lunes, 15 de mayo de 2017

Cristóbal Serra sobre William Blake (Papeles de Son Armadans, julio de 1967)


El rapto de un visionario: W. Blake

Hay hombres que, además de traer un mensaje, nos obligan a modificar nuestras mezquinas percepciones. Estos hombres —visionarios o videntes— no son legión. Por eso mismo, cuando alguno de ellos aparece, adquiere su aparición caracteres verdaderamente aerolíticos.
Vivimos rodeados de datos estériles, y sólo los videntes poseen el don de conocer los signos y los símbolos iluminadores y dispensadores de la rica cosecha. Como anunciadores de cosas invisibles, el grosero materialismo (que en cada siglo predomina) trata de sofocar su voz inflamada y heroica. De aquí que sean protagonistas de una lucha sin cuartel contra los que sólo viven de pan.
A este tipo de espíritus perteneció William Blake. Ningún materialista tuvo jamás tanta fe en el pan, como la que él tuvo en las cosas del espíritu. Su fe fue absoluta y pura: la propia de un fanático. No entraba el cálculo en su fe. Por otra parte, sus licencias especulativas o espiritualistas, le acreditaron de loco, cuando no de blasfemo, a los ojos de su generación. Sin embargo, él cantó y pintó, poseído por un raro fervor y una rara creencia. Vivió y trabajó, es cierto, apartado de toda norma, pero encontró su ley; de otra manera, no hubiera dado frutos su simiente eterna.
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William Blake nació en 1757 y murió en 1827. ¡Curiosas fechas! El jacobinismo desatado. La revolución hace inhalar vapores ígneos en todas partes. Blake asiste al momento de la Revolución y halla, en su vocabulario, un nombre para ella: Orco. De repente, su naturaleza, hecha para el oráculo, descubre que las estructuras históricas son apariencias de nada en comparación con: el Espectro, el Demonio y el Ángel.
Blake conoce su tiempo, y. por eso mismo, no comulga con él. En el fondo, está atormentado por el problema de Dios y dista de ver el mundo como mercado. El afán del progreso material le es ajeno y la comercialización, dueña omnímoda, le parece planta de raíces, hojas y brotes venenosos. Las Tablas de Laoconte —esculpidas en prosa— son el máximo sueño antimercantil del poeta. Podrán algunas mentes positivas encontrar disparatadas estas tablas (con sus nuevos valores) pero, para Blake, fueron la cosecha de la visión. La actitud de Blake hacia el dinero, hacia el comercio, hacia la industria, hacia los conflictos sociales modernos es, por demás, reveladora. Mucho más profundo, naturalmente, que Marx anticipa, en esas Tablas, una jerarquía de valores que jamás estuvo vigente, ni en su siglo ni en los otros, entregados al afán del progreso material, Blake supera la mentalidad burguesa y la revolucionaria. No habla de unas mejoras graduales, ni de programas taumatúrgicos. La única taumaturgia es la del Espíritu.
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¿Qué solución propone entonces Blake? ¿Cuál es su mensaje? Preguntémonos eso, sobre todo. Y Blake nos contesta que la solución no se halla a mano como un traje confeccionado. Ni siquiera cabe una solución total. A cuantos habitan en el espíritu y la imaginación les son concedidos unos poderes y una taumaturgia que el vulgo paralítico rechaza.
La gran herejía blakiana consistió en un siglo en que todo se confabulaba contra la Imaginación, en ofrecerla como salvadora.
No hay que olvidar que, de ese modo, Blake denunció —antes que otro— el vacío de los valores burgueses y anunció la poesía moderna que se ha convertido en el alimento de los desterrados y disidentes del mundo burgués.
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¿Qué batalla libra Blake para ejercer su acción poética?
Rompe radicalmente con el tipo miltoniano de poesía, de versificación silábica, que representa la influencia latina dentro de la poesía inglesa. Repudia la Musa clásica por racional y detesta a Rahab (la diosa-Razón del deísmo).
Blake empalma con la tradición romántica de los judíos. Lector del Testamento viejo, halla, en la poesía profética de los israelitas, ejemplares del versolibrismo y de la irracionalidad poética.
Monnerot nos ha revelado las afinidades de la poesía moderna con la de las sectas gnósticos y con la de los adeptos de la tradición oculta. Esto es verdad en el caso de Blake. Es innegable la influencia del gnosticismo y de la filosofía hermética en toda obra poética blakiana. Blake estuvo, a lo largo de toda su vida, obsesionado por el problema del Mal. En sus primeros poemas, se propone tratar poéticamente el mundo, como si la serpiente no existiera. La impresión que nos dejan Canciones de Inocencia es una visión de felicidad. En Canciones de Experiencia, asoma ya la serpiente. Además de la guerra de los sexos, hay la humillación y la pobreza, la crueldad y el odio, la realeza indigna y la guerra. Hasta hay poesía social. En el poema «EI Tigre», vemos cómo chocan la creación y la concepción cristiana que se desentiende de las anomalías y crudezas de la existencia.
«El Tigre», más que ningún otro poema, enlaza con la revolucionaria síntesis del Matrimonio del Cielo y del Infierno. Este poema en prosa es digno de la mayor atención en la historia del modernismo. Las frases singulares que Blake bautiza de «Proverbios infernales» son aforismos que nos dan la sensación física del aforismo, tan plásticos resultan. Se trata, en conjunto, de un documento escandalizador para su época, en el que se encuentra ya anticipado el mensaje de Freud. Por lo demás, el parentesco formal de estos aforismos con el surrealismo es innegable. (¿No sabes que cualquier pájaro que corta el aire con su vuelo es un inmenso mundo de deleite que llena los sentidos?)
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La poética blakiana alcanza uno de los momentos más álgidos en la serie de dísticos que el poeta escribió entre 1800 y 1803. Augurios de Inocencia son, para Paz, parejos al Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz. Y, en verdad, están en la misma línea de pureza poética. En el más humilde de los augurios, encontramos un fondo «greguerístico» sorprendente. (Un palomar lleno de palomas y pichones hace estremecer los quicios del infierno; cada aullido del lobo saca del infierno un alma en pena; no mates a la polilla ni a la mariposa que el día del juicio brillarán secretos.)

Los Libros Proféticos
El extraño carácter de las Profecías y su poderoso «onirismo» hacen de los Libros Proféticos algo aparte. Bachellard (El Aire y los Sueños) ve en ellos poemas absolutos y presencias mágicas. Efectivamente, encontramos, en los Libros Proféticos, un elemento narrativo innegable que va desde Tiriel a Jerusalén y que no podemos llamar propiamente una estructura narrativa, si por tal se entiende| una sucesión ordenada en el tiempo con causa y efecto. La estructura de estos poemas está cerca de lo espacial o pictórico, como era de esperar en un poeta que fue a la vez visionario y pintor. Esos poemas dependen de un juego caleidoscópico de imágenes controladas. Son propiamente metáforas que obedecen a estados espirituales y que están en constante movimiento de enfoque, de reenfoque y de destello.
Son metáforas que llamaríamos «progresivas», pues lo que pudiera parecer un elemento narrativo predominante es realmente una acción de despliegue plástico.
El libro de Thel es, por demás, significativo en este sentido. La estructura circular de este poema tiene un encanto extraordinario, al encanto concreto de las canciones, une esa ambición de infinito que caracteriza, por lo demás, a todos los libros Proféticos.
Thel es tal vez el único poema y tal vez la única profecía que combina las dos cuerdas de Blake: la lírica y la oratoria. Después de Thel, la fusión estilística consistirá en dar paso a un alternar de ambas cuerdas. Y así, hallaremos momentos puramente líricos y otros tediosos, sin aura poética, aunque, de vez en cuando, se nos descubrirán zonas iluminadas por la más ancha poesía que tal vez bu conocido el mundo. Hay pasajes líricos y aislados de los Libros Proféticos que son algo sin par en la historia de la poesía. Naturalmente, se dan redundancias y pierde el poeta basta el sentido de la unidad y de la forma, a cambio de ricos oasis de revelación poética.
En todos los poemas que imprime Blake después de Thel, se va disipando gradualmente la atmósfera de inocencia. En las Visiones de las hijas de Albión hay un frenesí erótico y nietzscheniano y una concepción surrealista del Amor. El poeta canta: «Amor, Amor, feliz, feliz Amor, libre como el viento de la montaña».
En América, Blake se vale de la Revolución americana y de la liberación de los esclavos que llevó a cabo el abolicionismo para insertarle su concepto de la liberación espiritual.
América contiene —perfectamente expresada— su visión sacra de la vida. Es el punto de vista de un alma emancipada, que se expresa en un lenguaje dulce, rotundo y raro a un tiempo. «Porque todo cuanto vive es sagrado, la vida en ella misma se complace. Porque el alma presa de delicia dulce no puede ser corrompida». Entre el primer Blake y este Blake poco inocentón de América hay cierto parecido. Las primeras Canciones de Experiencia ya mostraban el germen del futuro genio. Sin embargo, no todo es digno de alabanza en tales poemas. La lección estética de que la personalidad es sólo el principio y no el fin, Blake se descuidó. Y había de pagarlo caro, pues de su pluma salieron engendros como Milton, Vala y 4 Zoas, en donde resplandece la irresponsabilidad a que llegó el artista cuando se apartó de toda tradición y no ejerció sobre su obra una saludable autocrítica.
CRISTÓBAL SERRA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida) Año XII,
Tomo XLVI. Núm. CXXXVI, Madrid – Palma de Mallorca, Julio, MCMLXVII, pp- II-IX.

Portada de The Song of Los (1795)

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