MARCEL
BATAILLON
cincuenta años de amor a España
EN
plena guerra civil (1937) apareció un libro en Francia que don Antonio Machado
tuvo por algo tan importante, por lo menos como el terrible combate que
entonces se mantenía y que en el ánimo de miles de españoles, era el combate por
una posible España nueva. “Con las
postrimerías de una España —hubiera dicho Juan de Mairena— y el posible
resurgir de otra, aparece en Francia una obra titulada 'Erasme et
l'Espagne', cuyo autor es Marcel
Bataillon. Tiene el libro una importancia capitalísima para el estudio de la
cultura española del siglo XVI” y “yo
quiero hacer constar que cualquiera que sea la filiación política —si alguna
tiene— de Marcel Bataillon, y que yo
me complazco en ignorar, Marcel Bataillon es un egregio amigo de España, y de
la España nuestra”, escribía Machado, contraponiendo esa España a la España
de “¡Muera la inteligencia!”, de
Salamanca, o la de “Lejos de nosotros la
funesta manía de pensar”, de la Universidad de Cervera, durante la época
fernandina. Y ni que decir tiene que acertaba plenamente.
Por
encima de los colores políticos, en efecto, Marcel Bataillon, al hacer opción
por historiar la espiritualidad española y concretamente el erasmismo, optaba
por revelar al mundo y a los mismos españoles el hondón real de su historia y
esa otra España —la España erasmista o influenciada par la teología paulina de
la primacía del amor— a la que siempre habla tocado perder, exiliarse o llevar
una vida subterránea frente a la España de los hidalgos y las glorias
imperiales o las teologías seguras. Él mismo había hecho alusión en las últimas
líneas de “Erasmo y España” al drama
de los que, en ese 1936, Fernando de los Ríos llamaba “erasmistas modernos”, y, en una ya famosa carta pública dirigida a
Américo Castro en 1950, aceptarla la dolorida fórmula de Castro respecto a
aquel vivir desviviéndose de los españoles que habían tenido que abandonar su
patria al igual que otrora los erasmistas: “Hoy
se llaman emigrados”.
Incluso
por razones de amistad y parentesco —un Azcárate, don Luis, es el esposo de una
hija de Marcel Bataillon— Bataillon fue un hispanista y quizá el único o, desde
luego, el que de manera más íntima se ha encontrado imbricado en nuestra
historia y en nuestra espiritualidad. Nadie como él, que era un agnóstico,
aunque bien consciente del valor de lo religioso, incluso como catalizador y
tensor de las luchas históricas —era nieto de un rabino y de un pastor
calvinista—, ha sabido acercarse, en efecto, a esos problemas religiosos y
teológicos con tanta finura y delicadeza y moverse con absoluta imparcialidad
histórica, que no impide, sin embargo, el “pathos”
ni el compromiso con lo que se historia, poner su propia carne en el asador,
que es lo que hace todo historiador digno de este nombre.
“Desde hace una docena de años —escribiría
también en 1950— he tomado cada vez mayor
conciencia de que mi visión del pasado estaba determinada por nuestro presente
y por mi posición en el presente. Sería necesario quizá que cada historiador
superase a la vez el pudor y amor propio para confesar cómo ha llegado a su
tema. ‘Non ets hic locus'. Pero entre
otras cosas, me resulta claro que yo no hubiera tenido ojos para ver la
importancia del paulinismo erasmista en España si, educado como lo he sido al
margen del catolicismo, no hubiera descubierto a San Pablo a los veinte años
gracias a un profesor de griego lleno de ensoñaciones sobre el paso del
helenismo al cristianismo y sobre el porvenir de la religión. Por otro lado,
¿hubiera podido interpretar al erasmismo como una modalidad del iluminismo
español emparentado con la espiritualidad de Luis de Granada y del doctor
Constantino si hubiera nacido cien años o incluso treinta años antes?... Pero
mis investigaciones maduraron en una época en que el multisecular conflicto del
catolicismo y del protestantismo llegaban a su agotamiento y en que, por otra
parte, frente a un 'librepensamiento' más bien alicorto, el cristianismo se
afirmaba como enteramente vivo y no únicamente como fuerza de tradición y de
policía. Y luego el judaísmo pasó por una terrible tormenta en la que el
cristianismo más bien se ha aproximado a él en vez de combatirlo. Tal es
'grosso modo' el presente religioso desde donde yo veo la crisis religiosa del
siglo XVI español y europeo... Trabajamos según nuestro tiempo y por nuestro
tiempo”.
Por
esto mismo, la nueva edición que estaba preparando ahora de “Erasmo y España” no sólo significaba
para él una revisión de los documentos ya consultados en el tiempo de su
redacción y la lectura de otros nuevos, sino un nuevo planteamiento de las
cuestiones desde estas nuevas circunstancias de nuestro mundo y desde su propia
experiencia personal, y todos estos años mientras ha estado iluminando
continuamente aspectos de nuestra historia o de nuestra literatura clásica, no
ha cesado de replantearse su documentación y la hermenéutica de los textos hallados,
como lo muestra su expediente de investigador en Simancas, por ejemplo, adonde
llegó por primera vez en julio de 1921. Ni ha dejado un solo momento de mostrar
la exigencia de seriedad y documentación científica ante ciertas revisiones de
nuestro pasado que se están haciendo con cierta frivolidad y que naturalmente
tenía que espantarle, a él, un hombre pronto, sin embargo, a acoger cualquier
modesta observación de su interlocutor o de un crítico, y a mostrar la
debilidad de las propias afirmaciones, o a ceder en una discusión. ¿Acaso no le
escandalizaban la absolutez, la terquedad y la acritud de una polémica como la
de Castro y Sánchez Albornoz, tan inane en el fondo?
Una
vieja enfermedad, cuyo nombre sabía, había hecho que sus amigos y discípulos —porque
los libros de Bataillon exceden la mera historiografía y son libros de
pensamiento y de un acuciante encanto literario que creaban lectores y
apasionados acogedores de sus ideas al igual que los libros de los grandes
escritores— trataran de ser más breves en sus contactos y pláticas, y eso, para
él, que era un gran conversador, no debió de ser el menor de sus sufrimientos.
Quizá haya sido el otro el haberse quedado algo así como en el umbral de la
tierra prometida, porque si su “Erasmo y
España” se publicó en plena contienda civil y luego él se ha enfrentado
muchas veces con la problemática inquisitorial y, por lo tanto, con el
aplastamiento tiránico del pensamiento y de los anhelos íntimos de tantos
hombres en nuestra Historia, ahora no era indiferente ni mucho menos a las
esperanzas que se abren para España en un porvenir democrático. Su último texto
publicado en nuestro país ha sido un prólogo al libro de José Ignacio Tellechea,
“Tiempos recios”; en él recordaba la
vieja queja de Luis Vives: “Tiempos
difíciles los nuestros en que no podemos ni hablar ni callar sin peligro”;
y para que cambiasen, él había luchado como hispanista asimilado como ninguno a
la carne y sangre de España. Pero si no se le ha concedido ver los tiempos
nuevos, quienes los vivamos no podremos jamás olvidarle ni tampoco dejar de
seguirle en su ejemplar epopeya de maestro de historiadores y de sentidor de
España.
Georges
Bernanos solía decir que el verdadero escritor se configura y distingue porque
termina siendo el hombre de sus libros; y si esto es así, obvio es también que
esa vida de Marcel Bataillon entregada a los problemas españoles más hondos y
singulares —los de su espiritualidad— y su propia muerte en nuestro suelo son
todo un símbolo y una piedra de toque de un verdadero hispanista, es decir, de
alguien tocado del “mal de España”:
un viejo y obstinado amor por ella.
José
Jiménez Lozano, Triunfo, nº 752 pp. 42-43
(25-06-1977)
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