Michaux ese gran desconocido
Los
viajes quiméricos
Por
CRISTOBAL SERRA
LA ciencia de la literatura
pretende reducir a géneros la vertiginosa producción literaria de las edades.
Por su misma naturaleza, el intento peca de ingenuo. Pues, por si fuera poco,
nos quedamos con unos motes clasificadores y luego no sabemos qué hacer con los
poemas en prosa y esos libros raros que no caben dentro de la clasificación
tradicional. No es esta la única, ni la más grave limitación que entraña la
retórica. La otra, es la abusiva aplicación de estas nomenclaturas
tradicionales por parte de los críticos.
La literatura se alimenta
de formas nuevas y de otras remozadas. Y la única nota común de esas formas es
que son obras, productos humanos, como esa silla del carpintero o esa fábrica
de sillares levantada por el albañil. Ahora bien, hay obras que proceden de un
mismo suelo y que fueron construidas con esas piedras con que se construyen los
edificios que la historia denomina modelos artísticos.
Convenía puntualizar así
las cosas, para explicarnos un poco porque los “viajes inverosímiles” no
pasan por un género definido, cuando son el más definido de todos. Hasta tal
punto que las obras más famosas de la literatura fantástica europea —La
Odisea, La Comedia, El Quijote y luego Gulliver— son,
sin discusión de ninguna clase, viajes inverosímiles. Esto por lo que hace a los
libros más famosos, que, de bajar a libros de segunda fila, íbamos a llenar
páginas enteras de relaciones fantásticas. Las muchas utopías que se han
sucedido, desde la Nueva Atlántida de Bacon hasta el Mundo Feliz de
Huxley, son viajes críticos que delatan la historia del creciente descontento
del hombre europeo respecto a su civilización. Todas ellas nos brindan una
conclusión práctica; o desandamos parte de lo andado, o ya sabemos lo que nos
aguarda.
El realismo dominante no
halla credenciales para los libres que se salen de sus casillas. Pero, no sabe,
o hace como quien ignora, que el viaje inverosímil cuenta en su haber logros
literarios, no por lejanos, inferiores a las mejores novelas. La novela
moderna, por otra parte, se apoya en su época mientras que los viajes
inverosímiles, al ser intemporales, y, al proceder de la imaginación pura,
están siempre en condición de serles adjudicados sus propios méritos. No es un
azar que los libros más profundos y a la vez más populares sean libros de viaje,
pues el viaje, sobre entrañar posibilidad y diversidad, hace posible todo un
procedimiento literario que colma la naturaleza de jóvenes y de viejos. Ese
procedimiento —afirmación pura y simple lógica interna en el relato,
acumulación de detalles— logra que no se nos borren de la memoria ni las
peripecias ni las imaginaciones en que suelen ser fértiles viajes fantásticos.
Algunas naciones han segregado más viajes inverosímiles que otras. Inglaterra
sobre todo nos ha regalado con sus estupendas variantes de países imaginarios.
El humorista inglés, inquieto por naturaleza, viaja por países quinientos, en
los que se asienta tranquilamente, sin perder por ello contacto con la realidad
que le circunda. El inglés, que nació turista, necesita descubrir países
extraordinarios, y por eso mismo, al lado de descubridores como Cook, de países
reales, nos ofrece exploradores de Liliputs, Erewhons, y otras tierras de
sueño.
Las obras maestras de la
fantasía británica, han despertado asimismo el interés de los surrealistas
franceses, quienes les han hecho justicia. Sobre todo a la obra de Swift,
original como la que más, y a los cuentos de Carroll que, en varias ocasiones,
han sido traducidos y comentados por los más destacados surrealistas. Así es
como el surrealismo, capaz de alumbrar viejos valores, al revalorizar al
escritor-explorador, se ha soldado con la corriente fantástica europea, y he
aquí por donde Michaux, salido del seno del surrealismo, ha acreditado. en lo
que va de siglo, el viaje imaginario.
El secreto de Michaux
—autor de la trilogía viajera agrupada bajo el título Ailleurs— consiste
en haber remozado el viejo género del viaje inverosímil, prestándole una
condición fuliginosa, muy propia, y poblándolo de sus propios fantasmas. Esa
trilogía compuesta de Viaje a la Gran Garabana, En el país de la magia
y Aquí Podema, pone una vez más de manifiesto que el vanguardismo
respeta los cánones que no son caducos.
Lo que distingue a
Michaux y hace de sus viajes una apartación considerable a lo Imaginario y a la
Poesía es precisamente el encadenamiento riguroso de sus visiones, su
intensidad critica, y la continuidad, sin titubeos, de su mundo extraño y, sin
embargo, sobremanera real. Además, el tono extremadamente natural y la
tranquilidad perfecta con que nos brinda su relato, contribuyen a dar aire
verosímil a lo que, de otro modo, pudiera pasar por puro disparate poético.
Michaux acaba de
conseguir, a sus sesenta y siete años, el Premio de Literatura de su país,
coronándose así una vida entregada a la poesía, y demostrándose a un tiempo que
la obra sólida es de impacto retardado. Y ahí lo tenemos, aureolado por su
trilogía viajera, iniciada hace más de treinta años, y hoy viva como nunca: y
su polen poético que fertiliza toda una generación.
No obstante estos valores y otros, la obra de Michaux sigue siendo prácticamente inédita, entre nosotros. Aunque hay que imaginar que —toda vez que el lauro acompaña a su obra— algún editor le eche el ojo encima. Pero es también posible que ese inquieto editor se retraiga de editar autor tan excéntrico como demoledor. Puede que tema el fracaso editorial y que acabe por preferir frutos de casa a tan exótico como amargo fruto.
Baleares. El diario de más circulación en el Archipiélago, 10 de febrero de 1966. p. 7.
No hay comentarios:
Publicar un comentario