Remontas humanas e industria del crimen
SS Lebensborn: de
la fecundidad al asesinato
George Steiner comentaba, días pasados, en el «New Yorker», que el siglo XX nos ha
habituado al terror. Estadística y cualitativamente, el uso de la tortura con fines
políticos; el genocidio o masacre de pueblos y sociedades, la demolición física
y psicológica de individuos y paisajes iguala nuestro tiempo al de las
invasiones de los vándalos.
La hipocresía demente, la locura amaestrada de
las sociedades occidentales, asimismo, con una habilidad no sé si idiota o
criminal, ha creado, igualmente, una marabunta de escuelas, doctrinas y
subterfugios cuya finalidad más inmediata es la del algodón hidrófilo que
empapa esos ríos de sangre derramada. Así, Vietnam, o Chile, se justifican en
nombre de la defensa de Occidente; los campos de concentración estalinianos se
disculpan a través de una «nueva política
económica»; y el exterminio de comunidades tercermundistas, sectas
religiosas, grupos étnicos, recibe las bendiciones de la conquista de mercados
o la rapiña más miserable y venal.
Tras las ideologías y la guerra de los
comunicados de prensa, las palabras, industrializado su uso hasta límites manicomiales,
sirven para encubrir el asesinato, las matanzas, charcos de sangre y vagones de
carne humana conducida al matadero.
El relato de los crímenes del hombre
occidental, en nuestro siglo, es una de las crónicas más miserables de la
historia de la humanidad. Es necesario recordar las matanzas y actos de sangre
que se relatan en la Biblia para imaginar una tenacidad asesina tan minuciosa,
una voracidad criminal tan insaciable.
Se acaba de traducir un libro de Marc Hillel. «En nombre de la raza»[1],
que relata una de las historias más deleznables que he leído jamás: el
reportaje de las SS Lebensborn, creadas por Himmler en pleno delirio
maníaco-criminal del Tercer Reich; estas unidades y establecimientos «estaban destinados a la procreación,
albergaban a muchachas, solteras en su mayor parte, cuidadosamente
seleccionadas y mentalizadas, dispuestas a cumplir un servicio a la patria y a
ser fecundadas por jóvenes de pura raza germánica». Himmler decidió que el
hombre no descendiese del mono, sino de las SS.
Desde el 12 de diciembre de 1935 se inició en
Alemania el funcionamiento de la Oficina
Central de la Raza y la Población, y la Sociedad
Registrada Lebensborn, que, por orden del Reichsführer, habían nacido para
«hacer frente a una urgente necesidad»:
dar a las madres «racialmente valiosas»
la posibilidad de dar a luz a escondidas de sus padres y de abandonar, si así
lo desean, a su hijo a las SS, que garantizaban su crianza primero y luego su
adopción.
Predicando «la
prohibición de reproducirse a los seres inferiores y estimulando la
reproducción a los superiores», las Lebensborn,
desde su origen, alimentan a un tiempo la fecundidad y el asesinato: «Menos de un año después de la creación de la
primera clínica de la Lebensborn bajo
la égida de la Oficina de la Raza y de la Población, el Reichsführer da la
orden, el 13 de septiembre de 1936, de colocar a la "privilegiada
sociedad” directamente bajo la tutela del Estado Mayor SS. A partir de esta
fecha, la Lebensborn se convierte,
para la administración SS, en la Oficina L, colocada bajo la responsabilidad
del jefe supremo de la Orden, Heinrich Himler».
Por su parte, Himmler se proponía poblar a
Alemania con ciento veinte millones de germanos nórdicos antes de 1980. Y las Lebensborn fueron sus «remontas» humanas donde imaginó la
creación de la nueva raza: inseminación artificial, robo de niños racialmente
puros, exterminio de individuos no aptos, alimentación y cuidado especial de
las «vacas sagradas» que debían
alimentar el rebaño nazi (las «reproductoras»),
son los elementos previos para una comprensión de las Lebensborn: clínicas privadas, hospitales, donde la mujer, por la
violencia dirigida de la propaganda o de la brutalidad, debía ser fecundada
para proporcionar nuevos soldados, carne de cañón con que colonizar el planeta.
En 1939, por ejemplo, Rudolf Hess publicó, en
el «Völkischer Beobachter», una «Carta a una madre soltera», haciendo
propaganda de las Lebensborn: «En épocas de grandes peligros deben tomarse
medidas incluso contra la moral establecida. Cuando los hombres jóvenes y racialmente
puros son enviados al frente, dejando tras ellos hijos que transmitan su sangre
a las futuras generaciones, y cuando las jóvenes encintas no pueden casarse por
cualquier razón, es menester cuidar de esa riqueza natural. Las objeciones que
en tiempos normales pudieran suscitarse carecen de valor ahora. El primer deber
de una mujer para la comunidad es el de proporcionar a la nación hijos sanos y
de raza pura».
El propio Himmler era más directo: «Más allá de los límites de las leyes, de las
costumbres y de los propósitos burgueses, quizá necesarios, será ahora una
notable misión para las mujeres y las muchachas de pura sangre alemana —casadas
o solteras— pedir a los soldados que parten para el frente que las hagan
madres. Semejante actitud no se tomará con un espíritu frívolo, sino con la
grave preocupación del deber que ha de inspirar a un soldado que no sabe si
volverá a ver un día el cielo de su país. A los hombres y las mujeres que
queden en sus hogares, las mismas circunstancias les imponen más que nunca la
obligación de seguir engendrando hijos».
El método a seguir en la alimentación de los
frentes de batalla con nuevos batallones no fue motivo de discusión: la
inseminación artificial «eliminará el
complejo psicológico de la experiencia sexual». La moral decadente fue
abatida: los campos de batalla necesitaban nuevas manadas perfectamente dóciles
para el asesinato y el deber. La inseminación artificial, por supuesto, fue
considerada como un método perfecto para eliminar roces humanistas, imperfecciones
espirituales de la raza; la jeringa sustituyó al falo, en el proceso de
incubación de la nueva raza que soñaba con el exterminio de los inferiores
(judíos y demás), la cremación de los residuos de un orden caduco. El
Ministerio de Sanidad tenía unas ideas bastante precisas de sus propias
necesidades: «El proceso de la
procreación se basará, pues, sobre una cosa mecánica, desprovista de alma. Ese
proceso no será más artificial que la situación actual, que quiere que las
mujeres sanas, llenas de vigor, no puedan dar libre curso a su inclinación a la
maternidad y deban permanecer sin hijos».
Lógicamente, el horno crematorio tenía su
paralelo en la sociedad civil, no menos concentracionaria, en la esterilización
de los niños que no respondían a los cánones de belleza catalogados por las SS.
No se trata, por supuesto, de la obra de unos
maníacos con índices de tendencia a la criminalidad más o menos altos. Se
trataba de un proyecto administrativo de crear incubadoras que alimentasen los desvaríos
asesinos de las SS, de una reescritura de la vida del hombre en el planeta.
Escribía Himmler: «Después de la guerra,
el "Código del Matrimonio"
será modificado, a fin de legalizar la bigamia. El matrimonio es la obra
demoníaca de la Iglesia. Sus leyes son inmorales. En la bigamia, cada mujer
será para la otra un estímulo a representar, para el marido, la mujer soñada, a
imagen de las actrices de cine. Un hombre que pasa toda la vida con la misma
mujer está obligado a engañarla. Y como dejan de tener contacto, su unión se
hace estéril. Por esa causa no ven la luz millones de niños que tanto necesita
el país. Y el hombre, a causa de su moral burguesa, tampoco se atreve a tener
hijos con sus queridas».
No obstante tales proyectos, la vida cotidiana de los centros reproductores de las Lebensborn no era tan perfecta y racional como habían programado sus creadores. Y se producían leves roces con el mundanal ruido. Escribía el director de una de estas granjas humanas:
Maternidad
SS de Viena, 16 de abril de 1943:
Mi
coronel:
Este
informe se refiere a Agnes Spangenbeg.
Desde
el comienzo de su estancia en nuestra Maternidad, la señora Agnes ha perturbado
considerablemente la tranquilidad de las demás parturientas, con sus
chismorreos sobre las actividades de la Gestapo en Smolensko. Les ha hecho las
más detalladas descripciones sobre las ejecuciones masivas de judíos y,
principalmente, del modo que se mata de un tiro en la nuca a los niños de pecho.
La he
reprendido enérgicamente, pues ese género de descripciones no entra, ciertamente,
en el marco de una Maternidad. Me atrevo a creer, mi coronel, que aprobará mi
actitud en este asunto.
Heil
Hitler!
Dr.
Schwal. SS-Oberturmführer y director de la Maternidad.
Y Marc Hillel proporciona algunos datos más o
menos íntimos: «La correspondencia entre 'pensionistas” y responsables de las Lebensborn constituye un inapreciable material sobre
las preocupaciones, problemas y modos de vida de las mujeres que frecuentaban
las Lebensborn. Algunas cartas son
impublicables y uno se pregunta cuál sería la reacción del púdico Himmler ante
textos tan precisos. Por ellas se sabe de qué manera y en cuántas ocasiones han
debido someterse las "reproductoras”
a las voluntades de sus "genitores"
para cumplir el “servicio al Führer”.
Esta correspondencia trata, sobre todo y con una seriedad que roza lo
tragicómico, de abortos, de partos prematuros, de embarazos nerviosos, de
esterilidades, de cesáreas, de fecundidad "inhabitual". de hijos deseados que no llegan o,
al contrario, de padres "desconocidos" enviados al frente por falta de disciplina, de mujeres que se
quejan y abandonan un hogar “porque el tocólogo no es más que un vulgar
dentista". Un SS que ha seguido un
tratamiento contra la esterilidad comunica a las Lebensborn que se ha roto una pierna en el momento
mismo en que iba a intentar embarazar (tal es el término empleado) a su mujer.
El autor de la carta lamenta amargamente el "enojoso contratiempo"».
En cuanto a la limpieza, la higiene, la
alimentación en estos dispensarios de fecundidad programada con el fin de
alimentar las sangrías industriales de los frentes de guerra, da una idea el
expediente número 18 de la Lebensborn
de Arolsen, que enumera algunos datos en torno a la llegada a la vida y la
situación social de los herederos (procreados artificialmente, o robados con
asesinato a sus padres) del Orden Nuevo.
Esta es una somera relación de elementos de juicio transcritos de tal
expediente:
—Trozos
de alambre o clavos en la papilla preparada para los niños;
—
Orinales completamente llenos, sin vaciar durante varios días e incluso durante
varias semanas;
—
Puntapiés propinados por las "enfermeras” a los niños sentados precisamente en esos
orinales;
—Faltas
de disciplina con ocasión de la "entronización" de un nuevo director al que había que
saludar en pie, firmes, con el brazo extendido durante horas, ejercicio
agotador, "dado nuestro estado”;
—Reprimendas
a una mujer encinta "que
cantaba en voz alta”;
—
Llantos desgarradores de mujeres a consecuencia de una equivocación en la
entrega de los recién nacidos a sus madres (evidentemente, estas "equivocaciones" afectaban tan sólo a las madres que querían conservar para ellas
"su servicio al Führer”).
Aunque los puntos de vista respecto a los
deberes espirituales de las “reproductoras’'
y su conquista de la gloria nacional son muy variados. Por ejemplo, el cardenal
Gröber, en una “Carta pastoral” de 1
de agosto de 1945, comentaba: «¡Oh, qué
ufanas estaban aquellas adolescentes que empujaban el cochecito relleno de
plumas, paseando orgullosamente por las aceras de nuestras ciudades! Orgullosas
de su "servicio” vivo al Führer,
incitaban a sus amigas de la misma edad a dar también prueba de su inmoralidad,
a hacer también entrega de su virginidad».
En las Lebensborn,
además de las puras tareas de remonta humana, se “estudiaba” el comportamiento de los seres vivos. Por ejemplo, se
hacían «experiencias científicas» en
tomo al comportamiento “humano” de
los judíos, Escribe Hillel:
«Veinte
veces, cien veces, había encerrado (se refiere a uno de estos asesinos que
dirigían centros de esta índole, un tal doctor Sigmund), en una barraca del
campo, a un judío y a una judía desnudos, durante un lapso de tiempo más o
menos prolongado. El judío había sido "enfriado”, "frigoríficamente’,
hasta el punto de perder el conocimiento, antes de tenderlo sobre la cama. Ciertos cobayas incluso habían tenido derecho a
acostarse entre dos mujeres desnudas. Pero el procedimiento no dio plena
satisfacción. Con una mujer sola el hombre recobraba antes el conocimiento. Y,
descubrimiento sin precedentes, su cuerpo se calentaba más rápidamente después
del coito. Desde luego, algunos morían, y de trescientos cobayas cerca de un
centenar se negó a aprovechar la ocasión».
Experimento nada alarmante si se tiene en
cuenta que, en otros centros, se inyectaba cemento en la vagina de las mujeres,
que morían con el vientre hinchado, entre alaridos. Cabe recordar, igualmente,
que «por la intervención personal de
Himmler» los hijos nacidos que no se adaptaban a las estrictas normas de la
especie dictaminadas por los jerarcas nazis eran asesinados sistemática y
organizadamente: «Los responsables de las
Lebensborn emprendieron la
eliminación sistemática de todos los pequeños anormales cuyo nacimiento no
había provisto la eugenesia dirigida. Así, a la manera de los dementes, de los
seres racialmente ineptos, de los seres inferiores, centenares de niños nacidos
en las Lebensborn fueron sacrificados
al dios de la raza nórdica. Los padres de las víctimas no necesitaban ser
advertidos con antelación de la decisión de "desinfectar" a su progenie. Ni siquiera tenían
derecho a recibir el pequeño paquete de cenizas enviado por correo».
No obstante, la eliminación de los niños
engendrados y no deseables para las SS estaba sometida a un ritual
racionalista: «Más tarde se ha sabido que
los profesores del Comité del Reich no mataban “de una vez” a los niños. Con ayuda de inyecciones de
luminal o de morfina se les dejaba morir poco a poco, a fin de demostrar, si
era necesario, “que se había intentado todo lo posible para salvarlos”. Además, y como el Comité del Reich creía
desempeñar un papel preponderante en la mejora de la raza, los cadáveres de los
pequeños condenados —sobre todo nórdicos— eran diseccionados, analizados, para
servir “a la investigación científica de las enfermedades hereditarias y
constitucionales graves”».
El hombre contemporáneo, sin duda, ha creado
para el crimen más bajo, para la ruindad moral más absoluta, para el asesinato
más vil una hornacina de significados sin antecedentes. La maldad gratuita de
nuestro tiempo aporta rostros inéditos a la historia de la ruina moral de
nuestra especie. Los millones de cadáveres de nuestro siglo no tienen
precedentes en el pasado de la humanidad. Eugenesia, genocidio, fecundidad
industrializada. delirios asesinos, como vemos, se confunden en esa lúgubre
historia
No nos engañemos, los sustratos ideológicos que
alimentaron, y alimentan esa marea de sangre derramada, viven y proliferan
profusamente en las sociedades occidentales del modo más demente e hipócrita.
Las Lebensborn
no fueron un accidente, un episódico incidente desdichado. Por el contrario,
respondían a una estrategia ideológica, incluso científica, muy racionalmente
planificada. Fecundidad y genocidio son los rostros de un proyecto único, como
sabemos De ahí que la emancipación femenina, la homosexualidad, la libertad de
pensamiento se considerasen por los estrategas nazis (y en esto su obra,
insisto, se continúa en todo Occidente y se ensancha notablemente, a través del
fariseísmo no menos asesino, revestido con los fastos de una terminología
apenas disimulada) como verdaderos crímenes contra el poder instituido y fuesen
perseguidos homosexuales, mujeres emancipadas, matrimonios no sometidos a la
voluntad de planificación de la moral fascista, como verdaderos enemigos del
orden público. Sin duda, su negativa a engendrar carne humana que transportar
en vagones de ganado a los frentes de batalla, su respuesta privada al crimen
instituido por el Estado, era un atentado a exterminar por la más extrema
violencia.
Juan Pedro Quiñonero, Destino, nº. 1991, 27 nov. 1975, pp. 34-35
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