martes, 30 de octubre de 2018

José Carlos Llop entrevista a Cristóbal Serra (Babelia, 8 de febrero de 1997)


Cristóbal Serra: “El humor me ha permitido crear el absurdo

Ars quimérica abarca el universo que el escritor ha ido desvelando durante cuarenta años.

Ars quimérica es un libro paradójico y necesario. Paradójico porque su grosor -725 páginas compactas- ilumina y hace estallar desde dentro el secreto y mito de una obra, la de Cristóbal Serra, que destacaba, al menos hasta hoy, por su aparente brevedad. Necesario porque contiene toda la literatura de Serra, que es una de esas literaturas, tan escasas y desconocidas, de las que ninguna cultura que se precie de tal puede prescindir. Una literatura escrita desde la pasión eremítica y la rara lucidez del hombre sabio, rara, precisamente, por su sabiduría, en un país reacio a la misma. Cristóbal Serra ha edificado su laberinto particular a espaldas del mundo. Un laberinto donde la poesía desemboca en el pensamiento y éste en la revelación. Prosas surrealistas, viajes imaginarios, diarios, interpretaciones bíblicas, conversaciones con escritores muertos, tratados sobre el humor negro y otras quimeras prodigiosas forman un corpus sólido, coherente y único que ha sido trazado desde el silencio esencial de la soledad. La soledad del escritor frente al mundo y la soledad del mundo metida de hoz y coz en el escritor. Sin ruidos, sin ecos, sin concesiones tampoco.
Ars quimérica abarca el universo que Serra ha ido desvelando durante 40 años. No es difícil imaginar la figura de un geógrafo misterioso que traza sobre el papel las coordenadas de ese universo que sólo él conoce. Que sólo para él existe. ¿Acaso porque él mismo lo ha inventado? Si y no. Los mimbres con los que Serra ha trazado su universo particular estaban ahí sin que nadie los viera. Ha sido la mirada de Serra la que apoyándose en la Biblia y en Swift, en Quevedo, Gracián y Lao Tsé, en Michaux y en Blake, en Edward Lear y Chuangsé, en León Bloy y en los rollos de Qumram o las visiones de Ana Catalina de Emmerick, por citar sólo a algunos, ha proyectado su insólita topografía literaria. Atrás quedan la guerra civil que le espantó siendo niño, la enfermedad que lo retuvo entre las sábanas y la lectura de su adolescencia y la biblioteca flotante que envolvió esa mirada de ironía y precisión anglosajonas durante su primera juventud. Y al fondo de esas tres épocas, tan determinantes en la vida de un hombre como en el destino de un escritor, el mar Mediterráneo, una luz que es la linterna mágica que alumbra todas y cada una de sus páginas. Y un convencimiento inamovible a lo largo de todos estos años: “La imaginación es omnipotente y sostiene la realidad. La imaginación es el todo”.
La palabra de Serra es una palabra meditada, que se deja llevar por la imaginación, que ataca el racionalismo, pero al mismo tiempo domestica esa imaginación, la mete en casa -meditándola- como quien mete a un siamés. “La rutina hincha las velas de la imaginación. Piense en Lewis Carroll. Yo soy un hombre que se siente espoleado por la imaginación, que se deja arrastrar por ella y a través de ella crea su propio fairy land", nos dice Cristóbal Serra. Imaginación y humor son los dos pilares sobre los que edifica ese palacito plantado en la laguna del mundo. “Octavio Paz me calificó de hombre que sonríe. La sonrisa tiene que ver con actitudes más mundanas: jamás he sido hombre mundano. En mis libros hay risa, no sonrisa. El humor nunca se propone corregir o enseñar. En el humorista se mezclan el excéntrico, el payaso y el hombre triste. El humor me ha permitido el absurdo, me ha permitido crear una literatura absurdista (sic). En él pueden estar mezcladas toda clase de gravedades y escapa a toda ley matemática y, al hacerlo, escapa a toda ley literaria, dándote una gran libertad. El humor es un producto del dolor, que se transfigura en una especie de práctica alquímica. Cuando es bueno, siempre es poético, nada tiene que ver con lo satírico”. Tal vez porque lo satírico es hijo de la crueldad y ésta no escapa a ninguna ley literaria. Así Serra, escapando a esas leyes, ha creado un género muy particular donde se mezclan el aforismo, la reflexión, la autobiografía, el viaje quimérico y, acaso, el visionarismo. “Mi literatura no es una literatura de género. Para mí, los géneros no tienen fronteras definidas, sino que se interfieren, un fenómeno, por otro lado, característico de la modernidad literaria. Piense en el ocaso del verso a partir de Rimbaud. Ya no existen fronteras delimitadas entre prosa y poesía. El género no tiene en mí un carácter absoluto, de ahí la dificultad en clasificar mis libros. El mío es un libro de espacios trabajados, una literatura salteada y discontinua. Yo pertenezco a los fragmentarios como Montaigne o De Maistre. Una literatura que, como el periodismo, informa, pero a diferencia del periodismo posee una estética que, en mi caso, es la inventiva. No tengo nada en contra de la novela, sino del novelismo (sic), de la exigencia de que todo lo escrito tenga carácter narrativo. ¿Por qué? Yo hago lo que hicieron los evangelistas con Jesús, ese héroe discontinuo de los Evangelios.”
Todo en Serra puede tener trasfondo bíblico: desde el estilo hasta su interpretación de la historia. “En mi lectura del Apocalipsis hay una voluntad de ir al encuentro de la historia. ¿Por qué? Porque, a mí, la guerra civil me llevó no al conocimiento de la historia a través de los libros, sino a las preguntas sobre el curso irónico de la historia. Lo que me condujo, habiendo perdido su valor todas las ideologías del siglo, hasta un concepto profético de esa misma historia. León Felipe decía que en el mundo no se ha producido nada igual a la dinastía de los profetas bíblicos. Es cierto. El Apocalipsis es la llave con la que he desentrañado la historia, coincidiendo con Larrea en sus especulaciones sobre él mismo para descubrir la clave de la historia occidental: un ciclo de manifestaciones donde nuestro propio ciclo, el judeocristiano, queda iluminado por las palabras cinceladas en el Apocalipsis”.
Vivimos una era en la que todo lo que anunciaron los profetas se hace evidente en su babelización y en que por debajo de esa babelización sólo existe el mercantilismo: la economía se toma en sí mismo como fin y ya decía Blake que el dinero es la sangre del pobre”.
José Carlos Llop, Babelia, 8 febrero 1997, 276, p. 12.

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