Marina Núñez. “Simbiosis (Drosera, 1)”, 2022. Imagen digital en tinta sublimada sobre aluminio. 40x40 cm. |
TREINTA AÑOS DE FUTURO
Cuando volvemos la vista
a los años 90 comprobamos que prácticamente todos los temas que nos preocupan o
intrigan en 2022 estaban ya entonces desarrollados. Son como el dinosaurio de
Monterroso: nos despertamos una y otra vez, y el dinosaurio sigue allí,
pidiendo realidad, rogando que creamos en él asegurándonos que pronto, muy
pronto, nos demostrará que existe de verdad. El estudio de la conciencia, la
equiparación del cerebro con un ordenador, la inteligencia artificial, la
realidad virtual, la idea del posthumanismo, el mejoramiento humano a través de
la tecnología la posibilidad de descargar la conciencia en un ordenador, la
preocupación por el calentamiento global, los juegos de ordenador, la idea del “ciberespario”
(creada por el novelista William Gibson cuando usaba una máquina de escribir y
jamás había tocado un ordenador), la eclosión del “cyberpunk”, los manga
y los “anime”, la teoría de género, los estudios poscoloniales, el
movimiento gay y el “orgullo gay”, los “estudios animales”, los
derechos de estos (junto con algunos temas que luego han perdido fuelle, como
los fractales, la teoría del caos o la autopoiesis), son los grandes temas de los
90.
“Interface”
neuronal
Seguramente a muchos
jóvenes de la generación Z les asombrará saber que en los 90 sus padres ya
leían mangas y veían “animes” sin parar (Akira, Venus Wars,
Beautiful Dreamer, Neón Génesis Evangelion o Susurros del
corazón, primera película de Estudios Ghibli), o que veían películas sobre
realidades virtuales, sueños implantados o inteligencias artificiales que
buscan liberarse de las ataduras físicas como Nivel 13, Strange
Days o Ghost in the Shell.
La idea de que la
Historia avanza cada vez más deprisa no es del todo cierta. Lo que avanza
deprisa es la tecnología, máquinas-juguetes que se superponen a otras máquinas
sin dejar huella ni recuerdo de las anteriores. En el territorio de las ideas,
da la impresión de que en los últimos 30 años hemos avanzado bastante poco.
Resulta extraordinario
leer en La Galaxia Gutenberg (1964) de Marshall McLuhan el anuncio de
que nos encontramos en la «fase final de la extensión del hombre, aquella en
que, a través de la simulación tecnológica, el proceso creativo de la conciencia
será extendido colectivamente». Por no hablar de las famosas conferencias
Macy, celebradas entre 1943 y 1954, en la que cerebros como Norbert Wiener o
Von Neumann se reunían anualmente para buscar una teoría de comunicación y
control aplicable por igual a animales, máquinas y seres humanos, para lo cual
veían necesario, entre otras cosas, encontrar una teoría del funcionamiento neuronal
que mostrara que las neuronas operan como sistemas de procesamiento de
información. Setenta años han pasado, y Elon Musk todavía no ha logrado encontrar
tal teoría a fin de sustentar sus locos proyectos de “interfaces”
informáticas neuronales.
Reviso los libros que yo
leía en los 90, rescatándolos aquí y allá de las baldas de mi biblioteca. En
1991, publicó Daniel Dennett La conciencia explicada, el texto en el
que pretendía haber resuelto de una vez y para siempre el «gran enigma»
de la conciencia. La explicación es la siguiente: la conciencia es el cerebro,
y el cerebro funciona como un ordenador. El libro era una respuesta a La
nueva mente del emperador, de dos años antes, en el que Roger Penrose
postulaba que la conciencia funciona de forma no computacional. El mundo
intelectual se dividió entonces en dos bandos: los que seguían al físico
matemático Penrose y los que seguían al filósofo Dennett aunque por lo general
se consideró que era Dennett el que tenía razón. Era la idea que necesitaba el
posthumanismo. Todavía hoy en día la necesita.
En 1994 apareció La
física de la inmortalidad, donde el físico Frank J. Tipler desarrollaba
una teoría totalmente «científica» (la mitad del libro son fórmulas) que
«demuestra» que en el futuro podremos descargar la conciencia humana en
un ordenador para vivir eternamente, tal y como nos prometía la religión, en
maravillosas realidades virtuales. «Al final -escribe Tipler- las
máquinas inteligentes llegarán a serlo más que los miembros de la especie Homo
Sapiens y, por tanto, dominarán la civilización: ¿acaso importa?». Y se
deleita citando el libro del cibernético japonés Masahiro Mori, El buda en
el robot (1974), donde se afirma que los robots tienen la misma capacidad
potencial de alcanzar la iluminación que los seres humanos. ¿Los robots? Pero,
¿qué robots existían en 1974? Ni siquiera hoy en día, 50 años más tarde,
existen robots. ¿De qué robots hablaba Mori en 1974? ¿De qué «simulación
tecnológica» hablaba McLuhan en 1964? ¿De qué ordenadores que se
comportaban como seres inteligentes hablaba Von Neumann en 1954? ¿En qué
pruebas o demostraciones científicas se basaba Dennet para afirmar que el
cerebro funciona como un ordenador o Tipler para demostrar que la conciencia
puede transferirse a un ordenador? En realidad, solo hablaban de sueños y de
fantasías. Y los sueños y las fantasías están muy bien siempre y cuando no
intenten hacernos creer que son “ciencia” y que, por tanto, debemos
aceptarlos sin rechistar.
En los años 90 el ideal y
el programa del posthumanismo estaba ya plenamente desarrollado. En Niños
de la mente: el futuro de la inteligencia humana y robótica (1988), Hans
Moravec afirmaba otra vez el gran “kōan” del posthumanismo: «La
identidad humana es esencialmente un patrón de información más que una
actividad corpórea. Dicha proposición puede demostrarse descargando la
conciencia humana en un ordenador». En 1999 apareció Cómo nos hicimos posthumanos,
de N. Katherine Hayles, un libro extraordinariamente influyente que defendía
que en el futuro viviríamos en cuerpos virtuales, liberados de la carne que
ahora nos esclaviza y atenaza.
Ciberataques
Internet se veía entonces
como una herramienta democratizadora, casi contracultural. En 2003, Horacio
Moreno escribía en Cyberpunk: más allá de Matrix que «el
arribo de las computadoras personales y de los módems conjuntamente con el
enorme desarrollo de las redes telefónicas, trajo aparejado el fin de la
hegemonía del Gobierno y de las corporaciones respecto de determinadas
libertades de millones de individuos». Este optimismo parece hoy totalmente
injustificado: son los gobiernos y las grandes corporaciones precisamente los
que dominan un internet que, lejos de haberse convertido en garantía de las
libertades, vemos ahora con claridad como un instrumento de control y
manipulación a gran escala. Internet es en realidad la peor pesadilla de la
democracia, la manipulación de Cambridge Analytica, la «psicopolítica»
de Byung-Chul Han, el «capitalismo de vigilancia» de Shoshana Zuboff. En
2007, Rusia ensayó un ciberataque masivo contra Estonia, y logró boicotear
totalmente las instituciones estatales y los negocios del pequeño país báltico.
Como consecuencia, Tallin es hoy la capital mundial de la ciberseguridad, un
tema que obsesiona tanto a los estonios que está presente hasta en los
programas escolares.
La lucha por el futuro
humano de Jeremy Naydler es uno de los mejores manifiestos que conozco contra
la locura posthumanista de Elon Musk y tantos otros empresarios, teóricos e
ingenieros sociales «visionarios» cuyas visiones tienen el mismo valor
que aquellos «robots» que iban a alcanzar la iluminación y convertirse
en budas. El proyecto de llenar el planeta de billones de sensores para crear
una «realidad mixta» o un «internet de las cosas» que
percibiríamos a través de gafas o lentes de contacto especiales conectadas a
nuestro cerebro, cuyo marketing y diseño (“Neuralink” “Hololens”,
“Innovega”, “eMacula”) ya se está preparando, es uno de tantos
ejemplos terroríficos, cuyo único resultado sería volver locos a sus usuarios o
impulsarles al suicidio. Ray Kurzweil afirma en La singularidad
está cerca (siempre está cerca, a punto de llegar, a punto de demostrarse de
una vez) que «en la post-Singularidad no habrá distinción entre ser humano y
máquina, ni entre realidad física y virtual». El hecho es que Kurzweil
identifica la «inteligencia», es decir, lo que nos hace humanos, con la
capacidad de resolver problemas computacionales. Solo gracias a esta
simplificación delirante es posible proponer un futuro tan estremecedor con una
sonrisa en los labios.
Mente y alma
La realidad, pero no la
virtual, que «está cerca», ni la imaginaría, la realidad de las cosas
como realmente son, es que somos seres vivos y estamos dentro del orden de la
Naturaleza, que necesitamos la Naturaleza y también el contacto social y la
presencia humana. La realidad es que somos seres autoconscientes y que
poseemos, como decía Vassily Grossman, una llama que arde en nuestro interior,
una mente, un alma, ¡llámese como se quiera!, que es, en efecto, un misterio.
La realidad es que esa llama que arde en nosotros es libre, y es además la
única cosa libre que existe. La realidad es que una máquina jamás podrá ser
consciente ni inteligente por la sencilla razón de que no está viva. La
realidad es que, como afirma el filósofo y neurocientífico Alva Noë en Fuera
de la cabeza. Por qué no somos el cerebro, «la conciencia no ocurre en
el cerebro» y «sería absurdo buscar los correlatos neuronales de la
conciencia: no existen dichas estructuras. La idea de que somos nuestro cerebro
no es algo que los científicos hayan aprendido, sino que es un prejuicio que se
han llevado al lugar de trabajo desde casa».
Nuevo humanismo
El posthumanismo es una
ideología terrorífica y peligrosa. Se basa en premisas falsas que jamás podrán
demostrarse, pero que antes de que sean finalmente abandonadas y dejadas atrás
harán -están haciendo ya- un daño incalculable a nuestra salud mental y física.
Como tantas fantasías políticas, se presenta a sí mismo como una utopía
bondadosa y feliz en la que el ser humano ya no será humano y, como afirma
Yuval Noah Harari, la democracia ya no será necesaria. Resulta increíble que
las personas «progresistas» que se ven como herederas del «proyecto
ilustrado» apoyen una y otra vez esta ideología antihumana que defiende,
claramente y con todas las letras, la dictadura y el sometimiento de los seres
humanos a lo inanimado. Me gustaría, desde estas páginas, hacer un llamamiento
para luchar por un nuevo humanismo. Es verdad que el antiguo humanismo, que
ponía al ser humano en el centro de todo con exclusión de todo lo demás, no
parece viable. Necesitamos uno nuevo que comprenda a los seres humanos como parte
del ecosistema un humanismo ecologista. Los seres humanos utilizamos la
tecnología desde que éramos neandertales: es nuestra segunda naturaleza, como
también lo es el lenguaje. La imprenta de Juan de la Cuesta, el órgano de J. S.
Bach, la cámara de Tarkovsky, también eran máquinas. Nuestro final no puede ser
dejar de ser humanos, sino a ser humanos de verdad.
ABC Cultural, 12 de marzo de 2022, pp. 58-60.
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