lunes, 5 de noviembre de 2018

Entrevista a Julián Marías sobre el anteproyecto de la Contitución de 1978 (Gaceta Ilustrada, 24 de noviembre de 1971)


Julián Marías
«A este anteproyecto le sobra un 20 por ciento»
«Una nueva Constitución se puede hacer en 15 días»

DON Julián Marías (Valladolid, 1914), filósofo, académico de la Lengua, senador por designación real, colaborador de «Gaceta Ilustrada», viene publicando en los diarios «La Vanguardia», de Barcelona, y «El País», de Madrid, una serie de polémicos artículos acerca del anteproyecto de la Constitución preparado por el Congreso de Diputados: «Los escribí porque me parecía un deber moral; y cumplir con un deber moral nunca me ha parecido insuficiente, ni siquiera cuando los ánimos de uno no están para nada». La mañana en que el señor Marías recibió a esta revista, «El consenso», su último artículo, ya estaba imprimiéndose y, probablemente conseguirá, como los anteriores, «contestaciones» no siempre respetuosas: «Ha habido muchas cosas, sí. Yo he visto sólo algo. Pero bueno: a mí me interesaba precisamente eso, que se examinara el asunto; casi nadie había leído ese anteproyecto —porque aquí, como sabe, mucha gente habla de oídas— y me preocupaba precisamente que hubiera sólo unas cuantas enmiendas secundarias y que la cosa, un poco automáticamente y arrastrada por la inercia, se aprobara. Y por lo menos se ha conseguido algo: que la gente se interese y que algunos lo lean». El señor Marías vivió muy recientemente el fallecimiento de su esposa —compañera suya desde el primer curso en la Universidad[1]— pero consigue continuar ironizando preocupadamente: «El otro día estaba mirando la televisión acompañado de algunos de mis hijos y escuchó a un diputado —no recuerdo de qué partido— que decía esta palabra: "poblacionalmente”. De población hace un adjetivo, y luego un adverbio en "mente”. Pero lo que me intrigó es: ¿qué querrá decir?». Al señor Marías no le gusta el anteproyecto de la Constitución y ahora explica por qué, incluso, ha llegado a pedir que se pierdan unos meses y se elabore un nuevo proyecto.
—Bueno, pero es que yo pienso que no es mucha pérdida. Un texto constitucional, un proyecto, creo que no ha de ser una cosa muy larga y se puede hacer, trabajando seriamente, en poco tiempo. Mire: yo tengo muchas reservas respecto de modificar una cosa que no está bien. Cuando una cosa está muy complicada, intentar recomponerla es más difícil que volver a empezar y hacer una nueva. No digo que se tire al cesto de los papeles el trabajo que se ha hecho. Pero creo que es muy sencillo quitarle lo que «simplemente» sobra; rehacerlo de una forma nueva, más breve, mucho más concisa. Yo creo que si a ese anteproyecto se lo quita un 20 por ciento no pasa nada, no pierde nada: gana. Creo que hay que suprimir lo que no tenga sentido constitucional; por lo tanto, abreviar mucho; reexaminar los puntos capitales de la estructura política... Pero es que todo esto, además, se puede hacer en quince días, y este tiempo no supone mayor pérdida. Por ejemplo, dicen que va a haber cientos de enmiendas: simplemente con que en el Congreso se lean y haya un turno a favor y otro en contra, se va a perder mucho más. Probablemente se ganará mucho si se hace un nuevo proyecto más ajustado, que si se parte de éste —muy objetable— y se acumulan enmiendas aisladas...
Una Constitución absolutamente precisa
—Y cómo debería ser, señor Marías
—Yo creo que la Constitución ha de ser muy breve. Que no toque más que puntos de la política española. Pero es fundamental que sea muy precisa: cuando se dice que una de las virtudes de una Constitución es que sea ambigua, a mí me parece una locura. Porque evidentemente la Constitución es el texto al cual se apela cuando hay cualquier tipo de conflicto, cuando una situación pueda o no ser «constitucional». Debe ser absolutamente precisa. Debe ser incluso más original. Este anteproyecto está tomado, en parte de modelos antiguos; y más aún de constituciones extranjeras. Y claro... Primero que los países son distintos y tienen condiciones diferentes; y además, nosotros venimos de una falta de experiencia de vida política y de la de inexistencia de una Constitución durante años...
—Y a qué cree usted que se debe que la hayan hecho así. Tanto secreto, y ahora... 
Yo creo que lo que pasa —personalmente tengo mucho respeto por los miembros de la ponencia; no tengo relación con ellos y le doy una impresión personal— es que ha habido una especie de tira y afloja; diríamos que se han hecho «concesiones en un aspecto» a cambio de que «no pongan dificultades en otro». Y claro, esto no es manera de hacer una Constitución... Luego, además, tengo la impresión de que se habrán podido producir confluencias, «mayorías circunstanciales»; es decir, de los siete, alguna vez ha podido haber cuatro aparentemente de grupos distintos que por alguna razón coincidían. Esto es una hipótesis; no lo sé. Pero leyendo el texto pienso que tiene que haber ocurrido algo de esto. Este tipo de cosas es lo que algunos llaman «consenso». Pero yo digo que en el país no ha habido consenso: no lo ha expresado; tampoco las Cortes en su conjunto: el Senado todavía no ha dicho nada; el Congreso tampoco, y además quedan las enmiendas presentadas; ni siquiera ha dicho nada la comisión. Queda la ponencia. Claro: la ponencia son siete. Y a mí me parece que hay que tener una idea un poco más amplia de «consenso», que el que siete personas estén de acuerdo; y además, lo están relativamente, hasta cierto punto: yo he leído las entrevistas que ha publicado «ABC» con todos ellos y, la verdad, ninguno parece muy contento.
—¿Y cómo se podría haber hecho mejor?
Pues no sé, porque... Claro: el procedimiento de comisiones y ponencias tiene un peligro —yo he vivido eso problema en todo tipo de cooperación—, y es que cuando alguien hace algo, cuando alguien elabora un texto, como todo el mundo está muy ocupado, casi nadie piensa a fondo sobre las cosas; cuando uno de ellos se encuentra con un texto ya redactado, la tentación es: partir de ahí y aceptarlo en su conjunto. Cuando yo publiqué los primeros artículos fue cuando algunos compañeros del Senado se pusieron a leer el anteproyecto.
—¿No le daban importancia?
—Bueno, la Constitución es importante; no es urgente, pero si importante, es decir, si la Constitución está dentro de tres meses, pues muy bien; pero si me dicen que va a estar dentro de seis, tampoco me voy a abrumar por ello. Lo que me parece importante es que sea una institución eficaz y adecuada. Piense usted en la de los Estados Unidos: lleva ya casi dos siglos y está funcionando muy bien. Hay que ver cómo está escrita, cómo está pensada, con qué altura de miras y con qué concisión... La misma Constitución del 76, la Constitución de la Monarquía de Alfonso XII, estaba bastante bien. Yo dije al principio que, si en España se declaraba una Monarquía, aquella Constitución se podría haber declarado provisionalmente en vigor y —retocándola, claro— funcionar con ella. Evidentemente, si hubiera habido continuidad política, si no hubiera habido el golpe de Estado de Primo de Rivera en el 23 y no hubiera habido la crisis política, la Monarquía que habría seguido en España se habría gobernado con la Constitución del 76. Y ahora se habría podido hacer una nueva, con calma.
Un lujo que no nos podemos permitir
Por otro procedimiento, quizás, distinto al de ahora...
—El procedimiento, no sé... tengo la impresión de que la Constitución de la República del 31, su borrador, lo hizo una comisión de expertos, y no de parlamentarios. Naturalmente, luego los parlamentarios son los que deciden; pero creo que aquel texto primitivo fue redactado por un grupo de juristas. Esto sería lo normal. Imagínese: un proyecto de obras públicas, un proyecto de un puente lo hacen los ingenieros; luego, el ministro o el Parlamento da el visto bueno, pero calcular un puente lo hacen los ingenieros. Y yo creo que un proyecto constitucional podría ser hecho por personas competentes que no tuvieran que ser obligatoriamente parlamentarias; que no tendrían influencia de decisión, pero sí sentarían unas bases. Esto hubiera podido estar bien. Y se hubiera podido hacer una Constitución que responda a lo que es el país; quizá con defectos —porque no hay nada perfecto—, pero que, por ejemplo, no elimine las funciones de magistraturas importantes del país. Mire usted, por ejemplo, lo del Rey: a mí, eso, me parece sumamente grave. Querer convertir al Rey en una figura decorativa es un lujo que no nos podemos permitir. Es decir: hacer una Monarquía que no interesa, no tiene sentido; si se hace una Monarquía es para que interese. Y no para plantearse ese dilema que se plantean algunos: es que no debe ser ni un rey escandinavo ni un rey árabe. Eso es ridículo: debe ser español. Pero parece que hay interés por imitar. La originalidad no es inventar cosas raras: al contrario: yo pido el uso de la imaginación concreta. Es decir, que conociendo a España —lo cual no es tan fácil— y conociendo qué función tiene España en el mundo, que es muy importante... Lo que me pasa a mí es que tengo una idea muy alta de este país; creo que es uno de los países más interesantes —y conozco bastantes.
—Dos puntos más, señor Marías. Parece que no está de acuerdo con lo que dice el anteproyecto acerca del Senado.
—Ah, no, por supuesto: es destruirlo. Personalmente me complica un poco la vida. Pero, en fin, el Senado me parece importante. Pienso que la República debió tenerlo: hubiera evitado muchas cosas ligeras que hizo el Congreso; incluso pienso que si lo hubiera tenido, en España seguiría existiendo la República. Pero en fin, en ese anteproyecto se crea un Senado como una Cámara delegada, elegida por otras: por los Asambleas regionales por un lado, y el Congreso por otro; hacer una Cámara derivada no tiene valor ninguno. Yo decía que el Senado, según el anteproyecto, era una Cámara elegida por otras «que puede hacer perder un mes en ocasiones». Bueno: es la única función que le dan; porque dice que si el Senado veta algo, el Congreso puede simplemente ratificar lo que ha dicho antes. Para eso nos podemos ahorrar el tiempo; y el Senado. Lo que pasa es que no se atreven a proponer que desaparezca el Senado, y me parece también mal. Es decir: la mejor situación, para mí, es que exista un Senado eficaz; en segundo lugar, que no exista Senado; y la peor es que exista un Senado que no sirva para nada. Al menos, ahora, el Senado que puede proponer leyes, vetar algunas; tiene cierta realidad...
¿Ha visto la Constitución de Cádiz?
—Su punto de vista sobre los «nacionalidades» parece que en Cataluña no ha gustado.
—Bueno, hubo un artículo de Serrahima, que es muy amigo mío, pero que no tenía nada que ver con lo que yo decía. Yo ni hablaba de la Autonomía de Cataluña —soy, además, muy partidario de la autonomía de Cataluña y de otras autonomías, como he escrito muchas veces—. Lo que yo decía es que la palabra «nacionalidad», en español, es una palabra abstracta. Y propongo que se diga «región» o se diga «país». Ahora, lo que se está intentando hacer está desprestigiando a la propia idea de autonomía. Se está hablando con una frivolidad increíble. Además, nadie se atreve a decir cuáles son... En el anteproyecto de la Constitución hablaban de «las nacionalidades y regiones», introduciendo como un discriminación. ¿Hay nacionalidades «y» regiones en España? ¿Y cuáles son?: díganlo ustedes. Porque si no se dice en la Constitución, ¿dónde se dice? Pero no se atreven ni a decirlo. Yo no sé si ha visto usted alguna vez la Constitución de Cádiz.
Espere un momento. (Trae el libro). Mire usted, aquí dice: «Constitución Política de la Monarquía Española. Promulgada en Cádiz el 19 de marzo de 1812». Tiene una introducción interesantísima. Pero veamos: «De la Nación española y de los españoles. Capítulo Primero. De la Nación española. La Nación Española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios. La Nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona. La Soberanía reside esencialmente en la Nación y por lo mismo pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales». Después viene: «Son españoles: lº, todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las Españas y los hijos de estos...». Luego: «Del territorio de las Españas. El territorio comprende la península con sus posesiones o islas adyacentes: Aragón, Asturias, Castilla la Nueva, Castilla la Vieja, Cataluña. Córdoba... » Así enumera toda la península y toda la América española. «Esto» es una constitución. ¿Ve usted lo que echo de menos? No hay ni un sólo artículo del actual anteproyecto de Constitución que diga quienes son españoles: dicen que eso lo define el Derecho Civil. Ni se dice cuando se gana o se pierde la nacionalidad; dice que las leyes lo dirán. Y en cambio ¡regula la extradición de extranjeros!; ¡en la constitución! ¿Comprende usted?
***
—Cuando le llamó Suárez fue para hablarle del tema de la Constitución, ¿no?
—Pues sí... Yo hablé con él a raíz de la publicación del primer artículo, o el segundo; y hablamos de eso, claro. Hablamos un poco de mi opinión y más o menos le dije algunas de las cosas que le acabo de decir a usted. Yo creo que a él le parecieron interesantes los artículos, por lo menos no me dijo que lo parecieran mal.
—A lo mejor le hace caso y ordena que se rehaga todo.
—En realidad, tampoco es asunto suyo; porque la Constitución no la hace el Gobierno, sino las Cortes. En la ponencia hay tres miembros de UCD; no sé si la opinión del Presidente puede pesar sobre ellos. Lo que le puedo decir es que estos artículos han sido absolutamente personales absolutamente independientes; no tienen el apoyo de ningún grupo del Senado. Ni comprometen a nadie ni me hubiera dejado influir por nadie. Porque yo soy independiente a fondo, naturalmente. Si alguien me dice que no le han gustado mis artículos, le contestaría: «Pues lo siento mucho»; y si le parecen bien, le diría; «Me alegro... ». Pero los artículos están firmados por mí, escritos ahí, en esa máquina, y no tienen más que el alcance de una opinión personal.

Gaceta Ilustrada 1113, 5 de febrero de 1978, pp. 20-23.

[1] Ver Gaceta Ilustrada, número 746, de 24 de enero de 1971, entrevista con Julián Marías.

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