miércoles, 19 de octubre de 2022

Entrevista a Josef Brodsky: “El dinero es el pecado del futuro” (La Vanguardia. Cultura, 5 de junio de 1990, pp. 5-6)

 


Entrevista a Josef Brodsky “El dinero es el pecado del futuro

 

Hablamos con Josef Brodsky, poeta ruso y ciudadano norteamericano, Premio Nobel de Literatura de 1987, de las relaciones entre Oriente y Occidente, tema fundamental del último decenio del siglo.

- ¿Dónde empieza para usted el Oriente?

-Si tuviese que trazar una línea ideal entre Este y Oeste, entre Europa y Asia, no la trazaría en los Urales ni en las fronteras orientales soviéticas, sino a lo largo de la cuenca del río Elba; aquí y allá de este río han emergido, durante la edad media y el renacimiento, diversos tipos de intercambio económico y de organización política.

- ¿Cuándo se encontraba en la URSS, en Leningrado, se sentía un oriental?

-Ciertamente. Consideraba el país en el que vivía Asia. El lugar donde se encuentra Rusia ha sido a menudo denominado Eurasia, pero más certeramente ha sido una vez definido como Asiopa: es una porción de Europa pegada a Asia.

- ¿Qué tienen en común los diversos orientes?

-Hay un común denominador que es el modo de considerar al individuo. Algo que, entre otras cosas, explica el éxito de la política exterior soviética de la posguerra. Así como el imperio británico ha tenido éxito como país colonial, llevando la semilla del individualismo y con él la idea de parlamento, Rusia ha exportado la idea de un sistema autoritario vertical, que se apoya en la idea de la “sobornost”, por decirlo a la rusa, esto es en el sentimiento de pertenencia una iglesia. La última vez que Occidente ha pensado colectivamente de forma religiosa fue presumiblemente en los tiempos de la Reforma, o quizás en los de las cruzadas. En Occidente la metafísica y la religión han sido transferidas a la ética. En Oriente, en cambio, es un plato común del que todo el mundo se alimenta, incluso cuando se trata de la verdad celeste. Es una especie de aceptación de la realidad negativa. En Oriente, se acepta la realidad en la que se vive, aunque no sea aceptable. En Occidente, sin embargo, se intenta siempre hacer cosas para cambiarla. Esta es la distinción principal. En Occidente se va hacia la afirmación del individuo, en Oriente -y cuando hablo de Oriente me refiero a un territorio que va de Kiev hasta la China- sucede todo lo contrario. El ejemplo más ilustrativo y elevado de ello es el budismo.

-Antes se decía “Ex oriente lux”. ¿No hay nada que Occidente tenga que aprender de Oriente?

-La luz no proviene de ningún punto cardinal, si acaso viene de lo alto. De todas maneras, Oriente debería estar atento para tomar algo del Oeste, porque Occidente ha superado aquellos estadios de desarrollo. Lo que está sucediendo ahora es una especie de occidentalización de Oriente. Pero Occidente es, en este sentido, solamente portador de una forma superior de organización, no ciertamente de una “espiritualidad” superior.

- ¿La diversa espiritualidad occidental y oriental es debida quizás a una diversa actitud religiosa?

-La diversidad de las fes, la diferencia entre las distintas creencias religiosas tiene que ver con la diversidad de puntos de vista sobre el mundo, pero inicialmente ha sido la consecuencia de la Torre de Babel, porque la di versificación de las doctrinas es el fruto de la traducción de una misma palabra originaria a varias lenguas. La idea de “Dios”, en las diversas traducciones, o se ha empobrecido o se ha desarrollado de manera impensable.

- ¿Qué es, de todas maneras, aquello que atrae a Occidente de la espiritualidad oriental?

-La noción de necesidad, el ver por todas partes la acción divina, la divina “providencia” es aquello que caracteriza fundamentalmente lo oriental. Lo repito: la capacidad de aceptar la vida, incluso aquello que tiene de más rechazable. Y esto basta para entender el corazón, para estimular el sentido del infinito. Sería verdaderamente bello que fuese sólo yo quien contuviera, por así decirlo, la desgracia, el dolor. Pero lo que me turbaba en mi país de origen era la obligación de extender este modo de percepción al vecino. Yo acepto mi sufrimiento, pero no quiero ver el sufrimiento de mi vecino, mi mismo sufrimiento en él. No me gusta esta variante de la “divina providencia”, que se transforma en obediencia pasiva, en impotencia política. Lo que me ofende personalmente es la idea de que en Oriente nazca un niño que crecerá y no tendrá ningún poder, ningún control sobre sí mismo, o ver morí ralos ancianos sin haber llegado a tener la posibilidad de ejercer una elección. Y cuando intentas protestar, luchar por las condiciones vida o por las condiciones de tu familia, entonces el vecino dice: “¿Pero por qué hace todo esto, si da lo mismo?”. Pero al mismo tiempo en el Este se vive un violento y justificado complejo de inferioridad con respecto a Occidente.

- ¿Cómo se manifiesta este complejo de inferioridad?

-En Oriente se mira a Occidente con una gran fascinación, que dura hasta que se lo conoce. Los occidentales son vistos como aquellos que han alcanzado el más alto nivel de vida, el más alto nivel cultural. Pero este complejo de inferioridad tiene su reverso de la medalla, que se manifiesta cuando un oriental atraviesa la frontera occidental. Naturalmente, se encuentra al principio con grandes problemas, aunque no sea por otra cosa que por la lengua o por la dificultad en adquirirla habilidad comercial que parece permitir a los occidentales de conjuntar el bienestar y la cultura. Y entonces empieza a criticar Occidente y a notar que allí no existe demasiada comunicación entre la gente. Falta completamente cualquier sentido de “sobornost”, tan difundido, en cambio, en Oriente.

- ¿Y este sentimiento no puede ser un buen fundamento para una evolución democrática en Oriente?

-El orden totalitario da a sus víctimas un sentido de profunda “sobornost”, que también puede ser vista como una especie de experiencia democrática definitiva. En Oriente todos son verdaderamente iguales. Pero esta igualdad no se basa en el respeto recíproco, como en Occidente, donde tendemos a aislamos del vecino. En última instancia, sí, es una especie de democracia, pero mientras la democracia occidental se basa en la expresión de la opinión del individuo, en Oriente hay una democracia del común denominador. De esta constatación nace, en los orientales “emigrados”, un sentido de desaliento y la tendencia a acusar a los occidentales de falta de alma, de ausencia de corazón. Un desaliento y un antioccidentalismo, por otra parte, no nuevos, al menos en Rusia, y que ha formulado, por ejemplo, Dostoievski. Los occidentales serían, según esta tradición, menos calurosos, más fríos que los orientales.

- ¿Y usted piensa que es cierto?

-A partir de mi experiencia, puedo afirmar que no es verdad. No sólo porque las generalizaciones son siempre peligrosísimas. Hablando desde mi punto de vista, y no intento ser objetivo en este caso, efectivamente la experiencia occidental tiende a aislar al individuo más que a convertirlo miembro de una “iglesia”. Como mucho el occidental es miembro de una parroquia. Pienso que a veces esto puede ser un gran problema para el hombre occidental que se encuentra cara a cara con el infinito, solo.

-Se trata, por tanto de dos culturas realmente diversas.

-Cierto. Es más, Occidente ha producido la cultura que ha producido precisamente porque la suya es una cultura individualista, porque todas sus conquistas son conquistas individuales, el producto de una búsqueda, o incluso de una desesperación individual, de una soledad. Es esto lo que te lleva a buscar una nota más alta, a dar un paso al frente, a viajar solo por el infinito. En Rusia, y en el Oriente, en general sucede menos frecuentemente.

- ¿En el “enfrentamiento” entre el Este y el Oeste quién lleva las de ganar?

-Es difícil de saber. Porque de una parte parece claro que estamos todos más o menos obligados a asumir algún sistema político (somos demasiado numerosos y de una manera u otra debemos organizamos): y el Oriente ha demostrado que todos los sistemas que ha seguido a lo largo de su milenaria existencia son insuficientes y, por tanto, intentará de adoptar, o de adaptar, un modelo occidental. Es posible imaginar en un futuro más o menos próximo la emergencia de una forma de democracia en la URSS, pongamos por caso, o incluso en China. Pero, por otra parte, es difícil de imaginar la aplicación de un modelo democrático en el Este.

- ¿En qué sentido?

- ¿Quién se atreve a imaginar una China “democrática”, con un parlamento “normal”? En China hay, aproximadamente, mil millones de habitantes. ¿Qué monstruosa cámara parlamentaria tendría que construirse? ¿Una cámara capaz de contener diez mil diputados? ¿Y a quién representaría cada diputado? ¿A millones y millones de personas? Y podría haber minorías de cincuenta millones... Se tendría que inventar todo un nuevo sistema representativo, como mínimo. ¿Pero cómo reinventar el espacio?

- ¿El espacio?

-Conviene tener siempre presente la inmensa expansión de Eurasia y el paisaje “limitado” de Occidente. En Occidente todo parece geográficamente definido y, por ello, más estructurado y estructurable. En Rusia, como dijo Gogol, se puede cabalgar durante tres años y no alcanzar la frontera. En Europa, estés donde estés, en seis horas puedes llegar a otro país, que frecuentemente coincide con un paisaje nuevo. Occidente tiene una idea del mundo mucho más estructurada que la que se puede tener en las estepas. Y, por este motivo, los occidentales miran con aprensión a los orientales. Es la misma aprensión con la que nosotros miramos a los nómadas: comprometen nuestra idea de horizonte.

- ¿Qué otra dificultad puede encontrar la “occidentalización”, en el sentido político y social del término, de Oriente?

-Si, de todos modos, se quiere imaginar este proceso, inventando las combinaciones más temerarias, está claro que las estructuras socio-políticas que han existido en Oriente durante tanto tiempo no están destinadas a desvanecerse así como así, sin dejar rastro. Es más, me atrevo a decir que los sistemas políticos que han dominado la historia oriental parecen a veces horrendos pero naturales. Pero consolémonos. Según todas las apariencias, Occidente ha vencido la batalla. Sólo que no se trataba de ninguna batalla.

-En este enfrentamiento-encuentro entre Este y Oeste, ¿cómo ve el Islam?

-Es un formidable punto de resistencia. Noes difícil pensaren Rusia, por no decir China, abrirse a estructuras de tipo occidental, sacrificando algunas cosas de sí mismas, pero el mundo islámico, dominado por grupos fanáticos, será ciertamente menos dúctil, resistirá y, dado que además el índice demográfico es altísimo en los países musulmanes, se puede lanzar la hipótesis de una evolución islamizante de gran parte del mundo. Es la otra cara de Oriente. Es deber de la “raza blanca”, antes de quedar reducida a una pobre minoría, transmitir su propio modelo de organización sociopolítica.

- ¿No existe un modelo islámico opuesto al occidental?

-Ciertamente parece que los países islámicos intentan transformar las habituales líneas industriales e instaurar, contemporáneamente, una nueva edad media. Pero difícilmente conseguirán retroceder a la edad media, no sólo porque somos ya demasiado numerosos, sino también por otra razón fundamental. El futuro no será de una fe ni de una idea. Si hay algo que unificará el mundo, y que ya hace parecer anacrónica toda compartimentación demasiado definida, incluyendo la del Este y el Oeste, es el dinero. El dinero es el responsable de la fusión “antropológica” a la que asistimos. El dinero es el pecado original pero también el pecado del futuro. El dinero es el verdadero ordenador del mundo. “Hacedme caso: llegará el día en que los pueblos se distinguirán tan sólo por los diversos tipos de monedas empleados.

Giovanni Buttafava "L ’Espresso "

Traducción: J. M. Ruiz Simón

La Vanguardia. Cultura, 5 de junio de 1990, pp. 5-6.

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