de ser reiterado. Estamos atravesando un periodo en el que la imaginación,
hasta hace poco tan denostada, está alcanzando frescas dianas de claro logro y
esperanza.
¿Y no es el propio
Descartes, el del riguroso «Discurso del
Método» el que estampa en su «Olympica»
estas luminosas —Homero diría «aladas»—
palabras: 'Razón es aquello que, por
entusiasmo y fuerza de la imaginación, han escrito los poetas?»
¿Y no fue Saint John
Perse, el riguroso poeta, quien dijo el recibir el Nobel de Literatura: «La imaginación es el verdadero terreno de la
germinación científica. No se tiene derecho a no considerar el Instrumento
poético tan legítimo como un Instrumento lógico»? Sí. «La poesía es más verdadera que la historia», dice a su vez
Aristóteles, que no era precisamente un delirante, y hoy Borges escribe de modo
tremeluciente: «La verdad es inefable e incomunicable;
esto es una idea mística. Yo puedo mencionar el color amarillo, porque todos
hemos visto el amarillo. En cambio si un místico ha temido la experiencia inmediata
de Dios, o lo que es lo mismo, de la verdad, no puede comunicarla s las otras,
porque, para él, ese sonido corresponde a la experiencia y para los otros es
simplemente una palabra en el diccionario, una palabra de contenido vago».
¿Y no tendrá alojamiento la imaginación en la propia alta matemática, tras el
principio de «indeterminación» de Heisenberg...?
Cerramos ahora, tras el
gozo de su lectura, el último nuevo libro de Álvaro Cunqueiro —«Vida y fuga de Fanto Fantini»— que esta
vez nos traslada a la soleada Italia renacentista, donde el capitán Fanto
Fantini della Gherardesca nace en Bongo San Sepolcro, en la Umbría
septentrional, compoblano de Fra Luca Pacioli, el de la «divina proporción» y
del inefable maestro Piero della Francesca. El valeroso «condottiero» del XV —a quien un rayo
arranca del vientre de su madre en el momento de nacer, prefigurando así su
destino peritísimo en fugas y evasiones carceleras, vive palpitante y sublimado
por obra y gracia de la feliz imaginación cunqueiriana, a través de las páginas
de su nuevo singular libro, con su caballo «Lionfante», poseedor de habla
humana, de su perro braco «Remo»
—inolvidables personajes— y de los cien muñecos que se agitan en esta historia.
Así, cuando logra huir de la prisión de Aquilasola, donde la envidia feroz de
otro «condottiero», de Vero del Pranzo, lo tiene condenado a morir lentamente
de sed y hambre, Fanto Fantini se demuestra a si mismo que la fuga es una «cosa
mentale» y sabe que puede salir. Sabiendo que lo prisión era «una idea de una
prisión», ya estaba fuera. Por ello y apoyándose en la «Divina proportione»,
logra la fuga, disfrazándose de... hexágono. Porque también en la «proportione
divina» la imaginación tiene asiento.
18 julio de 1973 La Vanguardia Española Página 11
José María
Castroviejo
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