lunes, 20 de marzo de 2017

Documentos traspapelados: Martín de Riquer en la Guerra de España. Testimonio del medievalista de su paso por el "Tercio de Montserrat" (Destino, 22/07/1939) y artículo de Félix Ros (Destino, 24/06/1939).


EL TERCIO DE MONTSERRAT
Los defensores de Villalba

ANIVERSARIO DE VILLALBA. — El domingo pasado, en San Feliu de Llobregat, el Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat, destinado yo a Cataluña, asistía a una Misa de campaña. Yo, detrás de la formación, recordaba con honda nostalgia tantas otras Misas de campaña a las que asistí confundido en aquellas mismas apretadas filas, y hasta dos veces de gastador, "sin mover ni un solo músculo de la cara", a pesar de las moscas y de los piojillos. Es ya muy pequeño el Tercio de Montserrat, pequeño por el número de los requetés que hoy lo integran — unos 500 —, no por lo que ha luchado y vencido. Habíamos llegado a ser cerca de 900, los días alegres de nuestro descanso en Riaza; después comenzaron las bajas, primero en el Ebro, últimamente en Extremadura. En total son unos 300 los requetés de Montserrat que han caído; otros muchos nos fuimos a cursillos — un 75 por 100 de la Unidad tenía condiciones para ser oficial, y de ella hemos salido unos ciento en diferentes Academias—; luego, últimamente, han venido los licenciamientos. No obstante el Tercio conserva su carácter inconfundible: la misma alegría, la misma cordialidad entre oficiales y requetés, y todavía quedan muchas boinas rojas que ya son casi blancas, desteñidas por el sol de los parapetos de Aragón, de Guadalajara, de las marchas de Extremadura, de la batalla del Ebro... A fines de este mes hará un año de la primera batalla de Villalba. Fuimos de los primeros en llegar para detener el avance rojo por tierras de Tarragona, y lo detuvimos, y los primeros también en reflejarnos en las aguas del Ebro. Allí cayeron los mejores; y no digo que fueron los mejores por el hecho de morir; los que cayeron — os lo confirmará cualquier requeté de Montserrat — eran ya los mejores en vida, y ni uno sólo de nosotros las olvidará nunca. La más pura sangre de la flor de Cataluña se derramó en las viñas de Villalba, entre aquellos racimos de uva que apagaron tantas veces nuestra terrible sed de la batalla; 300 son los muertos de Montserrat, los heridos son incontables; sin duda todos los que en este Tercio hemos formado hemos caído heridos por lo menos una vez.
No hay duda que el Ebro fue la acción más brillante de Montserrat, y concretamente las dos batallas de Villalba — 30 de julio y 19 de agosto de 1938 —. La mejor en eficacia militar y en espíritu. Nunca, como en aquellos días, he oído las palabras "deber", "honor", "Patria", pronunciados con mayor seriedad y con el auténtico sentido; y los frases como: "—¿Tienes miedo? —Yo sólo temo a Dios", o "— ¿Estás preparado?—Si; no tengo nada que temer". Os aseguro que eran dichas con un convencimiento firme y decidido. Y, a pesar de todo, el buen humor no se perdió por nada; se cantaba en las trincheras que casi rozaban al enemigo, respondiendo a sus morterazos o a sus ráfagas, y se hacía broma. Hubo casos chocantes, como el de un camillero, que causó justificado asombro en todos nosotros, porque en los días rudos no dejó de trabajar ni un solo segundo trasladando heridos a los puestos de socorro del pueblo, desarrollando una actividad equiparable a la de cuatro hombres que se relevaran y descansaron; este requeté hubo un momento, cuando regresaba do llevar a un camarada con la pierna partida, que se paró en el trecho más batido de la carretera de Villalba a Gandesa, donde más habían muerto, se sentó en el suelo y con uno calma inverosímil se sacó del bolsillo aguja e hilo, se quitó los pantalones y se zurció un desgarrón, en calzoncillos, mientras el enemigo, que le veía perfectamente, se dedicaba a bordar su silueta a bolazos, sin acertarle ni una vez. Pues bien, el tal camillero, cuando pasaron los días más rudos, se cansó de la batalla y se marchó hacia retaguardia y se alquiló en una masía para arrancar patatas u otra labor agrícola por el estilo.
LA SECCION DE CHOQUE. — Imaginaos una bandera negra, con una calavera y las aspas de Borgoña en forma de tibias; ésta era la bandera de la sección de choque del Tercio de Montserrat, que mandó el excelente caballero alférez Miguel Regás, muerto al frente de sus requetés, que murieron todos o su vez, menos dos que quedaron heridos. Esta bandera fue confeccionada por las chicas de Muñana, pueblecillo de Ávila, a las que no hago preceder ningún adjetivo por galantería. Allí se formó la citada Sección; cualquiera que no nos conociese hubiera dicho que ingresar en esta Sección era una fuente de prebendas o de enchufes, porque todo el Tercio lo solicitó. Ellos tenían que romper por los sectores más peligrosos y acudir a los sitios de más peligro; llevaban una dotación extraordinaria de bombas de mano y fusiles con escape de gases para balas antitanque, y además un emblema característico. Se vio que se trataba de una Sección de hidalgos cuando, después de la primera batalla de Villalba, siguiendo el ejemplo de su alférez, todos se quitaron el emblema porque — decían ellos — no podían presumir de ser de choque estando en una Unidad donde todo el mundo lo era y todo el mundo se batía con la misma valentía. Después de la segunda batalla de Villalba, en el lugar donde había perecido toda la sección encontré medio enterrada, deshecha y rota en mil girones aquella famosa bandera que sólo cayó al suelo cuando ya no hubo brazos vivos para enarbolarla. ¡Y qué orgullo el nuestro! Mientras la bandera de nuestro Sección de choque apareció, después de la lucha, convertida en un harapo, todos los banderines republicanos que el Tercio cogió al enemigo estaban nuevos y coloridos, sin uno mancha ni una gota de sangre: no habían sido defendidos con hombría, como hacían nuestros soldados.
LOS DESCANSOS. —En vida de compaña descansos significa lo siguiente: levantarse e prisa y corriendo a las seis de la moñona, asearse y vestirse bien y limpio "porque estamos descansando y no en el frente". Un cuarto de hora después a hacer cola para el chocolate del desayuno y a las ocho a instrucción práctica, pero como ya no somos quintos nada de marcar el paso y hacer variaciones, sino arrastrarse por el suelo con las cartucheras llenas, la cuña directa, la cuña inversa y tomar el cementerio del pueblo como todos los días; a las once y media. Fagina, a comer y libertad hasta las dos, hora en que empieza la instrucción teórica, modo de usar la careta anti-gas, piezas que contiene el fusil ametrallador, cómo se vendo a un herido o se desmonta una Loffitte, manera de saludar la bandera y obligaciones del imaginaria hasta las cuatro; a los cinco, instrucción práctica hasta las siete, hora en que se cena; después rosario, retreta y todo el mundo al cuartel hasta el toque de silencio, en que hay que dormir. A esto se le llama descansar; en cambio, a pasarse todo el santo día entre las montas de la chabola, fumando y charlando, con sólo cuatro horas de guardia, se le llama estar en línea. A pesar de ello, el Tercio de Montserrat se divertía y organizaba fiestas. Nunca olvidaremos, por años que vivamos, la estatua de Juan Pablo Bonet, perínclito hijo de Torres de Berrellen, autor del primer tratado sobra el arte de enseñar a hablar a los sordomudos, a cuyo pie tenían lugar los formidables manteos de los requetés que cometían quintadas y el de uno que marchó del Tercio para enchufarse y esperar que nosotros le ganáramos la guerra. El nombre Juan Pablo Bonet, repetido de uno manera machacona, se convirtió en una especie de grito de guerra. En Riaza, cuando "descansábamos" de nuestra estancia en el frente de Guadalajara, se organizaron festejos magníficos por los días de la toma de Castellón. Bailes, habilidades, masas corales, una especie de banda que soplaba mucho, "Xiquets de Valls" y juegos malabares a cargo del requeté Héctor Feliu, ex artista de circo, que dejaba maravillado a todo el mundo. En San Esteban de los Patos (Ávila), cuando nos preparábamos paro la ofensiva de Cataluña, hubo también uno fiesta en la que hasta se recitaron versos, se cantó mucho y se bailaron sardanas en medio de la meseta castellana, bajo el cielo purísimo de Santa Teresa.
LOS CORNETAS. —Ningún requeté de Montserrat dejará de acordarse en toda su vida del Cabo Cornetos, últimamente Sargento, Agustín Suñer. Yo, después que salí del Tercio, he recorrido muchos batallones y he conocido muchas Unidades, pero nunca he encontrado ningún corneta, no que superase, sino tan sólo que igualase a Suñer. Hace cantar a la trompeta con un sonido no igualado por nadie y con tal fuerza que en Guadalajara, que el frente estaba muy alejado, hasta los rojos oían sus toques de Diana u oración. Además sabia toques para todo, tanto para llamar al cabo de la tercera escuadra del segundo pelotón de la primera sección de la cuarta compañía, como para avisar al Oficial médico que tenía que ir a comer. Sabía numerosas dianas; las más bellas las empleaba los días en que el parte oficial de la noche anterior había constatado más victorias que de costumbre. Por otra parte es un hombre maravilloso; su vida no tiene nada que envidiar a las de Guzmán de Alfarache o Gil Blas. En invierno, al lado del hogar de la chabola nos explicaba sus aventuras, con un estilo directo y colorido, que nunca nos llegaba la hora de dormir. Otro corneta famoso es Héctor, del que ya he hablado. Realizaba el milagro de llevar los zapatos lustrosos en pleno lluvioso invierno por las fangosas calles de Torres, mientras tocaba Silencio envuelto en un capote impecable. La lástima es que muy a menudo se le perdía la trompeta provocando la ira inenarrable del Cabo Suñer. El domingo, cuando estaba con los requetés en San Feliu, oí de repente un toque de trompeta violentamente agudo y destemplado, con altos y bajos raros, en seguida dije: "Este es el Feto"; y realmente así era. Nunca corneta alguno se ha cargado con broncas más imponentes y siseos de sus camaradas; él siempre contestaba con una simpática sonrisa de oreja a oreja hasta que se hartó y pidió ingresar en la Sección de Choque, sin duda por ver si le mataban de una vez y se acababan los escándalos; pero evidentemente su destino es ensordecer con la trompeta, pues ha resultado ser uno de los dos únicos supervivientes de lo primera plantilla de aquella sección y ahora vuelve o estar en la banda. En ella, y nada menos que de director, está el Peque, muchacho de Torres de Berrellén, que cuando abandonamos aquel pueblo, de tan dulces recuerdos, sobre todo para algún corneta, se vino con nosotros, pasó mucho tiempo de fusilero, hasta que entró de discípulo de Suñer y llevo camino de ser digno de tan buen maestro.
MARTÍN DE RIQUER.
Destino. Política de unidad. Nº 105. 22 de julio de 1939. p 3.

***

Pérdida de la mano amiga

"Suspéndanse los brazos, y retira cada cual el furor...
Lope. "Fiestas de Denia".


¡Con qué ilusión habíamos entrado en aquel Madrid tronchado y lleno de desmontes! Era el Madrid de los primeros momentos para España; hubo que adelinear nuestra misión en forma inverosímil. El cansancio, la atrofia resultan a los veces hábiles y expeditivos como no sería posible imaginar. Una mañana, entre dos problemas, me tropecé por un pasillo al alférez delgado, moreno, narigudo y nervioso que desde hacía un mes encontraba en todas las ciudades y en todos los momentos.

— ¿Qué sabes de Martín de Riquer?
— Pues sigue en Valencia, en el hospital.
— ¿Cómo en el hospital?
— Sí. ¿No lo sabías? Le han cortado un brazo.
— ¡Que le han cortado...!
Soy un poco dramómono y mejor amigo. A los pocos días, estaba hasta la mitra de los conflictos de Madrid y determiné escaparme por Valencia para darle un abrazo —- y él a mí medio — a Riquer. Hicimos una ruta de guerra, como se acostumbraba hasta hace muy poco, completamente imprevista. Llegamos a Valencia de madrugada. A la mañana, pregunté en la Radio a los de la Compañía de Propaganda, me dieron varias pistas y cerca del mediodía entraba yo en el Hospital de la Facultad de Medicina. Mi herido no estaba en fichas, pero le conocían por todos los pisos como el más charlatán. Se quedó de piedra cuando me vio aparecer dando voces por la puerta de aquello sola tan grande.
Cuando Martín entró en Valencia con su camión altavoz, Luys Santa Marina acababa de apoderarse de la ciudad, las tropas del Generalísimo no habían entrado aún y estaban las calles llenas de coroneles y carabineros del ejército rojo. Todos se cuadraban ante aquella sahariana azul arañada de flechas rojas, ante aquel gesto duro de impulso hecho carne. El camión se dirigió al Gobierno Civil. Santa Marina acababa de abandonarlo momentáneamente y Riquer recibió orden telefónica de continuar hacia Alicante. La carretera estaba frisada de controles rojos; tierras sin liberar adelante, hacia los crispadas palmeras alicantinas, a través de la carretera de la Marina, tan suave, llena de luz, amojonada de casitas mordidas de "riu-raus" y "torres de foc" de legendaria traza. Cada control es una impertinencia más, salvada con la naturalidad de esos hombres ilusionados -que quieren llegar antes que nadie a la tumba de José Antonio. El rencor embrutecido y estúpido acechará a la entrada de un pueblo, maldito cien veces; allí, unos naranjeros llenos de moho (con el caño helado de arma cobarde que se esconde en graneros y no se descuelga más que como arrancamos una fruta del árbol, definitivamente, para la hora cárdena de la venganza) han de lanzar sus inconscientes escupitajos de plomo contra la carne caliente de los soldados españoles. Los asesinos huyen; quedan dos muertos y cuatro heridos, entre éstos los dos oficiales. En el hospital rojo a que los conducen, Martín reclama a gritos su sala de oficiales; al final, han de inventarla para ellos dos. Durante las días que tardan aún en presentarse las fuerzas liberadoras, dos convalecientes de nuestro ejército montan guardia perpetua, bayoneta al brazo, al pie de aquellas camas, y un sargento, que empieza a poder arrostrar su pierna herida, da cada noche el parte a esos jefes por la gracia de Dios. Tres días de operaciones dolorosas: médicos y enfermeras están asustados del valor ancho y caudaloso de aquel hombre lleno de fiebre. "¿Pero, por qué no gritas?" "Los falangistas no gritamos." Viene una gangrena. El brazo derecho cae, como desmontado, y en el molde que vació él sobre la blanda atmósfera, viértase el escultórico invisible brazo del dolor. Es un dolor que aprieta, que estira escalofriantemente de las puntas hiperbólicas de las venas, de los nervios, de las articulaciones; los pulsa como cuerdas de guitarra, atornillando más y más las supuestas llaves. Es la sensación de que le duele a uno un dedo determinado, uno fracción pequeña de músculo. Sobrevive la presencia misteriosa de lo que fue nuestro, en su única manifestación actual del dolor; y podemos, así, experimentar la sensación de que nuestra otra mano cruce el brazo sufriente sin encontrarle, sin acariciar ni calmar su desamparo, que no tiene remedio; manoteando vanamente al aire, para enredarse los dedos en esos hilos a través de los cuales el dolor emite sus prerrogativas...
¡Buen Martin de Riquer, lleno de ánimo esforzado! ¿Recuerdas nuestros viejos tiempos de discusión; entonces, que todavía era posible elucubrar sobre tantas cosas? Nuestros discrepancias revestían un matiz curiosísimo, porque en los momentos en que los trallazos de la bandera de JONS disipaban en nuestro flojo cielo levantino los últimos humos de liberalismo que barcos de todos los países habían echado a volar sobre nuestro puerto común, andabas pensando en tu Cataluña agreste y foránea, sumergido por los procelosos documentos de Llull y del "Recognoverunt Proceres". ¡Cuántas veces habías dicho que si tú te sintieses español serías falangista! Cuando te presentaron o Luys, dijiste: "He aquí a un hombre que tiene toda la razón." Y habías estado peleándote con él hasta las cinco de la mañana. ¿Recuerdas nuestros crepúsculos primaverales en el jardín del Ateneo, tan característico de nuestra Barcelona de litografía, donde, ante tantos amigos divertidos extrañamente con nuestra ira bipartita hemos defendido siempre las dos puntas más separadas de la misma cuerda de violín? Y aquellos amigos... ¿Te das cuenta, Martín, de que nos hemos quedado casi solos? Muchos estuvieron contigo, en el 'Tercio de Nuestra Señora de Montserrat"; otros fueron fusilados, como Servicio de Información y Milicias de Franco en zona roja. Repasa mentalmente y verás cuántos nos faltan; y que, cuando en adelante nos sentemos junto al surtidor del viejo jardín, vamos a sostener la conversación a solas y por lo bajo; y que, además, Martín, no vamos a discutir ya, sino a estar muy de acuerdo, irremediablemente de acuerdo en todo.
¡Qué cambios! Te presentaste en San Sebastián, a decirles que no querías más que un fusil para marchar al frente. Había por allí chicas de mucho jeme, pero a ti todo aquello no te importaba. Te importabas tú, que eras una verdadera importación en España, y era ésta lo que querías conquistar en ti, a través de tu nueva persona. Luego vinieron aquellos meses duros, color ceniza, ásperos como una manta sobre la que el fango seco fuese cuchillas como grandes hojas de tabaco puestas a secar. Es el paso lento de los botas que duelen, a través de los campos de posición, a través de la vena que cada trinchera fue para vosotros, según circulasteis por su cuna como sangre hirviendo; es la suciedad densa y sin ninguna esperanza; la suciedad que embrutece y borra todos los objetivos finales y el móvil por el que los que sabíais griego estabais allí. Del lado de acá, al alcance de vuestras tormentarias, quedábamos otros compañeros de armas, dando pasos desesperados bajo un cielo plúmbeo de meses y meses, por el mapa sin mares de cuatro metros cuadrados de celda, esperando un piquete que no llegó. Tú te peinabas con rápidos peines de balas; adormecías a los acordes de una "Heroica" orquestada por veinte profesores del 7'5; tu jardín florecía sólo con brazos de aquellos que convirtieron su anatomía en un simple sistema de raíces bajo la tierra removida... Y el tuyo, el derecho, Martín; el que abanderaba aquella mano que escribió las dudas tremendas contra la Patria por la que ahora te estabas jugando todo el cuerpo, ha sido extinguido al final. Como si hubieras de purificarte y durante tanto tiempo te hubiese sido conservado sólo para su servicio. Hoy, que ya España no necesita de él, cábete la merced de haberlo perdido, perdido como expresión de tantas cosas lejanas que tu brazo liberoloide representó. Liberal, liberado.
¡Cuántas veces he pensado el mal negocio de aquel que muriese por el último disparo de esta guerra — de tan cruel exterminio! Realmente, la suerte de ese rezagado no parecía haber de ser envidiable. Y el último disparo no ha sido de muerte; ha sido tan sabio que muere sólo aquello que, para purificación de un hombre excepcional, había de morir. Tú, Martín de Riquer, gran escritor y gran amigo, no vas a ofrecer a nuestra cordialidad más que la mano izquierda. Con ella encenderás de hoy en adelante tus complicadas y eternas pipas; ella empuñará el gran azor negro de tu paraguas de poeta; ella inscribirá tu espíritu en las cuartillas desordenadas. Dios, con la pérdida de tu mano, de tu brazo, te ha concedido la pacificación. Su voluntad te ha desarmado, y es preciso que te sientas desarmado ante ello. ¡Con qué noble espíritu, con qué adicta serenidad ha acogido tu madre la pérdida! Pérdida, pero no extravío; porque la Patria sólo ha necesitado una parte de ti y tu madre había hecho ya la donación total y sin esperanzas. Martín: tú parecías un chico solo, tan niño y tan improvisado. Tu espíritu de aventura y tu simpatía generosa y exaltada hacían suponer siempre que circulabas hecho un robinsón por el mundo. Éramos muy pocos los que sabíamos que tras de ti quedaba lo vigilancia comprensiva de una madre, escrutándote perpetuamente por los más lejanos horizontes. Lo que yo no supuse es que tu madre fuese como es: tan parecida a ti, alta, delgada y dulce; y dispuesta a emprender el camino doloroso que la lleve hacia ti. Tu madre va en tu busca, ahora, llevándote tu paraguas irónico, porque él —; disimuladamente, tras su tela desteñida — prolongará tu único brazo de caballero único. Llegará sonriendo y tan sencilla como tú. Martín: ella ha pensado muchos días y noches en cómo ser tu brazo derecho en adelante. Al cabo, ha tropezado con el olor misterioso de algo irremediable. Ella lo acollaba todo; pero es que de repente se le ha ocurrido una de esas cosas que sólo piensan las madres. Es conmovedora: 'Mi hijo no podrá tomar nunca más un tranvía en marcha.' Martín, amigo, ella ha pensado eso con gran insistencia.
FELIX ROS
Destino. Política de unidad., nº 101, 24 de junio de 1939, p. 3

"Tercera centuria catalana". Ignacio Agustí, J. M. Fontana, R. Roses, A. Figueras
y Rosendo Riera leyendo uno de los primeros números de "Destino".
Julio de 1937. El Cabezón.

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