Cuando
Cervantes hace visitar a su personaje, el Quijote, una imprenta de Barcelona,
pone en su boca la observación de que leer una obra traducida es como mirar un
tapiz por el envés. ¿Cuál habría sido su comentario sobre las adaptaciones
juveniles, de haber existido éstas a principios del siglo XVII? Acaso, que son
como mirar un tapiz por el derecho, pero con un catalejo del revés…
Aun
así, esta visión minimizada de los dibujos del tapiz tal vez tenga sentido si
consigue hacer pasar un buen rato a sus lectores y, como por añadidura, irles
enseñando las reglas de un juego apasionante, capaz de hacerles vivir las más
insospechadas aventuras. Estas aventuras son, en efecto, intelectuales, pero no
por ello dejan de ser aventuras, y aventuras de riesgo. Y el juego no es otro
que el de la novela; quiero decir el de la novela
contemporánea, cuyos rasgos más característicos se hallan apuntados, cuando
no desarrollados y agotados, en las páginas del Quijote.
Ya sabéis
que, desde su publicación, los lectores de todas las lenguas y culturas han
calificado El Quijote como la primera
y más genial novela de la literatura universal. Pues bien, para comprender esta
afirmación tendremos que detenernos en algunas de las claves de su lectura,
tendremos que tomar posesión de estas claves que, como su nombre indica, son llaves que nos abrirán las puertas de la
lectura y son secretos que de pronto dejarán de serlo. Veamos.
UNA
SÁTIRA MORALIZANTE
Lo primero
que a veces ponen de relieve los manuales escolares es que El Quijote es una burla de los libros de caballerías: una sátira
tan genial que contribuyó decisivamente a acabar con el gusto por la lectura de
aquel género tan popular en el siglo XVI español. Todo esto es muy verdad y,
sin embargo, ¿a quién puede importarle hoy día? Ruego en este punto un poco de imaginación
al lector. Los libros medievales de caballerías contaban aventuras y
heroicidades de unos guerreros fantásticos e indestructibles, enfrentados a
enemigos no menos grandiosos. Eran un portento de libertad e imaginación
narrativas (y mucho del género satirizado impregnó el desenfado del Quijote), más o menos como hoy puedan serlo
las series de aventuras de ciencia ficción. Hay que comprender, por tanto, que,
cada vez que se alude en la novela a algún guerrero o a alguna situación típica
de los libros de caballerías, se estaba haciendo alusión a personajes tan
populares entonces como hoy lo son algunos héroes de las series televisivas,
cinematográficas, informáticas o gráficas de la ciencia ficción.
La diferencia
entre las aventuras de los libros de caballerías y la ciencia ficción no
estriba, pues, en la actitud o expectativas de los lectores, sino en que, ya en
el siglo XVI, los libros de caballerías se remitían a un remoto pasado, mientras
que la ciencia ficción se remite a un futuro
cada vez más próximo.
Todo
esto no tendría mayor importancia, si no fuera porque el personaje del Quijote,
al creerse él mismo, en su delirio, un caballero andante medieval, provoca con
su atuendo y vocabulario, entre los lectores de entonces, la misma irrisión que
hoy día provocaría un hombre de unos cincuenta años que se lanzara a las carreteras
vestido como un soldado de las guerras napoleónicas. Conviene recordarlo: el
Quijote viste la armadura y esgrime las armas de sus bisabuelos. Y no sólo esto; también habla en una jerga arcaica y
literaria que nadie en la calle hablaba en su época, es decir, habla como un
personaje de una novela de caballerías. Por poner un ejemplo conocido, en su
boca las mujeres hermosas son fermosas
doncellas. Recordemos, pues, que la imitación burlesca no sólo afecta a las
situaciones, sino al núcleo mismo de la narración, que es la lengua literaria
de la novela.
Es evidente
también que Cervantes, como la casi totalidad de los escritores de su tiempo,
tiene una intención moralizadora
cuando satiriza los libros de caballerías y combate sus efectos entre los
lectores ingenuos (el mismo personaje del Quijote es un lector ingenuo que confunde la ficción con la realidad). Según
Cervantes, el arte, las letras, no pueden servir para perder contacto con la
realidad, sino para profundizar en su comprensión. Este era el talante
intelectual de los humanistas europeos
de entonces, enemigos por lo general de toda clase de literatura de ficción y
de divertimento. Pues bien, es sorprendente que el más certero ataque contra
los «peligros morales» que entrañaba la lectura de libros de aventuras venga
representado por otro libro de aventuras, y que a un género de ficción se lo
combata con otro género de ficción.
Porque,
con El Quijote, se consagraba una
ficción de signo bien distinto: se trataba de un texto que narraba la vida, no
de un héroe inverosímil, sino la de un vecino de un pueblo como otros muchos
pueblos. En definitiva, se trataba de una ficción sobre la realidad. Veamos
hasta qué extremo esto era una novedad importante.
EL
REALISMO: UNA REVOLUCIÓN LITERARIA
No fue
Miguel de Cervantes el primer escritor que tuvo la osadía de narrar hechos y
acontecimientos posibles, es decir, el primero en contemplar la realidad como
materia narrativa. En los tiempos modernos y en las culturas occidentales, este
honor pertenece al anónimo autor del Lazarillo,
en 1554, cincuenta y un años antes de la publicación de la primera parte del Quijote.
Pero Quijote y Lazarillo, Lazarillo y Quijote, son los dos legados que la
novela castellana entrega en herencia a la literatura universal, que ya no será
la misma después de la revolución que supuso el no contar la vida de héroes
míticos, sino la de un desgraciado muchachito de Tormes y la de un enloquecido
y entrañable hidalgo de la Mancha.
Hay
quien afirma que la mentalidad del autor del Lazarillo y la de Cervantes tuvo que ser producto de la reacción de
los castellanos «nuevos» frente al concepto heroico de la realidad que tenían
los castellanos «viejos». Viejos y nuevos en sentido histórico y geográfico (la
reacción más realista y abierta de los nuevos pobladores de Castilla la Nueva frente
al aristocratismo de los habitantes de Castilla la Vieja y del reino de León), pero
acaso también en un sentido religioso, entendiéndose entonces por «castellanos
nuevos» a los «cristianos nuevos», es decir, a los conversos, sobre todo del
judaísmo, a raíz de la persecución legal contra las minorías étnicas y
religiosas que instauraron los Reyes Católicos.
Otros
autores observan que El Quijote ha
sido la piedra fundacional y angular de la tradición
realista, tan característica de la novela española hasta nuestros días. Y
no falta quien observe que, a causa de su propia genialidad, El Quijote ha podido pesar como una losa
en la novela posterior, coartando la libertad e imaginación de los escritores
españoles posteriores (cuando El Quijote
es una novela tan osada e imaginativa).
En
fin, que los cervantistas han llenado miles y miles de páginas con sus comentarios
a esta gran novela, y las seguirán llenando, porque una obra de excepción
permite que cada lector le dé su personal y característica lectura.
HUMOR
NO ES FRIVOLIDAD
Llegados
a este punto, observad cómo la genial combinación de realismo, intención
moralizante y sátira de los libros de caballerías origina una novela tremendamente
divertida. Y divertida hasta el extremo de que, en su tiempo, los autores
consagrados no se la tomaron en serio. Y es que siempre habrá gentes severas (a
veces severas y además alicortas) que identifiquen por principio profundidad
con ausencia de humor. Gentes incapaces de comprender a qué extremos de
profundidad puede llegar el arma del humor en manos de un genio. Gentes que
rechazarán la clave que nos propone Cervantes para la lectura del Quijote en el mismo prólogo a la primera
parte de la obra (donde comprobaréis con qué inteligencia y con qué malicia se
ríe de la pomposidad y fatuidad de los grandes escritores de su tiempo).
Habrá
que recordarlo: El Quijote fue y
sigue siendo una novela enormemente divertida, concebida para distraer,
deleitar y alegrar el ánimo de sus lectores. (Hay quien afirma que Cervantes
conocía la obra de Erasmo, enemigo declarado de la tristeza y la melancolía.)
Pero El Quijote también fue y sigue
siendo otras muchas cosas, cosas que habrá que comentar brevemente a
continuación.
LOCURA
Y CABALLEROSIDAD; NO LOCURA O CABALLEROSIDAD
El
tema de un personaje que quiere ser desmesurada imitación de otro o de otros
personajes de ficción era perfectamente conocido por Cervantes.
La
originalidad del Quijote no radica ahí, sino en el hecho de que nuestro loco,
el hidalgo Alonso Quijano, apodado el Bueno, es capaz de combinar sus arrebatos
de irrealidad con la más sensata percepción de la realidad y de los valores
éticos y sociales. El Quijote sólo está loco en lo tocante al tema de la caballería
andante, es decir, en todo lo que atañe a su propia identidad. Su locura, además, es una locura comunicativa, capaz de
liar en sus redes de irrealidad a los espíritus más sencillos (como Sancho
Panza, su escudero), pero también, paradójicamente, a las mentes que debieran
ser superiores (el bachiller Sansón Carrasco, los Duques, etc.), que, en último
extremo, no hacen sino adaptarse a las reglas del juego que les impone don
Quijote, aunque lo hagan para burlarse de él o para curarle de su locura.
También
se trata de una locura extremadamente coherente y astuta (tal como la ciencia
moderna ha demostrado que suele ser el sistema de lógica interna de los
delirios), hasta el extremo de que un autor ha pretendido que la única locura
del personaje es la de empecinarse en
fingirse loco.
Cabe
añadir que, a excepción de algún arrebato de ira y mal humor, se trata de una
locura bondadosa, empeñada en socorrer a las víctimas y en atacar a sus
verdugos, una locura empeñada en hacer el bien. Pero esta bondad no es del todo
desinteresada. Don Quijote no es un ser angélico, sino un hombre de carne y
hueso que tiene sus motivaciones: alcanzar
la fama gracias a su comportamiento ejemplar, a imitación de la vida y de
las hazañas justicieras de los caballeros andantes.
Es
curioso observar que, en el título de la primera parte, Cervantes llamó hidalgo a don Quijote (El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha), mientras que en el título de la segunda lo califica de caballero (Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha). En
el castellano de la época, «ingenioso» quería decir «de carácter ocurrente,
extravagante y excéntrico». Hay que observar que en la primera parte de la
obra, cuando don Quijote es tan sólo un hidalgo, un noble provinciano de
segunda o tercera categoría podríamos decir, es cuando el personaje hace gala
de sus arrebatos más ingeniosos, es decir, más disparatados. Poco a poco, sin
embargo, la bondad y caballerosidad del personaje parece que se vayan imponiendo
a su propio creador, hasta el extremo del significativo cambio de «hidalgo» por
«caballero» en el título de la segunda parte.
Más
de un comentarista ha hecho notar, en este punto, que la locura del Quijote
recuerda la locura de los caballeros de
Cristo, empeñados en imitar a
Cristo a raíz de la lectura de libros religiosos. Habrá que recordar que el
propio Sancho observa que su amo tiene mucho de predicador laico. El paralelismo parece bastante acertado, pero no
conviene llevarlo a unos extremos excesivamente literales, o perderemos de
vista la clave de humor en que está escrita la novela. Mas la observación es
oportuna, aunque sólo sea para poner de relieve el sentido oculto y humanista
del catolicismo de Cervantes (quizás conocedor, ya lo hemos dicho, de la obra
de Erasmo de Rotterdam), quien no por casualidad se permite toda clase de
bromas y de pullas sobre las prácticas del catolicismo
popular (reliquias, ex votos, penitencias, etc.). No obstante, nada hay en
la obra de Cervantes que permita hablar seriamente de un humanismo reformado
como el de los protestantes europeos, y sí, por el contrario, de una
religiosidad ortodoxa y de una sensibilidad
muy española y de su tiempo, que no se escandalizaba, por ejemplo, de la quema
de libros en una especie de auto de fe.
Otros
autores, en cambio, quieren ver en el talante caballeroso de Alonso Quijano
(para alabarlo o para denostarlo) un claro símbolo del supuesto carácter
español, al parecer tan dado a vanas quijotadas,
a medio camino entre el ridículo más espantoso y el más generoso y noble de los
heroísmos.
¿QUÉ
ES LO QUE SUCEDE EN EL QUIJOTE?
O sea:
¿de qué trata la novela de Cervantes? Ya hemos dicho que es la historia de un
noble casi arruinado y cincuentón, que se vuelve loco con la lectura de las
novelas de caballerías y pretende alcanzar la fama imitando a los caballeros
andantes e imponiendo, con la fuerza de su espada, el bien en el mundo. Es
decir, la novela trata, en registro satírico, de las consecuencias del hecho de
perder el sentido de la realidad.
Pero también hemos dicho que las cosas no son tan sencillas, porque el protagonista,
sin dejar de estar loco, se va convirtiendo a los ojos de su creador (y de los
lectores) en un auténtico caballero, hasta el extremo de ennoblecer
espiritualmente a su escudero y de convertirse en símbolo de generosidad y
grandeza de espíritu.
También
puede entenderse la novela como la crónica de la creciente amistad y mutua influencia entre los dos seres más antitéticos
del mundo (aunque los dos coinciden en su bondad natural). Sancho y don
Quijote, don Quijote y Sancho, son arquetipos físicos y espirituales de rasgos y valores contrapuestos, que sólo
la genialidad de Cervantes logró fundir y armonizar más allá de su natural
oposición: el espíritu y la carne, el valor y la cobardía, el amo y el criado, el
noble y el gañán, la cultura libresca y la cultura popular, la locura sensata y
la cordura insensata…
Este
es el momento de recordar, sin embargo, que todo lo que sucede en El Quijote tiene lugar en la lengua de la narración. Es decir
que, expresado en otra lengua literaria, la novela no sería la misma, ni en
ella sucedería lo mismo. No es tan difícil de comprender: la acción de la
novela, lo que en ella les va sucediendo a sus dos protagonistas, sólo adquiere
pleno sentido a partir de los comentarios
que el amo y el criado van haciendo sobre lo que les acontece. Comentarios
a los que hay que añadir los del autor (o los de los «autores», ya veremos por
qué). Observad, pues, que la acción es excusa para la palabra que reflexiona
sobre ella, y se encarna en la palabra. Los personajes son lo que son y se
transforman en lo que se transforman, no sólo porque actúan como actúan, sino porque
piensan como piensan y, sobre todo, porque hablan
como hablan, sin olvidar los comentarios del autor (o de los «autores») de
la novela.
De ahí,
por ejemplo, la importancia que tiene, en el ámbito de los diálogos, el hecho
de que, en la segunda parte de la obra, Sancho razone con finura de espíritu,
mientras que don Quijote se contagia del refranero popular de Sancho. De ahí,
en definitiva, la modernidad de una novela que fundamenta la narración en sus
propios materiales lingüísticos, a partir de los cuales adquieren su pleno
sentido los personajes y las situaciones.
UNA
ESTRUCTURA ROCAMBOLESCA
La modernidad
de esta novela abarca también otros elementos del máximo interés. Así,
Cervantes, en El Quijote, se plantea
nada más y nada menos que el espinoso tema de la identidad del narrador, es
decir, el tema de la identificación de la
voz que narra la novela. Según el texto, Cervantes no sería más que el traductor al castellano de las crónicas
escritas en árabe por el historiador Cide-Hamete (primer autor de la novela en
tanto que testigo directo y, curiosamente,
invisible, de las aventuras de don Quijote). Esto le permite a Cervantes
intervenir directamente en el texto que pretende estar traduciendo e insertar
sus propios comentarios (supuestamente como traductor de la crónica) cuando lo
cree narrativamente conveniente.
Pero
hay más. El personaje del Quijote llega a ser quien es porque, en el lapsus de
años que separa la publicación de la primera parte de la novela de la
publicación de la segunda, los otros
personajes ya han leído la primera parte.
Don
Quijote alcanza lo que se proponía, la fama, porque un testigo invisible de sus
aventuras (Cide-Hamete) las ha escrito y publicado y, en consecuencia, en la
segunda parte de la obra, es reconocido como personaje famoso por el resto de
los personajes de la novela: un personaje de ficción es reconocido como
personaje de ficción por el resto de personajes de una novela leída por sus
propios personajes…
Nada
de ello resiste un análisis lógico, pero el conjunto posee la contundencia de
las imágenes reflejadas en una serie de espejos que las refractan, unas dentro
de otras, hasta el infinito. No estará de más observar que un hallazgo
estructural de tanta osadía (¡en un texto realista y moralizante!) no será afrontado
en lengua castellana (y por parte de escritores antirrealistas) hasta siglos
más tarde.
En
conclusión, tal vez se haya comprendido ahora por qué la lectura de El Quijote puede ser calificada, hoy más
que nunca, de aventura o de juego al mismo tiempo serio y extremadamente divertido,
juego sembrado de sentidos y de dobles sentidos, y atravesado de piedad y de
humor, de ironía y de profundidad, de acción y de reflexión. Por qué, en la
lectura, el lector reconocerá y se reconocerá en los dos arquetipos más
universales de la condición humana, que discurren, se transforman y se
agigantan a lo largo de un texto que parece desbordar las intenciones iniciales
de su autor. Por qué, finalmente, la gran novela de Cervantes plantea y
soluciona algunos de los problemas narrativos que empiezan a preocupar a
teóricos y a escritores varios siglos más tarde, como el de la voz narradora de
la novela distinta de la del autor, o el de la confusión de planos entre
ficción y realidad en el seno de una estructura narrativa extremadamente compleja.
SOBRE
EL AUTOR
Nada diré
de Miguel de Cervantes que un lector curioso no pueda descubrir por sí mismo o,
más modestamente, si consulta el índice de nombres que cierra la presente
edición. Recordaré tan sólo que fue hombre valiente y generoso; que sus maestros
fueron humanistas; que su religiosidad fue sincera y poco amiga de manifestaciones
de beatería; que fue herido en la batalla de Lepanto, sufrió largo cautiverio
en Argel y cárcel infamante en España; que fue pobre y nunca consiguió un
empleo que le permitiera escribir sin angustias; que su obra enriqueció a sus
editores, pero no a él; que fue desgraciado en su vida sentimental, pese a lo
cual nunca menosprecia a las mujeres, sino que expresa por ellas una extremada comprensión
y cordialidad; que los escritores de su tiempo le ignoraron, cuando no le
atacaron; que plagiaron su obra; que muy pronto supo que El Quijote sería una novela imperecedera.
J. L. Giménez-Frontín
ADVERTENCIA
Esta
adaptación no pretende sino despertar el placer de la lectura del Quijote en
una primera aproximación, por fuerza distorsionada, a la gran novela de
Cervantes. Nunca, sin embargo, deberéis citar el texto de esta adaptación en un
ejercicio escolar: la cita casi nunca reproducirá textualmente el original,
porque mucho es lo que, en una adaptación, debe alterarse y condensarse el
texto originario, para que la lectura no pierda, en su brevedad, sentido
narrativo. Además, y por las mismas razones, los capítulos de esta adaptación,
así como sus títulos, tampoco se corresponden con los de la obra original.
Idéntico
motivo me ha impulsado a cierta actualización de sintaxis y léxico, en vez de
incluir la explicación de los arcaísmos en un abultado apéndice.
Así
pues, debéis acudir directamente, cuando queráis citarlo, al texto original y
completo del Quijote.
G.-F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario