La propuesta gnóstica
No
es un indeterminado fenómeno de fin de siglo y de milenio lo que nos mueve a
muchos a interesarnos por la religión y la espiritualidad: no es, por tanto,
una moda coyuntural, algo así como un hecho “externo” que aparece de pronto bajo la forma del “retomo de lo religioso”. Es, más bien,
un sentimiento y una percepción que responde a profundas motivaciones
personales; o que procede de la propia experiencia.
Entiendo
que los sacerdotes de la progresía oficial y oficiosa, que habían decretado ya
la muerte de toda religión y de toda espiritualidad en nombre de un concepto
algo casposo de razón ilustrada, se sientan profundamente inquietos. Pues el
tiempo de su monopolio en relación con las formas que arbitra la inteligencia
filosófica para comprender la experiencia ha pasado. Y la prueba de ello la da
este curioso “sermón gnóstico” [Presagios del milenio, Anagrama, Barcelona, 1997] que
provocativamente presenta Harold Bloom a través de una prosa ágil e irónica con
la cual desbroza el trigo de la paja de esa espiritualidad finisecular.
El
trigo es, a su modo de ver, la propuesta gnóstica, una forma de acceso al mundo
espiritual que tiene por precedentes preclaros el gnosticismo de los primeros
siglos del judeocristianismo, el sufismo chiita iraní (tan excelentemente tratado
por Henry Corbin) y la cábala judía medieval y renacentista. La paja es, en
cambio, toda la variopinta “industria del
más allá”, con toda su cohorte de telepredicadores y de formas integristas
característicamente norteamericanas (por no hablar de los excesos sectarios o de
los integrismos de las grandes religiones del libro).
Se
trata de un ensayo escrito con ánimo de divulgación y de provocación en el que
se descubre la gran fuerza que todavía hoy puede poseer esa “conciencia gnóstica” como desafío, a la
vez, de los sedicentes agnosticismos o ateísmos en curso y de las formas
ortodoxas de creencia de los correligionarios de las distintas religiones
positivas, con sus iglesias o comunidades de fieles.
Esa
conciencia gnóstica es, hoy por hoy, uno de los más atractivos componentes que
presenta la espiritualidad en curso. Yo mismo intente mostrarlo, en sus trazos
históricos, en mi libro “La edad del
espíritu”. Me alegra en este sentido la convergencia que, a este respecto,
muestra Bloom en su oportuno ensayo. Uno de los temas pendientes en el próximo
futuro es, creo, la articulación de esa conciencia con una nueva vuelta de
tuerca sobre las grandes religiones (sobre todo las más próximas a nuestra
cultura, como son las religiones del libro). Y la necesidad de conjurar todo
ello con una adecuada elaboración de carácter específicamente filosófico.
El
libro de Bloom puede servir, en este sentido, de meritoria introducción a la
lectura de quienes más y mejor han contribuido a reavivar, con sus estudios
eruditos, esa conciencia gnóstica: Henry Corbin, en lo que respecta a la gnosis
islámica; Gershom Scholem en relación con cábala, y los estudiosos del antiguo
gnosticismo judeocristiano.
A
este respecto yo citaría a un autor insigne que, desgraciadamente, se tiene
injustamente postergado; me refiero al jesuita Antonio Orbe, el autor de la más
preclara y monumental obra sobre el gnosticismo valentiniano.
La
gnosis sugiere la existencia de un estrato hondo de nuestro yo que preexiste y
rebasa nuestra simple conciencia, y que interviene como doble angélico, o como
“daimon”. Y que constituye el núcleo
autentico de nuestra propia identidad. Trasciende las condiciones de tiempo y
lugar de nuestra estancia en este mundo y constituye, quizás, el “doble” benefactor que nos acompaña de
forma discreta y silenciosa.
El
“conocimiento” de ese “doble” tiene el carácter de una
comprensión liberadora que trae salud y vigor (o que es “salvadora”).
Las
distintas formas de gnosis han intentado determinar, del modo más preciso y
variado, las experiencias en que ese conocimiento se produce. Bloom abunda, con
ironía y verdadero convencimiento, en el recuento de esas experiencias,
abriendo así el ámbito de una posible sublimación de ciertas formas de
experiencia que a veces suelen aparecer de forma demasiado tosca y banal, o a
través de formulaciones inapropiadas (como son las actitudes milenarias o
apocalípticas tan propias de este fin de milenio).
Reseña
de “Presagios del milenio” de Harold
Bloom. EUGENIO TRÍAS, La Vanguardia,
6 de junio de 1997, p. 47.
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