sábado, 13 de mayo de 2017

Elémire Zolla: "Melville y el abandono del zodíaco" (II) (Papeles de Son Armadans, julio-agosto 1962)

El segundo capítulo de Moby Dick transporta del «noviembre del alma» al diciembre que señala la partida de tierra, del mes de los muertos al mes del nacimiento. Aquí no domina la imagen del agua sino la del viento que es tanto la «prueba del aire» tras la prueba del agua, como una imagen de crítica social, como lo será en la poesía de Bertoldt Brecht: « ¡De estas ciudades quedará sólo el que las atraviesa ahora, el viento!».
La ciudad de mar adonde llega Ismael es ventosa y negra como lo será el Londres descrito en Israel Potter, ciudad de Dite, pulular de llamecillas agitadas en la oscuridad. Sopla un viento gélido, en la ciudad donde Lázaro tiembla de frío y preferiría llamas del infierno antes que sentir amoratársele las manos en el viento gélido, donde ni siquiera el rico Epulón goza, ya que vive como un zar en un palacio de hielo, de lágrimas congeladas «y siendo presidente de una sociedad de templanza, bebe tan sólo las tibias lágrimas de los huérfanos».
Tumba -viento gélido- ciudad burguesa dividida entre un Lázaro rígido y un Epulón insensibilizado. Si en Manhattan quedaba expuesto el tema del tedio burgués, aquí destaca el tema del sufrimiento gélido de la sociedad burguesa. (En Redburn ya había sido representada la Liverpool de los slums, con una familia aterida en un antro, a la cual no era posible llevar ningún alivio que no fuese cruel prolongación de sufrimiento).
La prueba del aire se llama Euroclidon, es decir, viento de tempestad, de agitación. El llamado a las ambiguas aguas de vida ha traído el viento de la confusión y de la muerte viviente. El thumós, el alma vegetativa cuando expira arrancándose del cuerpo, a la muerte, deja el alma como psykè fría y sombría (negrura y vapor o humo era todo lo mismo para los griegos arcaicos: skia avepós; sombra ventosa vaporosa se decía en eólico). El viento es fecundante, paterno, por eso después de la invocación de las aguas maternas llega la invocación del padre gélido[1]. Longfellow, en el poema sacado de mitos de los indios de América, Hiawatha, narra cómo el héroe Hiawatha tuvo que luchar precisamente contra el padre Mudjekeewis, el viento de Occidente:

Backtreated Mudjekeewis
Rushing westward o’er the mountains,
Stumbling westward down the mountainst
Three whole days retreated fighting
Still pursued by Hiawatha
To the doorways of the West-Wind
To the portals of the Sunset
To the earth´s remotest border
Where into the empty spaces
Sinks the sun, as a flamingo
Drops into her nest at nightfall!
Ismael busca la hospitalidad de la «posada del respiradero» y al entrar divisa un cuadro indescifrable, pintado quizás por algún pintor del tiempo de la persecución de las brujas que se hubiese propuesto delinear el caos. Masa negra espumosa, levadura y fango: quizás «the breaking up of the icebound stream of Time».
De nuevo aquí un objeto, el cuadro abstracto. Hay que interpretarlo abandonándose a las asociaciones: caos primigenio, bazofia, masa negruzca. No basta, se debe «hacer un involuntario juramento dentro de sí para descubrir el significado». Siguen otras asociaciones: el mar revuelto por el huracán, la lucha de los cuatro elementos. Y de aquí la iluminación: el río del tiempo congelado que se rompe. Imagen de emancipación: «Una vez que se descubre esto, el resto está claro»: es el padre leviatán mismo que choca contra un barco. Liberación y destrucción, se corre el riesgo de morir, en el momento de la revelación. De hecho, ¿quién, leyendo las palabras, pongamos, de Pierre de Caussade, no se alarma? ¿Fiarse al espíritu que «sopla donde quiere» y no sabes dónde va ni de dónde viene? ¿Sin leyes, sin certidumbre? ¿Y si Dios traiciona, si se nos encuentra en el mal? ¿Si el padre en nosotros no está conciliado con nosotros?
El agua de vida se suelta de la presa del hielo y aparecen las imágenes de instrumentos, se ha visto, signo de pasaje a una fase ulterior: la taberna del respiradero tiene una colección de arpones, de mazas y de lanzas.
Para dormir en la posada, Ismael tendrá que acomodarse al lado de un compañero de lecho. Tras el viento glacial encontrará reposo y tibieza pero con una condición que le repugna, ya que detesta no poder dormir en su piel.
Ismael tendrá que dormir con el salvaje Quiqueg, que adora un idolillo grotesco en forma de feto. Tendrá que soportar su abrazo casi marital.
Recuerda que de niño le metían en la cama por castigo (soledad impuesta por la madre) y que una vez tuvo que esperar bastante para resurgir y le pareció que una mano se posaba sobre la manta, infundiéndole terror. Así le ceñiría el brazo de Quiqueg: la mano sobrenatural de la infancia, el brazo innatural de la prueba iniciadora se funden.
Tras los instrumentos aparece el hermafrodita, signo de la tercera fase. Ismael y Quiqueg forman una pareja innatural; son elementos diversos, el negro y el blanco, el salvaje y el civil, el inconsciente y el consciente. Es superfluo decir lo obvia que es la indicación a la innaturalidad de la situación (Ismael recuerda las azotainas de la infancia, Quiqueg lleva un arpón). Por otro lado, sería superfluo insistir sobre una interpretación de este tipo. Se sabe, como fue dicho en White Jacket:
«Los pecados por las que fueron destruidas las ciudades de la llanura, se perpetúan en algunas de estas Gomorras ceñidas de madera de los abismos. Más de una vez bajo el palo mayor de Neversink, se expusieron quejas que el oficial de a bordo alejaba de sí con horror, negándose a oírlas, ordenando al suplicante quitarse de en medio. Hay males sobre los barcos de guerra que, como el sofocado drama doméstico de Horace Walpole, no admiten la representación o la lectura, y casi no toleran que se piense en ellos. Que el hombre de tierra que no haya leído la Mysterious Mother de Walpole ni el Edipo tirano,[2] de Sófocles, ni la historia romana del conde Cenci ni el drama de Shelley, se cuide de conocer los horrores todavía más tremendos, que evite para siempre correr el velo».
El connubio contra natura, incestuoso u homosexual, es el acto que hace retroceder al estado de naturaleza, al pantano primigenio, al limo natal que los antiguos tenían constantemente presente como presencia no eliminable, como amenaza que exorcizar, comprendiendo lo que tenía de eterno y la función de símbolo de verdades superiores y solares. El incesto o la homosexualidad es el acto prohibido por el fas o por el jus civile, no por el jus naturale, no proscrito aún en las sociedades de espigadores promiscuos que tienen por divinidad al perro, ni ilícito en el estrato más profundo de la psyque. Así proclamaba Ovidio (Met. 10, 321) por boca de su Mirra:

Di, precor, et Bietas, sacrataque jura parentum;
Hoc prohibí te nefas: scelerique resistite tanto;
Si tamen hoc scelus est. Sed tamen damnare negatur
Hanc Venerem Pietas: coëuntque animalia nullo
Caetera delecta, nec habetur turpe iuvencae
Ferre patrem tergo: fit equo sua filia coniunx;
Quasque creavit, init prendes caper: ipsaeque cuius
Semine concepta est, ex illo concipit ales.
Felices quibus ista licent i humana malignas
Cura dedit leges: et quod Natura remittit
Invida iura negant.
La sabiduría antigua de los misterios, exorcizaba la aparición de estas visiones que van contra la naturaleza civil, con una actitud sin pánico y sin hipocresía. En un grado inferior, este exorcismo operaba de esta manera: el acto abominable es símbolo de vida separada de leyes, de vida creativa espontánea, de vida viviente dotada de toda la fuerza de la naturaleza animal; por eso se osa cometerlo, para prepararse a cosas inmensas y excelsas y arriesgadas. Del mismo modo que los magos de ciertas tribus se dan fuerza y poder interior gracias a actos contra natura, quien se prepara en general a empresas extraordinarias yace con la hermana o la madre[3]. En un grado superior, en sociedades no ya de cazadores sino de agricultores civiles, se forma una sabiduría religiosa que interpreta de modo al revés, per speculum in acnigmate las visiones de actos abominables, y medita la relación entre el hombre y el animal que es parecida a la del hombre y Dios, y considera que los acoplamientos monstruosos son semejantes a aquellos de que se vale Dios para visitar al hombre y lo convierte, invirtiendo los movimientos naturales del corazón. Lo sobrenatural es innatural (aún si no vale lo inverso): «todas las uniones con las cuales Zeus procrea los muchachos intermediarios son ilegítimas. Papel del adulterio en la mezcla medieval de amor y de mística. Idea que la unión de hombre y Dios es algo esencialmente ilegítima, contra naturaleza, sobrenatural. Algo de furtivo y de secreto»[4].
Ponerse más allá del yugo social, y de las leyes, es, simbólicamente, por representación ex contrario, el matrimonio del hermano y de la hermana entre los alquimistas[5], las nuptiae chirnicae solis et lunae. La conversión a la vida fluida del abandono quiere que se nos libere de todos los vínculos mecánicos (del resentimiento, de la avidez, de la costumbre misma de decir ‘yo’ o ‘nosotros’ como dice la oración contenida en el canto Man and Bird de Clarel: «I, self, am the enemy of All. From me deliver me, O Lord!: Yo soy el enemigo del Todo. Libérame de mí, oh Señor), y se llega a ello dando la vuelta a la naturaleza civil del hombre con un acto que es tan contrario a ella como la vuelta a la promiscuidad del jus naturale, (común a los hombres y a los animales, afirma el Digesto). El lenguaje, además, muestra la misma tendencia designando los opuestos con la misma palabra, por lo que altus indica la cima como el fondo, la altura y lo profundidad.
Para Melville la relación entre innatural y sobrenatural es estrechísima, pues acercándose a la idea sobrenatural (en White Jacket escribió que «quería sumergirse en el alma humana aun con el riesgo de levantar el fango del fondo»), abandonándose al destino, se puede caer en el horror, y Pierre será precisamente una ilustración per figuras de este terror del abandono. En verdad, como dirá en Clarel:

El mundo no puede salvar al mundo
y Cristo renuncia. Su fe,
rompiendo con toda vía mundana,
mira derecho al cielo.
Pero mirando al cielo se puede caer, como Pierre, en lo demoníaco, si no nos hemos purificado antes en el subconsciente. Sea como sea, el único camino a lo divino es el del repudio de toda ligazón social (así, San Juan de la Cruz dice del camino dirigido al Carmelo «ya por aquí ni hay camino que por el justo no hay ley»).
Para Ismael, el pasaje a la vida viviente, a la liberación, es facilitado por una capacidad de enfrentarse con su inconsciente, aunque sea entre los mil terrores que esto conlleva. Él debe conciliarse con lo que se esconde en él, con su infancia: con la mano espectral que se imaginó sentir posada sobre la suya un día de la infancia, a profundidades aterradoras de su memoria.
Él tendrá que conciliarse con lo que le turba, lo aterra, le disgusta y que, por lo tanto, muestra ser parte de él, y de él expulsada y azuzada. Tendrá que evitar, delante de ella, darse cualquier sentimiento de este tipo.
Ismael observa: «los salvajes son seres extraños, no se sabe cómo tomarlos. Al principio son turbadores, su tranquilo recogimiento de simplicidad parece una sabiduría socrática..., quizás por ser verdaderos filósofos, los mortales no debiéramos ser conscientes de tanto vivir y de tanto afán». Quiqueg es en verdad lo opuesto de Ismael, entristecido por el aburrimiento, por el resentimiento, helado en sí mismo, consciente de sus afanes. Quiqueg representa la sabiduría que es proclamada por todas las religiosidades, el abandono que I King define así: «Saber guardar serenidad en el corazón y, sin embargo, estar preocupados en el pensamiento: de este modo se está en medida de determinar salud y desgracia en la tierra y de cumplir toda cosa difícil en la tierra». A tal sabiduría apunta Ismael contemplando a Quiqueg:
«Me hallaba sentado en aquella habitación solitaria: el débil fuego bajo, en ese punto tibio en que, después de haber templado el aire con una intensidad, sólo sigue ardiendo para ser contemplado; las sombras y los espectros de la noche se agrupaban alrededor de los cristales, mirándonos y nosotros dos solitarios; afuera retumbaba la tempestad en ímpetus solemnes; comencé a ser sensible a sentimientos extraños. Sentí en mí una licuefacción. Mi corazón astillado y mi mano enloquecida ya no estaban en guardia contra el mundo de lobos. Este salvaje de virtud lenitiva lo había redimido».

Así se consuman las «bodas de los corazones». El secreto redentor es la capacidad de acoger el mundo sin las «hipocresías civiles» que nacen del estar en guardia contra el «mundo de los lobos», de modo que a fuerza de estar en guardia contra ellos se padecen y recalcan los rasgos, se tiene el corazón astillado por ellos. Vencer el miedo no significa sólo afrontar lo ignoto, abandonar la ciudad, sino desmantelar las defensas interiores, las corazas que han sido endosadas en defensa del mundo, deshacerse de la parálisis y de los gestos de alarma. Entonces se derrumban los miedos a lo nuevo y a lo extraño y a lo extranjero, se vuelve a ver precisamente en lo que ha repugnado lo que atrae. Se es libre de «acordarse con los imanes», se ha adquirido la virtud del abandono: las aguas del tiempo han sido liberadas, el hielo ha sido vencido por el luego (como el agua que no es agua, es el fuego que subsiste «sólo para ser contemplado»: al bautizo del Bautista sigue el de fuego del Cristo).
La primera etapa de la iniciación de Ismael está cumplida, él se ha liberado del aburrimiento, del miedo, del resentimiento y del respeto social, ha vencido las anquilosidades y las coacciones, ha metido en un ciclo místico hasta los mitos de Quiqueg (el ídolo, las costumbres de las islas del Sur).
¿Cómo derretir el hielo de la civilización occidental? Las nupcias con su opuesto, la civilización de las islas del Sur, mostraban los males de la civilización contrapuestas a sus llamadas ventajas: «las quemaduras del corazón, las envidias, las rivalidades sociales, las disensiones familiares, las mil injurias, las incomodidades que se nos inflige», como se decía en Taypee.
ELÉMIRE ZOLLA [Traducción: Enrique de Rivas]
Papeles de Son Armadans, Año VII, Tomo XXVI. Núm. LXXVI,
Madrid-Palma de Mallorca. Julio, MCMLXII pp. 35-45.

IV
Para preparar a Ismael y al lector a este deshielo del río del tiempo había habido un intermedio: la prédica del padre Mapple en la capilla de los balleneros, el sermón sobre el libro de Jonás.[6] Al principio el pastor había dado una explicación devocional común: Jonás no se había desobedecido a sí mismo para obedecer a Dios. Luego había descubierto el significado contenido en el mito: negarse a predicar en Nínive y buscar el embarcarse en Tarsis significa no haber comprendido la virtud del abandono y del rechazo de toda consolación: « ¡Ay del que trata de derramar aceite sobre el agua cuando Dios le fermenta en borrasca! ¡Ay del que en este mundo no corteja al deshonor!» En el poema Clavel el canto de Sodoma volverá a postular esta idea del mal: Sodoma es tragada en la tierra hoy mefítica porque en ella vivieron pecadores, pero la culpa de ellos «no fue toda carnal». Dice la alocución al pecador:

Conociste el mundo y sin embargo lo barnizaste
Comerciaste sobre las orillas del delito
y no desembarcaste.

El pecado cumple el pecado mus huye el pensamiento
que barre el abismo formado por el pecado.

Profundizar en el vértigo del terror, ser tragado con riesgo de la vida y del alma en el vientre de la ballena, significa comprender que sólo de esa nada puede nacer la vida viviente (para la Cábala el nombre secreto de Dios es agín, «nada»):
«Dilecto -altísimo y remoto e interior- quien contra los dioses y comodoros soberbios de la tierra opone la propia identidad inexorable (self)... Dilecto hasta el arbolito que no reconoce ni ley ni patrón sino Dios, y es patriota sólo del ciclo.»
Mansedumbre y temblor en el corazón es lo que se necesita para afrontar el riesgo de vivir según la inspiración, es decir, disponiéndose a respetar los signos de Dios que ofrezca el destino, a ser saciados por las aguas de la vida. Es ésta la enseñanza que Ismael recibe en tierra, de modo que cuando se embarca para la travesía le será fácil comprender (c. XXIII) que «en el puerto hay seguridad, comodidad, hogar, cena, mantas calientes, amigos, todo lo que ama nuestro estado mortal. Pero en aquel viento de borrasca, el puerto, la tierra, constituyen el peligro más cruel para la nave..., que se precipita perdidamente en el peligro por amor de la salvación: su amigo único es su enemigo más encarnizado..., verdad intolerable..., que todo pensar serio y profundo es sólo el intrépido esfuerzo del alma para mantener la libre independencia de su mar, mientras los vientos salvajes de 1a tierra y del cielo conspiran para arrojarla sobre la costa servil y traidora. Pero como en la ausencia de la tierra no hay más que la suprema verdad sin orillas, infinita como Dios, vale más perecer en aquel abismo aullante que ser abatido vergonzosamente a sotaviento, aunque en ellos hubiere salvación».
Los nuevos contenidos que adoran del inconsciente son arriesgados, son vivos por ambiguos. Pero precisamente porque se nos defiende de ellos, tienen un carácter tremendo y aterrador. Precisamente porque no se nos ha purificado del miedo y de su compañera la astucia, del pánico que dicta el gesto de ofensa y de defensa como de la obediencia a las normas de la comunidad, precisamente por eso el contacto con las aguas de la vida es fuente de horror y de turbación.
Sigue a las dos revelaciones, la verbal y discursiva del padre Mapple y la real y tangible de Quiqueg, un interludio jocoso, que podría parecer insensato. Los compañeros dioscuros están en una posada donde no se come más que pescado, donde todo es fishy lo que significa, propio del pez, resbaladizo, viscoso; donde se comen almejas, clams que hacen que todo sea clammy, pegajoso, húmedo. Tales juegos de palabras repetidas significan que la convivencia con el noble salvaje, las experiencias que tocan en virtud del abandono la propia naturaleza, son tales que hacen temblar, horrorizan la sensibilidad neurótica. Antiguamente, en los ritos de los misterios tenían gran papel las serpientes sagradas, que se tenían que retorcer alrededor del neófito: animales lúbricos, pieles viscosas y húmedas que se soportan sólo cuando interiormente uno se ha soltado de los escalofríos defensivos, del pánico miedoso. Cuando no serpientes, sangre y gritos.
La escuela de la espontaneidad, de la imprevisibilidad, de la naturaleza, puede producir un hombre capaz de pensar «untraditionally and independently», «recibiendo todas las impresiones dulces y salvajes, frescas del seno virginal, voluntarioso y que tiene confianza en la naturaleza», «aprendiendo un lenguaje atrevido, nervioso y alto». Ismael puede esperar tanto pues ha padecido las diversas pruebas: «In sacris uberi omnibus tres sunt istae purgationes: nam aut taeda purgantur aut sulpbure aut aquabluuntur, aut acre ventilantur..., omnis autem purgado aut per aquam fit aut per ignem aut per aerem!» (Servio su Eneide 6, 741 y Geórg. 2, 389).


V
El barco Pequod sobre el que se embarcan los dos amigos es símbolo de la sociedad, la sociedad está representada por el barco cuando con ello se quiere indicar el carácter inestable, desequilibrado, si no, son la ciudad o el jardín los que constituyen la imagen. Ahora el Pequod es una sociedad accionaria; los que tienen el poder son pocos (en este caso: Bildad y Peleg), y su mente utilitaria ama revestir con hipócritas razones la explotación despiadada. Son mandatarios de una muchedumbre de pequeños ahorradores y ante ellos responden de su administración cruel, fría, fruto de la avaricia llevada hasta la impersonalidad.
Pero quien dirige la sociedad no responde al mecanismo de la avaricia. El emprendedor y técnico representa algo distinto del capitalista. El que capitanea el Pequod, la sociedad accionista y utilitaria, es Ahab.
Él zarpa el día de Navidad, cuando las linfas empiezan a remontar los tallos de las plantas: se le compara con Perseo, el héroe solar por excelencia, y navega hacia los mares calientes, decidido a circunnavegar el globo, como el sol. Es el sol, o el héroe solar de la nueva sociedad. ¿Qué es lo que le roe o le empuja hacia adelante? No la ganancia, no la aventura, por sí misma, menos todavía un impulso místico. Es la búsqueda de la ballena blanca. ¿Pero qué significa? Es la ballena la materia que la ballenería transforma en mercancía, pero Ahab ha transformado la producción en un fin en sí, Ahab quiere la producción por la producción.
Sus oficiales de secunda son ejemplos del modo común de enfrentarse a la realidad de la producción industrial: Starbuck, el más noble, no participa sino en parte en la ética loca de la producción como fin en sí, siente todo lo que hay de irreverente, de torvo en la tensión voluntaria, sin embargo se adapta al dominio despiadado del espíritu de producción. Es todavía un hombre, cogido en el engranaje: «hombre firme, sólido, cuya vida era una pantomima de acción y no un doméstico capítulo de palabras». Stubb, por el contrario, es más abierto at magnetismo de la locura de Ahab, es un perfecto jugador, que apunta también su vida sobro la empresa, acepta el horror con espíritu jocoso. Flask, el tercer oficial, que «a veces tarareaba bailables al lado del monstruo más exasperado», es el buen técnico.
Ahab es la producción fin en sí misma, hecha dios. El «se fatiga inconscientemente» de continuo, aun cuando parece reposarse a fumar la pipa. No tiene necesidad de las instituciones acostumbradas del respeto, de la fidelidad, de las maneras consagradas (de los residuos feudales, familiares, no tiene de hecho verdadera necesidad de la sociedad burguesa) pero «no descuida las formas y los usos esenciales»..., y «detrás de estas formas se enmascaraba, usándolas para fines distintos y más privados de los que ellas debían legítimamente servir». Ahab engaña con un mínimo de respeto las formas de vida consagradas, como el Estado burgués.
Ahab aprieta en su poder a lo sociedad, sobre todo gracias a los discursos exaltados y a la distribución de licor. El artificio del respeto jerárquico heredado de otras formas sociales es indispensable («por eso los verdaderos príncipes del imperio de Dios se abstienen de tomar parte en las elecciones, dejando los honores más altos a los hombres que se hacen famosos más por su inferioridad infinita con respecto al puñado de hombres escogido por el Divino Inerte, que por su dudosa superioridad sobre el nivel muerto de la masa»).
Ahab, reducido a un murmullo de mecanismos vitales al servicio de su obsesión, está también, sin embargo, profundamente herido. La producción fin en sí misma esta simbolizada por su ingle ofendida, que no le impide procrear, por su herido de fuego que le surca el rostro.
Héroes claudicantes son en la mitología los maestros del fuego, Odino, Edipo. En general, en la mitología clásica son los héroes que pertenecen al draconteum genus los que persiguen una sabiduría solar, pero están atados todavía a la tierra palúdica (y por lo tanto son incapaces de caminar con desenvoltura). Ahab está atado al fuego, pero no al fuego como objeto de contemplación pura sino al fuego que quema, al fuego que incendia. El fuego que no da luz sino que arde y consume, es no ya Febo, sino Fetonte, y está relacionado con una idea del sacrificio cruento y bárbaro más que con la idea de la iluminación humana y solar.
Ahab es sublime porque tiene plena conciencia de su condición, es la sociedad que por aventura se confiesa sus principios:
«¡Soy la locura enloquecida! ¡Esa fiera locura que no está en calma más que para comprenderse a sí misma!»
Lo que Ahab trata de vencer es toda traza de candor, por eso es la inocencia misma la que es simbolizada por la Ballena blanca, la naturaleza en toda su vastedad buena y malvada. Objeto de reverencia y de terror es Dios, la natura naturans que la civilización industrial se propone doblar, esclavizar, destruir, para que todo sea autoconsciencia perfecta. La tripulación ideal del emprendedor-técnico perfecto es la del Pequod, una turba de desarraigados de todas las proveniencias, amalgamados en la histeria (en el «magnetismo») que promana de Ahab, todavía atados formalmente a los usos sociales, a las reverencias jerárquicas, que ya en realidad, no son más que ficciones. Única realidad a bordo del Pequod, como de la sociedad moderna, es el dominio insensato sobre la naturaleza, que convierte ni hombre mismo en mecanismo.
Semejante sociedad es magnetizada por Ahab mediante discursos enfáticos que encubren la verdadera meta: el suicidio colectivo.
Las preguntas a la muchedumbre que serán más tarde una de las normas retóricas de los dictadores de la era industrial, son ya arma de Ahab. Ahab inflama hacia un fin abstracto y mortuorio la masa de los desarraigados. En las páginas de Moby Dick se encuentra la respuesta a la pregunta que ha angustiado al siglo xx: ¿a qué se debe que se conviertan en movimientos de masa ideologías que no dan ninguna ventaja a la masa?
Ahab utiliza el mismo menjurje mágico de los dictadores: respeto hacia un mínimo de costumbres atávicas, invitación al desprecio y exaltación fría mediante discursos histéricos. El dilema entre el odio y la piedad, y el obsequio que ferozmente se agita en el corazón de Starbuck es el mismo que ha lacerado el corazón de los buenos burgueses europeos en las dictaduras. La obediencia de jugador o de mecánico de Stubh y Flask es la misma que ha hecho andar los ejércitos totalitarios. La relación de los capitanes de industria Peleg y Bildad con Ahab (quien parece conducir una travesía por cuenta de ellos pero en realidad actúa fuera de su cálculo económico) volverá a surgir entre loa industriales y los dictadores.
La tripulación, sin embargo, busca la fiesta que disminuya el oprobio cotidiano del trabajo alternado con estallidos de histeria durante las reuniones sobre cubierta. Mas ¿cómo pueden conocer las masas al abandono festivo? Melville compone la escena estupenda de la noche de juerga sobre el rastillo de proa.
La melancolía sería la condición natural. De hecho, los cautos de apertura son tristes y desconsolados. Un cuáquero sugiere que no sean sentimentales, «tómense un tónico» y es una de las actitudes de la civilización moderna hacia la negrura que ella infunde: «Ante todo, cuidad la salud. »
Un marinero francés exhorta al grumete negro idiota, Pip, a que toque su pandereta para que todos puedan bailar. Es el principio de la diversión de la era industrial, macabra ficción de alegría. «You've got to have fun whether you like it or not.» El idiota se niega, pero el marinero francés se encoleriza y a fuerza de exhortaciones la tripulación se pone a bailar. En vano resuenan ecos de nostalgia por las verdaderas fiestas que requieren un suelo sólido, la tierra firme bajo los pies. ¡Hay que darse ánimo, que estallen las sonajas, que se arme barullo, que se nos ensordezca en la ficción de la fiesta! Es la finalidad del jazz. ¿Cómo hacer fiesta fuera de un disfraz festivo? Hay que hacerse el templo de sí mismo, «¡que suene la panza si no suena la pandereta!» exhorta uno, «¡transfórmate en una pagoda!» exhorta otro. Hay que sacar de sí mismo lo que debiera dar la sociedad: el movimiento colectivo es forzado y cada uno debe entonarse. La pandereta y las sonajas, instrumentos colgados en la antigüedad del árbol de Attis, que siempre retornan en los ritos de fecundidad y en los carnavales, tienen aquí un sonido siniestro, desolado. Sólo pocos pueden darse cuenta de las cualidades macabras de la escena: un marinero del Nantuekel observa: «peor que lanzarse hacia las ballenas en una bonanza»; un hindú dice: «El hombre blanco lo llama diversión, prefiero ahorrarme el sudor.»
Se evocan en el aquelarre sueños de mujeres que desflorar y un marinero siciliano se dirige a un tahitiano: «Oye, muchacho, elasticidad de músculos, fluctuante ondular, pudores y palpitaciones. ¡Labios, corazón, anca! Desflorarlo todo, continuo tocar y abandonar.» ¡Observa, no pruebes, si no viene la saciedad! ¿Qué me dices, oh pagano? Es el principio de la industria de la diversión para voyeurs; el pagano responde evocando las danzas religiosamente ordenadas de sus mujeres desnudas: «Holy nakedness of our dancing girls», inocencia y solemnidad irrevocablemente perdidas, celebración ritual perdida por quien se ve reducido a la licenciosidad desesperada.
La tempestad devuelve al trabajo a los marineros; para enfrentarse con ella el único fuego disponible es el alcohol distribuido por Ahab.
El bautismo de fuego que sigue al bautismo del agua es el grog, ignis ex oquis, a la medida de la tripulación.
La técnica de mundo de Ahab es, como se ha dicho, la del dictador de la era totalitaria.
Ante todo, las preguntas a la multitud, que desconciertan, meten en ansia y tranquilizan al mismo tiempo gracias a su estupidez, a lo obvio de las respuestas («los hombres se miraban con curiosidad, corno si se asombraran de que se les pudiera excitar de esa manera a preguntas en apariencia tan ociosas»). Luego Ahab tomará poses plásticas a las que no se podría atribuir otro significado que el de una convulsión domada a duras penas.
Starbuck osa preguntar ¿qué provecho se sacara de la travesía contra Moby Dick, de la producción exasperada? Y Ahab dice: «tú necesitas una palabra un poco más profunda.» Para la masa basta la excitación magnética, la dosis justa de furia artificiosa, de drogas toleradas (el grog) y de respeto para las costumbres generales: a Starbuck conviene revelarle la ideología de la irracionalidad, o mejor dicho, de la racionalidad atávica. «Todos los objetos no son más que máscaras de cartón, pero en todo suceso, en el acto vivo en la acción indudable, algo desconocido pero siempre razonable muestra sus formas detrás de la fea máscara »Y «la ballena es un muro..., me basta. Me ocupa, me da muchísimo que hacer.» Pero si la ideología totalitaria de la acción que no tolera la duda no bastase, queda el argumento principal: «Los leopardos paganos, cosas que no calculan y no veneran, que viven; y no buscan y no dan razones para la tórrida vida que sienten! La tripulación, la tripulación: ¿no están todos con Ahab?... Tu única planta azotada por el viento, no puede resistir en pie al huracán colectivo.»

ELÉMIRE ZOLLA [Traducción: Enrique de Rivas]
Papeles de Son Armadans, Año VII, Tomo XXVI. Núm. LXXVII,
Madrid-Palma de Mallorca. Agosto, MCMLXII pp. 120-132.

Ilustraciones de Rockwell Kent

[1] «El soñador cae en lo profundo y el camino le lleva al agua misteriosa. Aquí tiene lugar el milagro de Bethesda. Es necesaria la caída en el agua pura que suceda el milagro de la animación del agua. Sin embargo, el soplo del espíritu sobre el agua es siniestro, indica la presencia de un numen no creado ni por la espera del hombre ni por su actividad voluntaria». Jung, op. cit. p. 22.
[2] Referido al verso « Muchos se han visto en sueños abrazados a la madre».
[3] Cfr. P. Cazeneuve, Les rites et la condition humane, París, 1958.
[4] Simone Weil, Cahiers, I, p. 256, Plon. 1954.
[5] Cfr. Jung, Psicología e alchimia; Mircea Eliade, Alchimistes el forgerons. Plon, 1957.
[6] Varias veces hace Melville alusión al Rabbinical tore. Es probable que la fuente del sermón sobre Jonás está en el libro del Zohar (II, 1999 a, 19 b): «Jonás se embarca; es el alma que zarpa para atravesar el océano de la vida. La barca es amenazada por las marejadas. Cuando el hombre peca, se asemeja a Jonás que creía poder huir a su dueño. Entonces Dios suscita una gran borrasca..., el hombre cae en postración y se enferma. No obstante las pruebas, el hombre no piensa en convertirse, entonces se acerca el piloto... El piloto es el espíritu del bien que guía la barca... Cuando el hombre es juzgado en el mundo superior, mucho» acusadores se presentan e incluso algunos defensores. Si el hombre es condenado, se tira el alma al mar, es decir, se separa del cuerpo. Entonces la barca vuelve u encontrar la calma del sepulcro... El pez que se traga a Jonás es imagen de la tumba, sus entrañas imágenes del infierno».

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