martes, 14 de agosto de 2018

"Para leer, hoy, una adaptación del "Quijote"" de José Luis Giménez-Frontín

Cuando Cervantes hace visitar a su personaje, el Quijote, una imprenta de Barcelona, pone en su boca la observación de que leer una obra traducida es como mirar un tapiz por el envés. ¿Cuál habría sido su comentario sobre las adaptaciones juveniles, de haber existido éstas a principios del siglo XVII? Acaso, que son como mirar un tapiz por el derecho, pero con un catalejo del revés…
Aun así, esta visión minimizada de los dibujos del tapiz tal vez tenga sentido si consigue hacer pasar un buen rato a sus lectores y, como por añadidura, irles enseñando las reglas de un juego apasionante, capaz de hacerles vivir las más insospechadas aventuras. Estas aventuras son, en efecto, intelectuales, pero no por ello dejan de ser aventuras, y aventuras de riesgo. Y el juego no es otro que el de la novela; quiero decir el de la novela contemporánea, cuyos rasgos más característicos se hallan apuntados, cuando no desarrollados y agotados, en las páginas del Quijote.
Ya sabéis que, desde su publicación, los lectores de todas las lenguas y culturas han calificado El Quijote como la primera y más genial novela de la literatura universal. Pues bien, para comprender esta afirmación tendremos que detenernos en algunas de las claves de su lectura, tendremos que tomar posesión de estas claves que, como su nombre indica, son llaves que nos abrirán las puertas de la lectura y son secretos que de pronto dejarán de serlo. Veamos.
UNA SÁTIRA MORALIZANTE
Lo primero que a veces ponen de relieve los manuales escolares es que El Quijote es una burla de los libros de caballerías: una sátira tan genial que contribuyó decisivamente a acabar con el gusto por la lectura de aquel género tan popular en el siglo XVI español. Todo esto es muy verdad y, sin embargo, ¿a quién puede importarle hoy día? Ruego en este punto un poco de imaginación al lector. Los libros medievales de caballerías contaban aventuras y heroicidades de unos guerreros fantásticos e indestructibles, enfrentados a enemigos no menos grandiosos. Eran un portento de libertad e imaginación narrativas (y mucho del género satirizado impregnó el desenfado del Quijote), más o menos como hoy puedan serlo las series de aventuras de ciencia ficción. Hay que comprender, por tanto, que, cada vez que se alude en la novela a algún guerrero o a alguna situación típica de los libros de caballerías, se estaba haciendo alusión a personajes tan populares entonces como hoy lo son algunos héroes de las series televisivas, cinematográficas, informáticas o gráficas de la ciencia ficción.
La diferencia entre las aventuras de los libros de caballerías y la ciencia ficción no estriba, pues, en la actitud o expectativas de los lectores, sino en que, ya en el siglo XVI, los libros de caballerías se remitían a un remoto pasado, mientras que la ciencia ficción se remite a un futuro cada vez más próximo.
Todo esto no tendría mayor importancia, si no fuera porque el personaje del Quijote, al creerse él mismo, en su delirio, un caballero andante medieval, provoca con su atuendo y vocabulario, entre los lectores de entonces, la misma irrisión que hoy día provocaría un hombre de unos cincuenta años que se lanzara a las carreteras vestido como un soldado de las guerras napoleónicas. Conviene recordarlo: el Quijote viste la armadura y esgrime las armas de sus bisabuelos. Y no sólo esto; también habla en una jerga arcaica y literaria que nadie en la calle hablaba en su época, es decir, habla como un personaje de una novela de caballerías. Por poner un ejemplo conocido, en su boca las mujeres hermosas son fermosas doncellas. Recordemos, pues, que la imitación burlesca no sólo afecta a las situaciones, sino al núcleo mismo de la narración, que es la lengua literaria de la novela.
Es evidente también que Cervantes, como la casi totalidad de los escritores de su tiempo, tiene una intención moralizadora cuando satiriza los libros de caballerías y combate sus efectos entre los lectores ingenuos (el mismo personaje del Quijote es un lector ingenuo que confunde la ficción con la realidad). Según Cervantes, el arte, las letras, no pueden servir para perder contacto con la realidad, sino para profundizar en su comprensión. Este era el talante intelectual de los humanistas europeos de entonces, enemigos por lo general de toda clase de literatura de ficción y de divertimento. Pues bien, es sorprendente que el más certero ataque contra los «peligros morales» que entrañaba la lectura de libros de aventuras venga representado por otro libro de aventuras, y que a un género de ficción se lo combata con otro género de ficción.
Porque, con El Quijote, se consagraba una ficción de signo bien distinto: se trataba de un texto que narraba la vida, no de un héroe inverosímil, sino la de un vecino de un pueblo como otros muchos pueblos. En definitiva, se trataba de una ficción sobre la realidad. Veamos hasta qué extremo esto era una novedad importante.
EL REALISMO: UNA REVOLUCIÓN LITERARIA
No fue Miguel de Cervantes el primer escritor que tuvo la osadía de narrar hechos y acontecimientos posibles, es decir, el primero en contemplar la realidad como materia narrativa. En los tiempos modernos y en las culturas occidentales, este honor pertenece al anónimo autor del Lazarillo, en 1554, cincuenta y un años antes de la publicación de la primera parte del Quijote. Pero Quijote y Lazarillo, Lazarillo y Quijote, son los dos legados que la novela castellana entrega en herencia a la literatura universal, que ya no será la misma después de la revolución que supuso el no contar la vida de héroes míticos, sino la de un desgraciado muchachito de Tormes y la de un enloquecido y entrañable hidalgo de la Mancha.
Hay quien afirma que la mentalidad del autor del Lazarillo y la de Cervantes tuvo que ser producto de la reacción de los castellanos «nuevos» frente al concepto heroico de la realidad que tenían los castellanos «viejos». Viejos y nuevos en sentido histórico y geográfico (la reacción más realista y abierta de los nuevos pobladores de Castilla la Nueva frente al aristocratismo de los habitantes de Castilla la Vieja y del reino de León), pero acaso también en un sentido religioso, entendiéndose entonces por «castellanos nuevos» a los «cristianos nuevos», es decir, a los conversos, sobre todo del judaísmo, a raíz de la persecución legal contra las minorías étnicas y religiosas que instauraron los Reyes Católicos.
Otros autores observan que El Quijote ha sido la piedra fundacional y angular de la tradición realista, tan característica de la novela española hasta nuestros días. Y no falta quien observe que, a causa de su propia genialidad, El Quijote ha podido pesar como una losa en la novela posterior, coartando la libertad e imaginación de los escritores españoles posteriores (cuando El Quijote es una novela tan osada e imaginativa).
En fin, que los cervantistas han llenado miles y miles de páginas con sus comentarios a esta gran novela, y las seguirán llenando, porque una obra de excepción permite que cada lector le dé su personal y característica lectura.
HUMOR NO ES FRIVOLIDAD
Llegados a este punto, observad cómo la genial combinación de realismo, intención moralizante y sátira de los libros de caballerías origina una novela tremendamente divertida. Y divertida hasta el extremo de que, en su tiempo, los autores consagrados no se la tomaron en serio. Y es que siempre habrá gentes severas (a veces severas y además alicortas) que identifiquen por principio profundidad con ausencia de humor. Gentes incapaces de comprender a qué extremos de profundidad puede llegar el arma del humor en manos de un genio. Gentes que rechazarán la clave que nos propone Cervantes para la lectura del Quijote en el mismo prólogo a la primera parte de la obra (donde comprobaréis con qué inteligencia y con qué malicia se ríe de la pomposidad y fatuidad de los grandes escritores de su tiempo).
Habrá que recordarlo: El Quijote fue y sigue siendo una novela enormemente divertida, concebida para distraer, deleitar y alegrar el ánimo de sus lectores. (Hay quien afirma que Cervantes conocía la obra de Erasmo, enemigo declarado de la tristeza y la melancolía.) Pero El Quijote también fue y sigue siendo otras muchas cosas, cosas que habrá que comentar brevemente a continuación.
LOCURA Y CABALLEROSIDAD; NO LOCURA O CABALLEROSIDAD
El tema de un personaje que quiere ser desmesurada imitación de otro o de otros personajes de ficción era perfectamente conocido por Cervantes. 
La originalidad del Quijote no radica ahí, sino en el hecho de que nuestro loco, el hidalgo Alonso Quijano, apodado el Bueno, es capaz de combinar sus arrebatos de irrealidad con la más sensata percepción de la realidad y de los valores éticos y sociales. El Quijote sólo está loco en lo tocante al tema de la caballería andante, es decir, en todo lo que atañe a su propia identidad. Su locura, además, es una locura comunicativa, capaz de liar en sus redes de irrealidad a los espíritus más sencillos (como Sancho Panza, su escudero), pero también, paradójicamente, a las mentes que debieran ser superiores (el bachiller Sansón Carrasco, los Duques, etc.), que, en último extremo, no hacen sino adaptarse a las reglas del juego que les impone don Quijote, aunque lo hagan para burlarse de él o para curarle de su locura.
También se trata de una locura extremadamente coherente y astuta (tal como la ciencia moderna ha demostrado que suele ser el sistema de lógica interna de los delirios), hasta el extremo de que un autor ha pretendido que la única locura del personaje es la de empecinarse en fingirse loco.
Cabe añadir que, a excepción de algún arrebato de ira y mal humor, se trata de una locura bondadosa, empeñada en socorrer a las víctimas y en atacar a sus verdugos, una locura empeñada en hacer el bien. Pero esta bondad no es del todo desinteresada. Don Quijote no es un ser angélico, sino un hombre de carne y hueso que tiene sus motivaciones: alcanzar la fama gracias a su comportamiento ejemplar, a imitación de la vida y de las hazañas justicieras de los caballeros andantes. 
Es curioso observar que, en el título de la primera parte, Cervantes llamó hidalgo a don Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha), mientras que en el título de la segunda lo califica de caballero (Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha). En el castellano de la época, «ingenioso» quería decir «de carácter ocurrente, extravagante y excéntrico». Hay que observar que en la primera parte de la obra, cuando don Quijote es tan sólo un hidalgo, un noble provinciano de segunda o tercera categoría podríamos decir, es cuando el personaje hace gala de sus arrebatos más ingeniosos, es decir, más disparatados. Poco a poco, sin embargo, la bondad y caballerosidad del personaje parece que se vayan imponiendo a su propio creador, hasta el extremo del significativo cambio de «hidalgo» por «caballero» en el título de la segunda parte.
Más de un comentarista ha hecho notar, en este punto, que la locura del Quijote recuerda la locura de los caballeros de Cristo, empeñados en imitar a Cristo a raíz de la lectura de libros religiosos. Habrá que recordar que el propio Sancho observa que su amo tiene mucho de predicador laico. El paralelismo parece bastante acertado, pero no conviene llevarlo a unos extremos excesivamente literales, o perderemos de vista la clave de humor en que está escrita la novela. Mas la observación es oportuna, aunque sólo sea para poner de relieve el sentido oculto y humanista del catolicismo de Cervantes (quizás conocedor, ya lo hemos dicho, de la obra de Erasmo de Rotterdam), quien no por casualidad se permite toda clase de bromas y de pullas sobre las prácticas del catolicismo popular (reliquias, ex votos, penitencias, etc.). No obstante, nada hay en la obra de Cervantes que permita hablar seriamente de un humanismo reformado como el de los protestantes europeos, y sí, por el contrario, de una religiosidad ortodoxa y de una sensibilidad muy española y de su tiempo, que no se escandalizaba, por ejemplo, de la quema de libros en una especie de auto de fe.
Otros autores, en cambio, quieren ver en el talante caballeroso de Alonso Quijano (para alabarlo o para denostarlo) un claro símbolo del supuesto carácter español, al parecer tan dado a vanas quijotadas, a medio camino entre el ridículo más espantoso y el más generoso y noble de los heroísmos.
¿QUÉ ES LO QUE SUCEDE EN EL QUIJOTE?
O sea: ¿de qué trata la novela de Cervantes? Ya hemos dicho que es la historia de un noble casi arruinado y cincuentón, que se vuelve loco con la lectura de las novelas de caballerías y pretende alcanzar la fama imitando a los caballeros andantes e imponiendo, con la fuerza de su espada, el bien en el mundo. Es decir, la novela trata, en registro satírico, de las consecuencias del hecho de perder el sentido de la realidad. Pero también hemos dicho que las cosas no son tan sencillas, porque el protagonista, sin dejar de estar loco, se va convirtiendo a los ojos de su creador (y de los lectores) en un auténtico caballero, hasta el extremo de ennoblecer espiritualmente a su escudero y de convertirse en símbolo de generosidad y grandeza de espíritu.
También puede entenderse la novela como la crónica de la creciente amistad y mutua influencia entre los dos seres más antitéticos del mundo (aunque los dos coinciden en su bondad natural). Sancho y don Quijote, don Quijote y Sancho, son arquetipos físicos y espirituales de rasgos y valores contrapuestos, que sólo la genialidad de Cervantes logró fundir y armonizar más allá de su natural oposición: el espíritu y la carne, el valor y la cobardía, el amo y el criado, el noble y el gañán, la cultura libresca y la cultura popular, la locura sensata y la cordura insensata…
Este es el momento de recordar, sin embargo, que todo lo que sucede en El Quijote tiene lugar en la lengua de la narración. Es decir que, expresado en otra lengua literaria, la novela no sería la misma, ni en ella sucedería lo mismo. No es tan difícil de comprender: la acción de la novela, lo que en ella les va sucediendo a sus dos protagonistas, sólo adquiere pleno sentido a partir de los comentarios que el amo y el criado van haciendo sobre lo que les acontece. Comentarios a los que hay que añadir los del autor (o los de los «autores», ya veremos por qué). Observad, pues, que la acción es excusa para la palabra que reflexiona sobre ella, y se encarna en la palabra. Los personajes son lo que son y se transforman en lo que se transforman, no sólo porque actúan como actúan, sino porque piensan como piensan y, sobre todo, porque hablan como hablan, sin olvidar los comentarios del autor (o de los «autores») de la novela. 
De ahí, por ejemplo, la importancia que tiene, en el ámbito de los diálogos, el hecho de que, en la segunda parte de la obra, Sancho razone con finura de espíritu, mientras que don Quijote se contagia del refranero popular de Sancho. De ahí, en definitiva, la modernidad de una novela que fundamenta la narración en sus propios materiales lingüísticos, a partir de los cuales adquieren su pleno sentido los personajes y las situaciones.
UNA ESTRUCTURA ROCAMBOLESCA
La modernidad de esta novela abarca también otros elementos del máximo interés. Así, Cervantes, en El Quijote, se plantea nada más y nada menos que el espinoso tema de la identidad del narrador, es decir, el tema de la identificación de la voz que narra la novela. Según el texto, Cervantes no sería más que el traductor al castellano de las crónicas escritas en árabe por el historiador Cide-Hamete (primer autor de la novela en tanto que testigo directo y, curiosamente, invisible, de las aventuras de don Quijote). Esto le permite a Cervantes intervenir directamente en el texto que pretende estar traduciendo e insertar sus propios comentarios (supuestamente como traductor de la crónica) cuando lo cree narrativamente conveniente.
Pero hay más. El personaje del Quijote llega a ser quien es porque, en el lapsus de años que separa la publicación de la primera parte de la novela de la publicación de la segunda, los otros personajes ya han leído la primera parte
Don Quijote alcanza lo que se proponía, la fama, porque un testigo invisible de sus aventuras (Cide-Hamete) las ha escrito y publicado y, en consecuencia, en la segunda parte de la obra, es reconocido como personaje famoso por el resto de los personajes de la novela: un personaje de ficción es reconocido como personaje de ficción por el resto de personajes de una novela leída por sus propios personajes…
Nada de ello resiste un análisis lógico, pero el conjunto posee la contundencia de las imágenes reflejadas en una serie de espejos que las refractan, unas dentro de otras, hasta el infinito. No estará de más observar que un hallazgo estructural de tanta osadía (¡en un texto realista y moralizante!) no será afrontado en lengua castellana (y por parte de escritores antirrealistas) hasta siglos más tarde.
En conclusión, tal vez se haya comprendido ahora por qué la lectura de El Quijote puede ser calificada, hoy más que nunca, de aventura o de juego al mismo tiempo serio y extremadamente divertido, juego sembrado de sentidos y de dobles sentidos, y atravesado de piedad y de humor, de ironía y de profundidad, de acción y de reflexión. Por qué, en la lectura, el lector reconocerá y se reconocerá en los dos arquetipos más universales de la condición humana, que discurren, se transforman y se agigantan a lo largo de un texto que parece desbordar las intenciones iniciales de su autor. Por qué, finalmente, la gran novela de Cervantes plantea y soluciona algunos de los problemas narrativos que empiezan a preocupar a teóricos y a escritores varios siglos más tarde, como el de la voz narradora de la novela distinta de la del autor, o el de la confusión de planos entre ficción y realidad en el seno de una estructura narrativa extremadamente compleja.
SOBRE EL AUTOR
Nada diré de Miguel de Cervantes que un lector curioso no pueda descubrir por sí mismo o, más modestamente, si consulta el índice de nombres que cierra la presente edición. Recordaré tan sólo que fue hombre valiente y generoso; que sus maestros fueron humanistas; que su religiosidad fue sincera y poco amiga de manifestaciones de beatería; que fue herido en la batalla de Lepanto, sufrió largo cautiverio en Argel y cárcel infamante en España; que fue pobre y nunca consiguió un empleo que le permitiera escribir sin angustias; que su obra enriqueció a sus editores, pero no a él; que fue desgraciado en su vida sentimental, pese a lo cual nunca menosprecia a las mujeres, sino que expresa por ellas una extremada comprensión y cordialidad; que los escritores de su tiempo le ignoraron, cuando no le atacaron; que plagiaron su obra; que muy pronto supo que El Quijote sería una novela imperecedera.
J. L. Giménez-Frontín
ADVERTENCIA
Esta adaptación no pretende sino despertar el placer de la lectura del Quijote en una primera aproximación, por fuerza distorsionada, a la gran novela de Cervantes. Nunca, sin embargo, deberéis citar el texto de esta adaptación en un ejercicio escolar: la cita casi nunca reproducirá textualmente el original, porque mucho es lo que, en una adaptación, debe alterarse y condensarse el texto originario, para que la lectura no pierda, en su brevedad, sentido narrativo. Además, y por las mismas razones, los capítulos de esta adaptación, así como sus títulos, tampoco se corresponden con los de la obra original.
Idéntico motivo me ha impulsado a cierta actualización de sintaxis y léxico, en vez de incluir la explicación de los arcaísmos en un abultado apéndice.
Así pues, debéis acudir directamente, cuando queráis citarlo, al texto original y completo del Quijote.
G.-F.

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