martes, 16 de mayo de 2017

Cristóbal Serra: "Dos príncipes del absurdismo inglés: Edward Lear-Lewis Carroll" (Papeles de Son Armadans, Diciembre de 1965)


 
Dos príncipes del absurdismo inglés: Edward Lear-Lewis Carroll
El humor no es un fenómeno específicamente británico, ya que grandes humoristas los ha habido en otros países: Boccaccio en Italia, Cervantes en España, Rabelais en Francia. Sin embargo, el humor inglés es algo inimitable y único. Y nada más fácil que reconstruir una tradición británica de la risa o de la sonrisa, ya que, desde el siglo XVI, el humor acompaña constantemente las manifestaciones literarias británicas, dándoles el sello inconfundiblemente humorístico y absurdo.
Tal vez sea Inglaterra la nación más caprichosa y humorística de la tierra. Abona este criterio el rico plantel de excéntricos conscientes que ofrece su literatura. Al referirme a excéntricos conscientes, aludo a sus muchos humoristas, pues, para mí, humorista es todo aquel individuo consciente, con sus ribetes de extravagancia. En el propiamente humorista, se halla esa conciencia aguda de la propia personalidad que podría pasar por timidez si no fuera, en el fondo, pudor. Esta actitud no excluye, por otra parte, ni la molida, ni la audacia, ni el valor. Y suele ser una actitud equívoca por cuanto en ella la excentricidad está en pugna con el equilibrio moral, el conformismo juega al escondite con la rebeldía, la sonrisa se confunde con la tristeza, lo serio con el escepticismo.
El primer guiño genial del humorismo inglés lo hallamos en Shakespeare —que reveló al mundo el doble y enigmático rostro de Jano del humorismo. Gracias a él, la escena conoció los derechos de la sinrazón humorística. El humor de los locos y de los Polichinelas de Shakespeare es inolvidable. Recordamos siempre el ingenio desatado de Toque, de Feste, de Autolycus y de tantos otros clowns shakesperianos. El humor de Shakespeare debe lo mayoría de sus hallazgos al choque de términos disparatados, a lo imprevisto, al destello, a la brutal introducción de elementos detonantes en la frase. Su numen inventivo, paradójico, desenfrenado, se nos muestra en una fantasmagoría de imágenes, agudezas e ideas raras.
La insensatez humorística del pueblo inglés se revela más tarde —de un modo genial— en Swift, que es quizá el más grande «absurdista» de todos los tiempos y uno de aquellos pocos humoristas que saben ofrecer espinas por fuera y rosas por dentro. Viajes de Gulliver y Modesta Proposición no son sólo avinagrados productos sino monumentos de la paradoja irónica en la que fue maestro Swift.
Sterne, que le sucede en el genialato humorístico, es otro verdadero excéntrico. Fantaseador absurdo, se caracteriza por una irreverencia sistemática que le hizo agradable a los ojos de Nietzsche. El «ismo» que él creara, murió con él, pero no sus locuras, pues, años más tarde, dos nuevos excéntricos conscientes emprendieron batalla, al igual que él, y se caracterizaron por desvaríos parecidos, aunque de distinto signo. El absurdo es reinventado por Lear y por Carroll, en pleno siglo diez y nueve, de modo que nos hace pensar en cierta reencarnación del humor sterniano
En 1846, Edward Lear publica su Disparatario y con él planta un grano que pronto da una rica cosecha, pues, en 1865, nace otro gran libro del «absurdo», dedicado a los niños: Alicia en el País de las Maravillas. Tenemos dos títulos definitivos.
El Disparatario contiene una colección de rimas denominadas por su autor «limericks», que pusieron en circulación un tipo de cuentecillo estrafalario y epigramático de uno gracia sin igual.
No le bastó a Lear el Disparatario para manifestar su genio y a él añadió una serie de obras que también llevarían el marchamo de lo absurdo: Canciones, Historietas, Botánicas y Alfabetos. Con la publicación de esta gavilla de absurdos, Lear se acredita de gran invencionero. Su «sinsentido» es más que una mera falta de sentido; más bien tiene un valor sustantivo y enriquece la vida con una nueva modalidad de la sabiduría: el absurdo recreativo y festivo.
El mundo de Lear es, en cierta manera, una reducción al absurdo. En esto está cerca de los surrealistas, quienes podrían muy bien tenerle como uno de los suyos —junto con Dante, Hugo, Poe y el Shakespeare de los mejores días. La escritura automática, preconizada por el surrealismo como «dictado del pensamiento, sin trabas racionales ni preocupación estética o moral» es, sin duda, una reducción al absurdo de la teoría romántica de la Inspiración, según la cual, el arte es esencialmente irracional y una experiencia que va más allá de lo normal y aun contra lo normal. La escritura de Lear, por otra parte, deliberadamente absurda, une un designio cómico a una voluntad selectiva, apartándose así un tanto, del surrealismo. En vano buscaremos en Lear las imágenes «distantes», aireadas por los surrealistas, al hacer suya la idea de Reverdy.
En los dibujos cómicos que ilustran toda su obra poética, muestra sus mejores dotes y su suprema originalidad, pues, parecidos no los hubo ni antes ni después. Lear pudo conocer imitadores de poca monta que no lograron ni de lejos aquella sutileza, oculta bajo una aparente ingenuidad, que bahía de caracterizarle.
Varios años después, Edward Charles Dodgson, alias Lewis Carroll, bastante antes que el dadaísmo y que el surrealismo, creó una estética del absurdo. Y es curioso ver cómo esa producción literaria, ciertamente subversiva —subversiva en cuanto a su contenido oculto y sus consecuencias— pudo nacer del subconsciente del austero diácono y profesor de matemáticas que fue Lewis Carroll. Gracias a su obra maestra —Alicia en el País de las Maravillas— el absurdismo británico alcanzó todas sus posibilidades. Alicia es el libro más extraño de toda la literatura inglesa. Con gran pericia humorística, hallamos allí realizada una reducción al absurdo del mundo del adulto y del de la razón. La labor de zapa, emprendida contra el «mortero de la buena lógica» y contra todo el pensamiento racional, se propaga al lenguaje y con ello asistimos a la más atrevida creación de neologismos de toda la literatura inglesa. Carroll, tras las huellas de Lear, supera la revolución de la palabra, iniciada por aquél. Carroll es el inventor de las «palabras-maletas», antecedente de las «palabras-percheros» de Joyce.
El onirismo humorístico es el elemento esencial de la creación caroliana. Las aventuras de Alicia son, después de todo, una enorme engañifa urdida por un humorista de gran astucia poética y de gran agresividad. Lo obra está poblada de curiosas criaturas grotescas (Dodo, Lory, Eaglet, la Reina, la Duquesa y tantas otras) que resultan francamente agresivas. Los encantadores personajes de Lear (Dongo, Discobbolos, Pobblc. y Quangle Wangle) están muy lejos de mostrar la agresividad de que dan testimonio las criaturas carolianas.
A través del espejo, publicado más tarde, constituye la continuación de Alicia. Aquí la niña atraviesa un espejo y realiza un viaje a un país de sueño. El espejo, tantas veces asociado a la magia y a lo maravilloso, vuelve con Lewis Carroll para traernos un mensaje onírico.
El espejo inconsistente es ciertamente un recurso literario, aprovechado por Carroll para que Alicia se encuentre de nuevo con muchos personajes extraños y pueda mantener con ellos extraños diálogos.
El valor de esta obra reside en su atmósfera intensamente onírica y en el hecho de que introduce el absurdo y la magia en el seno de lo cotidiano. Es cierto que otros con anterioridad a él —Coleridge, Poe— habían intentado casar lo imaginario y lo real, lo maravilloso y lo cotidiano; pero sólo a Carroll le incumbe el mérito de haber creado un onirismo humorístico, plagado de lógica.
Carroll es actual, además, por sus poemas que lo acreditan como uno de los primeros poetas de su siglo. No en balde fue el autor del asombroso Jabberwocky, de La Morsa y el Carpintero, y de Sentado sobre la barrera, poemas todos ellos inolvidables.
En 1876, aparece La Caza del Snark, uno de sus mejores hallazgos poéticos, con nombres sibilinos dentro de una atmósfera de alegoría. El Snark perseguido es una criatura mitológica, mitad sierpe, mitad tiburón, que no sabemos bien lo que personifica. Hay en el Snark, como en las dos Alicias, una parte de sátira social y grandes zonas de humor negro. A pesar de su tono a veces pimpante, este poema no es en modo alguno alegre. La persecución que relata acaba mal y, por otra parte, el Panadero del poema es víctima del terrible Bujum, en un incidente que nos deja una impresión muy penosa. En muchos respectos, el poema puede pasar por «una tragedia de la frustración y del fracaso».
Carroll vive también por haber acuñado aforismos que hoy son moneda corriente del habla inglesa. «Busca el sentido, que la expresión vendrá por añadidura», pudiera ser uno de esos aforismos sobrevivientes. Algunos fueron labrados para exasperar a las gentes, mientras que otros quisieron ser bálsamo. Los hay que nos dan la impresión de que se ha producido en la prosa un corto-circuito irreparable. Y casi todos ellos parecen proceder de las sonajas de la Locura que proclama a los cuatro vientos que dos y dos hacen cinco.

CRISTÓBAL SERRA
Papeles de Son Armadans (La doctrina escondida)
Madrid-Palma de Mallorca,Diciembre, MCMLXV, Año X,
Tomo XXXIX. Núm. CXVII pp. LVIII-LXIV.

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